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QUE ME DEVUELVAN A MIS HIJOS

Las Farc se llevaron a los dos hijos de Celmira Chany Aguila y a otros 58 soldados tras el ataque a Las Delicias. Drama humano e implicaciones políticas de la negociación para liberarlos.

21 de octubre de 1996

El día que Celmira Chany Aguila, madre de Luis Alberto y Víctor Manuel Herrera Chany, supo que sus dos hijos iban a prestar el servicio militar, tuvo un mal presentimiento. "Sentí como un vacío en el estómago. A falta de uno se me iban los dos. Pero dije: será lo que Dios quiera, que El los ampare y los favorezca". Ambos trabajaban con el padre como motoristas de lanchas en el río Orteguaza. Víctor, de 23 años, finalmente había sido obligado a prestar servicio después de haber ignorado una primera citación del Ejército y Luis Alberto, de 19, se ofreció como voluntario. Los dos fueron trasladados a la base militar de Las Delicias en el Putumayo. La noche del ataque de las Farc, una vecina le avisó a Celmira. Ella, muerta del susto y la angustia sólo le pudo decir: "Usted que tiene más conocencia porqué no me acompaña a la Brigada y pregunta por la suerte de mis hijos". Sin embargo, Celmira no ha podido ir a preguntar por sus hijos. No ha logrado reunir los 500 pesos que cuesta el pasaje en bus escalera desde la vereda Venecia, donde siempre ha vivido, hasta Florencia. Hoy, Celmira tiene como único consuelo la carta que sus hijos le enviaron el Día de la Madre, en la que le dicen: "El regalo más lindo que mi Diosito nos ha podido dar es una madrecita linda como usted. Ha vivido su vida sufriendo para darnos el ejemplo que nosotros con orgullo nos llevamos". Como Celmira Chany, desde hace tres semanas, decenas de mujeres, hombres y niños se preguntan angustiados por la suerte de los 60 soldados que están en manos de las Farc. A diferencia de Celmira, varios de ellos han llegado hasta Florencia y diariamente deambulan con sus rostros oscuros y acongojados frente a la sede de la XII Brigada del Ejército, agobiados por la pena de no saber nada sobre sus esposos, hijos, padres o hermanos. Para ellos, en su mayoría gente campesina de la región, la incertidumbre se ha convertido en una compañera permanente que no los deja vivir en paz. Aunque presumen que sus seres queridos se encuentran sanos y salvos, no saben cuándo volverán a casa, ni si algún día lo harán. La tragedia de estas familias se sintetiza en las palabras de una de las madres que diariamente acude a la Brigada en busca de noticias: "Aquellos que ya recibieron los cuerpos sin vida de sus familiares, por lo menos descansaron. Yo no he podido hacerlo ni un solo minuto desde que supe que mi hijo estaba en poder de la guerrilla. Es como si estuviera muerto en vida". Cada una de las historias de los 60 soldados encierra un drama humano diferente, lleno de dolor y al mismo tiempo de esperanza (ver recuadros). Pero detrás de su retención hay un solo objetivo: la intención de las Farc de buscar por parte del gobierno colombiano, de sus Fuerzas Armadas y de la comunidad internacional, el reconocimiento explícito de que son un grupo armado con carácter político y no simplemente una banda de delincuentes vinculados al narcotráfico y dedicados al boleteo, la extorsión y el secuestro, que es como las autoridades los han calificado en los últimos años. Experiencias anteriores como la de la retención de 11 soldados y 11 policías después del ataque de las Farc a Saiza en los límites entre Córdoba y Antioquia en 1988, le habían enseñado a las Farc que hasta el más obstinado de los adversarios trata a como dé lugar de salvar la vida de sus compañeros en poder del enemigo y que mientras más compleja sea la negociación, hay más posibilidades de obtener réditos políticos de ella. Es por esto que a pesar de las dificultades operativas que implicaba el tomar como rehenes a 60 soldados y trasladarlos a algún lugar seguro, se lanzaron a realizar un operativo de tales magnitudes.

