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El reingreso de Alberto Santofimio a La Picota, el jueves pasado, es el último capítulo de una larga carrera que osciló entre la política y los vínculos con los carteles de la droga.

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Punto final

Por qué el fallo contra Santofimio por el magnicidio de Galán es histórico.

3 de septiembre de 2011

La condena a 24 años de cárcel para Alberto Santofimio Botero por el asesinato de Luis Carlos Galán, por parte de la Corte Suprema de Justicia, marca un hito histórico en un país en el que los grandes magnicidios nunca habían sido esclarecidos.

Ni la muerte del líder liberal Rafael Uribe Uribe a golpes de hacha en las escaleras del Congreso hace cien años, ni la de Jorge Eliécer Gaitán, asesinado a bala en plena carrera séptima de Bogotá en 1948, se han resuelto. En el primer caso, un juicio público concluyó, cuatro años después del asesinato, que los dos sicarios a sueldo habían sido los autores solitarios. En el segundo, el oscuro pistolero -Juan Roa Sierra- fue linchado por la turba el 9 de abril y nunca se supo quién estuvo detrás del crimen. En ambas ocasiones terminaron pagando los matarifes del momento y las investigaciones de fondo fueron desviadas desde el primer día.
 
Por eso el fallo de la Corte Suprema que dejó en firme la condena de 24 años de cárcel para el exsenador y exministro Santofimio Botero es tan significativo. Los nueve magistrados de la Sala Penal del alto tribunal confirmaron la condena de Santofimio como "coautor responsable" del homicidio y ordenaron que fuera capturado para que pague los 21 años que le restan. En este momento, a sus 69 años, está en el patio de los parapolíticos en la cárcel La Picota de Bogotá.

La Corte Suprema cuestiona y rectifica el criterio del Tribunal Superior de Cundinamarca, que había absuelto en 2008 a Santofimio Botero, y confirma la decisión del juez de primera instancia que lo había condenado en 2007. El fallo le da plena credibilidad al testimonio de Popeye, uno de los sicarios más cercanos a Pablo Escobar, y al refuerzo que a ese testimonio le dieron otros testigos como el excongresista Carlos Oviedo Alfaro, quien fue asesinado seis meses después de salir de prisión; otro sicario de Pablo Escobar, el Mugre, y Pablo Elías Delgadillo, quien fue la mano derecha del zar de las esmeraldas Víctor Carranza.

La condena es histórica, también, porque al tratarse de un peso pesado de la política contradice la percepción de que en Colombia la justicia solo funciona para los de ruana. Santofimio es un nombre que no les dice mucho a las nuevas generaciones, pero que fue un gran protagonista de la política colombiana. La pregunta, en la década de los setenta, no era si Santofimio iba a ser presidente, sino cuándo. En ese entonces se perfilaba como uno de los más brillantes políticos del momento y el orador más arrollador de su época. A los 21 años ya era secretario de Gobierno de Ibagué, a los 32 llegó a ser ministro de Justicia y, dos años después, presidente de la Cámara de Representantes. Santofimio estaba en el primer lugar de la fila india de una nueva generación liberal y se llegó a pensar que tenía despejado el camino a la Presidencia.

Pero lo traicionó su ambición, que lo llevó a despreciar principios y a desconocer barreras legales, y se le cruzó Luis Carlos Galán, un contemporáneo suyo en la vida pública empeñado en demostrar que el ejercicio del poder se podía hacer enarbolando la ética y luchando contra los poderes mafiosos de la política.

Para comienzos de los ochenta, Santofimio ya era reconocido como uno de los grandes oradores que había dado la política, y amigos y enemigos reconocían su inteligencia, su cultura y su maquiavelismo.

La primera falta grave de Santofimio fue a los 35 años, cuando ya era presidente de la Cámara de Representantes. En ese entonces fue a dar a la cárcel por la firma de cerca de seiscientos contratos de prestación de servicios técnicos que tenían como beneficiarios a menores de edad, personas fallecidas o gente que definitivamente no iba a trabajar. Estuvo seis meses en la cárcel. En febrero de 1979 el Tribunal Superior de Bogotá lo absolvió.

En 1982 tuvo otro episodio oscuro cuando recibió en su movimiento político -Alternativa Liberal, una tendencia que arrollaba en su departamento, el Tolima- a Pablo Escobar. El capo había sido expulsado del Nuevo Liberalismo, la fuerza que había creado Galán como disidencia del oficialismo de su partido. Escobar era suplente del representante Jairo Ortega. Y aunque Santofimio ha dicho que también lo expulsó, hay varios testimonios de que su relación con Escobar se mantuvo. Entre ellos, una foto que se hizo famosa de un paseo en la Hacienda Nápoles, en mayo de 1983.

