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El pasado 20 de julio, el presidente saliente, Álvaro Uribe, y el entrante, Juan Manuel Santos, protagonizaron la celebración de los 200 años de Independencia. Ese día tuvo lugar una revista aérea nunca antes vista.

BICENTENARIO

¿Qué celebramos?

Colombia cumplió dos siglos como república independiente. SEMANA hace una reflexión sobre el significado de esta histórica fecha, cuáles fueron las promesas de entonces y qué tanto se han cumplido.

24 de julio de 2010

Al cumplir 200 años de Independencia, una pregunta obvia es ¿qué es de verdad lo que estamos celebrando?

Mientras en Estados Unidos ese mismo festejo, en 1976, tuvo el tono optimista de una nación que se separó de Inglaterra para convertirse en un país próspero y poderoso, en Colombia hoy muchos dicen que "no hay nada que celebrar". El historiador Marco Palacio, por ejemplo, en un artículo reciente sobre el tema, trae a la luz la desigualdad social, que en su opinión es hoy tan apabullante como la de 1800. Y ve en la política de seguridad de Colombia, "que relega a un segundo plano los derechos humanos", una inspiración ajena a las luchas de independencia.

¿Qué celebramos? Pensadores conservadores como José Manuel Groot o Miguel Antonio Caro sentenciaron en su momento que en vez de progreso había reinado el atraso económico, las guerras civiles y el desorden social. En 1910 se oyeron voces similares: los primeros 100 años de vida independiente eran de guerras civiles y de pocos avances, que contrastaban con el progreso de los Estados Unidos o de Argentina. La guerra civil de los Mil Días, que había ensangrentado al país de 1899 a 1902, había llevado a la pérdida de Panamá y a la dictadura de Rafael Reyes.

Pero si los conservadores hispanistas ponían en duda la bondad de la independencia (aunque reconocían que era inevitable), los liberales la veían como justa y necesaria: ella nos había traído la igualdad legal, el fin de la esclavitud, la democracia, la soberanía popular, la promesa de la igualdad social.

A mediados del siglo XX, sin embargo, surgieron otros críticos desde la izquierda: Luis Eduardo Nieto Arteta, por ejemplo, un historiador liberal con algunas lecturas marxistas, llegó a la conclusión, en su influyente libro Economía y cultura en la historia de Colombia, de que la Independencia no había servido de mucho: los criollos eran una élite de blancos ricos y poderosos que se independizaron de España ofreciendo igualdad y libertad a todos, pero no se animaron a hacer las verdaderas revoluciones, que tuvieron que esperar hasta mediados de siglo: apenas en 1851 se abolió la esclavitud y solo en 1861 se destruyó el poder del clero. La verdadera ruptura con el pasado era la de Tomás Cipriano de Mosquera.

En la siguiente celebración, la de los 150 años, la pregunta siguió sin respuestas satisfactorias. En 1960 circuló con mucho éxito el libro Los grandes conflictos sociales y económicos, de Indalecio Liévano Aguirre, quien coincidía con críticos de izquierda en pintar a Camilo Torres o a Francisco de Paula Santander como unos oligarcas leguleyos que ni siquiera querían la independencia de España, pues pensaban en realidad en defender sus privilegios de criollos blancos. Si hubo independencia fue porque dirigentes locales movilizaron al pueblo contra esas oligarquías y los obligaron a hacer lo que no querían: sus héroes eran José María Carbonell y Antonio Nariño y sus villanos, sobre todo, Torres y Jorge Tadeo Lozano.

El presidente Alberto Lleras, en su discurso del 20 de julio de ese mismo año para inaugurar el Museo de la Casa del Florero, aprovechó para reprochar a quienes querían convertir la Independencia en una "vasta conspiración oligárquica. Solo admiración podemos sentir por quienes concibieron y lograron al fin una república de leyes, instituciones, derechos, responsabilidades, capaz de producir en 150 años la que estamos viviendo -dijo el mandatario-. No podían crearla, ciertamente, perfecta. No podían impedir que el abuso tradicional de los funcionarios españoles se prolongara entre los criollos, ni que fuera tomado el día de la autonomía como el de la sucesión de los privilegios".

Lleras escribía cuando apenas se estaba saliendo de otra ola de violencia, la que había sufrido el país entre 1948 y 1957, otra vez, como a comienzos del siglo, con una dictadura como resultado. Si los colombianos, en 150 años, todavía se mataban entre sí, ¿por qué echarles la culpa a los héroes de la Independencia?

