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PESIMISMO

El 86 por ciento de los colombianos piensa que las cosas van mal. ¿A qué se debe esta cifra, que marca un récord en la historia del país?

2 de diciembre de 1996

Hace un mes a Rodrigo Vargas lo llamaron inesperadamente a la gerencia de la compañía de seguros en que trabajaba. Cuando entró, quien había sido su jefe por varios años le dio un fuerte apretón de manos y con un "lo siento" le entregó un sobre que contenía una escueta carta de despido y un cheque por el valor de ocho añosy medio de prestaciones más una pequeña indemnización. Rodrigo sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Nunca imaginó que él iba a ser uno de los 300 empleados que la compañía había anunciado que tendría que despedir antes de finalizar el año. A los 49 años, Rodrigo _que se acaba de separar y tiene dos hijos adolescentes que dependen de él_ siente que tiene que volver a empezar. "Es como cuando salí de la universidad. He repartido hojas de vida por todos lados, pero siempre me dicen lo mismo: que ellos también están restringiendo gastos y que por ahora no necesitan a nadie. La indemnización que me dieron sólo alcanza para unos cuantos meses y lopeor es que no veo mejores perspectivas para el año entrante".Como Rodrigo hay en este momento un gran número de colombianos que se siente pesimista frente al futuro. Según una encuesta de Gallup de Colombia realizada el 31 de octubre, el 86 por ciento de los colombianos cree que la situación delpaís está empeorando y sólo el 9 por ciento cree que está mejorando. Es decir, los primeros superan a los segundos en una proporción de ocho a uno. Según Jorge Londoño, gerente de Gallup, "esta es la cota más alta de pesimismo colectivo desde que estamos haciendo este tipo de encuestas en Colombia". Esta cifra es tan desproporcionadamente alta que es superior, incluso, a la que se registraba en Bosnia a finales de 1994, en lo más álgido de la guerra civil, cuando una encuesta realizada por la firma European Opinion Studies mostró que sólo el 71 por ciento de los bosnios pensaba que la situación de su país estaba empeorando. Colombia es un país ciclotímico y en otras ocasiones la cota de pesimismo ha estado en niveles muy altos. Una de ellas fue en agosto de 1992 cuando se combinaron el apagón y la fuga de Pablo Escobar. Ese fue un momento muy crítico, según el encuestador Napoleón Franco. Otro momento crítico fue a finales de 1989, poco después del asesinato de Luis Carlos Galán y cuando se vivían los peores momentos del narcoterrorismo. Entonces los pesimistas superaban a los optimistas en una proporción de seis a uno. Pero nunca se había presentado una tendencia al empeoramiento tan sostenida como la actual. Las grandes caídas en el ánimo de los colombianos habían estado asociadas, además, con hechos relativamente puntuales. La toma y posterior incendio del Palacio de Justicia y la casi inmediata explosión del volcán nevado del Ruiz, que sepultó la población de Armero en noviembre de 1985, produjeron una profunda depresión colectiva entre los colombianos. Lo mismo sucedió con el asesinato selectivo de líderes nacionales, incluidos los tres candidatos a las elecciones presidenciales de 1990; con las tragedias asociadas con la explosión de las bombas en los años de agudización del narcoterrorismo; con la fuga de Pablo Escobar de la cárcel de la Catedral y con el apagón. En la situación actual, sin embargo, el pesimismo no aparece relacionado con un hecho específico sino con una suma de factores que los colombianos perciben de manera muy desfavorable desde el punto de vista colectivo.

