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PERROS Y GATOS

Mientras el país se incendia, los partidos tradicionales le echan leña al fuego.

23 de octubre de 1989

Los televidentes que el jueves pasado vieron el programa "Reportajes Caracol", con Yamid Amat, no podían creerlo. En entrevistas paralelas los ex presidentes Misael Pastrana y Julio César Turbay, como jefes de sus respectivos partidos, se expresaron con una agresividad que no podía estar más lejos de corresponder a lo que se espera de los dirigentes máximos de los dos partidos mayoritarios de un país que se encuentra en una de sus más graves crisis. Mientras Pastrana calificaba a la administración Barco de sectaria y la acusaba de ser "un gobierno que puso la tranca por dentro, cerró las puertas y ahora está viendo fantasmas por todas partes al no poder salirse del cascarón en que se encerró", Turbay respondía diciendo que "el ex presidente Pastrana ha dado colaboración a cambio de injurias y hace oposición con exceso de ira, arrogancia y suficiencia".

Ante una situación que ha sido considerada como la más crítica de la historia reciente de Colombia, la reacción del ciudadano común frente a la actitud de sus dirigentes, que normalmente oscilaba entre la indiferencia y el escepticismo, se convirtió en indignación. "El país se está incendiando y los partidos políticos en vez de echarle agua, le están echando gasolina", afirmó a SEMANA un historiador que se precia de haber vivido de cerca todas las crisis del país en la última mitad del siglo.

Todo comenzó cuando en su alocución televisada del 25 de agosto el presidente Barco, quien acababa de recibir el respaldo del Partido Conservador a las medidas de guerra adoptadas después del asesinato de Galán, decidió no contar con el conservatismo para el estudio de los temas que deberían someterse a referendo.

Ante esta omisión, tanto Pastrana como Alvaro Gómez y sus seguidores entraron en santa ira. Inmediatamente, el Directorio Nacional Conservador y los precandidatos de ese partido expidieron una declaración en la que calificaron el mensaje presidencial de parcializado y de probar que "el jefe del Estado prefiere el sectarismo al patriotismo". El ex presidente Pastrana se lanzó contra el presidente Barco en un botafuegos radial en el que afirmó que "la nación está al garete. . . el gobierno está sin brújula y el país desgarrado, casi en cenizas".
Gómez Hurtado, quien desde antes de este episodio ya había dado muestras de un antibarquismo tan radical que estaba afectando más su prestigio que el del propio presidente, no se quedó atrás. Desde El Siglo, Gómez cruzó una vez más las fronteras de la "oposición reflexiva" y siguiendo con el tono que había empleado en el editorial que apareció en primera página al día siguiente del asesinato de Galán, en el cual acusaba al presidente Barco de ser cómplice del magnicidio, arremetió nuevamente contra el gobierno: "No ha habido Presidente. Lo que hay es falta de gobierno y las víctimas somos todos... Nadie quiere ser miembro de un gobierno aislado por una barrera secretarial". El periódico La Prensa, por su parte, se colocó al mismo nivel de El Siglo y empezó a publicar titulares que correspondían más al deseo de sus propietarios que a la realidad de los acontecimientos, como los de "Tambalean los ministros" y "Estalló el Barcogate".

Pero los conservadores no fueron los únicos en enfilar baterías contra el Presidente. La clase parlamentaria prácticamente en pleno, cansada de ser considerada protagonista de tercera clase en una guerra en la que el legislativo no parecía entrar dentro de las cuentas del Presidente, decidió también montar su propia rebelión.

El primer episodio de la inconformidad parlamentaria tuvo lugar cuando la Cámara de Representantes se negó a escuchar al gabinete en pleno, que se disponía a explicar las medidas dictadas por el gobierno. Aunque en el incidente se le atribuyó un mayor protagonismo a los representantes conservadores que a los liberales, lo cierto es que del lado del partido de gobierno, el descontento no era mucho menor. Así quedó en evidencia cuando, tras la instalación de la Comisión Política Central el propio jefe del liberalismo le solicitó al Presidente que recibiera a los dirigentes de su partido, quienes se quejaban de total falta de comunicación con el Ejecutivo.

Sin embargo, cuando se esperaba que los liberales adoptaran un tono netamente antibarquista, sorprendieron a todos al expedir, antes de entrar a la reunión, un comunicado en el cual no sólo apoyaban irrestrictamente al gobierno sino que además embestían contra los conservadores llegando incluso a calificar a Pastrana de "mentiroso" en sus acusaciones contra Barco. Pero si ese fue el tono puertas hacia afuera, no puede decirse lo mismo del ánimo que imperó al interior de la reunión con el Presidente. Allí, casi que uno a uno, los más de 30 asistentes se quejaron insistentemente de la displicencia con que los ministros del gobierno de partido atienden los reclamos de los parlamentarios, quienes --según ellos-- ni siquiera les pasan al teléfono. Después de oír pacientemente el aguacero de inconformidades, el Presidente, en una nueva muestra de falta de tacto político, propuso entonces canalizar a través del secretario general de la Presidencia, Germán Montoya, las inquietudes de la bancada liberal. La actitud de rechazo de los asistentes hacia la propuesta fue tan evidente que, aun teniendo presente a Montoya, alguien se atrevió a proponer más bien al ex presidente Turbay como mediador en las relaciones entre el gobierno y el partido. Con la intermediación de Turbay y la promesa de que de ahora en adelante los ministros se preocuparían por atender al menos una vez por semana a los parlamentarios liberales, se dio por terminado, al menos por ahora, el impasse entre gobierno y liberales.

No sucedió lo mismo con los conservadores. Pastrana y su directorio todavía más indignados después de la declaración liberal, salieron nuevamente al ataque y tras una reunión en la casa del expresidente no sólo calificaron el pronunciamiento liberal de sectario, sino que además lo consideraron un "desesperado soporte a un gobierno que no está a la altura de las circunstancias dramáticas que vive la República".

Esa actitud llevó a muchos a pensar que en un momento histórico en que el pueblo colombiano ha necesitado más que nunca de la sensatez y el ejemplo de su clase dirigente, lo que recibió fue un episodio que reflejaba más una pelea de verduleras que la actitud que una nación espera de sus líderes en momentos difíciles.--