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| Foto: Archivo particular

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Radiografía de una enemistad

‘Enemigos’, el libro de la periodista Vicky Dávila, cuenta la historia del pulso más acérrimo de la política colombiana contemporánea: la pelea entre el expresidente Álvaro Uribe y el presidente Juan Manuel Santos.

19 de abril de 2014

Álvaro Uribe Vélez (AU): –Si quieren que yo esté en Colombia, yo necesito seguridad. Dígale al presidente Santos que si el ministro de Defensa es Germán Vargas, yo me declaro un perseguido político, me refugio en otro país, porque no estoy dispuesto a correr el riesgo de que el ministro de Defensa que me debe proteger sea Germán Vargas –dijo Uribe.

Gabriel Silva Luján (GS): –Presidente, está exagerando, esa es una cosa excesiva, usted sabe que el presidente Santos hace lo que sea por usted para protegerlo. Además yo como ministro de Defensa pues también le digo que no voy a permitir por ningún motivo que haya para usted y su familia el más mínimo riesgo.

A. U: –Si el ministro es Germán Vargas me voy del país. Yo estaría en un riesgo real de que mis enemigos me acaben.

Gabriel Silva Luján, quien era entonces ministro de Defensa del gobierno Uribe, salió del despacho del presidente en la Casa de Nariño, un poco turbado, a llevarle la razón a Juan Manuel Santos. Silva no entendía claramente lo que sucedía. Uribe era su jefe, pero también Santos, el nuevo presidente, era ante todo su amigo.

Era julio de 2010 y crecían los rumores sobre el nombramiento de Vargas en la cartera de Defensa…Pero la razón de Uribe, quien estaba exaltado con esa posibilidad, llegó casi que inmediatamente. Santos recibió el mensaje con la frialdad que lo caracteriza y le pidió a Silva que consultara de nuevo a Uribe sobre quién podía darle tranquilidad. Silva hizo la tarea, se comunicó de nuevo con Uribe, se barajaron varios nombres y fue de esa conversación que Rodrigo Rivera resultó nombrado en la cartera de Defensa.

G. S.:
El que vetó a Germán Vargas fue el presidente Uribe. Él escogió, francamente, a Rivera y a su viceministro. A esas personas las nombró Uribe.

Todo sucedió muy rápido, en medio del frenesí de nombramientos, prevenciones, desconfianza y, sobre todo, nubarrones sobre la relación Santos-Uribe, que ya empezaban a verse y no precisamente lejos. La tempestad estaba por comenzar y Vargas sería un detonante importante.

Después de cuatro años Germán Vargas trata de buscar explicaciones y aún no logra entender qué sucedió.

Germán Vargas Lleras (GV): Francisco Santos por la mañana en radio salió en algo que jamás entendí, haciéndolo a nombre de él sin mencionar a Uribe, pero prendiendo unas alarmas que nunca tuvieron razón de ser sobre mi eventual nombramiento como ministro de Defensa.

Vicky Dávila (VD): Sí, porque hablaba de que estaba en peligro la seguridad del expresidente Uribe…

G. V.: Esa salida tan inapropiada nunca la entendí, no hubo lugar jamás a presentar algún reclamo, pero claro que supongo que no hubiera hecho eso, si no era un mensaje mandado por el propio Uribe. A título personal no hubiera tenido nunca ningún motivo ni ninguna razón para expresarse así, si no era claramente enviando el mensaje del presidente Uribe.

Esa misma tarde, en medio de una gran expectativa, se conoció públicamente que Rodrigo Rivera sería el ministro de Defensa, pero Germán Vargas no se había quedado por fuera: era el nuevo ministro del Interior y Justicia, y quien defendería la política del gobierno entrante y sus iniciativas en el Congreso. Sería sin duda un ministro clave para Santos.

La relación Uribe-Vargas tuvo muchos episodios que fueron desgastándola, incluso por el carácter difícil de ambos, pero se hizo trizas, cuando Vargas, que había sido promotor apasionado de la reelección en 2006, se apartó de la posibilidad de que Uribe pudiera ser reelegido por segunda vez. Le dijo no a la re-reelección.

Quienes lo conocen dicen que trabajó incansablemente. Trabajó día y noche. Al punto que fue Vargas quien dirigió por teléfono, desde su cama, en pijama, y en medio de una inmensa excitación, todo el operativo que en la Cámara llevó el debate al filo de la medianoche y que luego se convirtió en vicio de forma en la Corte Constitucional. Él y Germán Varón Cotrino, entonces presidente de la Cámara y copartidario suyo, fueron determinantes en la mala suerte que corrió la iniciativa en el alto tribunal. Vargas era responsable en gran parte de que Uribe no pudiera seguir en el poder.

G. V.: Si yo no me hubiera distanciado de la segunda reelección, lo que probablemente hubiera ocurrido es que Uribe se hubiera perpetuado en el poder.

V. D.: Es decir, ¿usted hoy no se arrepiente de eso?, ¿lo volvería a hacer, así le costara la carrera presidencial?

G. V.: En absoluto, así me costara la carrera presidencial, yo estuve en absoluto desacuerdo con su intento para ser reelegido por segunda vez. Uribe jamás me pidió su apoyo, claramente expresé yo que estaba en desacuerdo con que permaneciera indefinidamente en el poder y en consecuencia actué de manera frentera para oponerme a esa reelección y a través de la bancada del partido en el Congreso para evitarlo.