Papa caliente
Hoy, a pesar de la evidente intención de las autoridades de mantener bajo el perfil del episodio, es evidente que poco a poco se les ha ido convirtiendo en una papa caliente que todavía no tienen claro cómo manejar. Si bien saben que tienen el deber y la obligación moral de proteger la vida de los uniformados son también conscientes del costo que tendría para ellas el tener que terminar cediendo demasiado terreno en aras de esa negociación. El dilema en que se encuentran las autoridades se hizo evidente en el momento mismo de tener que referirse a la información suministrada por las Farc al Comité Internacional de la Cruz Roja -CICR- sobre la retención de los soldados. Mientras el grupo subversivo confirmaba la 'detención' de los 60 uniformados y aseguraba estar aplicando las disposiciones establecidas en el Protocolo II adicional a los Convenios de Ginebra sobre 'prisioneros de guerra', el ministro de Defensa, Juan Carlos Esguerra, prefirió hablar primero de 'desaparecidos' y posteriormente el comandante del Ejército Harold Bedoya, de 'secuestrados'. Aunque a simple vista la diferencia parezca solamente un asunto de semántica, el darle uno u otro carácter a los soldados en poder de los subversivos tiene unas implicaciones jurídicas y políticas que podrían definir el futuro carácter de la guerra entre Estado y guerrilla. La diferencia fundamental radica en que detrás de cada uno de los términos está implícita una caracterización del conflicto. Al hablar de 'secuestrados' el Ejército no está haciendo otra cosa que insistir en su tesis, sostenida con ahínco durante los últimos años, de que la guerrilla es solamente un grupo de delincuentes comunes y que por lo tanto la retención de los soldados contra su voluntad no puede ser calificada sino de secuestro. La insistencia de las Farc en definirlos como 'prisioneros de guerra' conlleva por el contrario la connotación de que se trata de un enfrentamiento entre dos partes en conflicto y el interés de ese grupo subversivo de elevar la confrontación al plano internacional que es donde, según el Derecho Internacional Humanitario -DIH-, se habla de 'prisioneros de guerra'. El hecho de que la suerte de 60 soldados pueda depender de los términos que gobierno y guerrilla utilicen para definirlos puede sonar absurdo. Pero el problema es que cada uno de estos calificativos implica uno de los extremos de la confrontación y todo parecería indicar que cualquier acuerdo para la liberación de los uniformados exigiría necesariamente concesiones significativas que ninguna de las partes parece dispuesta a hacer. La guerrilla piensa que tiene en sus manos la ocasión perfecta para obligar de una vez por todas al gobierno y particularmente al Ejército no sólo a aceptar su carácter de movimiento político armado sino además a acceder a exigencias como el despeje militar de ciertas zonas y la participación de mediadores internacionales en el conflicto. El Ejército, por su parte, después de la derrota militar que implicó Las Delicias, no está dispuesto a sufrir además una derrota política reconociéndole a la guerrilla la condición de movimiento armado que durante tanto tiempo le ha negado. Las Fuerzas Armadas piensan además que si logran mantenerse en su posición de deslegitimar políticamente a la guerrilla y ésta sigue intensificando sus acciones militares contra la población, finalmente la gente terminará por darles la razón, como empezaron a hacerlo varios de los grupos económicos la semana pasada, y por apoyarlos política y económicamente en su estrategia de guerra. Aunque a simple vista las dos posiciones parecen irreconciliables, en opinión de varios expertos consultados por SEMANA e incluso de personas allegadas al gobierno, bastaría con que cada una de las partes aplicara -como debería hacerlo- el Protocolo II de Ginebra ratificado por Colombia el año pasado y el acuerdo celebrado en desarrollo de este protocolo por el gobierno con el Comité Internacional de la Cruz Roja, para encontrar la fórmula que pudiera devolver pronto a sus hogares a los 60 soldados, sin que esto implique ni darle carácter de fuerza beligerante a la guerrilla, ni modificar el estatus jurídico de las partes en conflicto. Según estos Convenios, el CICR puede desempeñar un papel de intermediario neutral entre las partes, siempre que éstas quieran y en este caso tanto las Farc como el gobierno han manifestado su interés en que el CICR intervenga. El Comité ya ha iniciado los contactos pertinentes con el gobierno y con el frente que tiene en su poder a los soldados y continúa trabajando en busca tanto del respeto a los derechos humanos de los retenidos, como en la logística para su liberación. La dificultad radica, sin embargo, en que tanto Ejército como guerrilla, no parecen interesados realmente en aceptar la intervención del CICR como negociador. Según un analista consultado que ha seguido de cerca el tema de los soldados retenidos, "el problema es que tanto las Farc como el Ejército manejan hipócritamente el tema del Derecho Internacional Humanitario y mientras tanto quienes pagan el pato son los miembros de la sociedad civil que están en el medio o soldados rasos que, como en este caso, poco o nada entienden de las razones últimas de la guerra". Para las Fuerzas Armadas, aceptar la mediación del CICR significaría empezar a admitir que existe una confrontación armada entre dos partes y no simplemente una acción delincuencial por un grupo de bandoleros. Las Farc, por su parte, están interesadas en darle a la negociación un carácter y un bombo internacional que la sola intervención del CICR no les proporcionaría. Es por esto que propusieron la participación en las negociaciones de algunas personalidades extranjeras, entre ellas el asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores de Costa Rica, Guido Sibaja, quien estuvo en Colombia la semana pasada adelantando contactos con los miembros del bloque sur designados por las Farc para la negociación. En estas condiciones es claro que cualquier tipo de propuesta que se presente para la liberación de los soldados implicará necesariamente un fuerte muñequeo entre las Farc y las Fuerzas Militares, cuyo eje será el reconocimiento del carácter del conflicto que se vive en el país. Lo que los colombianos y en especial las familias de los 60 soldados esperan es que, más allá de sus intereses estratégicos, las partes entiendan que hay un drama humano por solucionar y empiecen a hacerlo acogiéndose a las fórmulas que el Derecho Internacional se ha inventado para ello. Como dijo un analista a SEMANA "es inadmisible que por terquedad o lo que es peor, por ignorancia, los militares pretendan desconocer los medios que el derecho internacional humanitario ha establecido para solucionar situaciones como ésta. Tampoco se trata de servirle a la guerrilla en bandeja de plata la oportunidad de que haga el 'show' e internacionalice el conflicto. Es tan solo cuestión de entender que si la solución de esta guerra todavía está lejana , hay por lo menos que tratar de humanizarla".

