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¿Quién quiere ser millonario?

Los soldados le contaron a SEMANA las increíbles anécdotas de cómo encontraron los 14 millones de dólares, cómo se los repartieron y en qué los gastaron.

26 de mayo de 2003

El soldado voluntario Fernando Ramírez Vallejo* recuerda que la idea alcanzó a pasarle por la cabeza: "Yo estaba muy enfermo. Hacía días que se nos había acabado el papel higiénico. No tenía con qué limpiarme. Entonces dije: 'Voy a usar los billetes pero no sé cuáles serán mejor si los pesos o los dólares".

"¿Cómo se le ocurre?", le dijo otro soldado. En realidad no le advertía por el derroche que significaba asearse con billetes de 50.000 pesos o de 20 dólares sino porque, según su concepto, esta insólita acción deterioraría aún más su maltrecha salud: "¡Lanza, usted no sabe que a los billetes les echan un químico especial para que no se dañen!", le explicó en tono pedagógico. "¿Cuándo ha visto usted que un billete se acabe? Jamás. Por eso, siempre sirven. A ellos no les pasa nada por ese químico tan potente", le argumentó. "Los jodidos somos nosotros, que estamos aquí pudriéndonos en la selva".

Ramírez Vallejo se convenció, dejó allí los fajos de billetes, se metió entre la maleza sin soltar su fusil 5.56, con un cuchillo cortó metódicamente su poncho en varios cuadritos de tela, se aseó con uno de ellos, guardó los demás para después, volvió al campamento y se recostó sobre los billetes como almohada. Aunque trató de conciliar el sueño no pudo hacerlo por el escalofrío que le recorría el cuerpo.

No era el único enfermo. La mayoría de los 147 militares de contraguerrilla que estaban allí se encontraban mal de salud. Unos deshidratados por la diarrea, algunos más con síntomas de paludismo y otros debilitados por la falta de comida pues sólo tenían arroz. Estaban en el improvisado campamento en el sitio Coreguaje, en la ladera oriental de la cordillera Oriental, vereda Las Morras, municipio de San Vicente del Caguán en el Caquetá (antigua zona de distensión), literalmente muertos de física hambre y cansancio e inmensamente ricos con una fortuna que nunca jamás habían imaginado y que según varios estimativos es de 14 millones de dólares en efectivo entre billetes gringos y pesos colombianos.

En el tibio amanecer del martes primero de abril habían roto la espesura de la selva después de caminar durante varias semanas y habían llegado hasta ese punto. Ramírez Vallejo, un experimentado miembro en la lucha contraguerrillera, percibía que literalmente les estaban pisando los talones a las Farc. Lo sabía con el conocimiento de causa que le dan seis años de batallas en el monte y con el olfato adquirido desde la noche del 20 de febrero de 2002, cuando inició su entrada a la que hasta ese día había sido la zona de distensión. El presidente Andrés Pastrana recién acababa de hablar por televisión para anunciar el rompimiento del proceso tras el secuestro de un avión de Aires cuando Ramírez Vallejo ya iba en marcha hacia la recuperación de los 42.000 kilómetros cuadrados. Durante este año y tres meses lo único que ha hecho Ramírez Vallejo es enfrentarse a la guerrilla con la recompensa de defender la democracia, como le dicen sus superiores, y la de ganarse 612.000 pesos mensuales, con los que pensaba lograr el sueño de su vida: comprar una casa de 10 millones de pesos para que sus padres y sus cuatro hermanos tengan un techo que los proteja. "Una casa que fuera la envidia de todos en el barrio. Imagínese, como un rico, una casa de 10 millones de pesos", le dijo a SEMANA.

Durante este tiempo ha combatido y milagrosamente ha salido ileso, aunque eso sí ha visto morir a varios de sus compañeros. "Lo peor es cuando pisamos una mina. No queda ni un dedito". Así le pasó en septiembre del año pasado al mayor Ruiz, su superior, comandante del Batallón 50, a quien una mina lo destrozó.

