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¿Puede ser este hombre inocente?

Todo parece indicar que el principal sospechoso en el atentado de El Nogal no sabía que llevaba la bomba.

3 de marzo de 2003

A las 7:25 de la noche del viernes 7 de febrero, 40 minutos antes de que estallara la bomba en el club El Nogal, Oswaldo Arellán se bajó de la camioneta Land Cruiser blanca que conducía su sobrino John Freddy Arellán y se subió a un Renault Megane rojo ámbar. Se les veía tranquilos porque estaban a punto de cumplir una misión en apariencia sencilla: ingresar los dos vehículos a la sede del exclusivo club del norte de Bogotá. Ninguno de los dos sospechaba que en el interior de la silla trasera del Megane una poderosa organización les había camuflado 200 kilos de explosivos.

A John Freddy le tomó 10 minutos llegar a la portería de la carrera quinta, el sitio de acceso regular de los socios. Eran las 7:35, tal como quedó consignado en la minuta de control, cuando autorizó, en su calidad de socio, la entrada de un Megane rojo que llegaría poco después. Oswaldo, de 45 años, se detuvo en la garita de seguridad, se identificó, y sin mayor inconveniente se dirigió al tercer sótano y estacionó el Megane entre dos camionetas: un Grand Cherokee verde y una Nativa azul.

Cuatros meses antes ese mismo Megane estaba estacionado en la vitrina de un concesionario de automóviles del norte de Bogotá. Hasta allá había llegado John Freddy el 26 de septiembre del año pasado. Buscaba un carro que fuera cómodo y lujoso, haciendo gala de la ostentación que había exhibido en el último mes. No sólo estaba comprando un carro de 36 millones de pesos en efectivo sino que ese mismo mes adquirió una acción empresarial del club El Nogal por 37 millones de pesos que también pagó de contado.

Dos hechos muy sospechosos para un hombre de 26 años que hasta hacía algunos meses vivía en un cuarto de alquiler en el centro de Bogotá por el que pagaba 60.000 pesos mensuales. Ni siquiera contaba con sus ingresos de instructor de squash pues, para la época, cumplía casi dos años de sanción por la Federación Colombiana de Squash, lo que le impedía participar en torneos o dictar clases, los medios habituales de subsistencia. Como si lo anterior fuera poco, su pequeña empresa de construcción de invernaderos, Invernar Invernadero, tenía pasivos por 17 millones de pesos.

Los vendedores del concesionario no volvieron a saber del Megane rojo hasta una semana después del atentado, cuando varios miembros de los organismos de seguridad llegaron a las instalaciones de Autonal a preguntar por el carro y su comprador. Un pequeño pedazo del Megane con el número serial del motor llevó a los investigadores a establecer que el vehículo que había causado la muerte de 36 personas y herido a 169 había sido vendido en ese establecimiento.

Al revisar la factura de compra descubrieron que el Megane figuraba a nombre de Oscar Javier Torres, un hombre de 22 años de edad que trabaja en un lavadero de carros del barrio Cedritos. Según declaró Torres en la Fiscalía, su amigo John Freddy Arellán le pidió el favor de prestar su nombre para comprar el Megane y le explicó que necesitaba hacer esto para evitar que le embargaran el carro por las deudas que tenía. En efecto, la tarjeta de propiedad y el registro de la matrícula automotriz aparecen con la firma y la huella digital de Torres. Lo más extraño es que Torres puso en la tarjeta de propiedad un teléfono celular que no le pertenece y como su dirección un lote vacío. No obstante, como lo pudo establecer SEMANA, en ese lote operó hace algunos años un establecimiento de squash, donde precisamente John Freddy inició su carrera deportiva, a mediados de la década de los 90.

Los inicios de John Freddy

John Freddy comenzó a jugar squash a los 20 años, una edad a la que otros ya habían sido o eran campeones. Ingresó en este mundo deportivo de la mano del instructor Eusebio Ardila, quien lo presentó en el club Superracquet, un centro con cuatro canchas públicas de squash y dos de raquetball en la calle 140 con séptima, como un joven con ganas de aprender a jugar.