GERARDO SUARES
Fecha de nacimiento: septiembre 7 de 1970
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: Rosa Virgilia Suárez
Padre: Arturo Vela (fallecido)
Hermanos: 5
Al soldado Suárez su padre nunca lo reconoció. Por eso su primer apellido es el materno. Su madre, Rosa Virgilia Suárez, dice que gracias a la ayuda de Dios pudo sacar adelante a sus cinco hijos y que confía en El para que esta vez lo tenga a salvo de cualquier peligro. "Mi Dios sabe cómo hace sus cosas", dice resignada. Las hermanas del soldado Suárez, María Enelia y Nelly, lo recuerdan como un hombre sano y robusto, más bien tímido y con muy pocos amigos. La carta que envió a su madre, meses antes del ataque de las Farc, tiene un poco de todo: nostalgia, tristeza y dolor: "Mami, espero salir del todo en mayo del 97. Tuve unos días de fiebre pero ya seguí mejor gracias a Dios. Con un lanza le mando una cachucha mía para que la tenga. El encargo que me mandaron con Taborna me llegó, muchas gracias. Supe en estos días que habían desbaratado el puesto de San José. Taborna me contó. Dicen que mataron cinco poli-cías. Espero que a nosotros nunca nos pase nada. Recuerdos a todos. Se despide, el soldado Suárez".

