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Jueves, 07 de septiembre 4:30 P.M.

Que descanse en paz

¿Para qué sirve la Semana por la Paz? ¿Realmente tiene alguna utilidad? ¿Cuáles son sus beneficios? José Fernando Hoyos, editor de temas sociales de SEMANA, reflexiona sobre este acontecimiento.

José Fernando Hoyos
7 de septiembre de 2006

La Semana por la Paz comenzó por iniciativa de los jesuitas en 1988. Tras una profunda reflexión sobre la situación de violencia en el país, la comunidad encontró que era necesario apoyar iniciativas de la sociedad encaminadas a buscar la paz. La Iglesia apoyó la iniciativa y se convirtió en un movimiento nacional que desde 1994 es organizado y liderado por la Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas (Redepaz), que reúne a ONG, iglesias, académicos y personas interesadas en consolidar un movimiento social por la paz. Como dicen sus organizadores, esta busca “hacer visible los esfuerzos de miles de personas que trabajan por la paz y por la construcción de iniciativas para dignificar la vida”.

Si bien la Semana por la Paz ha hecho una labor importante y digna de resaltar, en especial en pequeñas poblaciones, sus propuestas no han podido generar los grandes cambios que el país necesita. No ha logrado despertar los corazones de los colombianos ni acabar con esa amnesia nacional que permite que las personas vivan en esta sociedad violenta y descuartizada.

El país no saldrá de esa pérdida de la memoria inducida y a la vez voluntaria mientras no haya, no solo una disminución de las brechas sociales, legales y políticas, sino una recuperación de la memoria y la verdad, así ‘la verdad’ sea parcial. Todos sabemos que el país ha vivido grandes ciclos de violencia que han sido olvidados, por no decir borrados, de manera rápida y fácil. ¿Pero quién se acuerda o quién se interesa por esto?

O si no, ¿dónde están los lugares de memoria y ‘culto’ de la Guerra de los Mil Días? ¿Dónde están enterrados los muertos del 9 de abril y qué referente hay en las grandes ciudades que recuerden lo ocurrido? ¿Dónde está la memoria viva de las atrocidades cometidas durante La Violencia, en la que se crearon métodos de tortura y muerte dignos de estar en una historia universal de la barbarie? Y en últimas, ¿dónde están los muertos, los procesos jurídicos y quiénes son los culpables? O ni para qué preguntarse de las violencias modernas que aún siguen campeando en campos y ciudades, y que incluso algunos piden no ver ni en televisión porque supuestamente el país está harto de verlas.
Todos los colombianos creen ser expertos en la guerra y en la violencia, pero son muy pocos los que pueden hablar con precisión, y algunos de los que saben, están escondidos o les piden no hablar de eso. La Semana por la Paz debería servir para que las personas miren de nuevo ese país fraccionado y destrozado, muy diferente al que suele ver en los medios. Pero desafortunadamente la Semana por la Paz no ha tenido grandes frutos, ya que los actores que están comprometidos en el conflicto no participan y poco les interesa lo que allí se plantee y se haga.
Por el contrario, estos movimientos de búsqueda de la paz son o pueden llegar a ser funcionales, así no lo deseen, al mismo conflicto: a los actos atroces de la guerra, vienen encuentros, caminatas, marchas, jornadas de reflexión por la paz. O viceversa. A las jornadas de paz, vienen los paros armados, el desplazamientos, los enfrentamientos, los muertos... y nadie termina sabiendo para qué sirven estos movimientos ni qué función tiene pedir la paz, si nadie, ni siquiera Dios, parece importarle que millones de niños colombianos la pidan o que medio país exija el fin de los secuestros y su liberación.
Lo más triste es que tras muchos años de manifestaciones políticas, sociales y cívicas, comenzando por las palomas de Belisario Betancur, pasando por las marcha del No Más o el Mandato por la Paz, y llegando a las Semanas por la Paz no han podido construir entre los colombianos concepciones prácticas de lo que es la paz. Cada cual, incluidos los actores armados, tienen una concepción diferente de lo que es y cuál debería ser el fin del conflicto, que entre otras cosas, sería el inicio de una verdadera paz.
Mientras que los colombianos no sean capaces de generar y hacer parte de un evento de grandes proporciones, que se convierta en últimas en un propósito nacional, como por ejemplo buscar a toda costa un intercambio humanitario, todas las jornadas terminarán teniendo resultados inútiles, un canto a la bandera blanca de la paz. Y lo que es peor, algunos no terminan produciendo un beneficio común sino particular: el de aquellos que los organizan. Y si no, que se mire dónde están hoy algunos de los líderes y organizadores de esos grandes eventos por la paz.
En últimas, como decía Borges, ser colombiano es un acto de fe. Y esto es lo que terminan produciendo eventos como la Semana por la paz. Creando una fe ciega de que algún día, por un acto divino o por el despertar de las almas, parará esta barbarie.