Mal, hasta la economia
El país no sólo está viviendo una de las peores crisis políticas de su historia, sino que por primera vez aquella famosa frase que acuñó el ex presidente de la Andi Fabio Echeverry Correa, "el país va mal pero la economía va bien", no se está cumpliendo. El desempleo llegó en septiembre de este año a su nivel más alto en los últimos 10 años: 12,1 por ciento. La inflación, que venía bajando de manera sostenida, revirtió su tendencia y estará este año por encima del 21 por ciento. Las expectativas de los empresarios con respecto al futuro son bastante negativas y sólo 17 por ciento de ellos cree que la situación puede mejorar en los próximos seis meses, según las encuestas de Fedesarrollo (ver cuadro). El crecimiento de la economía será apenas la mitad del estimado a comienzos del año, es decir 2,5 por ciento frente al 5,2 por ciento de 1995. La violencia, por su parte, no da tregua. En todos los foros internacionales sobre el tema Colombia es citado como el país con los más altos índices de criminalidad en el mundo. Y si a eso se suma el hecho de que es también el país con mayor grado de impunidad, para nadie sería lógico pretender que los colombianos fueran muy optimistas. En el país, según cifras oficiales, se produce una muerte violenta cada 20 minutos; es decir, 40.000 homicidios por año. Esta cifra representa el doble de los que se cometen en toda Europa. Como si esto fuera poco, la semana pasada la revista The Economist reveló que en Colombia se comete el 45 por ciento de los secuestros que se producen en todo el mundo. Y también a un ritmo endemoniado: uno cada dos horas y media. Este panorama se ha visto agravado en los últimos meses por el aumento en los actos de violencia contra la población infantil. Del simple maltrato a los niños, que ha sido una constante en el país, se ha pasado a una situación en la cual las noticias sobre violación y secuestro de menores se han vuelto pan de cada día. Según la Secretaría de Salud de Bogotá, de las 17.355 lesiones reportadas en los primeros ocho meses del año, 4.765 corresponden a jóvenes menores de 18 años, y una quinta parte de estos son niños con menos de cinco años.En contraste, la efectividad de la justicia alcanza la ridícula cifra del 0,5 por ciento. Esto quiere decir que de cada 200 delitos que se cometen en el país solo uno obtiene castigo. En la actualidad hay más de cuatro millones de procesos represados en los estrados judiciales del país y casi ninguno se resuelve antes de cuatro años. En materia de orden público, aunque el país se ha acostumbrado a vivir con la guerrilla, nunca antes la gente de las ciudades había sentido tan cerca su presencia. La ofensiva de los últimos meses _como consecuencia de la cual, aparte de los muertos y los daños materiales, hay todavía 60 soldados secuestrados_ les recordó a los colombianos que están en guerra y que ésta ya no se circunscribe a los lugares apartados del territorio nacional. Tanto que por primera vez, en el medio siglo de existencia de la guerrilla, se está hablando en serio de la necesidad de aplicar una economía de guerra en el país. Todo esto se enmarca además en una situación política que ha llevado a los colombianos a sentirse en un atolladero del cual no saben cómo ni cuándo van a salir. La crisis no sólo ha ayudado a la gente a confirmar que hay serios problemas en el tejido moral del país sino que ninguna de las instituciones en que ha confiado tradicionalmente le ofrece una solución. A diferencia de lo que ha sucedido en otros momentos críticos de la historia, hoy son pocos los colombianos que le ven una salida a los problemas del país.Lo más grave de esta situación es que está afectando profundamente la vida cotidiana. La mayoría de los terapeutas consultados por SEMANA coincidieron en señalar que en los últimos meses habían tenido un aumento significativo en el número de personas que asistían a sus consultas. Según la especialista en terapia de pareja Marta Lucía Palacios, "el pesimismo es algo generalizado hoy en día entre las parejas. Les asusta el futuro económico y el personal, temen por la seguridad de sus hijos y no se sienten con ánimo para el sexo". Pero no sólo los adultos están sufriendo las consecuencias de esta situación. Las consultas de los terapeutas se han ido llenando poco a poco de jóvenes e incluso de niños que tampoco saben cómo manejar la crisis. La sicóloga de familia María Clara Arboleda asegura que "la desesperanza y la incredulidad están afectando también a los adolescentes. Lo que pasa es que ellos lo manifiestan de otra forma. Muchos buscan evadir la realidad a través del trago o las drogas. Otros lo hacen mintiendo o robando. La mayoría se ha vuelto indiferente y no quiere saber nada de la situación del país".Desesperanza aprendidaCon este panorama no resulta nada extraño que los colombianos no sólo estén altamente pesimistas, como lo demuestran las encuestas, sino que además estén entrando en una