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Y al fin, ¿quién ganó y quién perdió en las elecciones?

Aunque todos reclaman la victoria, salieron mejor librados los independientes en las ciudades y los partidos tradicionales en las regiones.

31 de octubre de 2015

Una cosa es que al final de la jornada electoral del domingo pasado todos los partidos hayan salido a reclamar la victoria y otra, muy distinta, que no se pueda establecer quiénes ganaron y quiénes perdieron. La batalla poselectoral para generar una imagen de triunfo es normal y en su versión 2015 tuvo un elemento adicional: las candidaturas avaladas por varios partidos impiden establecer con claridad de quién son los votos de cada cual.

Cambio Radical ganó la batalla mediática. La mayoría de los medios nacionales hablan de ese partido y de su jefe natural, el vicepresidente Germán Vargas Lleras, como los triunfadores de la jornada. Los dirigentes de Cambio presentaron hábilmente los resultados y los aspectos que más les convenían: el triunfo en Bogotá de Enrique Peñalosa –con el aval de la colectividad–, el crecimiento frente a la votación en elecciones anteriores, y algunas victorias en territorios que tradicionalmente han sido de dominio liberal, como la costa Caribe.

En cuanto a las votaciones propiamente dichas, hay varias formas de analizar los resultados. Las elecciones para los concejos municipales y para las asambleas son consideradas un termómetro adecuado para medir la fuerza política de cada partido. En esos comicios las listas solo tienen un aval, y en consecuencia no hay discusión sobre a quién pertenecen los votos. En cuanto a los concejos, el Partido Liberal encabeza el orden de los partidos el pasado 25 de octubre, seguido por La U, con un tercer lugar de Cambio Radical y un cuarto del Partido Conservador. Después, en una especie de segundo nivel, aparecen en ese orden los verdes, el Centro Democrático, Opción Ciudadana, la ASI, el Polo Democrático y MAIS. (Ver cuadro)

Este ranking tiende a confirmarse si se analizan las votaciones para las asambleas departamentales, aunque allí La U obtiene el primer lugar. En plata blanca, desde el punto de vista de las maquinarias de cada partido La U y los liberales se disputan el primer lugar, seguidos de cerca por el conservatismo y Cambio, que pelean el tercer puesto. En comparación con las elecciones de 2011, los rojos se acercaron a La U y Cambio se metió en el grupo de los grandes.

En cuanto al lote secundario, llama la atención la fuerza de la Alianza Verde, que lidera el grupo por encima del Centro Democrático y del Polo. Este último, en las elecciones para concejos, quedó relegado a un noveno lugar.

Hay otros indicadores sobre la realidad de la base política de los partidos. Por ejemplo, el número de gobernaciones y alcaldías que lograron elegir el domingo pasado. Aquí aparece el problema de que varios de los triunfadores aparecieron en el tarjetón con más de un aval, pero ese escollo se puede resolver si se tiene en cuenta cuál ha sido la trayectoria partidista del candidato y cuál fue el primer logo con el que se inscribió (un requisito en la Registraduría). Según este criterio, el Partido Liberal fue el que más gobernaciones alcanzó: diez (Atlántico, Bolívar, Santander, Caquetá, Antioquia, Chocó, Cauca, Meta, Guainía y San Andrés), seguido por La U con siete (Cesar, Valle, Córdoba, Arauca, Vichada, Caldas, y Norte de Santander) y con el mismo número Cambio Radical (La Guajira, Magdalena, Sucre, Vaupés, Amazonas, Huila y Cundinamarca). El Partido Conservador obtuvo cuatro (Tolima, Risaralda, Quindío, Arauca), la Alianza Verde tres (Boyacá, Nariño, y Putumayo) y el Centro Democrático una: Casanare.

Los resultados favorecen a los partidos de origen liberal (el Liberal, La U y Cambio Radical) que a su vez conforman la Unidad Nacional, junto con una facción del Partido Conservador. El gobierno del presidente Juan Manuel Santos salió favorecido, pues la correlación entre las colectividades que lo apoyan y los que están en la oposición jugó a su favor. Santos no fue un protagonista importante durante la campaña y la naturaleza de estos comicios es local y regional. Pero un triunfo mayoritario de la oposición uribista, o del Polo Democrático, habría reducido la gobernabilidad del presidente y habría debilitado su posición. Por el contrario, el nuevo escenario le da tranquilidad a la Casa de Nariño.

