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P O R T A D A

¿Quién sigue?

Después de Pacheco y Lucho Herrera los colombianos se preguntan hasta dónde llegará la escalada de violencia en el año clave para la paz.

10 de abril de 2000

El último en salir del país, por favor apague las luces”, rezaba un graffitto escrito en las paredes del aeropuerto de Montevideo en tiempos más siniestros de la dictadura. La frase resumía lo que sucedía entonces en Uruguay y en otros países del cono sur. Bajo la presión de las dictaduras militares miles de argentinos, chilenos y uruguayos abandonaron sus países y vivieron el exilio durante décadas.

Algo semejante ocurre en Colombia. Pero el éxodo de nacionales tiene otros motivos. Sin duda la crisis económica es uno de ellos. Pero el fundamental para muchos, y sobre todo para la llamada ‘intelligentsia’, es el miedo. En este caso no se trata de una política estatal de terror lo que obliga a académicos, periodistas, artistas, dirigentes políticos y familias enteras a dejar el país, sino de la amenaza de la guerrilla, de los paramilitares o de las denominadas ‘fuerzas oscuras’ , lo que implica que muchas veces no se sepa de qué lado se asoma el cañón.

Pero ha sido la guerrilla, y específicamente las Farc, la que ha protagonizado buena parte de los casos de colombianos que abandonan el país. Algunos de éstos, como el del célebre presentador de televisión, Fernando González Pacheco, llaman la atención sobre una realidad que pocos han comprendido a cabalidad: no hay un solo ciudadano que no sea, hoy por hoy, una víctima potencial de secuestro.

Casos como los del ciclista Lucho Herrera, el periodista Guillermo ‘La Chiva’ Cortés y el de Pacheco, todos objeto de plagio o amenazas de las Farc, ponen en evidencia la manera como el conflicto se ha degradado y cómo compromete hoy hasta a los ciudadanos más queridos y admirados por los colombianos.

Es evidente que los paramilitares no son una excepción a este fenómeno. No son pocos los colombianos que se han visto amenazados por los paramilitares, comandados por Carlos Castaño. En particular el mundo académico ha sido blanco de sus amenazas directas y de atentados. La muerte del humorista y periodista Jaime Garzón, aparentemente a manos de la sanguinaria derecha paramilitar, fue una señal clara de que no habría límites. Pocos días después cayó asesinado en la Universidad Nacional el profesor y ex consejero de paz Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano. En esta ocasión fue un balazo en la frente a sangre fría.

No resulta sorprendente el que hace dos años sólo un tercio de los colombianos atribuían a la inseguridad y la violencia su eventual voluntad de abandonar el país y que hoy eso suceda con cerca del 50 por ciento (ver encuesta en la página 24).

Ambas cosas, el éxodo por el temor al secuestro y el asesinato, y la creciente sensación de la opinión de que las partes en conflicto acuden hoy a la barbarie para promover sus propósitos políticos y militares, impondrán una enorme presión sobre el proceso de paz. La reciente aparición en cámaras por parte de Carlos Castaño y la pronta liberación de Lucho Herrera podrían ser indicadores de una sensibilidad recién adquirida por parte de los violentos frente a la opinión. Sin embargo es pronto para ser optimistas a ese respecto.



Iban por Pacheco

Pacheco afirma que “lo mató” el secuestro de Lucho Herrera. Desde el pasado mes de noviembre, según información de inteligencia, unos hombres reunidos en un restaurante al norte de Bogotá tomaron la decisión de secuestrarlo. La esencia del plan fue escuchada por una de las empleadas, quien de inmediato llamó a la Policía. “¿Quién no está amenazado en este país?”, interrogó con naturalidad el animador cuando las autoridades le confirmaron que la información era fiable.

Aunque a regañadientes, aceptó las medidas de seguridad que le impusieron pero con el firme propósito de no cambiar sustancialmente sus hábitos de vida. Entre las cosas que se propuso fue no dejar de ir a su finca El Zancudo, en Choachí, Cundinamarca, una propiedad que comparte con sus amigos del alma, los periodistas Daniel Samper Pizano y Guillermo ‘La Chiva’ Cortés, éste de 73 años de edad. “Usted tiene que estar loco para ir a cada rato por allí; ¿no ve que es auténtica zona roja?”, le dijo uno de sus amigos cercanos.

En efecto, un oficial del Ejército Nacional reconoce que “el frente 53 de la Farc se pasea por esta región como pez en el agua”. La zona, al nororiente de Bogotá, es de tal importancia para las Farc que está bajo la custodia directa de Henry Castellanos Garzón, mejor conocido como ‘Romaña’.

Precisamente cinco hombres, vestidos de campesinos, con mochilas terciadas, llegaron hasta la finca el pasado sábado 22 de enero preguntando por Pacheco, quien no había ido porque estaba transmitiendo la corrida de toros en la plaza de La Santamaría.

En esas estaba cuando recibió la llamada del administrador de la finca que le daba la noticia: “Se llevaron a ‘La Chiva”.