depresión colectiva, como lo afirman varios científicos sociales consultados por SEMANA. "Hay una sensación de fracaso colectivo. La gente siente que ni el Estado, ni los partidos, ni la Iglesia, ni las instituciones funcionan; se siente sola frente al mundo", aseguró el sociólogo Alvaro Camacho, director del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional.El pesimismo de los colombianos se puede explicar por lo que los expertos en sicología llaman la "desesperanza aprendida". Este es un concepto relacionado con la posibilidad que cree tener la gente de cambiar su destino con lo que hace. Según lo describe la sicóloga social María Elena López, "el pesimismo nace de que la gente siente que independientemente de lo que haga no puede cambiar las cosas". Esa sensación ha sido reforzada por la crisis política. Según Armando Montenegro, presidente de Anif: "Los colombianos sienten que el país está mal, pero no ven ninguna opción. Hay una sensación de bloqueo que no hace otra cosa que aumentar el pesimismo de la gente".Para nadie es un secreto que en Colombia siempre ha habido crisis. Pero, a diferencia de otras ocasiones, lo que caracteriza la situación actual es que la gente no le ve salidas. En esto son muy dicientes los resultados de la mayoría de las encuestas políticas que se han hecho en el país en el último año. Según dichos resultados, por ejemplo, la mayoría de los colombianos piensa que hubo dinero del narcotráfico en la pasada campaña presidencial, pero cree al mismo tiempo que la renuncia del Presidente de la República _que fue la persona directamente beneficiada con ella_ no aporta mucho a la solución de la crisis. Visto desde otra perspectiva, el pesimismo y la depresión de los colombianos estarían directamente relacionados con lo que César González, presidente de la Asociación Bancaria de Colombia, llama la "inocuidad de la ley". La gente siente que nadie le resuelve sus problemas y eso la lleva no sólo a defenderse como pueda _casi siempre de manera individual_, sino a perder la confianza en el Estado y en casi todas las demás instituciones que representan a la sociedad. Con excepción de la Iglesia, que aún conserva un 57 por ciento de credibilidad, ninguna otra institución tiene más del 50 por ciento de la confianza de los colombianos según la encuesta de Gallup (ver cuadro).

Desempleo generalizado A esa sensación de impotencia frente a los problemas políticos se suma el rápido deterioro de la situación económica. A estas alturas, es evidente que la economía está pasando por un ciclo recesivo cuya manifestación más grave para el común de la gente es el desempleo. Este no sólo afecta a las personas desplazadas de las empresas que tienen problemas económicos, sino que genera una sensación de inestabilidad general. Según la encuesta de Gallup, la mitad de los colombianos afirma conocer a alguien que ha perdido su empleo por culpa de la crisis que atraviesa el país, y eso pone a las personas a pensar seriamente en la estabilidad de su propio empleo. Los norteamericanos llaman a ese fenómeno el rompimiento del "contrato mental", que es la seguridad que genera el tener un período largo de tranquilidad laboral.
El problema del empleo es particularmente crítico en este momento. La tasa de desempleo abierto es la mayor que se registra en el país desde 1986. Y la tendencia es poco estimulante: por primera vez en la última década dicha tasa ha crecido durante cuatro trimestres consecutivos, incluyendo el período julio-septiembre, en el que siempre había caído. Pero más grave aún, de acuerdo con los conocedores del tema, es el hecho de que el número absoluto de personas empleadas en el país es inferior hoy en 50.000 personas al que había hace dos años. Esa cifra, contrastada con la promesa que había hecho el gobierno de generar 1.600.000 empleos durante su cuatrienio, ha generado un gran desaliento colectivo entre los colombianos. Y una gran frustración individual para millares de ellos.Según el sicólogo Rubén Ardila, "a las personas la sociedad las evalúa por lo que hacen, no por lo que son. Una persona desempleada pierde su identidad y al hacerlo pierde su autoestima. El trabajo es mucho más que una fuente de ingresos para las personas. Al perder el empleo se pierde el grupo de referencia y además la persona se desubica en el uso del tiempo. Eso genera un gran sentimiento de frustración, de agresión, que se traduce en malestar social. Las personas se vuelven amargadas, cambia la estructura familiar, la relación de pareja, y se pierde la respetabilidad frente a los hijos".No es gratuito por eso que a la suma de la tasa abierta de desempleo y la tasa de inflación _que incide de manera directa en la capacidad adquisitiva de la población_ los anglosajones le hayan dado el nombre de "índice de tristeza", o "índice de miseria", según la traducción. En Colombia la inflación ha variado tan poco en las últimas décadas que, de acuerdo con uno de los expertos consultados