CARLOS ALBERTO LUGO CORDOVA
Fecha de nacimiento: julio 9 de 1977
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: María Nelly Córdova
Padre: Aristipo Lugo Marín
Hijo único
La madre del soldado Lugo vive en el barrio Las Malvinas de Florencia, Caquetá. En realidad no es un barrio con todas las de la ley: es una invasión. Carece de todos los servicios públicos: ni agua, ni luz, ni alcantarillado. Los terrenos pertenecían a una finca de la familia Lara y fueron ocupados por campesinos en 1983. Artemio Ariza, un habitante del barrio, dice: "Aquí, en medio de tanta miseria, todos los días son engendrados los soldados y los guerrilleros del país. Esta tierra tiene la capacidad de parir a buenos y malos". El soldado Lugo vive con su madre y una tía en una casa de madera y piso de barro rojo enclavada en lo alto de la montaña. Alcanzó a estudiar hasta cuarto de bachillerato nocturno. Antes de presentarse como voluntario al Ejército trabajaba en albañilería y también arreglaba relojes. El 22 de diciembre del año pasado le envió una carta a su madre en la que le contaba lo que sintió la primera y única vez que voló en avión, cuando lo trasladaron de Florencia al Batallón de Selva de La Tagua (Putumayo). "Me pareció muy chévere volar en avión. Uno siente que se le suben los hígados a la cabeza, pero eso le pasa pronto".

GONZALO PLAZA SALDAÑA
Fecha de nacimiento: noviembre 15 de 1976
Ingreso al Ejército : 13 de diciembre de 1995
Madre: Rosa Emilia Saldaña
Padre:Gonzalo Plaza
Hermanos: 9
Doña Rosa Emilia Saldaña, la madre del soldado Plaza, corre de un lado a otro de la casa mientras alista a seis de sus hijos para que vayan al colegio. Casi todos están en la escuela primaria. Es una mujer triste y pálida que aparenta muchos más años de los que debe tener. El reclutaPlaza es el mayor de los 10 hijos que tiene el matrimonio Plaza Saldaña. Debió abandonar sus estudios en quinto de primaria para ponerse a trabajar y ayudar al sostenimiento de la familia. El trabajo no era ni abundante ni calificado. Un señor de Bogotá le enseñó algo de mecánica y con sus amigos del barrio aprendió albañilería. En las cartas que le ha enviado a su madre se muestra triste y enfermo:"Mamá, tengo un problema de una hernia que me ha venido molestando. En estos días me van a hacer unos exámenes para ver si es que me tienen que operar. Estoy aburrido sin plata. Acá en el batallón hace mucha sed. Si usted tiene forma mándeme una platica. Es que aguantar cuatro meses hasta que a uno le paguen es muy verraco".

JAIRO MENDEZ SANCHEZ
Fecha de nacimiento: noviembre 11 de 1974
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: Leonor Sánchez
Padre: Angel María Méndez
Hermanos: 8
En la sala de su casa doña Leonor Sánchez, su esposo, sus hijos y sus nietos improvisaron un altar. En él se confunden las imágenes del Divino Niño y la Virgen del Carmen con las fotos de su hijo, Jairo Méndez Sánchez. Hay una bien pequeña y borrosa que le tomaron el día que terminó el kínder en el colegio de la vereda Maracaibo, a varias horas de Florencia. Otras lo muestran recibiendo la primera comunión, jugando con sus hermanos y en una fiesta familiar. Su hermano, Luis Angel Méndez, es una de las primeras personas que todos los días llega hasta la sede de la Cruz Roja en Florencia a preguntar por la suerte de los secuestrados. En una carta que el soldado envió a su madre el 11 de agosto le dice que se encuentra bien de salud y le manda saludos a su novia. "Estoy contento porque le estoy prestando un servicio a la patria. Le envío un saludo muy especial a Luz Marina". Cuando la señora Leonor va al batallón a preguntar por su hijo un teniente le responde que "hay que estar pendiente de lo que dicen los periódicos porque más saben ellos que nosotros".

