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Se ha vuelto costumbre que en las posesiones presidenciales en Colombia haya que destinar dinero para comprar sombrillas para ofrecer a los invitados. | Foto: Esteban Vega

POLÍTICA

Vientos de agosto, el día en que el uribismo volvió al poder

La lluvia, el frío y un ventarrón que parecía apocalíptico marcaron la ceremonia de transmisión de mando en la plaza de Bolívar. Así vivió SEMANA la posesión de Iván Duque.

7 de agosto de 2018

Se ha vuelto costumbre que en las posesiones presidenciales en Colombia haya que destinar dinero para comprar sombrillas para ofrecer a los invitados. En los tiempos de César Gaviria, Ernesto Samper o Andrés Pastrana bastaba con paraguas blancos o negros, pero desde Juan Manuel Santos se mandaban a hacer con el nombre del presidente, incluso con la paloma de la paz que fue el símbolo de su segundo mandato. Los invitados se los peleaban así el cielo estuviera vestido de azul y blanco, pues se convirtieron en el souvenir por excelencia de las transmisiones de mando. Los paraguas que se repartieron este 7 de agosto en la plaza de Bolívar, en la posesión de Iván Duque, no alcanzaron ni para el recuerdo. Casi todos quedaron en el vendaval en el que el presidente más joven de la historia de Colombia tomó juramento de su nuevo cargo.

Cerca de dos mil invitados ocuparon las sillas que cubrían media plaza de Bolívar. Fueron llegando desde el mediodía por las calles del centro de la ciudad, totalmente acordonadas por efectivos de la policía y el Ejército como si se tratara de los días más convulsos del gobierno de la seguridad democrática. Tuvieron que superar varios filtros, el de la Avenida Jiménez, el del edificio Murillo Toro, y el de la Casa del Florero. Fueron recibidos como si Bogotá estuviera de carnaval, a un lado el Ballet folclórico de Sonia Osorio, y junto al lado del Palacio de Justicia por la compañía de salsa Delirio. Pero bastaba con levantar la mirada hacia arriba para ver el más bogotano de los cielos. Los cárdenos nubarrones que se habían posado desde la mañana amenazaban con desatar su furia sobre la estatua de Simón Bolívar.

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A las 3 de la tarde, el medio aforo de la plaza que se había acondicionado para los visitantes estaba al completo. Los primeros en llegar a su sitio vieron desfilar a cada uno de los presidentes extranjeros que acudieron a la invitación del nuevo mandatario. También el arribo de congresistas y expresidentes colombianos, incluso se sorprendieron con el apretón de manos entre Andrés Pastrana y Ernesto Samper a quienes les fueron asignadas sillas contiguas.

Luego, las pantallas gigantes comenzaron a transmitir en directo los pasos de Iván Duque desde el palacio de San Carlos, sede de la Cancillería, hasta el Capitolio. Un recorrido que cualquier capitalino hace en un par de minutos, pero ocupó casi 15 al nuevo presidente pues allí se había instalado una calle de honor con algunos parlamentarios. Cuando las pantallas proyectaron el abrazo de Duque con Armando Benedetti, los asistentes dedicaron una rechifla monumental al senador del Partido de la U. En cambio hubo aplausos, aunque tímidos, cuando las cámaras de la transmisión oficial registraron el abrazo con el representante Álvaro Hernán Prada, el mismo que fue llamado a indagatoria por la Corte Suprema de Justicia en la decisión que vinculó al expresidente Álvaro Uribe.



Los paraguas, que muchos querían llevarse intactos como recuerdo, empezaron a cubrir como un tapete la plaza de Bolívar. A las 3:30 de la tarde, Duque juró cumplir la Constitución. “Viva el presidente Iván Duque”, fue el grito que salió entre las sillas de los invitados. Luego posesionó a Marta Lucía Ramírez, su vicepresidenta. Ernesto Macías, presidente del Senado, cuyo protagonismo en teoría se reducía a poner la banda presidencial, tomó la palabra y exprimió al máximo sus 15 minutos de fama.

No había terminado los saludos protocolarios cuando comenzó a soplar un ventarrón que incluso amenazó con llevarse las hojas de su discurso. Lo que empezó a llevarse fueron los paraguas que quedaban volteados del revés e inservibles. Las banderas de Colombia que se habían desplegado en las columnas del Capitolio, el viento las hizo sonar como truenos y las fue derribando una a una. Las telas azules que vestían los andamios empezaron a ser agujereadas por operarios para que no se fueran a venir al piso, como en aquella escena de la silla vacía en San Vicente del Cagúan, donde Tirofijo dejó con los crespos hechos al presidente Pastrana, cuando las banderas de Colombia también eran rotas con machete para que no se las llevara el viento.

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Macías no tardó en hacer mención a Álvaro Uribe cuando lo llamó el más grande colombiano de la política de los últimos tiempos. “Le rendimos un homenaje por haber salvado a Colombia…”, dijo el senador. “Uribe, Uribe, Uribe”, fue el grito que salía de entre los paraguas.

Y como si las palabras del presidente del Congreso hubieran desatado la furia de los dioses, el viento ya no dejaba paraguas abierto, se llevó el andamio de la segunda pantalla gigante, y los invitados abandonaron sus sillas y se fueron a los bajos del Palacio de Liévano, sede de la alcaldía de Bogotá, para guarecerse de la lluvia y del ventarrón. No hubo truenos, pero las palabras de Macías parecían anunciar una tormenta.

A las 4:00 de la tarde, cuando Duque tomó la palabra, la gente ya no podía aplaudir del frío que les había congelado las manos. Las banderas de Colombia y del Vaticano, izadas en la catedral, sonaban como si se tratara del apocalipsis. El andamio de la segunda pantalla gigante había sido desmontado para evitar accidentes, y las banderas del Capitolio se cayeron como si los vientos de agosto fueran vientos de tempestad. Probablemente, Duque redactó y preparó su discurso como si el sol fuera el que alumbrara sus palabras, pero la lluvia y el ventarrón fueron los que se las llevaron. Como si el destino hubiera querido que el nuevo presidente capoteara el temporal desde el primer minuto de su mandato.

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Lo que pocos invitados se llevaron fue el paraguas blanco con la bandera de Colombia y el nombre de Iván Duque que recibieron a la entrada. La mayoría quedó hecho trizas por el vendaval y sin posibilidades de convertirse en un recuerdo. Los vientos de agosto marcaron el regreso del uribismo al poder.