por SEMANA, "no produce ni frío ni calor". Pero cuando el Estado promete bajarla y no lo hace, y esa situación se ve acompañada por un fuerte aumento en el desempleo, la población se resiente. Y eso es lo que está pasando en este momento. En el último año, de acuerdo con las cifras oficiales, 'el índice de tristeza' colombiano aumentó 14 por ciento.Cuestion de autoestimaEl desempleo y la falta de control de la inflación no son los únicos fenómenos económicos que inciden en el pesimismo de los colombianos de acuerdo con los expertos. También lo es, por ejemplo, el hecho de que después de haberse acostumbrado a unos niveles muy altos de consumo en los primeros años de la década del 90, hoy vean restringida la posibilidad de acceder a la misma cantidad de bienes. Según Armando Montenegro, "es muy frustrante tener las cosas al frente y no poder cogerlas". O tener que hacerlo con recursos adquiridos con elevadísimas tasas de interés. De allí que los índices generales de confianza en el país que tienen que ver con variables económicas, como el que publica el semanario Portafolio, hayan caído tan dramáticamente en el último año (ver cuadro). Más allá de los problemas económicos, sin embargo, hay otra cantidad de factores que están afectando el estado de ánimo de los colombianos, y en par-ticular su autoestima. En palabras del sicoanalista René Soulier, "la gente respira una atmósfera generalizada de que el país va mal. Esta sensación se ha ido convirtiendo en una especie de bola de nieve que hace que hasta personas usualmente luchadoras se estén sintiendo cada día peor". Uno de esos factores es el hecho de que, debido al deterioro de las relaciones con Estados Unidos y al lío de la descertificación _sumados a la ya tradicional mala imagen del país en el exterior_ los colombianos están empezando a sentirse parias ante los ojos del mundo. Sin contar lo mal parado que sale el país cuando se comparan sus reacciones frente a los problemas cotidianos con las del resto del mundo. A cualquiera lo deprime saber que mientras en Bélgica la sociedad entera se levanta para protestar por la violación de un par de niños, en Colombia no pasa día sin que se tenga noticia de un delito similar. O que mientras en el país ocurren 40.000 homicidios por año, sin que a nadie parezca preocuparle, un solo homicidio genere en Gran Bretaña un gran debate parlamentario en torno de la permisividad de las políticas contra el crimen.Pero no sólo en temas de tanta trascendencia se juega la autoestima de un país. De acuerdo con un artículo reciente del Wall Street Journal, un factor importante en el nivel de optimismo que muestra hoy la población de Estados Unidos _cuyo estado de ánimo contrasta radicalmente con el de los colombianos_ fue la forma como ese país asumió el compromiso de realizar los Juegos Olímpicos y los éxitos alcanzados por sus deportistas. Para Colombia los Olímpicos fueron un fracaso. Desde la presentación misma de la delegación, que avergonzó a quienes presenciaron el desfile inaugural aun por la televisión, hasta la falta total de resultados, todo lo relacionado con los juegos fue un desastre que no hizo más que confirmar lo bajo que ha caído el país en materia deportiva. A diferencia de otras épocas, cuando ciclistas y boxeadores servían para mantener arriba el orgullo nacional, hoy el país _con la sola excepción quizás de los buenos resultados que viene obteniendo la Selección Colombia en las eliminatorias para el campeonato mundial de fútbol_ no tiene de qué aferrarse en materia terrenal.Todo parece indicar, en cambio, que la situación de inseguridad generada por la crisis ha hecho renacer en muchos colombianos el temor de Dios, independientemente de cuáles sean sus creencias. Para nadie es un secreto la proliferación de sectas religiosas que se ha dado en el país en los últimos años. Pero más significativo que ese fenómeno, en un país católico como Colombia, es el regreso de la gente a las iglesias. Según el padre Eduardo Cárdenas, sacerdote jesuita, "la existencia de una crisis en el aspecto vital ha hecho que la participación de los feligreses en la iglesia cristiana colombiana venga en aumento. Tanto es así que actualmente en muchas parroquias, como la de Nuestra Señora de Lourdes, en la capital de la República, los domingos se hacen hasta 14 misas, con una nutrida asistencia de fieles".Y para quienes no encuentran en Dios una buena alternativa, no faltan autores de libros de superación que de alguna manera contribuyen a mejorar la autoestima de sus lectores. De acuerdo con una rápida encuesta realizada por SEMANA entre los libreros de la capital, los libros de superación figuran entre los más vendidos en la actualidad y los pedidos se han incrementado notoriamente en 1996 con respecto a los años anteriores. Su precio va de 3.500 a 27.000 pesos por ejemplar y hay sitios donde se venden hasta 50 ejemplares diarios, como la Librería Nacional, según Angela Rivera, una de sus vendedoras.