En cuestión de meses demostró que tenía potencial, dominó la técnica, se destacó entre los demás jugadores por ser zurdo y por su tenacidad se convirtió en instructor de este lugar entre 1995 y 1996. Allí también conoció a Luisa McKlein, una profesora inglesa del colegio Anglo Colombiano, mayor que él, quien fue su novia durante algún tiempo y, a juzgar por lo que se ha venido a conocer ahora, una persona muy importante en su vida. Ella no sólo lo acompañó a cuanto torneo jugó y le aconsejó con insistencia que aprendiera inglés, también parece ser que le regaló un pasaje para que la visitara en Inglaterra y, según la versión que él contaba siempre a sus conocidos, le dio la plata para que se comprara un Sprint, el cual vendió luego para pagar deudas. Juan Carlos Santacruz, director de la Federación Colombiana de Squash, dice que desde que Arellán aprendió a jugar marcó el sendero que recorrería hasta el día de su muerte: "Tuvo inconvenientes por indelicadezas mínimas que se acrecentaron cuando empezó a ser instructor". Desde entonces dejó ver que era ambicioso, mentiroso y arribista.

Prueba de esto es su fugaz paso por el Bogotá Tenis Club en 1996, a donde llegó como auxiliar. Allí duró sólo ocho meses porque era irresponsable, no cumplía los horarios de clase y parecía más interesado en lo que ganaba con el rebusque al vender tenis, ropa y raquetas. Pero su buena estrella y su personalidad extrovertida le abrieron otra puerta. Arellán consiguió trabajo de nuevo como instructor de planta en el Squash Club, unas canchas del centro de Bogotá, a las que primero asistió como jugador. Allí estuvo hasta mayo de 2000, cuando el sitio fue comprado por la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Durante ese lapso vivió en una pieza del apartamento de una modista, ubicado en un edificio contiguo al Teatro Metropol, sobre la calle 24. Quienes lo conocieron entonces lo recuerdan como un hombre jovial, entrador y que siempre estaba metido en negocios varios. En esa época, por ejemplo, tenía una chiva turística con su tío Oswaldo y llevó a un arquitecto hasta un lote entre los municipios de Pandi e Icononzo, que supuestamente había recibido en herencia, donde quería construir un gigantesco centro recreacional. Pero lo suyo era sin duda el squash. Era lo que le había permitido abrirse paso en el selecto mundo de los clubes y encontrar nuevas oportunidades de vida.

Arellán consiguió trabajo en el club La Estancia hasta el primer trimestre de 2001. En ese lapso fue instructor, manejó una boutique de productos de tenis dentro del club y se encargó de sellar su suerte en el mundo del squash. Las autoridades lograron determinar que tuvo un problema con tres cheques y le quedó debiendo 2.300.000 pesos a un proveedor, quien le había entregado la mercancía a crédito porque la junta directiva del club respaldó al instructor. Estos hechos coincidieron con su extraño retiro de las canchas.

La Federación Colombiana de Squash suspendió a Arellán como jugador e instructor de este deporte hasta que no resolviera sus problemas económicos. Juan Carlos Santacruz, presidente de la Federación, recuerda que le dijo en ese momento que le "parecía insólito que le debiera a cada santo una vela y que no podía volver a dictar clases hasta que pagara todas sus deudas". Tan severa fue esta sanción que cuando pidieron referencias suyas de Ecuador, a donde había enviado su hoja de vida cuando solicitaron un profesor colombiano, la Federación no lo recomendó. En tan sólo cinco años el jugador se había cerrado todas las puertas en el mundo del squash: tenía fama de mentiroso y de ser indelicado en asuntos de dinero. "Era ventajoso con la plata y se ganó esa fama por chichiguas", dice la Tata Castro, campeona femenina de squash durante muchos años, a quien nunca le pagó unas raquetas importadas.

Ante esta perspectiva Arellán se dedicó a jugar torneos de racquetball. En 2001 ya figuraba como segundo en la categoría A, en diciembre fue campeón nacional en Barranquilla y en julio de 2002 aparecía en el puesto número 13 en la categoría open. Pero su sueño, según le dijo a Santacruz en diciembre del año pasado, era volver a ser instructor. A varios de sus colegas les comentó en más de una ocasión que este año iba a volver al squash. Sin embargo, lo que las autoridades han descubierto es que durante los últimos seis meses Arellán estaba un poco alejado de las canchas y se había dedicado de lleno a Invernar Invernaderos Ltda., la empresa que había creado en diciembre de 2001. Una compañía que fundó a título personal con 500.000 pesos.

