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Durante toda su vida los hermanos Escobar han manejado buses, y aunque tienen numerosos partes, ellos se defienden. “Somos buenos choferes y nunca hemos atropellado, matado ni herido a nadie”, dice Miguel Augusto, el mayor de los hermanos.

Bogotá

¡Qué joyitas!

Tres de los cinco mayores infractores de Tránsito de Bogotá son los hermanos Escobar, quienes tienen 756 partes y deben 256 millones de pesos. Este es su drama humano.

18 de agosto de 2007

Los hermanos Escobar Martínez son conductores de pura sangre, o mejor, de gasolina y acpm de alto octanaje. Los tres se criaron en las sillas del Ford 'Piragua' 68 que su padre manejaba por Bogotá. Detrás de una cabrilla se hicieron hombres y van en camino de ser viejos. Han visto pasar su vida como las imágenes fugaces que se pierden en el retrovisor, acompañados por la pobreza, el único pasajero que se ha negado a bajar en sus vidas.

Hoy, además de ser unos veteranos de la violenta guerra del centavo que desde hace medio siglo se libra por los pasajeros en las calles de la ciudad, siguen usando sus sentidos para hacerles el quite a los trancones, los peatones, los carros o cualquier cosa que se atraviese en su camino. Y en especial a los policías de Tránsito.

Pero a estos últimos no siempre logran eludirlos. Tanto es así, que Miguel Augusto, Luis Delio el 'Ronco' y Federico Escobar Martínez cargan 756 comparendos en los últimos cinco años, de los cuales 714 están en firme y 42 en camino de serlo. En total adeudan a la ciudad 256.091.200 pesos, una fortuna que si algún día tuvieran en sus manos se sentirían como 'Los Tuta' de la vieja serie Romeo y Julieta o un ganador de Quién quiere ser millonario. "Yo montaría un negocio y dejaría el bus... eso ya no es negocio", dice Federico, el menor y más bajo de los Escobar. "Yo me compraría cuatro carros y los pondría a trabajar", dice Miguel, el mayor. Luis Delio guarda silencio, pero seguramente la plata le serviría para darles una mejor vida a los 10 hijos y cuatro mujeres por los que debe responder... y sin dudas, le alcanzaría para conseguir una quinta. A sus 47 años, con su hijo menor de 18 meses en brazos, aún se siente con motor 2007.

Luis Delio ha sido por varios años el mayor infractor de Bogotá, y seguramente de Colombia. Miguel Augusto, de 49 años, y Federico, de 45, también están entre los 10 mayores. Luis Delio hoy libra una competencia nariz a nariz con su hermano Federico, que maneja en una de las rutas más largas de Bogotá. Mientras Luis Delio debe 87.523.000, Federico adeuda 89.595.500 pesos.

Su historial recorre casi todo el talonario de infracciones por las que un conductor puede ser multado, y demuestra la desidia de las autoridades para cobrar las deudas. Pero también, bajo "su afinada forma de conducir", en la que nunca han tenido un accidente grave, "sólo rayoncitos", se podría también contar la vida de miles de choferes que ruedan por la capital, las dificultades que han tenido con la llegada de TransMilenio y la sobreoferta.

Los Escobar nacieron y se criaron, o más bien se multiplicaron, en una humilde casa del barrio Santa Librada. Cinco de los 11 hijos siguieron la ruta del padre. De niños, lo acompañaban a hacer el recorrido de Fátima o Santa Lucía a Suba. Allí, sentados junto al timón, "aprendieron a manejar viendo". Cuando empezaron a convertirse en hombres, a los 15 ó 16 años, tomaron el volante no sólo del bus sino de las obligaciones de la familia.

Miguel, el mayor, fue el primero en aprender a manejar. Cuando su padre regresaba a las 11 ó 12 de noche, se levantaba para trabajar en las madrugadas la ruta Monteblanco-Mártires. A las 5 volvían a la casa, con lo producido, para que su padre saliera de nuevo a trabajar 15, 16 ó 17 horas al día. Luis Delio, el campeón de las infracciones, comenzó a conducir un International modelo 46 a los 18 años para la Ladrillera San Miguel. "Duré dos años sin pase, pues en ese tiempo no molestaban. Pero cuando empecé a manejar un bus en 1980, compraba unas licencias 'chimbas' que duraban 30 días y valían 3.000 pesos, hasta que saqué el pase".