El pais despechado
Ese afán de creer en algo inmaterial, o de buscar la superación de manera individual, tiene sus raíces, según los científicos sociales consultados por esta revista, en la falta de líderes que atraigan la atención de los colombianos. Según el politólogo Juan Gabriel Tokatlián, "la esperanza de las sociedades también tiene que ver con la capacidad de sus líderes para motivarlas y darles un destino común creíble y aceptable para la mayoría. Lo que pasa en Colombia es que no hay liderazgo, ni nadie que le esté ofreciendo a la gente la posibilidad de un futuro mejor". Esa misma situación ha hecho que Colombia no tenga un gran proyecto como Nación, una esperanza compartida que les permita a sus habitantes corregir el rumbo cuando éste se desvía. En opinión del médico siquiatra Luis Carlos Restrepo _autor del conocido libro El derecho a la ternura_ "el despecho se tomó al país. Ya no se trata solamente de un despecho afectivo, sino también social y político. Una sensación de impotencia y de torpeza acumuladas que lleva a la desesperanza". En opinión de Restrepo a los colombianos les pasa lo que a cualquier despechado: que vive idealizando amores y una y otra vez fracasa en sus intentos por normalizar su situación afectiva.
Por eso, tanto para Restrepo como para otros de los analistas consultados, resultan tan frustrantes experiencias como la de Bogotá. "Los bogotanos _dice Restrepo_ soñaban con que apareciera alguien que les solucionara su incapacidad para actuar colectivamente y por eso eligieron como alcalde a Antanas Mockus con una altísima votación. Hoy le están cobrando el que no sea como ellos querían que fuera". Con todos esos puntos en su contra, no es extraño que los colombianos sean cada vez menos felices. Mientras que en 1992 el índice de felicidad en el país era del 86 por ciento _de acuerdo con una encuesta de Carlos Lemoine_, en 1996 sólo el 64 por ciento de las personas residentes en el país manifiesta ser feliz. El 64 por ciento de felicidad sigue siendo, sin embargo, una cifra que contrasta con el pesimismo tan elevado que arrojan las encuestas. Y que sólo se puede explicar por el hecho de que ante la falta de un proyecto nacional, los colombianos procuran proteger su intimidad y vivir lo mejor que puedan dentro de su 'metro cuadrado' de territorio particular. Eso los salva de caer en la depresión total, pero a la larga se puede constituir en una amenaza de disolución, pues mientras más marcada sea la tendencia a jalar para su lado, más difícil será lograr el propósito nacional de sacar adelante el país.