Con estas circunstancias ellos se han vuelto más felinos en sus movimientos. "Corremos sin correr", dice otro miembro de este batallón de contraguerrilla que tiene cinco compañías, entre ellas 'Buitre' y 'Demoledor', que en lenguaje militar resumen como la 'B' y la 'D'. Precisamente a éstas les dieron a finales de marzo la orden operativa de desplazarse a la zona de El Pato para llegar hasta Coreguaje, una región histórica y de enorme influencia de las Farc pues allí, y en las regiones de Guayabero, Río Chiquito y Marquetalia, 'Manuel Marulanda Vélez', 'Tirofijo', creó en 1965 el grupo guerrillero.

Pero las Farc no sólo defienden a muerte esta zona por motivos sentimentales sino que ahora lo hacen por razones más estratégicas. Según la información de inteligencia militar allí tienen a los tres ciudadanos estadounidenses que secuestraron desde el 13 de febrero. Son rehenes de la columna móvil 'Teófilo Forero', una de las de mayor poder militar de las Farc y que conoce esta región al detalle.

Las compañías B y D entraron por separado al área. Aunque ambas utilizaron el río Pato para acercarse al lugar. "Teníamos datos precisos de que ellos eran 100 guerrillos. Nosotros éramos 150. Es decir, que nos íbamos a dar candela y aunque nos causaran bajas al final terminaríamos ganándoles", le dijo a SEMANA otro de los soldados protagonistas de esta historia. Las dificultades, sin embargo, empezaron en la medida en que se internaban más y más en la selva. "Allí nunca se ve el sol porque las copas de los arboles se cierran y forman un techo que no lo dejan ver", recuerda otro. Con este tropiezo, la tropa quedó prácticamente aislada del mayor Vallejo Loaiza, el oficial de más alto rango en la zona de operaciones, pues éste se había ubicado en otro punto. El oficial lo único que podía hacer era enviarles mensajes por radio mientras que ponía en práctica el plan para abastecerlos. En esencia éste consistió en enviar una sierra eléctrica a lomo de mula para entregársela a los soldados para que pudieran abrir un claro en la selva que permitiera el aterrizaje de un helicóptero que los aprovisionara de alimentos y utensilios.

Entre tanto a los soldados de las compañías B y D se les empezaron a agotar las reservas del tesoro más deseado por cualquier combatiente en la selva: crema dental, jabón y medias secas. "Si uno tiene eso está hecho. Uno es feliz", le dijo otro soldado a SEMANA. Pero no eran felices porque las reservas de estos elementos de aseo se les había agotado tras dos semanas continuas de permanencia en el área. Como no había posibilidades de jabón la piel estaba expuesta a los gérmenes, que a algunos de ellos les produjeron infecciones, y sin la crema dental la sensación de cansancio era mayor.

El domingo 13 de abril escucharon un tiro que rompió la musicalidad propia de la selva. Todos miraron hacia donde venía el disparo. Y sin pensarlo salieron a correr hacia allá. "Si querían plomo, pues plomo iban a recibir porque miedo nosotros si no les tenemos", explicó un soldado. El subteniente Juan Mauricio Roa Martínez ordenó a su unidad, la 'D', ir en persecución de la guerrilla. Atravesaron el monte, cortaron follaje, derribaron árboles y se encontraron con algo que los hizo saltar de la alegría: provisiones de crema dental y jabón. Los soldados se abrazaron allí en medio de la manigua por semejante hallazgo. No sólo significaba que ahora ellos podrían bañarse sino que, aunque parezca una minucia, era un golpe para las Farc porque al fin y al cabo ellos también son hombres y mujeres que necesitan de ambos elementos. Se notaba que la guerrilla había salido de prisa y que en la huida habían dejado parte de su equipo de intendencia a la deriva.

La compañía B, con los subtenientes Mojica y Sanabria, llegó por el otro frente y también se encontró con otro valioso tesoro: una caleta de armas. Esos 147 soldados del Ejército Nacional celebraban la huida de las Farc nada más y nada menos que sin material de aseo y sin algunas de sus armas. La sana rivalidad entre las dos compañías llegó a su clímax cuando se mofaban, entre risas, aplausos y silbidos, quién le había quitado más a las Farc.

