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El presidente en Rionegro, Antioquia, revisa a solas el discurso, tras el operativo que dio muerte a Raúl Reyes

política

¡Qué semanita!

Cómo fue, hora por hora, la semana más dura del Presidente.

8 de marzo de 2008

El miércoles 5 de marzo, al padre Julio Solórzano se le ocurrió que la crisis diplomática no podía quedar solo en manos de los hombres. El capellán de la Presidencia sintió que el momento de invocar una ayudita desde el cielo había llegado.

Con aprobación del presidente Uribe, organizó una plegaria en la capilla de la sede presidencial que, según acordaron, sería transmitida en directo por la televisión pública.

Ya había pasado la prueba de fuego en la OEA, donde el embajador Camilo Ospina en tono vehemente echó un discurso con tono y contenido calculados palabra por palabra. Para esa tarde, se esperaba la declaración de ese organismo tras la sesión extraordinaria. La tensión con Ecuador y con Venezuela estaba en su clímax y la agenda no le daba respiro.

De común acuerdo con el padre, decidieron que la destinataria de la plegaria por la paz sería la Virgen María y la oración que procedía era el Santo Rosario.

Así, a las 2 y 30 de la tarde, Uribe y el Ministro de Defensa rezaron los misterios gloriosos, que son los que corresponden a los miércoles. Corría la mitad de una semana que, sin lugar a dudas, ha sido la más tensa y difícil en sus cinco años como gobernante.
Uribe llevaba cuatro días de trajín que había comenzado el sábado primero de marzo, cuando en medio de la conmoción por la noticia de la muerte de Raúl Reyes en Ecuador, tuvo que guardar el aplomo para recibir en Medellín una visita trascendental para él, como era la del secretario de Comercio de Estados Unidos, Carlos Gutiérrez, y a la secretaria de Trabajo de ese mismo país, Elaine Chao.

Terminó el día con un discurso desde Rionegro, Antioquia, en el que a pesar del golpe a las Farc, se le vio preocupado. Se olía la tormenta que se avecinaba.

Por eso el domingo, ya de regreso en Bogotá y después de asistir al funeral del soldado que murió en el operativo, reunió a todo su equipo de trabajo para preparar la respuesta a Ecuador, tras la nota de protesta enviada desde Quito. En seguida atendió el consejo de seguridad que analizó el contenido del computador de 'Reyes' y se fue a su despacho.

Cuando el consejero de comunicaciones, Jorge Mario Eastman, y el canciller Fernando Araújo terminaron de redactar el documento en el que ofrecían excusas a Ecuador, vino la declaración del presidente ecuatoriano Rafael Correa en la que expulsaba al embajador Carlos Holguín y tildaba de mentiroso Uribe.

Ya en la casa privada, el Presidente llamó al general Óscar Naranjo y le ordenó regresar a Palacio y revelar el contenido del computador. La noche se hizo larga y conciliar el sueño fue difícil.

Sin embargo, el lunes madrugó para enterarse del anuncio que desde el otro lado de la geografía hacía el presidente Hugo Chávez sobre el envío de tropas y el cierre de la embajada en Caracas. Decidió comunicar que Colombia no enviaría tropas a la frontera, para apartarse de los ánimos belicistas de la vecindad.

Uribe estaba reflexivo. Ya eran dos embajadas cerradas y dos países que en la práctica rompían las relaciones. De la euforia en Colombia por la muerte de Raúl Reyes se estaba pasando a un conflicto internacional. Ya entrado en gastos, tomó la decisión de llegar hasta el fondo de una situación que para él no tenía reversa. Se lanzó a revelar los documentos del computador que involucraban al gobierno venezolano, y esperó la reacción de Caracas. Entrada la noche, la crisis diplomática parecía tocar fondo y los partidos políticos fueron convocados al Palacio de Nariño.

En la reunión, a la que asistieron también los grupos de la oposición, Uribe mostró el arrojo que ya tenía afianzado. Dijo que no aceptaría mediadores, que no le interesaba la diplomacia "almibarada", y del ministro de seguridad ecuatoriano, Gustavo Larrea, dijo que era "de las Farc".

Estaba con Alicia Arango, su secretaria privada; José Obdulio Gaviria; el comisionado Luis Carlos Restrepo; el consejero Eastman, y César Mauricio Velásquez, el secretario de prensa, y con la ausencia muy notoria del personal de la Cancillería.

El martes, la agenda le imponía algunos asuntos impostergables. El primero, visitar a los recién liberados Gloria Polanco y Luis Eladio Pérez. Allá fue y escuchó sus historias de tragedia y como si le faltara picante a la situación, soltó una carga de profundidad política ante los micrófonos de la prensa: demandaría ante la Corte Penal Internacional (CPI) al presidente Chávez, por crímenes de lesa humanidad.

La noticia preocupó tanto, que la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, que estaba programada para el día siguiente, fue citada para esa misma noche. Pero antes, Uribe debió hacer un paréntesis para recibir la bandera colombiana que semanas antes la nave espacial Discovery había ondeado en el espacio.

De los astronautas pasó a los presidentes de las Cortes, y los organismos de control. Todo para convocar a la unidad nacional frente a la crisis regional que crecía. Mientras tanto, entraban las llamadas que había pedido con los mandatarios del mundo entero. Por eso la reunión con los delegados de la justicia fue muy interrumpida, pues la llamada con el primer ministro del Canadá se caía sin llegar al final de la historia. En su paisa-english contaba los detalles de la "operation against terrorists"; cuando por fin terminó, les preguntó a los magistrados: ¿Ustedes qué harían con esta información del computador? ¡Tengo que llevarlo a alguna instancia internacional!, les comentó.

Llegaron luego los ex presidentes a indagar sobre todo por el tema de la demanda ante la CPI y, por más de dos horas, les dejó ver que su intención era seria y que no cedería en su propósito a pesar de su inconveniencia para algunos asistentes. Oyó recomendaciones y aceptó la declaración que apoyó al gobierno.

A todas estas, en la frontera con Venezuela se hablaba de restricciones en el comercio y en la de Ecuador se reportaba normalidad. En Palacio las reuniones no cesaban. Los gremios llegaron a expresarle apoyo, al punto de que cuando Uribe quiso hablarles de economía, Luis Carlos Villegas, presidente del consejo gremial, le dijo que sólo querían decirle "que lo apoyaban sin condiciones".

El miércoles, vino un empresario de Estados Unidos. Como para Uribe las Farc y los inversionistas son los únicos temas inaplazables, atendió a John Charles Compton, presidente de la Pepsico, que le anunció su interés en la zona franca de Funza. Después cambió de tema y volvió a la crisis para atender a un grupo de expertos citados por él para hablar de la demanda a Chávez. De allí salió para la oración de la capilla con el padre Julio.

Cuando terminó de rezar, recibió al Nuncio apostólico, al cardenal y a varios obispos. Y por la noche respondió por más de dos horas y media preguntas "off the record" de un amplio grupo de periodistas que al otro día contaron todo sobre la reunión.

El jueves por la mañana se encerró en su casa privada a preparar el discurso ante el Grupo de Río en República Dominicana. Sabía que iba para el campo de batalla. Y allá llegó. En su usual lenguaje poco diplomático, dijo que a él le gusta meterse en "todas las candelas".

Al final, Uribe con seguridad pensó que después de sortear a sus contradictores en la cumbre, la ayuda que más le sirvió fue la de la Vírgen a la que se encomendó.