Esa tercera celebración, como en los dos casos anteriores, se realizaba en un momento en el que muchos creían que por fin se había logrado la paz. En 1910 confiaban en el acuerdo entre los dos partidos. En 1960, el Frente Nacional, encabezado por Alberto Lleras, ofrecía el fin de la violencia. Y hoy, en 2010, la seguridad democrática aparece como la que finalmente nos sacará de la violencia (aunque las tasas de homicidio son todavía más altas hoy que en 1910 o en 1960).

Quizás tiene razón Lleras: no podemos echarles la culpa a Torres, Nariño, Santander o Bolívar de lo que los colombianos no han sido capaces de hacer. Pero esto no quita el interés de ver qué se prometía entonces y qué se logró, y cómo le ha ido a nuestro país comparado con otros.
 
1. La economía
 
Los líderes de la Independencia creían que con ella saldríamos del atraso. Pero no fue así. En la última época de la Colonia, la Nueva Granada estaba progresando; el crecimiento entre 1760 y 1810 contrasta con los resultados de 1810 a 1850, cuando la producción nacional se estancó o decayó. La misma guerra fue costosa y el país quedó endeudado. Se destruyeron bienes y ganados que tomó años recuperar. La minería, principal producto de exportación, solo superó hacia 1880 el volumen de 1800.

El crecimiento colombiano empezó realmente a partir de 1850, con la liberación del comercio y las exportaciones de tabaco. Hubo una nueva época de estancamiento entre 1880 y 1910, y el gran período de auge es de 1920 a 1950, los años de la industrialización y el triunfo de la economía cafetera.

De la Independencia a hoy, Colombia ha crecido más lentamente que Argentina, Chile o Venezuela, pero más o menos al mismo ritmo de toda América Latina. No nos ha ido ni mejor ni peor. Eso sí, nos fue mucho peor que a Estados Unidos, que creció muy rápidamente, y, en las décadas recientes, que países del sudeste asiático, así como Japón y España, que estaban apenas un poco más adelante que nosotros a mediados del siglo XX.

 
2. La igualdad

Los dirigentes de la Independencia buscaron que los hombres tuvieran los mismos derechos y fueran iguales ante la ley. Y en ese sentido, la Independencia produjo avances inmediatos: los criollos, mestizos y mulatos recibieron derechos que antes no tenían, como el de no ser encarcelados sin causa y no pagar impuestos que no fueran aprobados por un congreso nacional. Pero los prejuicios no se acaban a punta de leyes y la sociedad siguió creyendo en gente mejor que otra. La esclavitud desapareció en 1851 y muchos de los antiguos esclavos se convirtieron en campesinos pobres, algunos ascendieron (hubo ministros negros en el siglo XX), pero en general vivieron en peores condiciones que el resto de la población. Los indígenas lograron también la igualdad legal, pero primero los afectó la pérdida de las tierras, que muchos vendieron cuando se las entregaron, y después la tutela religiosa que se estableció sobre ellos desde 1887. Solo la Constitución de 1991 les ofreció realmente el cumplimiento de las promesas de la Independencia. 

3. Hacer una nación
 
En 1810 el país era un archipiélago de villas y pueblos aislados. La idea de Colombia como una nación se ha ido construyendo de a poquitos. En la Independencia, porque sus habitantes se unen contra España, y en los años siguientes, cuando se separa a los colombianos de Venezuela y Ecuador. Este proceso fue difícil: en la Independencia las pretensiones de Bogotá de dirigir la lucha, por encima de lo que dijeran Cartagena o Popayán, creó las primeras guerras civiles, las de la Patria Boba. El conflicto entre federalismo y centralismo produjo las guerras civiles de 1839 y de 1861, y el país ensayó el federalismo entre 1863 y 1886. Después volvió a ensayar el centralismo, hasta que la Constitución de 1991 estableció un intento de balance, con mucha autonomía local y municipal y mucho centralismo. Y fue también difícil porque viajar a la capital era, hasta mediados del siglo XX, para alguien de Antioquia o la costa, un esfuerzo de días o semanas. En muchos sitios eran raros los de otras partes. El país se conoció a partir de la vuelta a Colombia, los campeonatos de fútbol, las radionovelas y las telenovelas, y el auge del turismo popular en los últimos 30 años. Pero ya somos, irremediablemente, una Nación. 
 