MANUEL T. SANCHEZ ZAPATA
Fecha de nacimiento: mayo 4 de 1977
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: Blanca Rubi Zapata
Padre: Jorge Alberto Sánchez
Hermanos: 1
La casa del soldado Sánchez es una de las mejores del barrio Las Malvinas. Es de cemento y tiene un segundo piso a medio construir. Sus padres son dueños de la tienda del barrio. Les dicen los 'paisas' aunque en realidad son oriundos del norte del Valle. Doña Blanca es una mujer robusta, muy simpática y bastante creyente. Al soldado Sánchez desde pequeño le gustó más el trabajo que el estudio. Al terminar el quinto grado de primaria no quiso continuar y se puso a trabajar como cochero. El cochero es la persona que recibe la carga en las laderas del barrio y la sube hasta la montaña en un caballo. Después trabajó como albañil y el año pasado le ofrecieron un buen empleo en el matadero de Confema, pero no lo aceptaron porque le faltaba la libreta militar. En junio del año pasado se presentó a exámenes en el Ejército pero no lo recibieron porque había muchos voluntarios. Debió esperar hasta diciembre. En las cartas que ha enviado desde que está en el Ejército, más que contar su experiencia se muestra preocupado por la salud de su madre: "Mamá, quiero que me cuente cómo sigue su salud. Si siempre la van a operar. Yo pido a Dios por usted y por todos".
JONATHAN BERMUDEZ BUSTAMANTE
Edad:22 años
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: Magdalena Angarita
Padre: Efraín Bermúdez (fallecido)
Al padre del soldado Bermúdez lo mataron en Currulao en el Urabá antioqueño hace cerca de 20 años. Siendo muy pequeño llegó a vivir donde su tía, Helena Bermúdez, y su abuela, Ana Bustamante, en el barrio Juan XXIII de Florencia. Ellas lo criaron. En diciembre del año pasado, después de trabajar algunos años en la región del Caguán, decidió viajar al Urabá a conocer a su madre. El viaje nunca lo hizo porque en una batida del Ejército lo retuvieron y lo enrolaron de inmediato a las filas. "El día que se lo llevaron tenía puesta una pantaloneta y unas chanclas", dijo a SEMANA uno de sus primos. De haber tenido los 700.000 pesos que le cobraba un oficial por sacarle la libreta militar quizá no se habría ido para el Ejército. En sus cartas se muestra orgulloso y bastante tranquilo: "Pensé que esto era cosa del otro mundo, pero ahora entiendo que no es así. Abuela, me siento contento y con la moral muy en alto".

WILSON QUINTERO CUELLAR
Fecha de nacimiento: julio 8 de 1976
Ingresó al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: Marleny Cuéllar
Padre: Jorge Quintero
Hermanos: 1
La madre del soldado Quintero tiene un puesto de venta de jugo de naranja en la galería de Florencia. Con lo que gana mantiene a su otro hijo, a su madre y le alcanza para mandarle algo de dinero a Wilson al batallón. La última vez que lo vio fue después del juramento de bandera a comienzos de marzo en La Tagua (Putumayo). Esa vez lo notó más fuerte, más alto y mucho más maduro. La abuela, por el contrario, dice que estaba más delgado y triste. En mayo Marleny Cuéllar recibió una carta de su hijo en la cual la felicitaba por el Día de la Madre. En medio de los recuerdos y las nostalgias el soldado Quintero le contó a su madre su experiencia como miembro del Ejército. "Me siento tranquilo. Algunas veces contento y otras veces aburrido. Me estoy portando bien para ver si en diciembre me dan licencia para visitarla a usted y a mi abuelita. Mamá, mándeme tetraciclina que dicen que sirve para los barros".