Como entro a El Nogal

Con esta firma John Freddy trató de adquirir en octubre de 2002 una acción empresarial de El Nogal. Pero los reglamentos del club no permitían empresas unipersonales. Por esta razón John Freddy decidió vincular a sus tíos, Fernando y Oswaldo Arellán, y a Gabriel Delgadillo, para crear una sociedad limitada y poder ser aceptado en El Nogal. Según su tío Fernando Arellán, de 49 años, John Freddy los había convencido de la importancia de comprar la acción del club porque era el escenario ideal para hacer contactos y desarrollar nuevos negocios. "En El Nogal, John veía la oportunidad de nuestras vidas. Yo mismo le di siete millones de pesos. Sólo fui una vez al sauna, el cual era muy bonito pero no volví porque me pareció que ese club era para otro tipo de gente", dijo Fernando a SEMANA. Estaba claro que en la mente de John había una obsesión por crecer económicamente. Incluso aspiraba a tener negocios por fuera de las fronteras.

Su último negocio fue con el ciudadano francés Stephan Frederick Delheur, con quien estuvo reunido con sus tíos en la sede de Invernar tres horas antes de que estallara la bomba. Al término de esa reunión John Freddy les propuso a sus tíos Oswaldo y Fernando irse al club. Oswaldo aceptó entusiasmado, tal como lo recuerda su hermano Fernando. Este, sin embargo, no pudo acompañarlos porque su hija se encontraba sola en su casa, ubicada en un populoso barrio del suroccidente de Bogotá. Fernando recuerda que los vio por última vez cuando se subieron a la camioneta Land Cruiser blanca. John Freddy iba vestido con un traje de paño color gris. Tomaron rumbo al norte. El, en cambio, salió en la dirección contraria. Cuando Fernando llegó a su casa saludó a su pequeña hija quien, impresionada, le comentó que algo terrible había ocurrido porque los noticieros hablaban de una gran explosión. Era la bomba de El Nogal.

En cuestión de pocos días el dolor de Fernando se transformó en indagación al ver que sus familiares pasaban de ser inocentes víctimas a temidos terroristas. Su sobrino es señalado de coordinar la entrada del carro bomba y su hermano el hombre que conducía el Megane rojo. Un carro que, según dice, nunca conoció. La aparente tranquilidad de John y de Oswaldo se explica, para algunos investigadores, en el hecho de que no sabían que llevaban 200 kilos de explosivos. Sin embargo algunas pesquisas han llevado a las autoridades a barajar la hipótesis de que los dos hombres sabían de todos modos que estaban haciendo algo ilegal. Aunque algunos investigadores sospechan que quizá creían que estaban participando en un plan de secuestro que se ejecutaría en El Nogal ese día, hasta ahora es una versión que se ha manejado con mucha cautela, pues no hay evidencias contundentes al respecto.

Lo único claro es que detrás de la bomba de El Nogal la responsabilidad va mucho más allá de las sospechas que pesan sobre el sobrino y tío muertos. Desde el primer momento el gobierno no dudó en señalar a las Farc. Y lógica no les faltaba. El grupo subversivo ha trasladado la guerra a las ciudades y ha acudido a los más siniestros métodos terroristas, tal y como quedó demostrado con los morteros que lanzaron el día de la posesión del presidente Alvaro Uribe o con los distintos carros bomba que han estallado en los últimos meses en todo el país. Pero una cosa es la lógica del análisis y otra la contundencia de las pruebas. La pregunta que todos los colombianos se hacen después de haber leído y oído los medios de comunicación en las últimas dos semanas es ¿qué relación existe entre un jugador de squash mentiroso y mala paga y su tío y la más sanguinaria columna de las Farc?

Coincidencias con las Farc

Hasta ahora no se ha divulgado ninguna prueba concreta que vincule a John Freddy o a su tío con alguna estructura de las Farc. Sin embargo todos los indicios y pruebas circunstanciales señalan a esta organización, y específicamente a la columna Teófilo Forero, como los autores intelectuales del atentado. ¿Qué pruebas tienen las autoridades?

