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¿Por qué les preocupa tanto a los empresarios la delimitación de la Línea Negra?

Los indígenas kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta enfrentan una difícil situación de seguridad. Viven a su ritmo y en calma, pero rodeados de violencia. SEMANA acompañó al defensor del Pueblo, Carlos Alfonso Negret, en una especial visita a esta comunidad.

31 de julio de 2018

A mitad de la noche aún se escuchaban pasos y había mucho movimiento en Pueblo Viejo, la capital de la comunidad kogui en la Sierra Nevada de Santa Marta. Tanto ajetreo era inusual en esta población que no tiene energía eléctrica y que se acuesta y se levanta muy temprano. Esa noche, varios de sus habitantes iban y venían de la kankurua, la casa ceremonial comunitaria y el único edificio que se distingue de los otros. Los trajes blancos que usan y su pelo largo y azabache, los hace lucir como espectros en medio de la oscuridad, pero en realidad se preparan para invitar al defensor del Pueblo, Carlos Alfonso Negret –quien llegó hace 12 horas a su caserío–, a una ceremonia privada.

Manojos de nada

Luego de hurgar en su mochila blanca, una de las varias que lleva terciadas al hombro, el mamo Alejo saca el puño cerrado de su interior. Con un gesto, invita a los recién llegados a acercarse. El primero en pasar es Negret, a quien se le hace una ofrenda. Intrigados, los miembros de la comitiva se acercan uno a uno a recibir lo inesperado, un puñado de algo, un puñado de nada, un puñado vacío. Enseguida pronuncia unas palabras en lengua kogui: “Les pido que todas las ideas, pensamientos y prejuicios que tuvieran sobre este lugar, los dejen en este momento, los guarden en su mano y me los entreguen”.

Estas frases las traduce Silvestre Gil Zarabata, representante de la organización Gonawindúa y quien ha sufrido amenazas de secuestro por su labor como líder kogui. Extrañados, los recién llegados van pasando con sus puños cerrados repletos de prejuicios, que entregan nuevamente al mamo Alejo. Solo entonces, después de más de seis horas a pie y a lomo de mula, a finales de octubre, llegó el defensor a Pueblo Viejo.

El día anterior, Carlos Alfonso Negret se bajó de un avión en Santa Marta. Sin descansar, se subió a un carro y comenzó su travesía para llegar a esa población, donde lo esperaban los mamos y líderes kogui para hacer una ceremonia de renovación del Bastón de Mando que, en septiembre de 2017, le habían entregado. Él y el expresidente Juan Manuel Santos son los únicos funcionarios públicos que lo han recibido. El bastón es un símbolo del respaldo y la protección de la comunidad por las acciones y esfuerzos que ha hecho para cuidar el territorio ancestral.

Consciente de este honor, Negret tomó una decisión: no arribar a Pueblo Viejo en helicóptero, como es costumbre, sino llegar a pie, como lo hacen los miles de indígenas que recorren el camino a diario. Luego de Santa Marta, la siguiente parada era Dumingueka en La Guajira, un caserío kogui construido hace diez años y donde Negret pasó esa noche.

Como advertencia del arriesgado camino que iba a emprender, un aguacero torrencial recibió a toda su comitiva antes de llegar a Dumingueka. Empapado, Negret explicó la otra razón para visitar Pueblo Viejo, la de hacer un seguimiento a la Alerta Temprana 045 de 2018, con la que la Defensoría del Pueblo advertía de las difíciles condiciones de seguridad que enfrentan las comunidades indígenas de la Sierra Nevada (sobre estas alertas hablamos en la página 52).

El tiempo de los kogui

“La sierra estaba colapsada por los grupos armados”, afirma José de los Santos Sauna, cabildo gobernador del pueblo kogui, quien ha sido representante de su comunidad ante el gobierno durante diez años. Por su cargo no solo ha sufrido de primera mano amenazas contra su vida, sino que su defensa del medioambiente fue motivo suficiente para que sicarios asesinaran a su hijo de 21 años en 2014. Sauna llegó a la sierra para cumplir con la cita de todas las autoridades indígenas con Negret.

Si bien varios koguis que acompañaban la caravana afirmaron que el viaje duraría cuatro horas, la comitiva de la Defensoría inició su ascenso a Pueblo Viejo en la madrugada, calculando todo el trayecto en diez horas. Sobre la falda de la sierra el cambio no es notorio, aún se ven utensilios tradicionales en las casas, en las que suena vallenato o reguetón y varios indígenas visten camisetas y jeans.

