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¿Por qué se va ?

SEMANA revela los pormenores de la renuncia del ministro de Hacienda Roberto Junguito.

9 de junio de 2003

Desde finales del año pasado se venía rumorando que el Ministro de Hacienda se quería ir. Sin embargo cuando dio la noticia todo el mundo se sorprendió. Poco se entendía que el Ministro se fuera justo cuando está cosechando los frutos del doloroso ajuste que había comandado durante 10 meses. Con una economía en franca recuperación, era abandonar la fiesta en la mejor parte. Pero lo que para la gente es inexplicable para él era el timing perfecto. A sus 60 años, y con la experiencia de haber sido tres veces Ministro, sabe que hay que dejar el poder en la cresta de la ola. Por eso con su renuncia demostró que es tan buen político como economista.

La opinión también se confundió cuando el que salió en la televisión leyendo su carta de renuncia no fue Fernando Londoño sino Roberto Junguito. Era el Ministro del Interior y de Justicia quien estaba en la cuerda floja. Era a él a quien el Presidente había desautorizado en público luego de que había ofendido al Congreso con aquello "de que se la habían fumado verde". Pero el jueves Alvaro Uribe ratificó a Londoño y con él su promesa de que había nombrado ministros para cuatro años.

Mientras los colombianos se distraían, una vez más, con los fuegos artificiales en torno al caso Londoño, pasaba inadvertida una historia mucho más de fondo de roces y desencuentros entre el Presidente y su Ministro de la economía.

El primer enfrentamiento surgió a finales del año pasado cuando discutía el proyecto de reforma tributaria. Uribe era amigo de que el proyecto del gobierno contemplara de una vez algunas exenciones tributarias que podían apuntalar su política de crecimiento. Junguito, preocupado por el tema fiscal y con los compromisos ante la banca multilateral, era de la idea de que si el gobierno arrancaba la discusión en el Congreso incluyendo exenciones, la presión política de los parlamentarios iba a llenar la reforma de otras exenciones, convirtiéndola en otro intento vacuo que no incrementaría el recaudo de impuestos. El Ministro terminó cediendo, pero quedó molesto.

Luego vino la discusión interna en el gobierno del Plan de Desarrollo. Y otra vez el tema de las exenciones y los estímulos tributarios -esta vez relacionados con el fomento a la reforestación- volvió a tensionar la relación entre el Ministro y Presidente. El asunto se agravó y fue ahí cuando Junguito tomó la decisión, por primera vez, de renunciar irrevocablemente apenas se presentara el Plan ante el Congreso.

En efecto, el 6 de febrero en las horas de la tarde se radicó el proyecto de Plan de Desarrollo ante la secretaría del Senado. Minutos después el Ministro le anunció a su equipo que iba a presentar su carta de renuncia. En esas ocurrió una coincidencia trágica: el avión en el que iba su colega de gabinete, el ministro de Protección Social, Juan Luis Londoño, se había perdido y había consternación en el Palacio de Nariño. A Junguito no le quedó otra que archivar su carta.

El Plan comenzó su trámite por el Congreso y, como en todo Plan que se respete, arrancó la presión de los ministros, los congresistas, los gobernadores y los alcaldes por lograr que sus intereses fueran incluidos. Todos pedían más y más recursos y Junguito -comprometido con unas metas estrictas de ajuste- se había convertido en el malo de la película.

A fines de abril vino otro incidente que sacó de casillas al ministro Junguito. Sin consultar con él, el Presidente sacó un comunicado oficial en el que se declaraba preocupado con la revaluación del peso. "Además del efecto que tuvo este anuncio sobre la economía, se corría el riesgo de crear un conflicto innecesario con el Banco de la República, metiéndose en su terreno", dijo un analista. En otras declaraciones Uribe se metió a opinar sobre políticas propias del Banco, como la de regular la tasa de interés. Estos pronunciamientos repentinos molestaban a Junguito, quien se cuidaba mucho de no interferir en la autonomía del Emisor. No hay que olvidar que él mismo fue directivo del Banco.