En el amanecer del Lunes Santo, 14 de abril, los militares hicieron una reflexión: si dejaron eso tirado era probable que hubiera algo más. Entonces se pusieron a escudriñar el terreno con una atención extrema porque la misma compañía dos meses atrás, el 8 de febrero, había hecho un procedimiento similar cuando en realidad era una trampa de las Farc. Ese día el sargento viceprimero Fuentes pisó una mina que le destrozó una pierna. Hoy está en el Hospital Militar, tranquilo porque tiene el convencimiento de que todo lo que hizo fue por el bien del país.

Al filo del mediodía de ese Lunes Santo, sudoroso y hambriento, el soldado voluntario Ramírez Vallejo se metió en una cueva donde acostumbran a vivir los armadillos. "Eso está lleno de gurres", recuerda que pensó. Expectante y listo a disparar palpó con la punta de su fusil el interior de la madriguera. Sintió que rasgó un plástico. "No era un gurre, era algo sin vida". Se metió y lo sacó con cuidado, lo abrió y entonces encontró la mayor cantidad de plata que había visto en su vida. "La última vez que vi tanto billete fue el año pasado. Me pagaron dos meses atrasados de sueldo porque estaba en el monte peleando. Era un millón de pesos". De inmediato llamó a sus compañeros.

Todos los soldados se arremolinaron y empezaron a reírse nerviosamente por el hallazgo. "Debe haber más", dijo alguien. "Busquemos", gritó otro. Y fue así como miraron una pequeña explanada a la que le habían quitado la maleza. Entonces arrancaron las ramas más gruesas de los arboles y empezaron con ellas a excavar la tierra. Encontraron una veintena de canecas de mediano tamaño, de colores y todas de plástico. Las abrieron y hallaron más plata. Dólares y pesos. Cada uno cogió lo que pudo. "Miren otra caneca", "aquí más", "¿quién quiere ser millonario?", gritaban con júbilo.

Así se mantuvieron hasta el Viernes Santo, cuando llegó la otra compañía, y les contaron del hallazgo. Al principio los primeros se sentían más ricos y se burlaban de sus compañeros pobres. Uno de los nuevos ricos llamó a uno de los que aún era pobre y le preguntó: "¿Cuánto gana usted, lanza?"."Cuatrocientos mil pesos". "Yo 600.000 pesos". "Entonces mire, tome le regalo dos millones de pesos". Y se los dio. Ninguno de los entrevistados por SEMANA recuerda quién dijo: "Al que hable lo fritamos". Lo cierto es que la frase se regó como pólvora. El pacto de silencio quedó sellado.

Con el paso de las horas, y como algunos se conocen desde hace años y varios han visto morir a sus mejores amigos, decidieron que lo justo era repartir la plata en partes iguales. Como la mayoría desconocía la tasa de cambio del dólar por el peso, resolvieron la situación con una ecuación abrumadora: "¿Cuanto tiene usted?", le dijo uno a otro. "Setenta millones de pesos", fue la respuesta. "Ah, bueno, entonces yo cojo 70.000 dólares", le explicó. "Me parece muy bien", le respondió su compañero. La base de 70 millones de pesos o 70.000 dólares fue para todos aunque algunos señalan que otros tomaron más. "A mí no me preocupaba si otros cogían el doble, el triple o más. Yo estaba tranquilo porque yo ya tenía mi montón", le dijo uno de ellos a SEMANA. Otro de los recién llegados cuenta que se arrodillaron y rezaron porque pensaron que la aparición de la plata era obra de la Divina Providencia: "Esto es un regalo de Dios. El, que sufrió tanto, se acordó de nosotros en este Viernes Santo", le contó a SEMANA un soldado hoy detenido en el pabellón de seguridad de la base militar de Tolemaida, en Melgar.

La dicha les duró poco porque con el paso de las horas volvieron a sentirse agobiados por la incertidumbre: "¿Cuándo nos irán a sacar de aquí?". Literalmente estaban allí muertos de hambre y cansancio, pero millonarios, con una fortuna que nunca jamás habían imaginado. Nada que llegaba la mula con la sierra eléctrica para abrir el claro entre la selva y tampoco podían moverse porque el sitio que ahora controlaban era una puerta que no podían perder para que la guerrilla huyera, posiblemente con los tres militares norteamericanos.