A comienzos de los 80 un bus era todo un negocio. Gracias al monopolio del transporte, los Escobar podían movilizar en un día entre 800 y 1.000 pasajeros. Al final, se repartían lo producido con el dueño del vehículo. Durante esos años los tres hermanos lograron hacer sus vidas. Se casaron, tuvieron hijos y se fueron instalando en el lote paterno. Hoy, en la casa ampliada una y otra vez, viven 29 personas, entre ellos Miguel, Luis y Federico con sus familias.

Los cambios empezaron con el inicio de las primeras troncales de TransMilenio de la Avenida Caracas-Autopista Norte y la calle 80, dos de los corredores que más pasajeros mueven en la capital. Esto hizo que los buses fueran desplazados a otros corredores. Y con la entrada de las nuevas troncales de la calle 13, Avenida de las Américas y Avenida 30-NQS, más de 24.000 buses terminaron embutidos en las avenidas séptima, 68, Boyacá, calle 13 y Autopista Sur, entre otras.

Los otros dos cambios para los Escobar comenzaron en 2002, con el nuevo Código de Tránsito, que aumentó enormemente el valor de las multas. El otro cambio fue la salida de los agentes distritales de Tránsito, conocidos como 'chupas', de uniforme azul, y la llegada de verdaderos policías especializados, quienes son más exigentes e inflexibles a la hora de hacer cumplir las normas.

Esto hizo que en pocos años Escobar, al igual que cientos de conductores de servicio público, acumularan partes. A junio pasado, según la Contraloría Distrital, había 875.000 infractores morosos que le adeudaban a la ciudad 648.000 millones de pesos. Los 100 mayores son conductores de transporte público, que deben 5.300 millones de pesos por 25.927 comparendos. El año de más comparendos no recaudados fue 2004, por 130.345 millones de pesos.

Para el contralor Óscar González Arana, "la violación sistemática de las normas de Tránsito, particularmente por el transporte público, no es otra cosa que el reflejo de una situación permitida y estimulada por la falta de autoridad". Esa realidad tiene otra cara: el drama humano que significa para los conductores el sistema informal de transporte público que se empeña en permanecer en Bogotá. Cada día un conductor, como los Escobar, debe pagar 250.000 pesos al dueño del bus. Y destinar 150.000 pesos para combustible, pagar parqueadero en las terminales, comer y demás. Además deben pagar los daños, rayones o averías. Al final de un buen día, en el que logran mover unos 500 pasajeros, les quedan 40.000 ó 50.000 pesos. En un mes de un trabajo casi inhumano un conductor puede ganarse entre 600.000 y 800.000 pesos libres.

"Este es un camello que ya no paga. Desde hace dos días tengo el recibo de la luz por pagar y no he podido reunir los 127.000 pesos", dice Miguel, mientras mete la mano en los bolsillos de un bluyín sucio por el trajín "No somos delincuentes. Si usted mira, la mayoría de infracciones son por sobrecupo, porque si en las horas pico no se carga el bus, entonces terminamos debiéndole plata al patrón", alega Federico, mientras Luis Delio concluye: "los dueños de los buses, quienes nos obligan a sobrecargar los carros, se quedan con la plata, y nosotros con los partes y los problemas".

Otros conductores que se encuentran en la terminal también hablan de su realidad. Unos deben 15, 30 ó 50 millones de pesos. "No podríamos pagar lo que debemos ni trabajando después de muertos. Lo que pedimos es que nos perdonen los partes, por lo menos los de sobrecupo, y ahí mirar cómo se arregla la vaina".

De hecho, en este momento en el Concejo hay una propuesta para aliviar a estos conductores. "Cuando usted debe 70 millones, qué significa sumar un parte más", dice uno de ellos, mientras comienza un recorrido de dos horas y media.

Los Escobar sólo saben manejar y en caso de que se les prohíba hacerlo, sus hijos mayores tendrán que tomar su puesto. Ellos han violado la ley y muy seguramente, en su afán por conseguir el sustento para sus 18 hijos, seguirán haciéndolo. Requieren, al igual que los miles de choferes de Bogotá, un plan de salvamento que los saque de la explotación, una especie de 'ley de justicia y paz' que ponga fin a la guerra del centavo que no terminará mientras siga vigente el absurdo sistema de transporte que todavía impera en la mayoría de las calles de la gran ciudad.