Su cercanía con la mafia no se agotó con sus vínculos con Pablo Escobar. Santofimio es uno de los pocos políticos que tuvieron vínculos con los carteles de Medellín y de Cali a la vez. El exministro volvió a la cárcel en 1995, cuando era senador, por el Proceso 8.000. Fue uno de los primeros en admitir que recibió dinero de los hermanos Rodríguez Orejuela para su campaña. Pagó tres años y medio de prisión.

Y como si todo esto fuera poco, Santofimio también hizo parte de uno de los primeros escándalos en que resultaron involucrados varios congresistas por el pago exagerado de mesada pensional. Lo que hacían era incluir factores no salariales, como viáticos y pasajes aéreos, para inflar la mesada. Se pensionó en 1996, mientras estaba en la cárcel, y en 2005 el Consejo de Estado le rebajó la mesada de 18,3 millones de pesos a 14 millones.

A pesar de estos episodios reprochables, Santofimio despertaba fascinación entre sus seguidores. "Cada vez que salía de prisión era recibido con manifestaciones de apoyo, cual Diomedes Díaz en Valledupar", escribió alguna vez El Nuevo Día, de Ibagué. También cosechaba votos: desde la cárcel, en 1978, sacó 180.000, una suma que aun 30 años después muy pocos alcanzan. Marcó récord para la época: sacó tres senadores y seis representantes a la Cámara.

Abogado de la Universidad del Rosario y especialista en Ciencia Política y Administración Pública, llegó a tener tanto poder en Tolima que era común oír que en el departamento no se movía una hoja sin su autorización. Con su labia llevaba a las masas al paroxismo, despertaba pasiones, pero también polarizaba.

La antítesis de este luchador que nunca dio su brazo a torcer era Luis Carlos Galán. Solo le llevaba un año de edad. Aunque también de provincia -nació en Bucaramanga-, fue ídolo del electorado bogotano pero fue igualmente precoz en la política: ministro de Educación a los 26, en el gobierno de Misael Pastrana. Galán era el revés del carisma de Santofimio y llegaba a otro tipo de audiencias, más urbanas, universitarias y jóvenes. Y más que un hábil manejador de la mecánica clientelista, era un idealista que quería limpiar la política del narcotráfico, una especie de quijote que pretendía combatir a las mafias que se estaban empezando a tomar el país.

Santofimio y Galán chocaron como dos enormes planetas en el escenario político de los años ochenta. En 1982, Santofimio acusó a Galán de haber ocasionado el fracaso del Partido Liberal en las elecciones que ganó Belisario Betancur. En 1984, la mafia asesinó al ministro galanista Rodrigo Lara Bonilla. Este había desenmascarado a Pablo Escobar ante la opinión pública y el capo había respondido con una denuncia por un cheque del narcotraficante Evaristo Porras Ardila, que supuestamente había llegado a las arcas de la campaña de Lara. Galán señaló a Santofimio de ser el jefe de las maniobras para destruir la honra de Rodrigo Lara Bonilla.

Los enfrentamientos entre estos dos se extendieron y subieron de tono, y para nadie era un secreto que ambos se encontrarían nuevamente en la recta a la Presidencia en 1990. Para ese momento Santofimio había perdido gran parte de su magnetismo con las masas y Galán, en cambio, al regresar al Partido Liberal para buscar ser candidato único se encontraba en la cumbre de su carrera. La ofensiva sangrienta de los carteles de la droga contra el Estado y la sociedad solo hacía subir como espuma el discurso beligerante y moralista de Galán. En 1989, el terrorismo de Escobar tenía acorralado al país. Santofimio estaba en plena campaña y percibía a Galán como su gran obstáculo para alcanzar el poder. El fallo de la Corte Suprema contra Santofimio le concede gran importancia al testimonio de Popeye, quien afirma que oyó a Santofimio cuando le dijo al capo, en repetidas ocasiones, que si Galán era presidente lo extraditaría para vengar la muerte de Rodrigo Lara. Luis Carlos Galán, con su vehemente discurso contra la penetración de la mafia en la política, era un enemigo común de Alberto Santofimio y Pablo Escobar.

El fallo de la Corte Suprema así lo resalta y por eso es tan valioso. Porque más allá de castigar la culpabilidad del determinador de un magnicidio que conmocionó al país hace 22 años y cercenó su esperanza, pone de presente que el asesinato de Galán no fue un episodio aislado sino un capítulo de la larga lucha entre la ley y la mafia, entre el Estado de derecho y el poder de la violencia, y de los repetidos intentos del narcotráfico por infiltrar la política y las instituciones mediante instrumentos diversos, como los carteles de la droga de los años ochenta, los paramilitares de los noventa y las Bacrim del siglo XXI.