El arroz se acababa y no quedaba otro remedio que empezar a cazar micos. Varios de ellos se ubicaron en posición hasta que aparecieran los animales. Cuando lo hicieron, los tiros fueron precisos, certeros. Tanto el soldado voluntario Ramírez Vallejo como el cabo primero Jhon Alexander Martínez se negaron a comer por física impresión: "Un mico es igual a un humano, la cabeza, el tronco, las manos, todo. Era como si nos fuéramos a cocinar a un niño". "Allá ustedes", les dijo otro, mientras los pelaba y metía los cuerpos de los animales al fogón de leña seca.

La desesperación por el sofoco, los mosquitos, las medias húmedas y el jabón y la crema, que ya se les había vuelto a acabar, empezaba a dejar unas huellas de sufrimiento que en nada sanaba toda la plata que tenían consigo. Un soldado observó que otro tenía algo que él deseaba mucho: cigarrillos. "Véndame uno", "Cuánto me va a dar", "Ponga usted el precio". "Cinco millones de pesos", "Me parece bien. Tome aquí están sus cinco millones de pesos y deme mi cigarrillo". Lo encendió y lo disfrutó con enorme placer pues podría tratarse del último de su vida ya que pensaban que se quedarían allí atrapados para siempre, entre la selva, en la histórica zona donde nacieron las Farc, con miles de millones de pesos y comiendo micos que les parecían niños.

Un soldado le dijo al cabo primero Jhon Alexander Martínez que en su vida siempre había soñado tener un reloj, por lo que quería comprarle el de él. "Lanza, ¿cómo me voy a quedar sin mi reloj?". "Siempre quise uno, véndamelo. Tome esta plata". Así fue. El cabo le entregó su reloj Casio, que había comprado un año atrás en 50.000 pesos y el soldado le entregó feliz 12 millones de pesos. Miraba el reloj y le decía: "Qué bacano, qué bacano".

El martes de Pascua, 22 de abril, un helicóptero pudo por fin entrar a la zona, abrirse paso entre los riscos, evacuar a los militares y en varios viajes trasladarlos hasta un punto de la carretera que comunica a Neiva con San Vicente del Caguán. Allí quedaron 147 militares, con 14 millones de dólares, con las armas que les habían quitado a las Farc y cada uno con su arma de dotación y su equipo completo. "El fusil de uno no lo suelta por nada del mundo porque esa es nuestra vida", dijo otro soldado.

Desde donde los dejaron se fueron a pie hacia San Vicente del Caguán, territorio que todos conocen bien pues están peleando allí desde que se rompieron los diálogos de paz. El cambio de clima fue brutal. Atrás quedaron los días de sombra. Ahora el sol era inclemente. Todos se quemaron la piel. Iban silenciosos pues, aunque llevaban una fortuna que cambiaría para siempre sus destinos, lo que en ese momento más anhelaban era descansar, bañarse, comer bien y dormir en una cama sin los sobresaltos de un inminente combate.

Fueron tres días en los que atravesaron la carretera a pie. Luego los recogieron unos camiones de civiles que los llevaron hasta el Batallón Cazadores de San Vicente del Caguán. Al ver las deplorables condiciones en que llegaron se dispuso enviarlos en un avión Hércules a Popayán para que se recuperaran, en un vuelo que se realizó el jueves primero de mayo.

El viaje entre San Vicente del Caguán y la capital del Cauca fue una experiencia terrible que ninguno olvidará en su vida. Pues en pleno vuelo, con 150 hombres en su interior, el soldado Avila perdió el juicio y empezó a gritar que dónde estaba su bolsa con el dinero. Entonces tomó una granada y amenazó con volar el avión si no se la daban. Todos le gritaron que se tranquilizara, que cogiera cualquier bolsa, que una con 70 millones de pesos o una con 70.000 dólares, daba igual. El insistía en que no quería la plata de los demás sino la de él. Entonces tomó la granada con una mano y con la otra la espoleta para jalarla y activarla. Dos soldados reaccionaron con rapidez, cada uno le cogió por un brazo y lo mantuvieron aprisionado para evitar la tragedia. Muchos de ellos gritaron, otros corrieron a la parte de atrás del avión con la ilusión del salvarse de la inminente explosión. Los pilotos aterrizaron de emergencia y en una operación relámpago evacuaron a todos con el milagroso y aún inexplicable hecho de que la granada no explotó causando la que probablemente hubiera sido la peor tragedia aérea en la historia militar del país.