En primer lugar, un desplazamiento masivo y sistemático de combatientes de frentes rurales a Bogotá. Por medio de guerrilleros recién reinsertados las autoridades detectaron grupos élite de subversivos que se hospedaron en distintos hoteles y casas de Bogotá. La coordinación logística de este personal la llevó a cabo Marbel Zamora, jefe de la red urbana de las Farc Antonio Nariño. La interceptación de una docena de celulares y los testimonios de varios informantes llevaron a los organismos de inteligencia a determinar que algo grande se estaba cocinando en contra de Bogotá y más concretamente en los alrededores de la residencia de la embajadora de Estados Unidos, a escasas cuatro cuadras de El Nogal. Diez días antes de la explosión de El Nogal organismos de inteligencia colombianos le advirtieron al jefe de seguridad de la embajada de Estados Unidos que reforzara la seguridad de la residencia de la embajadora Anne Patterson. También hablaron con el FBI en Colombia y muy informalmente averiguaron quiénes eran los vecinos de Patterson.

En segundo lugar, el modus operandi del atentado de El Nogal coincide con el utilizado en la escalada terrorista que han hecho las Farc en los últimos seis meses. El explosivo, anfo, es el mismo utilizado en los recientes atentados de la guerrilla. El medio, los carros bomba, se han convertido en el arma preferida de la nueva ofensiva. Tan sólo en Bogotá se desactivaron 12 carros bomba en los últimos seis meses. Y tampoco es nuevo que utilicen conductores que desconocen la carga que llevan y son sacrificados en el acto terrorista, como sucedió con las tres personas que han muerto en Arauca en estas condiciones este año.

En tercer lugar, los principales sospechosos para la Policía son los guerrilleros 'Javier Tanga' y 'Javier Paz', muy cercanos al 'Mono Jojoy', a quienes han señalado como los autores intelectuales de los últimos atentados en Bogotá. Si bien están involucrados en las peores acciones terroristas de la capital, no existe -hasta el cierre de esta edición- ninguna prueba concluyente que los vincule con El Nogal.

No sólo los indicios y las circunstancias apuntan hacia las Farc, sino que en un ambiente de guerra frontal contra la guerrilla muy pocos pusieron en duda que las Farc estuvieran detrás de este hecho. Sin embargo, para las autoridades la planeación, el perfil de las personas escogidas y el conocimiento de la filigrana urbana abren la posibilidad de que si fueron las Farc no actuaron solas.

¿Palos de ciego?

No obstante, esta semana, cuando se cumple un mes del atentado, la opinión pública está desconcertada por las múltiples contradicciones en las informaciones que se han filtrado a través de la prensa sobre el joven jugador de squash y uno de los casos de terrorismo más graves en la historia del país. Pese al tiempo transcurrido ninguna autoridad ha salido oficialmente a explicar en qué va el caso. Hasta el viernes pasado no había una sola persona vinculada formalmente a la investigación, no había un solo detenido directo pese a que algunas autoridades hablan extraoficialmente de 24 órdenes de captura pendientes y una lista de solicitud de 50 allanamientos que deberían empezar a hacerse efectivos esta semana. Además sobresale el tremendo desorden interno en los entes investigativos, lo que se refleja en la fragmentación de datos y la lluvia de hipótesis. Un investigador reconoce que la enorme presión presidencial para aclarar lo sucedido ha desencadenado una carrera de relevos entre los organismos de seguridad del Estado para mostrar avances, en lugar de suministrar pruebas técnicas y científicas.

Lo que no puede ocurrir es que este doloroso atentado vaya a quedar en la impunidad tal como ha ocurrido en ocasiones anteriores con hechos semejantes. Después de las voces de condena todo se disipa en el olvido. Es probable que la verdad definitiva sobre el papel desempeñado por John Freddy Arellán nunca se sepa. Sin duda era un hombre ambicioso. Le gustaba mucho el dinero y hacía muchas maromas para conseguirlo. Pero eso no significa que tuviera conocimiento de que iba a ejecutar un acto de barbarie como el de El Nogal. La hipótesis de que era cómplice y de que sus socios lo traicionaron no es muy convincente. Y hasta ahora nadie conoce al testigo que dice que a John Freddy le advirtieron que la bomba iba a estallar a las 10 de la noche (sería la prueba reina). Su participación en este episodio, como lo piensan varios investigadores, deja la impresión de que si bien se prestó para algo ilegal, fue engañado en el ingreso de los 200 kilos de explosivos al club. En todo caso está muerto y no puede defenderse. Por lo tanto, las autoridades tienen que ser aún más prudentes y responsables.