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El plan busca volver a sembrar productos abandonados hace años que tienen alta demanda en los mercados internacionales. | Foto: David Estrada Larrañeta

AGRO

Agro: ¿la tierra prometida?

Por medio del Plan Colombia Siembra, el gobierno se fijó la meta de llegar a 2018 con 1 millón de hectáreas más cultivadas con alimentos. ¿Cómo lograrlo?

3 de octubre de 2015

En el año 2000, Colombia produjo 25,6 millones de toneladas de alimentos y debió importar 5,5 millones. Han pasado 15 años y la película es la siguiente: si bien creció la producción a 31,4 millones de toneladas, las importaciones se duplicaron hasta llegar a 10,3 millones. Como quien dice, hoy los colombianos traen el 28 por ciento de su comida o la elaboran con productos que vienen del exterior.

Una cifra más dramática aún: Colombia tiene 22 millones de hectáreas cultivables, pero solo usa 7,1 millones. Es decir, el país tiene capacidad suficiente para abastecer el consumo interno e incluso volverse una potencia exportadora de productos agropecuarios, lo que le daría un valor estratégico.

Esta triste radiografía del campo no es nueva, pues ha sido suficientemente diagnosticada. En los dos últimos planes de desarrollo, el sector agropecuario ha figurado como una de las locomotoras del crecimiento con enfoque prioritario en las políticas públicas y en la inversión, pero se ha quedado en el papel.

En particular, el tema de recuperar y potenciar la vocación productiva del campo se volvió indispensable cuando llegaron los datos del censo nacional agropecuario, que desnudó la precaria situación del campo, y ante la coyuntura de una fuerte devaluación y una caída de los ingresos petroleros, que obligaron a buscar otros productos exportables.

Por eso, el gobierno y el sector privado –a través de los gremios agropecuarios– se pusieron a trabajar en una propuesta para ennfrentar la situación. En consecuencia, la semana pasada lanzaron en Santa Marta el Plan Colombia Siembra, que busca que para 2018 el país tenga sembrado 1 millón de hectáreas más para llegar a 8,1 millones y garantizar la seguridad alimentaria.

Invertirán 1,6 billones de pesos en los próximos tres años con la idea de reemplazar en 50 por ciento las toneladas que hoy se importan. De ese modo el sector pasará de crecer 2,3 por ciento (2014) a 6,2 por ciento en 2018, y generará 264.000 empleos en el campo en los próximos tres años. Con las nuevas siembras, el objetivo es aumentar las exportaciones agrícolas con una oferta más ampliada, aprovechando el potencial de cadenas como cacao, palma de aceite, aguacate hass, mango tommy y keitt, pasifloras (granadilla, maracuyá y gulupa) y uchuva, que tienen un gran espacio en el mercado internacional. A este grupo de productos se unen la carne bovina, la trucha y la tilapia con alta demanda a nivel mundial y con variedad de destinos aprovechables.

“Vamos a demostrar que somos capaces de sembrar lo que demanda el país. Teniendo en cuenta que en los últimos 25 años Colombia no ha sembrado más de 500.000 hectáreas en un cuatrienio, vamos a multiplicar lo de esos 25 años”, dijo entusiasmado el ministro de Agricultura, Aurelio Iragorri.

Ahora, el reto será volver realidad estas ideas, pues promesas para recuperar el campo han salido muchas y de los resultados muy poco se ha visto.

El presidente de la SAC, Rafael Mejía, dice que en este plan están de acuerdo gobierno y sector privado, lo que ofrece más posibilidades de que se ejecute. Sin embargo, advierte que como política pública no se puede dejar sola a la cartera agropecuaria. Para que el campo pueda despegar y convertirse en un motor de crecimiento se necesita mejor infraestructura, política comercial, bienes públicos e inversión social.

Se espera que este plan supere las dificultades que han tenido otros y lo más importante es que tenga continuidad. El programa País Maíz, impulsado por el entonces ministro Juan Camilo Restrepo, que buscaba objetivos similares al actual y había comenzado a dar resultados, se interrumpió con el cambio de jefe de cartera.

También, para que no se quede en el papel, hay que lanzar de una vez por todas el proyecto de la altillanura, donde está justamente la posibilidad de aumentar la frontera agrícola. Desafortunadamente los planes para esta zona se quedaron en el tintero por la falta de un proyecto de ley sobre las unidades agrícolas familiares y los baldíos que le dieran viabilidad.

En síntesis, se requiere aterrizar todas las propuestas y poner en práctica las recomendaciones de la Misión Rural para que el plan se convierta en el motor de desarrollo que el país necesita.