El último roce, de hace unas semanas, surgió a raíz del conflicto entre Mauricio Aranguren, director de la Dian, y sus subalternos, el director de Aduanas, Leonardo Sicard, y la directora de impuestos, Consuelo Caldas. Junguito era partidario de evitar un remezón y el Presidente, en cambio, respaldó a Aranguren, lo que terminó con la salida de sus subalternos.

Para muchos observadores, de todos modos, los roces son naturales en un cargo público tan ingrato como el de Ministro de Hacienda en un país quebrado. Pero había un problema más de fondo. El estilo del Presidente chocaba con el estilo de Junguito. Había respeto y admiración entre los dos pero no había química. Junguito es un ministro de muchos quilates y necesita una autonomía de vuelo que es difícil de aceptar para el estilo microgerencial deUribe. "El Presidente no resistía un Ministro con tanta autonomía y fuerza", dijo una persona cercana a Junguito.

Uno de sus mayores disgustos fue, por ejemplo, cuando le impusieron al superintendente bancario, Jorge Pinzón, cuando su candidato era Gerardo Hernández, secretario de la Junta del Banco de la República. Por otro lado, el estoico compromiso de Junguito con la política de austeridad también reñía semanalmente con los célebres consejos comunitarios que, más allá de la pedagogía democrática, terminaban siendo un listado de peticiones de recursos que el Ministro no estaba dispuesto a girar.

Otro factor que nunca le gustó a Junguito fue el hecho de que en el gobierno hubiera tanto ministro de Hacienda ad doc. Todos opinaban sobre la política económica: Juan Luis Londoño, Rudolf Hommes, Fabio Echeverri y hasta Fernando Londoño. Y Junguito, con su alto perfil y experiencia, no estaba para esos trotes.

Consciente de sus diferencias con el primer mandatario, y sintiendo que ya había cumplido la tarea que le había sido encomendada, la de encaminar la economía por la senda del crecimiento, Junguito resolvió concretar su aplazada renuncia. Por eso su decisión estaba tomada desde hacía unos días. Sólo que esperó la mejor coyuntura. Con el Plan de Desarrollo aprobado y la demostración más fehaciente de éxito: un trimestre de sólido crecimiento, podía dar por terminado su ciclo. La discusión que recién comienza, la de la Ley de Presupuesto, ya marca un nuevo proceso que no estará libre de conflictos y requiere renovadas energías que traerá un ministro fresco en el cargo. "Ese papel de 'Doctor No' lo fue desgastando y creo que no quería volverlo a desempeñar", dijo uno de sus subalternos.

El hecho de que iba a viajar a Estados Unidos esta semana le ofrecía el escenario perfecto y le permitía presentar al nuevo ministro, Alberto Carrasquilla, ante la comunidad financiera internacional. Menos conocido que Junguito en los círculos de la banca multilateral, Carrasquilla de todos modos tiene una excelente reputación de economista brillante y, si se quiere, es más ortodoxo que el mismo Junguito. (ver recuadro).

Quizá sin proponérselo Junguito repitió su historia y, al igual que en 1985, cuando fue ministro de Hacienda de Belisario Betancur, capoteó una grave crisis y salió cuando ya la economía estaba fuera de peligro. (ver recuadro).

Ahora falta ver qué reacción produce la noticia entre los caprichosos operadores internacionales, que son especialmente sensibles a los cambios ministeriales en los fluctuantes mercados emergentes. Según varios analistas consultados por SEMANA, es posible que se perciban algunas turbulencias inmediatas, pero si el nuevo jefe de la cartera envía señales de que habrá continuidad en la política de ajuste -algo que es muy probable- retornarán la calma y la confianza que ya se ha ganado el gobierno. Claro está que esto también depende de la suerte del referendo y de la habilidad con que Carrasquilla maneje a un Congreso que está terminando su luna de miel con Uribe.

Ahora, la herida que abrió el ministro Londoño en las relaciones con el Congreso aún está abierta. En los círculos políticos se decía el viernes que "salió quien debía quedarse y se quedó quien se debía ir". Pero Junguito, que ha toreado en varias plazas, sabe que se va en el mejor momento. Capoteó su salida con una magistral verónica. Es lo que se llama el arte de saberse retirar a tiempo.