Esa noche, al llegar al Batallón José Hilario López en Popayán, un grupo de ellos empezó a cantar una canción de Vicente Fernández: "¡Qué de raro tiene que me haya perdido por una mujer!". Y en efecto, fueron a perderse entre las mujeres de las casas de "genocidio", como ellos les llaman a las de lenocinio.

Cinco soldados llegaron hasta el bar Punto 30, el burdel más caro de la ciudad, donde en una mesa departían unos policías. "¿De dónde vienen muchachos?", "Del Caguán". "Hombre, ustedes son unos verracos por pelear allá. Una botella de ron para esa mesa", brindaron los policías. "Nosotros en agradecimiento les enviamos una de Buchanan's", le contó uno de ellos a SEMANA. Los cinco soldados se tomaron tres botellas de whisky, cada una por valor de 120.000 pesos. Otros se fueron para Cassandras, otro burdel de menor categoría pero con cuyas niñas algunos de ellos cultivaban un afecto especial que por el hecho de ahora tener plata no iban a cambiar. "Jamás cerraron el establecimiento y tampoco nos pagaron seis millones de pesos, como dice la televisión. ¿Usted cree que yo todavía estaría trabajando aquí si me hubieran pagado seis millones de pesos por polvo?", dijo a SEMANA una de las trabajadoras sexuales del lugar.

Otros prefirieron placeres más estéticos. Se mandaron bañar y cortar el pelo. "Con mucho champú", exigieron. Así pasaron tres días, hasta el domingo 4 de mayo. Entonces muchos sintieron que estaban llamando demasiado la atención. De eso se dieron cuenta cuando uno de ellos paró un taxi: "Ah, la carrera para ustedes vale el triple porque usted es de los soldados que ahora tienen plata", le advirtió el conductor.

En la mañana del lunes 5 de mayo la mayoría de ellos pidieron permiso para irse a sus casas. Salieron en romería del Batallón José Hilario López, cada uno con sus bolsas, en las que llevaban ropa interior nueva para sus hermanas, juguetes para los hermanitos, réplicas de iglesias para las madres y 70 millones de pesos en efectivo.

A uno de ellos lo detuvo la Policía en Cali cuando, como de costumbre, se transportaba en una flota. El les explicó que se había encontrado la plata y como estaba tan feliz la iba a compartir con ellos. Después de darles parte de sus fajos lo dejaron seguir. Otro decidió enterrar en el patio de su casa los 70.000 dólares que traía en su morral de campaña para disipar así una angustia que no lo dejaba dormir después de haberse vuelvo millonario.

La situación se hizo inocultable. Un indeterminado número de soldados de las dos compañías habían pedido la baja en las cinco semanas siguientes al extraordinario hallazgo. Otros más habían desertado. La situación fue tan surrealista que uno de los soldados llegó al batallón en Popayán a pedir la baja en una camioneta Ford Explorer recién sacada del concesionario.

El Ejército inició la investigación, que el general Carlos Alberto Ospina hizo pública el pasado lunes 19 de mayo. Hasta finales de la semana pasada cerca de 100 de ellos estaban huyendo con el dinero. Algunos fueron capturados y otros se entregaron. Hoy están en el pabellón de seguridad de la base militar de Tolemaida. Allí lucen desconcertados. Dicen que no saben qué será de sus vidas cuando la justicia emita un fallo. "A nosotros ya nos quitaron las armas y los uniformes. Eso me da tristeza porque significa que no nos permitirán volver a entrar al Ejército". Algunos no saben hacer nada pues se hicieron hombres en el monte peleando contra la guerrilla. Entre tanto se mantienen a la expectativa. Pasan las horas abrazados a sus familiares, hablan con los abogados para detallar su defensa y miran televisión. "A mí me hubiera gustado comprar un televisor pero a la larga mejor que no lo hice porque hoy, cuando vi un rato, me di cuenta de que ya no nos dicen los soldados de Colombia sino los traidores de la patria", dice el soldado voluntario Fernando Ramírez Vallejo, quien ha pasado seis de sus 25 años peleando en el monte.



* Algunos nombres fueron cambiados por seguridad