“Es de las pocas veces de mi vida que no pude terminar la transmisión, dijo Pacheco. Esa noche fue la primera vez que a Liliana y a mí se nos pasó por la cabeza irnos del país”. La idea los siguió rondando pero en la balanza pesó más evitar lo que significaría su salida: “Es espantoso. Yo tengo muchos amigos, personas influyentes, y eso en condiciones normales es para agradecérselo a Dios pero en esta situación es terrible. ¿Por qué? La gente puede decir: ‘Si un hombre como Pacheco se va es porque ya no hay solución’. Esto era lo que quería evitar”.

“No tengo ni puñetera idea de cuándo puedo regresar, dice Pacheco. Seguramente cuando se me quite el miedo”. Y agrega: “Porque yo podría quedarme y estar siempre con los hombres que me asignaron y que se han portado muy bien conmigo, pero yo no puedo vivir acompañado por un hombre que empuña una pistola así sea para defenderme”.

Pacheco confiesa sin pudor que se va muerto del susto: “Me voy por físico miedo”.

Días después del secuestro de ‘La Chiva’ Cortés las Farc secuestraron al famoso ciclista Lucho Herrera. Aunque lo devolvieron a su casa días después para Pacheco esta era la prueba de que nadie está hoy protegido del secuestro.



El exilio de Pacho Santos

Al exilio de Pacheco se suma ahora el de Francisco Santos Calderón, editor general del diario El Tiempo y uno de los colombianos que más ha influido en crear conciencia sobre el drama del secuestro.

Pacho, quien ha organizado las marchas contra el secuestro y la desaparición forzada, puso fin en la tarde del viernes a una reunión sobre el rediseño del periódico, que parecía de rutina, con una frase que dejó fríos a los asistentes: “Muchachos, yo confío mucho en ustedes y espero que esto quede bien con su trabajo porque yo no los puedo acompañar más”.

El, que con su movimiento ha logrado la movilización de más de 15 millones de personas que decidieron abandonar las filas de la apatía para sumarse al movimiento de activistas contra los violentos, sabía que su libertad corría demasiado riesgo por una decisión también tomada por el comandante ‘Romaña’. Y un hombre como él, que ya pasó casi un año encadenado a la pata de una cama por orden de Pablo Escobar a comienzos de los 90, no está dispuesto a repetir esta experiencia.

Pero las amenazas no le han hecho cambiar su visión de una salida negociada del conflicto. “Creo y sigo creyendo en el proceso de paz con total claridad, dijo Pacho a SEMANA. Lo mío es muy específico y es por el tema de mi lucha contra el secuestro. Es cuestión de frentes y comandantes de las Farc que están haciendo barbaridades sin consultar a la alta comandancia del secretariado. No me cabe la menor duda de que es así”.

En la medida en que se degrada el conflicto y en que la población civil es cada vez más blanco de ataques de los radicales de ambos bandos el proceso de paz se ve afectado. Es una de las consecuencias de llevar a cabo la negociación en medio de la guerra.

“Esto es para que las Farc, los paras y hasta el propio Estado hagan una profunda reflexión sobre qué tanto sus acciones sobre la población civil pueden poner en peligro la reconciliación nacional”, advirtió Pacho Santos.

Sin embargo el gobierno no tiene pensado modificar la agenda de negociación con las Farc. “El viaje a Europa, dijo a SEMANA una fuente del gobierno que pidió no ser identificada, sirvió para que las Farc oyeran de terceros lo que ni el propio Víctor G. quiere decirles. Básicamente que para progresar en la paz y ganar la confianza internacional tienen que dejar de cuidar cultivos de coca y abandonar el secuestro como mecanismo de financiación”.



El costo del exodo colombiano

“El destierro era para los griegos la pena de muerte”, dice el historiador y escritor Arturo Alape, “el exilio es para los colombianos también como una pena de muerte”. Además del golpe individual este intelectual de izquierda, una de las primeras personas forzadas a viajar por amenazas provenientes de la extrema derecha, llama la atención sobre el significado que tiene para la sociedad en general: “Es arrebatarle la inteligencia al país”.

“Es la descapitalización cultural”, afirma el ex director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional (Iepri), el profesor Gonzalo Sánchez. Para él la situación es similar a la que padecieron los intelectuales durante la época de las dictaduras en América Latina, aunque de mayor gravedad. “Porque nuestras tradiciones culturales son más débiles. Colombia no tiene la solidez en términos de núcleos intelectuales y centros de investigación como Brasil o Argentina”.

Profesores de la talla de Eduardo Pizarro y Juan Tokatlián han debido abandonar el país. El primero sobrevivió a un atentado en las afueras de la Universidad Nacional el pasado 22 de diciembre. El segundo recibió una amenaza directa de Carlos Castaño, luego de un escrito suyo en El Tiempo sobre el conflicto armado.

En días pasados el éxodo colombiano ha sido noticia en varios lugares del mundo. Un extenso reportaje del periódico Ha’aretz, el más influyente de Israel, afirma que Colombia es el líder mundial del secuestro y que “simplemente basta con ser rubio para ser secuestrado”.

