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A las puertas de la resistencia civil

La moraleja que los indígenas del Cauca le mandaron a Colombia es que si se quiere la paz hay que meterle el hombro, y que cuando el pueblo toma conciencia de su fuerza los bastones de mando pueden más que los fusiles.

3 de septiembre de 2001

Despues de que las gentes les han perdido el respeto sólo una cosa es peor para la guerrilla: que les pierdan el miedo. Y esto parece ser lo que ha empezado a suceder en Caldono y Bolívar, donde sus habitantes decidieron decirle ¡no más! a la guerrilla y salir a las calles a ponerle el pecho a las balas, a impedir la destrucción y el saqueo de sus pueblos y el asesinato de sus policías.

La señal es clara: están hastiados de la guerra. No la soportan más. Quieren que los violentos se vayan a disparar a otra parte y le piden al gobierno que les dé seguridad.

Con las acciones de Caldono y Bolívar la sabiduría indígena se ha mostrado aplastante: mientras los alcaldes del nororiente antioqueño buscaban la fiebre en las sábanas, tratando de retirar los cuarteles de la Policía de los cascos urbanos, dándoles el tratamiento de leprocomios de principios de siglo, los indígenas caucanos optaron por exigir respeto a la comunidad y sus bienes, así como a vivir en paz y bajo la protección de las autoridades legítimas, tanto propias (cabildos) como nacionales.

Después de muchos intentos para que a los civiles no se les involucre en el conflicto, y cuando los violentos ya no sólo matan sino que hacen polvo sus patrimonios y sus pueblos, las gentes han dado un nuevo paso. Han superado las experiencias de las zonas de paz, de Urabá, Mogotes y Tarso, y los recientes ejercicios de Lerma y Pioyá, para darle paso a la acción directa, a la resistencia activa.

Ningunos más calificados que los paez (Nasa-yuwe) para dar el primer paso en este sentido, pues nadie nunca los ha podido someter, desde los conquistadores españoles hasta los terratenientes, los paramilitares y los insurgentes de hoy día.

Este ejemplo le pone un nuevo y poderoso ingrediente al desarrollo del conflicto, y aunque muy seguramente no se repetirá con facilidad en otras regiones del país, al menos en el inmediato futuro, muy seguramente se continuará repitiendo en el Cauca y se replicará luego en comunidades con mucha violencia, alta cohesión social y bastante independencia de los actores armados. El éxito de haber impedido la destrucción de sus pueblos sin el recurso de la violencia es tal vez el mejor logro de una sociedad que clama por la paz y que observa atónita cómo, bajo la sombrilla de las negociaciones, se está gerenciando la guerra.

La regularización y sistematización de este tipo de acciones muy pronto tomará cauce, ya llegan rumores que para enero se realizará en el Cauca una gran marcha, en la que un millón de personas, de 41 municipios, sellarán un pacto para desterrar a los violentos e impedir la toma y destrucción de sus pueblos. De ser esto viable los actores violentos verán reducidos drásticamente sus espacios de acción. El riesgo es que ni paras ni guerrilleros tengan la suficiente cabeza fría para entender a cabalidad este nuevo giro en la confrontación y decidan, antes que el ejemplo tome cauce, embestir a otro pueblo del Cauca y reducirlo a escombros junto con quienes traten de impedirlo.

De ocurrir esto, hecho nada improbable y para lo que debemos estar preparados, la experiencia no se detendrá, lo previsible es que tome más fuerza y rápidamente se extienda a comunidades menos cualificadas para ello. Las características de nuestra sociedad para repetir fórmulas exitosas, desde la creación de universidades de garaje hasta las extorsiones y los secuestros, permiten esperar que ésta, a pesar de sus altos riesgos, se repetirá de nuevo y se extenderá a otros fenómenos de la violencia. Lo más factible es que su próximo paso involucre los atentados contra la infraestructura eléctrica. El reciente apagón a que la guerrilla sometió al departamento del Chocó hizo que la paciencia de sus habitantes tocara fondo y dio las primeras señales en este sentido. La gente quiere ir hasta donde los violentos para exigirles que dejen reparar las torres y que suspendan sus voladuras. A la miseria del Chocó no se le puede sumar más pobreza en nombre de la revolución.

Lo cierto es que este fenómeno de la comunidad entera saliendo a las calles, en medio de la balas, para impedir la toma de sus pueblos, no se quedará allí, esta es apenas la punta del iceberg, ya que la gente no sólo está clamando porque no le destruyan su patrimonio material y cultural, sino por el derecho a vivir, a vivir en paz y a progresar. Por esta vía no sería de extrañar, que más temprano que tarde, las poblaciones se movilicen hacia los campamentos de guerrilleros y paramilitares para exigirles la liberación de sus secuestrados y el abandono de sus territorios.

Los acontecimientos del Cauca son posiblemente la primera notificación seria y espontánea que les hace la sociedad a los violentos para que abandonen sus prácticas y se metan de lleno en un proceso de paz que le ponga fin a la contienda.

Por cuenta de Ben Laden y de los indígenas del Cauca se les está mandando a los actores armados el claro mensaje de que han llegado los tiempos de la negociación. Desde el exterior se les está diciendo que en este mundo ya no caben los terroristas y desde adentro que estamos hastiados con su violencia.

Es fundamental que guerrillas y paras entiendan este mensaje y cambien su discurso, pues las gentes ya no pudieron aceptar que quienes dicen hablar en su nombre y defender sus intereses sean los mismos, y en nombre de la misma causa, quienes los secuestren, extorsionen, asesinen y destruyan sus pueblos.

Si la guerrilla no logra estructurar un proyecto político digerible y no opta por una estrategia distinta a la de imponer sus razones con un AK-47, jamás encontrarán un espacio legítimo en nuestra sociedad. El tiempo para hacerlo en condiciones ventajosas se les está agotando.

Las señales para las Farc, de que lo ocurrido en Caldono y Bolívar era predecible, fueron evidentes en la reciente movilización comunitaria para buscar y exigir la liberación de los cooperantes alemanes secuestrados por ellas. La rabia que acompañó la movilización era otra clara indicación en este sentido. Si las Farc hubieran interpretado correctamente estas señales no habrían seguido toreando a los paez, y más inteligente aun, se habrían ganado la prórroga de la zona de distensión con una declaración unilateral, así fuera temporal, de suspender la toma de poblaciones. De haber hecho esto último aún estaríamos escuchando las alabanzas y los aplausos en su nombre y se habrían evitado el salir de Caldono y Bolívar con el rabo entre las piernas.

La moraleja que los indígenas del Cauca le mandaron a Colombia es que si usted quiere la paz tiene que meterle el hombro, y que cuando el pueblo toma conciencia de su fuerza los bastones de mando pueden más que los fusiles.