Tras dos o tres horas de camino no se oye nada más que las mulas de los blancos que van al pueblo indígena. Algunas casas kogui, todas casi idénticas, circulares y con techos en paja, aparecen de vez en cuando en algún punto escondido entre la montaña. Cada tanto, intempestivamente, también pasan niños y madres descalzas corriendo con familiaridad por el camino, por lo que no tardan en dejar atrás a todo el grupo.

La llegada al cerro Caracasaca marca la recta final pues, según Eliseo Gil, un indígena wiwa que acompañaba a la comitiva, Pueblo Viejo está a 20 minutos. Pero en la sierra todo es a la medida de los hermanos mayores y ese tercio de hora sumó, en total, 90 minutos; solo hasta ese momento el grupo comenzó a ver las primeras casas del pueblo.

A lo lejos se observa un grupo de koguis sentados sobre imponentes rocas incrustadas en la tierra. La comitiva avanza hacia ellos. El defensor Negret es recibido por el mamo Alejo y sus acompañantes, todos vestidos de blanco, de pelo largo y caras expectantes, y con el poporo con el que mambean siempre en la mano. Junto con los prejuicios, todo rastro de Occidente se evapora al llegar a Pueblo Viejo.

Todo rastro excepto la violencia de grupos ilegales como los Pachencas, brazo armado del Clan Giraldo, una milicia residual del Frente Tayrona de las Autodefensas Unidas de Colombia, cuya criminalidad caníbal ha permeado las zonas más bajas de la sierra en Ciénaga, Magdalena y Dibulla en La Guajira. Sumado a esto, las Autodefensas Unidas Gaitanistas también se disputan el territorio y ha habido un resurgimiento de estructuras del ELN. Tres grupos en guerra por una tierra que nunca ha sido suya.

El camino más corto

“La Línea Negra es el espacio territorial que está organizado desde un principio. Va de la parte media, desciende desde la sierra hasta llegar el mar. Por eso nosotros siempre hablamos de la defensa y la conservación de lo ambiental y cultural, porque nuestra identidad kogui no fue inventada, siempre ha estado aquí”, explica Silvestre Gil, de Gonawindúa.

Sin embargo, ese territorio ancestral ha sido invadido, paulatinamente, por colonos blancos y sirve, más bien, como cerco para mantenerlos alejados. “En ocho años hemos recuperado 163 predios. Eso representa más o menos 15.000 hectáreas”, sostiene José de los Santos Sauna. Estas acciones han sido posibles por una articulación entre las comunidades y el gobierno nacional, pero son insuficientes para garantizar la seguridad de los habitantes originales de la sierra.

“Hemos vivido acá desde antes de la Conquista y viviremos después. No nos vamos a ir”, fueron las palabras con las que se dio inicio a la ceremonia de renovación del Bastón. Mientras varios kogui narraban la importancia de la visita y enumeraban sus necesidades –como un centro de etnoeducación, mejores caminos y un puesto de salud cercano–, los cinco mamos de las cuencas murmuraban una especie de rezo. Uno por uno, imbuyen al bastón con sus creencias y lo pasan de mano en mano, absortos en un trance.

Enseguida, el defensor agradeció la ceremonia y el recibimiento, pero también advirtió que seguirá velando para que estas comunidades no sufran más por los hostigamientos de los grupos armados, pues es sabido que la resistencia pacífica ha sido el método de oposición a los violentos. “Nuestra arma ha sido la neutralidad desde la Ley de Origen”, afirma Sauna. La ceremonia consume todo el día y el negro de la noche, tan oscuro como no se ve en ninguna ciudad, consume todo lo que se ve.

El día siguiente marca el regreso y la señal de partir es el perfil de las montañas dibujado por los primeros rayos del sol. El retorno, con el camino conocido, siempre es más corto. Antes del mediodía el defensor Negret va en camino a Santa Marta. Pero atrás se quedan José de los Santos, Silvestre, el mamo Alejo y Eliseo, escasamente protegidos por la geografía de la sierra y pidiendo que se respete la Línea Negra, esa cerca cosmológica que ha nutrido toda su cultura y que ahora está sitiada por el canibalismo del hombre blanco y sus conflictos.