Uribe nunca perdonó a Vargas. Todo parecía ser solo una disputa política, pero Vargas, el mismo que acompañaría a Santos en el gobierno para el cual Uribe hizo campaña, habría roto sus lazos definitivamente con Uribe mucho antes, tras un episodio sinceramente muy grave por lo que cuenta él mismo:

G. V.:
Para mí ese episodio del atentado mío fue la ruptura porque yo aún hoy sigo considerando que el departamento de seguridad (DAS) estuvo comprometido en eso.

V. D.: Le tengo que preguntar algo que necesito que me conteste con sinceridad: ¿usted cree que Uribe participó en ese atentado?

G. V.: No, con sinceridad le digo que mi percepción es que el DAS estuvo comprometido en ese hecho y lo que lamento es que esa investigación no haya avanzado hasta sus últimas consecuencias. Recientemente, tantos años después, la reabrieron a instancias del último director que hubo en el DAS (Felipe Muñoz). Pero esta es la hora en que no hay ningún responsable, los procesos que se han abierto han terminado en nada. Hace también un par de años estaban sindicando a un par de estudiantes de una universidad pública, me hice presente en el proceso, revisé el expediente y no había ninguna razón para culparlos.

V. D.:
No quisiera recordarle este momento, pero ya que estamos hablando del atentado, me gustaría que usted recuerde qué pasó exactamente en el carro después de que estalló la bomba.

G. V.: Pues en unas condiciones muy precarias, con las llantas en el piso, tomamos la decisión de protegernos. Uno de los escoltas que venía en el carro advirtió que probablemente otro carro nos estaba persiguiendo para rematarnos y en medio de esa situación logramos llegar a la Escuela de Caballería.

V. D.:
¿Quién lo estaba esperando en la Escuela de Caballería?

G. V.:
Nadie

V. D.: ¿Es cierto que Uribe le llegó ahí?

G. V.:
Sí, al poco tiempo ingresó en una indignación enorme, que era natural que la tuviera como todos la teníamos. Pero esa indignación no solo se expresaba para quienes hubieran podido cometer ese acto, sino con todos quienes ahí estábamos también. Eso me sorprende todavía. Estaba muy alebrestado. Yo no tuve mucha ocasión de hablar con él. Llegó, hizo un show mediático, molesto con todo el mundo, incluidos los asistentes. No recuerdo qué me dijo, era la actitud… Muy curiosa la actitud, porque claro que tenía todo el derecho a estar molesto, pero qué teníamos la víctima y los asistentes que ver para que esa indignación también nos la transmitiera. Y luego de eso hubo otro episodio muy molesto.

V. D.: Pero espéreme, ¿muy curiosa en qué sentido?, es decir, ¿porque usted no se había muerto?

G. V.:
Yo esas hipótesis no las puedo siquiera pensar, pero yo eso lo tengo muy presente como un episodio que probablemente nunca se superó. Como no se superó una llamada que le hizo a mi señora a regañarla, posteriormente. Porque ella muy exaltada, por teléfono, a pocos segundos del atentado me llamó y lo único que se le ocurrió mencionar a segundos de que hubiera ocurrido el atentado era un sentimiento, que puede no tener ningún fundamento, de que el gobierno había estado involucrado. Como naturalmente mi teléfono estaba absolutamente chuzado, pues yo creo que pocos minutos después al presidente de la República le transmitieron esa información.

V. D.: ¿Y él qué le dijo en esa llamada a su esposa? ¿Recuerda algo?

G. V.: No mucho, que si ella creía que él era un asesino y todas las cosas que Uribe dice.

V. D.: ¿Y Luz María(esposa de Germán Vargas) no le había dicho eso a nadie más, solo a usted por teléfono minutos después del atentado?

G. V.: No, solo a mí, una cosa de esas no la había comentado con nadie. Lo que sí es cierto es que la conversación privada que yo tuve con ella, a los pocos segundos del atentado, la pusieron en conocimiento del presidente en minutos. Seguramente eso también explica la rabia que hubiera podido tener cuando concurrió a la Escuela de Caballería. Eso pasa por interceptar ilegalmente a las personas.

V. D.: ¿Y usted cree que lo tenía interceptado el DAS?

G. V.: Ah no, no hay alguna duda, no solamente me tenía interceptado, me hacía seguimientos. Yo vi la carpeta mía que existía en el DAS.

Los días de campaña(en 2010) no habían sido color de rosa entre Uribe y Santos, y en especial, luego de la primera vuelta presidencial. El llamado a la unidad y la carta del expresidente César Gaviria, que apoyaba a Santos, en medio de puyas a Uribe, le generaron a este un fuerte malestar. Al punto que públicamente llamó oportunista al expresidente liberal.

A uno de sus funcionarios más íntimos le escribió, solo segundos después de conocerse que incluso Petro estaba invitado a la unidad: “¿Qué le pasa a Juan Manuel?, ¿eso de Petro qué es?, dígale que ¡qué es eso!”. Uribe estaba rabioso y sorprendido, pero la suerte estaba echada, no había otro camino, Santos tenía que ganar las elecciones. Así fue: Juan Manuel Santos se hizo presidente de Colombia en junio de 2010. (Vea el capítulo completo  de ‘Enemigos’)