Este fallo deja al descubierto verdades aterradoras de lo que corre por entre las venas de la estructura de la nación colombiana. El asesinato de Galán fue la expresión más palpable y delirante de la alianza de narcotraficantes, paramilitares, políticos y agentes del Estado para imponer un proyecto político mafioso.

Para la época del asesinato de Galán estaban llegando a su clímax de violencia el narcotráfico y los paramilitares, cada uno en su versión más cínica: ni los narcos disfrazaban su negocio criminal de lucha antisubversiva ni los paramilitares habían dejado a un lado su guerra contra las Farc por las millonarias ganancias de la coca. En el Magdalena Medio se entrenaban y armaban ejércitos completos para combatir a la guerrilla y, de paso, acabar con la UP, su brazo político. En el entretanto le daban forma a Morena, su expresión política, que ya contaba con una decena de alcaldías.

Es el mismo proyecto parapolítico y militar que se reproduce 15 años después con la toma de un gran porcentaje del Congreso y de poderes locales y regionales por parte de esta tenaza ilegal y armada, pero esta vez con el rostro de jefes paramilitares más mediáticos como Carlos Castaño o Salvatore Mancuso.

En el crimen de Galán se combinaron todos los ingredientes que han azotado a Colombia en los últimos 25 años. Los narcotraficantes, que quieren sacar a quienes se les atraviesen en su camino, pues no hay duda de que Pablo Escobar fue el autor intelectual. Los paramilitares, que desde entonces tenían figuras como Henry Pérez, que "les hacían favores a los políticos", según declaró hace dos años el Negro Vladimir, que pagó 16 años de cárcel por la masacre de La Rochela.

El asesinato de Galán se planeó en la Isla de la Fantasía, en Puerto Boyacá. Los matones estaban conectados con los agentes del Estado que les facilitarían sus movimientos hasta el punto que cuando el sicario en jefe del crimen, Jaime Rueda Rocha -un gatillero entrenado por el mercenario israelí Yair Klein-, se fugó de La Picota, dos agentes del DAS lo escoltaron para que llegara sano y salvo hasta Puerto Boyacá.

También hubo infiltración de la mafia en organismos del Estado, fenómeno que se ha repetido de forma dramática en los años siguientes. Están demostradas las sospechosas fallas del jefe de escoltas y los cambios que hizo en el equipo semanas antes del crimen. Esos testimonios coinciden con la carta que a manera de testamento escribió uno de los sicarios a su mamá un mes antes de ser asesinado en la cárcel Modelo. Refiriéndose a la operación que montaron para matar a Galán, escribió: "Estuvimos de buenas porque le cambiaron (a Galán) algunos escoltas y metieron a otros que trabajaban con Helí Muñoz (otro de los sicarios) aquí en Bogotá. Entonces todo fue mucho más fácil". El director del DAS de la época, Miguel Maza Márquez, está actualmente detenido por esa razón.

El caso Galán también ilustra las fallas protuberantes de la justicia, que solo pudo llegar después de cojear durante 22 años. Este puede ser uno de los más monumentales falsos positivos de la historia de Colombia. Como si se tratara de una lotería, la Policía recogió en las calles de Bogotá y Soacha a 17 personas, entre ellas el barranquillero Alberto Jubiz Hazbún, y cinco días después del crimen las presentó como los asesinos de Galán. Y a pesar de que mataron a todos: desde el gatillero Rueda Rocha -que se fugó con un disfraz y un año y medio después lo asesinaron a sangre fría-, hasta el congresista Oviedo Alfaro, pasando por los otros seis sicarios detenidos, dieron el caso por esclarecido.

Este fallo de la Corte Suprema muestra que los males que condujeron al asesinato de Galán siguen vivos y que los tentáculos del narcotráfico siguen acechando. El último capítulo de esta historia es el fenómeno de la parapolítica, que ahora evolucionó hacia unas bandas criminales y mafiosas que buscan tomarse el poder local y regional en las próximas elecciones.

En los años ochenta, se dio un primer duelo entre dos concepciones sobre la política: Santofimio y Galán. Con el magnicidio de este último, esa batalla no la ganó Santofimio pero sí la perdió el país. Veintidós años después, con el fallo de la Corte contra Santofimio, no se puede decir que la batalla entre política y mafia la haya ganado el país -está lejos de hacerlo-, pero es un gran paso.