El periódico dice que “ahora hay cerca de 7.000 judíos en Colombia, la mitad de los que había hace 20 años, y especifica que más de 200 se han ido cada año, la mayoría con destino a Miami o Israel”.

El rotativo agrega que “uno de cada cinco niños de los colegios judíos están cerca de irse” y que “muchos se irán pronto cuando completen el colegio”.

La salida obligada de colombianos también fue el tema principal de The New York Times, uno de los periódicos más influyentes del mundo, que en su edición dominical del 5 de marzo le dedicó un artículo de página entera al tema con datos escalofriantes: “El gobierno estima que 800.000 personas —el 2 por ciento del total de la población de 40 millones— se han tenido que ir del país en los últimos cuatro años”, cita textualmente.

La razón para el prestigioso rotativo estadounidense es sencilla: preservar la vida y la libertad. “La tasa de asesinatos en Colombia es 10 veces más que en Estados Unidos, explica el diario, y en el último año 2.663 secuestros fueron reportados. En ambas tasas, los expertos dicen, que son las más altas del mundo”.

Según The New York Times, uno de los destinos preferidos es Estados Unidos. “De acuerdo con las estadísticas dadas por la embajada de Estados Unidos en Bogotá, los colombianos solicitaron en 1999 un récord de 366.423 aplicaciones para visa de no inmigrantes, mientras que en 1997 fue de 150.514”.



El triunfo de los extremos

Pacheco es uno más de los que se marchan para Estados Unidos. La razón es sencilla: desde allí podrá ir y venir con mayor frecuencia. “Porque allí tengo trabajo y esa es una ventaja”, explica este hombre que, sin embargo, aclara que no sabe cómo será vivir sin su país.

“Es muy berraco, dice el exiliado Alfredo Molano, sociólogo e investigador, quien debió salir por las amenazas de muerte de manos de los paramilitares, uno aquí está lejos de su gente, no sólo de la familia sino de la gente con la que suelo conversar, los colonos, los pescadores, los campesinos, que son la gente que a mí me interesa. Ese rompimiento me duele y me afecta”.

Molano, como Pacheco, tiene la ventaja de haber conseguido un trabajo similar al que realizaba en Colombia, opción que, sin embargo, logra una escasa minoría. Así, además de las consecuencias sicológicas que representa salir forzado del país, está la pérdida de la autoestima por la imposibilidad de continuar creciendo profesionalmente. “La vida de exiliado es muy dura, uno tiene que trabajar mucho. En mi caso la situación económica ha sido muy difícil, mi diploma no lo han validado y lo peor es que no tengo garantías para volver casi que ni a largo plazo”, dice Leonardo Cortés Novoa, el juez que alertó de la masacre de Mapiripán, quien lleva un año viviendo en Europa.

La incertidumbre del retorno aumenta el problema. Según el diario The New York Times uno de cada cinco viajeros que salieron del país desde 1996 hasta 1998 no retornaron, es decir 565.000 colombianos.

Todo esto tiene unas consecuencias enormes para el país. De una parte, asfixia las posiciones tolerantes que son indispensables para resolver el conflicto y alimenta los extremismos, de derecha o de izquierda, que logran ubicar en la categoría de enemigo al crítico, y de ahí a un tipo de retaliación no hay sino un paso. “Para los violentos el amedrentamiento tiene resultados positivos porque evita que se opine sobre los temas candentes”, dice el vicerrector de la Universidad Nacional, Alejo Vargas. Una de las salidas por las que está optando mucha gente es la de ir en procesión hasta el refugio de los actores armados para buscar las razones por las cuales han sido amenazados y convencer a sus adversarios de que levanten la condena para poder así seguir tranquilos. Fue precisamente lo que intentó hacer Jaime Garzón durante la última semana de su vida. Incluso sus más cercanos sostienen que 48 horas antes de su asesinato alcanzó a concretar una cita con Carlos Castaño para pedirle que no llevara a cabo las amenazas que pesaban en su contra.

Pacheco se opone a esta alternativa. “Ni lo he pensado. Yo creo que hay que escuchar al señor Marulanda Vélez, quien debe tener muchas razones para estar peleando durante 40 años, pero lo que yo no me imagino es verme volando hasta el Caguán para decirle que por favor no me secuestre”.

El presentador aclara que esta no es una posición de valentía sino de lógica elemental. “En este caso no tengo nada de valiente”. Al contrario, aclara que tiene miedo, un miedo que logró controlar hasta el sábado 4 de marzo, cuando se enteró del secuestro del ciclista Lucho Herrera por parte de un frente de las Farc. En ese momento se le vino encima el mundo porque entendió en toda su dimensión la tragedia del país, en donde la confrontación se salió hace mucho tiempo del escenario de los actores armados para darle sin piedad a la población civil.

Por eso Pacheco, cuando estuvo en SEMANa, sentenció con voz entrecortada :“No sé qué va a pasar con el país. Pero he sentido que a mí la gente me quiere y eso no les importa a los que me amenazan, como no les importó llevarse a un hombre como Lucho Herrera, que lo único que nos ha dado son satisfacciones. Por eso digo que lo de Lucho Herrera me mató”.