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Pelea de verduleras

La guerra de chismes y ataques personales es la nueva táctica de las campañas residenciales ¿Cómo llegaron tan bajo los candidatos?

29 de abril de 2002

La semana pasada hubo guerra de agravios en Colombia. O más bien pelea de verduleras. Cualquier observador internacional que haya presenciado este espectáculo habría podido llegar a la conclusión de que todos los candidatos a la Presidencia de la República están ‘untados’ o tienen ‘rabo de paja’.

El ambiente comenzó a enrarecerse el domingo 21 de abril con la emisión de un informe periodístico en el noticiero de televisión Noticias Uno. Este revelaba un supuesto favorecimiento de Alvaro Uribe a su padre cuando se desempeñaba como director de la Aerocivil hace 20 años. Esta nota indignó a Uribe. Al día siguiente salió en radio acusando al periodista Daniel Coronell, director del noticiero, de parcialidad política.

De ahí en adelante el debate político simplemente se desmadró y ha llegado a una etapa de guerra sucia que es muy peligrosa. Tanto las acusaciones como las reacciones se salieron de contexto y la conclusión es que la poca credibilidad que los colombianos tienen en sus instituciones se está erosionando aún más. Para un país en guerra este no es un problema marginal y ‘Tirofijo’ y el ‘Mono Jojoy’ deben estar muertos de la risa.

La pelea de verduleras ha tenido verdades, medias verdades, exageraciones y mentiras. Se dice que la empezó Horacio Serpa con su acusación de que los paramilitares en Colombia tenían candidato propio: Alvaro Uribe. Sin embargo, a pesar de que Serpa fue el primero en lanzar acusaciones, en la etapa final de la botadera de tomates se mantuvo en la barrera.

Al que más duro le han dado es a Alvaro Uribe. Esto en cierta forma es lógico pues él es el puntero y esa ha sido siempre la maldición de los punteros. Y precisamente por eso está sujeto a un mayor escrutinio de sus actividades públicas y a una mayor fiscalización de su pasado político por parte de los medios de comunicación. Más aún con los antecedentes del proceso 8.000.

Pero una cosa es la fiscalización periodística —necesaria, como nunca antes— y otra las ganas de comer candidato con hechos de hace 20 años tomados fuera de su contexto histórico. En este sentido hay un límite muy definido entre que los medios se erijan como un contrapoder y aclaren las dudas de los ciudadanos frente a sus gobernantes y que se estire tanto la investigación como para satisfacer la vanidad periodística.

En este orden de ideas, Uribe tenía argumentos para defenderse de una manera distinta. Sin embargo la semana pasada se le voló la piedra y dejó de ser el candidato a quien le daban garrote y se limitaba a contestar con propuestas y programas para convertirse en un político que no está a la altura del debate presidencial acudiendo a chismes y ataques personales.

Horacio Serpa tuvo un ciclo inverso al de Uribe. Fue el primero en desencajarse cuando se produjo su colapso en las encuestas y la imagen de estadista que cuidadosamente había trabajado durante cuatro años, dio paso a un Horacio agresivo y populista. Se montó en el caballito de batalla de que Uribe era el candidato de los paramilitares aunque nadie sabe si su leve repunte en las encuestas se debe a esa estrategia. Sorprende que Serpa, quien había pasado buena parte de su carrera satanizado como el candidato de la guerrilla y luego como el del narcotráfico, hubiera recurrido a las mismos tácticas que usaron contra él, clavándole a Uribe el mote de paramilitar.

A Noemí Sanín la volada de la piedra de Uribe le sirvió. Cuando un candidato de 50 y pico de puntos en las encuestas se dedica por todos los medios de comunicación a hacerle un debate a un rival que registra 10 veces menos apoyo popular, el que gana invariablemente es el chiquito.

El fuego cruzado entre Noemí y Uribe tiene la particularidad de haber sido un episodio de chismes que está por debajo de la dignidad de ambos. Ni Noemí es una traidora a la patria en los foros internacionales ni Alvaro Uribe tenía por qué pararle bolas a ese cuento. Más absurda era la historia de que la campaña de Noemí iba a hacer una cuña con una grabación entre Uribe y la esposa de Pablo Escobar, en la cual el entonces senador adelantaba una gestión a nombre del presidente César Gaviria para buscar la entrega del capo. El propio Fabio Villegas, fórmula vicepresidencial de Sanín, desmintió esa versión: “Todo lo contrario. Yo le avisé a Fabio Echeverri (director de la campaña de Uribe) que había personas revolviendo lo de Uribe con la esposa de Pablo Escobar”, dijo a SEMANA.

Además en Colombia se practica la guerra sucia en las campañas políticas pero nunca oficialmente si no por debajo de cuerda. Pensar que la campaña de Noemí Sanín iba a hacer una cuña por televisión y radio con esta conversación es un exabrupto ajeno a la realidad política colombiana.

En todo caso al único que no le ha caído un huevo podrido en esta pelea de verduleras es a Lucho Garzón. El candidato está de moda y su sentido del humor lo defiende contra todo. Sin embargo habrá que ver si ahora que despegó en las encuestas esa armadura es suficiente.

El problema de que estas tácticas se tomen la campaña radica en que la empobrecen de tal manera que los votantes ya no reciben una baraja de posibilidades sino un inventario de trapitos al sol. Las sociedades modernas se caracterizan por la manera en que abordan los grandes debates políticos. Sería muy triste que ante la magnitud de los problemas que aquejan a los colombianos las elecciones se decidieran por la virulencia de los ataques y no por la madurez de las ideas.

La semana pasada la campaña presidencial produjo más noticia por los chismes y el cruce de recriminaciones mutuas que por las propuestas para sacar adelante a Colombia. En un país lleno de complejos problemas, que se está desmoronando, lo mínimo que se espera es una discusión seria de los candidatos sobre los caminos para salir del atolladero. Se oyen las propuestas.