"¿Qué pasará con nosotros?" Luis Alfonso González es vendedor ambulante. No sabe cuál será su futuro porque la alcaldía le dijo que tenía que irse porque está ocupando ilegalmente el espacio público. Su esposa y sus dos hijos, de 16 y de 14 años, trabajan con él. "Este año ha sido malo porque no hay comercio, las ventas han bajado mucho, la plata no se mueve como antes. Diariamente atiendo unas 500 personas, pero ahora gastan poquito. Sólo en las quincenas se mueve bastante. Como este año ha estado flojo, la plata alcanza menos, pero el arriendo sí sube. Cuando nos vemos muy mal, la oficina de chance es la que nos presta. Nunca antes habíamos tenido que pedir prestada plata. Antes cada año se vivía un poco mejor, pero este año ha sido peor. Y el próximo sí que va a ser duro, porque el 15 de noviembre nos saca la alcaldía de Chapinero para despejar el espacio público. Nos dijeron a todos los vendedores ambulantes que estamos en la zona que tenemos que desalojar, pero nadie nos ha dicho qué nos van a poner a hacer. Lo que sabemos es vender y nuestra clientela está aquí, pero comprar un local en este sector es imposible. Vale por lo menos dos millones y ¿de dónde los voy a sacar? No sé qué va a pasar con nosotros"."Tengo que trabajar por la mitad" Luis Carlos Rodríguez es contratista de obra. Hace dos años manejaba 70 personas. Este año apenas ha conseguido emplear a 15 y en 'remiendos'. Es casado, tiene 41 años y tres hijos, de 20, 18 y 17 años. "Estamos a punto de morirnos de hambre y el año entrante va a ser todavía más difícil. Porque una cosa es lo que dicen los noticieros y los periódicos y otra lo que uno está viviendo. Esto no va a cambiar hasta que salga Samper, y posiblemente tampoco después, pues seguro que son capaces de elegir a otro del narcotráfico y entonces será lo mismo. Para mí el nivel de trabajo ha bajado en un 50 por ciento, lo mismo que los ingresos y lo mismo que la calidad de vida. Ahora sólo tengo un patrón porque en las empresas donde trabajaba antes dicen que ya no hay trabajo, o quieren que uno haga todo regalado. El año pasado se pagaba el metro cuadrado de pañete a 1.500 pesos y hoy le están dando a uno 800, máximo 1.000 pesos. Además nos han puesto a pagar nuevos impuestos. En 16 años de trabajo esta es la primera vez que sufro una situación tan dura como ésta y sin embargo, yo no me quejo porque por lo menos he tenido con qué comer. Hay otros que están mucho peor. " "Hay que pagarpeaje para vivir" César Hurtado es historiador. Como profesor de la Universidad de Antioquia ha visto cómo sus estudiantes han ido perdiendo la motivación. "No se puede ser optimista al ver lo que está pasando en el país. Por los medios de comunicación nos damos cuenta lo imposible que resulta tener la oportunidad de una mejor calidad de vida. Paralelamente, los colombianos nos sentimos limitados en nuestra cotidianidad y esto nos vuelve aún más infelices. Vivimos sojuzgados en lo privado, los delincuentes, e incluso el Estado, nos cierran cada vez más el cerco impidiéndonos circular libremente o hacer lo que queremos. El colombiano no encuentra garantías en el Estado para poder oficiar como ciudadano. Cada día hay menos participación, se acaban los movimientos populares y también los estudiantiles. Los procesos de apertura y modernización de la economía traen más desempleo. Nadie cree en la clase política y la gente acude con desgano a las elecciones. Yo no veo una salida con la que podamos estar contentos, estamos viviendo en una sociedad basada en el temor, en la que casi que hay que pagar peaje para vivir. Esto genera un fenómeno de infelicidad y, por supuesto, de pesimismo. Con esta perspectiva, ¿qué nos espera?". "El futuro del país es muy negro"Uriel Angel es un ganadero caldense que tuvo que abandonar su finca en Arboletes ante las amenazas de la guerrilla por no querer pagar vacuna. Sólo hasta hace unos meses pudo volver con su esposa Silvia y sus hijos, después de 10 años de ausencia. Ahora está dedicado a reconstruir la hacienda que le quemaron los subversivos y a reponer el ganado que le robaron."¿Cómo es que Bolívar con un puñado de hombres semidesnudos y hambrientos sacó de Colombia tantos españoles y ahora un cura español, nos va a hacer ir a todos? Yo realmente no entiendo. La verdad es que para mí el futuro del país es muy negro. Uno mira para todos lados y no se ve por ninguna parte una clase dirigente, un líder que gobierne esto como tiene que ser. Hace falta alguien que mande. Como dijo el Papa Pío XII: 'El mundo se perderá por la maldad del 2 por ciento y por la cobardía del 98 por ciento restante'. Eso es exactamente lo que está pasando en Colombia en estos momentos. Tenemos que comprometernos todos y volver al trabajo honrado, como hicieron nuestros antepasados. Esa es la única posibilidad de sacar al país adelante. Hay que volver al campo, que es de donde vienen los alimentos, pero cómo si lo que hay es un desgobierno".