Dentro de la Unidad Nacional, sin embargo, se abrieron fisuras que van a complicarle a Santos el manejo de la política. Los partidos que la conforman compitieron entre sí en varios departamentos en pulsos que llegaron a ser intensos y que involucraron acusaciones mutuas de apoyos indebidos: los liberales y La U cuestionaron el papel del vicepresidente Germán Vargas Lleras a favor de los aspirantes de su partido y, a su vez, voceros de Cambio Radical criticaron la intervención del ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, en apoyo de las cartas liberales. Falta ver si las heridas que quedaron de la contienda se sanan o se profundizan. Sobre todo, en la medida en que cada uno de los partidos de la alianza de gobierno empieza a mirar hacia las elecciones presidenciales de 2018, en las que probablemente no habrá un solo aspirante de la coalición, sino uno por cada partido.

Otro fenómeno impactante de las pasadas elecciones fue que un mayor número de alcaldes de capitales de departamentos triunfaron con candidaturas inscritas por firmas, y no con el aval de los partidos. Hubo diez: Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena, Santa Marta, Bucaramanga, Villavicencio, Yopal, Pasto y San Andrés. Aunque algunos de ellos tienen, además de las firmas, el aval de un partido o han hecho sus carreras en fuerzas reconocidas, este hecho demuestra que en las ciudades más grandes los partidos siguen perdiendo influencia y control.

Varios de los nuevos alcaldes –Maurice Armitage, en Cali, y Rodolfo Hernández en Bucaramanga– se han desempeñado en el sector privado y tienen más trayectoria empresarial que política. Otros, como Enrique Pañalosa en Bogotá y Federico Gutiérrez en Medellín, no son militantes de larga trayectoria en una colectividad. De alguna manera, los nuevos mandatarios locales que se inscribieron por firmas son externos a los partidos, concentran sus apoyos en el voto de opinión y en los estratos altos, y tienen discursos con una dosis de antipolítica.

Más que un hecho nuevo, el 25 de octubre se consolidó una tendencia que muestra una diferencia notable en el comportamiento electoral cuando se comparan las ciudades con las regiones y los municipios pequeños. El voto en los centros urbanos es menos partidista. En cambio, las colectividades formales mantienen presencia regional. En las localidades, de hecho, los partidos tradicionales conservan las fuerzas que han obtenido desde hace años.

El otro criterio con el que varios partidos reclaman la victoria es el de haber alcanzado trofeos de gran valor simbólico. Cambio Radical ha reclamado la victoria de Enrique Peñalosa en Bogotá, a pesar de que el nuevo alcalde se presentó como líder de un movimiento –Equipo por Bogotá– y de que contó también con el respaldo de una facción del Partido Conservador (y de su excandidata presidencial, Marta Lucía Ramírez). Sin embargo, haberse separado de la Unidad Nacional para derrotar a Rafael Pardo –avalado por el Partido Liberal y La U– le dio a Cambio Radical puntos adicionales. Sobre todo si, como se anticipa, hacia adelante se intensifica la competencia entre el partido del vicepresidente y los otros dos socios de la Unidad Nacional.

Otros líderes partidistas apuntan, finalmente, al aumento entre las votaciones de 2015 y las del pasado, para mostrarlo como trofeo. El uribismo tiene, por naturaleza, el mayor crecimiento, porque se estrenó el domingo pasado, venía de ceros, y obtuvo para concejos 1.150.000 votos. También crecieron Cambio Radical, los verdes y los liberales. El Partido Conservador se mantuvo en el mismo nivel de sus más recientes elecciones, lo mismo que el Polo Democrático. En general todos aumentaron en número de sufragios –no necesariamente en porcentajes– porque la votación total creció y se redujo el nivel de abstención, a un 40 por ciento en alcaldías y gobernaciones.

Las matemáticas electorales, en síntesis, son complejas: las versiones contradictorias de los directores de los partidos, el sistema de avales múltiples, y la coexistencia de candidaturas partidistas con proyectos independientes (por firmas) dificultan la lectura. Pero eso no significa que no hubo ganadores y perdedores.