4. La independencia internacional
 
Colombia se liberó de España y sus dirigentes soñaban con integrarla al mundo de las naciones avanzadas. Tres modelos se ofrecían: los Estados Unidos, una nación que hacía poco era también una colonia, pero que había creado la primera democracia pujante de la historia moderna. Para muchos era el ideal a seguir: un país federal, sin un gran poder central, donde hasta los jueces eran elegidos por el pueblo, con tolerancia religiosa. Otros veían en Inglaterra el modelo: equilibraba la aristocracia y la república, el imperio más rico de la época, sin los excesos populares de los Estados Unidos. Unos cuantos más miraban a Francia, contradictoria por sus ideas revolucionarias, pero que había perdido su atractivo con el regreso de la monarquía. Bolívar prefirió a Inglaterra, y en los años finales de su vida trató de crear una confederación americana bajo el protectorado de ese imperio. Santander veía en los Estados Unidos, que todavía no habían comenzado a mostrar su ambición imperial, el modelo favorito y el socio apropiado para defendernos de las monarquías europeas. En el siglo XIX no fuimos muy apetecidos por los colonizadores: nadie quiso colonizarnos, ni llenarnos de inmigrantes, ni traer el capital que nuestros dirigentes querían. Solo el Canal de Panamá atrajo la mirada de Francia y después de Estados Unidos: por él perdimos a Panamá, y de 1903 a 1921 tuvimos relaciones hostiles, pues nuestra dignidad nos impedía buscar la amistad y el comercio con el agresor. En 1921, el deseo de promover el petróleo, de que llegaran inversionistas como a Venezuela, nos hizo ceder, y firmamos un tratado que desde entonces nos permitió entrar a la órbita de Estados Unidos. Somos un país independiente, pero hemos escogido, en parte voluntariamente, en parte por los costos de cualquier otra opción, hacer parte de su órbita de influencia. ¿Alguien sugiere alternativas muy diferentes?

5. La educación

 
A finales de la Colonia, algunos criollos empezaron a preocuparse por la educación. Según ellos, el verdadero camino al progreso era el conocimiento. Participaron con entusiasmo en la Expedición Botánica de José Celestino Mutis. En 1803, Miguel de Azuela propuso la educación universal para todos los niños. En 1810, don José Ignacio de Pombo, un rico comerciante de Cartagena, escribió: "Las fábricas que nos hacen principalmente falta, las que son capaces de sacarnos de la actual miseria, las que remediarán todos nues­tros males y las que nos proporcionarán las de la industria que deseamos, son fábricas de sabiduría". Esta idea de que todos los hombres libres debían educarse fue muy fuerte en la Independencia, y por eso pusieron, en todas las constituciones, la regla de que había que saber leer y escribir para votar y ser elegido: los que no lo supieran hacer iban a ser engañados y manipulados por otros. Pero mientras se enseñaba a todos, decidieron que hasta 1840 tendrían el derecho de votar, para que hubiera tiempo de educarlos.

En realidad, el país se gastó 200 años para lograr que el analfabetismo se volviera una pequeña minoría: hoy, por primera vez desde la Independencia, todos los niños aprenden a leer y escribir (aunque quedan muchos analfabetos, adultos y viejos). Esta promesa se fue cumpliendo muy lentamente. Pero quizás era la más importante, la que habría permitido superar más rápidamente la desigualdad y la pobreza. Y es probablemente el factor que más ha ayudado a que haya una población que tiene derechos teóricos, pero no puede exigirlos porque no ha recibido una educación básica, y a que no exista una política informada, una política de opinión.

Así como la semana pasada en todo el país se celebraron los 200 años de Independencia con conciertos y juegos pirotécnicos, hace 100 años, cuando liberales y conservadores lograron cierto acuerdo político, la celebración en Bogotá fue ante todo una declaración de buenas intenciones. La exposición industrial que se hizo en Bogotá, en el parque que recibió su nombre de las celebraciones, el Parque de la Independencia, era una muestra del talento nacional, de la capacidad de trabajo que podría triunfar si había orden y paz. Liberales y conservadores participaron con entusiasmo en las fiestas, en las que hablaron oradores como Rafael Uribe Uribe o Marco Fidel Suárez. Se decía que si superábamos la pugnacidad política, si lográbamos la convivencia, el país podía entrar de verdad en el camino del progreso y de la paz. Los organizadores Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín, contagiados del entusiasmo, notificaron que toda la vitalidad de la celebración del Centenario de la Independencia era un "indicio inequívoco de la altura a la que llegaría la Nación si se hiciera el único ensayo que aún no se ha hecho, el de 20 años de paz". Y todavía los estamos esperando.