EDINSON BECERRA HURTADO
Fecha de nacimiento: noviembre 19 de 1976
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: María Lourdes Hurtado
Padre: Jacob Becerra
Hermanos: 9
"Desde que supo que la guerrilla se había llevado a mi hermano mi mamá se ha puesto como loca. Llora todos los días a todas las horas. Y a todo el mundo le pregunta que si sabe algo de Edinson", dice Norma Becerra, una de las hermanas del soldado Becerra Hurtado. Al igual que su madre, ella tampoco ha parado de llorar desde que se enteró de la suerte de su hermano. La última vez que supo del soldado Becerra fue hace dos meses cuando la llamó para decirle que se encontraba bien de salud y que muy seguramente le iban a dar una licencia para que visitara a sus padres. Al igual que casi todos los soldados retenidos por las Farc, Becerra tampoco estudió bachillerato. Sus recursos económicos sólo alcanzaron para cuarto de primaria. Al abandonar sus estudios se dedicó a ayudar a sus padres en una parcela que tienen cerca de Florencia. "Mi hermano tiene que regresar a mi casa tal como salió de ella: sano y salvo", dice Norma en medio del llanto.

LIBARDO IBAÑEZ MUÑOZ
Fecha de nacimiento: abril 23 de 1977
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: Emilia Muñoz
Padre: José Ignacio Ibáñez
Hermanos: 6
Doña Emilia Muñoz, madre del soldado Ibáñez, está penando en vida. Su dolor es infinito. Su hijo figuraba en la lista no oficial que se conoció de soldados muertos en el ataque al puesto de Policía de Las Delicias. Cuando, junto con su esposo, sus hijos y una sobrina fue a reclamar el cadáver de su hijo éste nunca apareció. En ninguna parte le han dado razón de él. Ha tocado todas las puertas y en ninguna la han atendido. Ella sólo espera una respuesta a su pregunta: ¿Si dicen que está muerto por qué no me entregan su cuerpo para yo darle cristiana sepultura? En la emisora de Florencia dijeron recientemente que algunos de los soldados retenidos le habían escrito a sus familiares y que uno de ellos era de apellido Ibáñez. Esa sola posibilidad la llenó de alegría. La única carta que conserva de él se la envió pocos días después de haber jurado bandera. "Querida mamá si supiera lo triste que me puse cuando vi que a todos mis compañeros los vinieron a visitar sus familiares y que ninguno de ustedes había podido llegar hasta acá. Ojalá en otra oportunidad usted me acompañe".
WILFER SANCHEZ LLANOS
Fecha de nacimiento: marzo 6 de 1977
Ingreso al Ejército: 13 de diciembre de 1995
Madre: Argenis Llanos
Padre: Carlos Sánchez
Hermanos:2
"¿A quién tengo que rogarle para que mi hijo quede libre: a la guerrilla, al Ejército, al Presidente? Yo no puedo seguir con esta angustia. Alguien me tiene que dar razón de mi hijo. Alguien me tiene que decir dónde está y cómo está. Alguien tiene que responder por mi hijo", es lo único que alcanza a decir Argenis Llanos, madre del soldado Sánchez, uno de los retenidos más jóvenes. La pequeña Luz Enith, su pequeña hermana, no alcanza todavía a entender la tragedia que está viviendo su familia y pregunta todos los días, 'Mamá ¿cuándo va a volver Wilfer?'. La carta que su hijo le enviara el pasado 6 de agosto, días antes del ataque guerrillero, es su mejor compañía en estos momentos de desolación. "Mamita, hágame el favor y me manda un buzo negro o verde, un par de medias y un relojito de pulso. Me hace el favor y me escribe con Torres que él es el lanza mío. El es buena gente. Mamá, me perdona la letra y la carta, pero es que la hice de carrerita".