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Ríos de sangre

Más de 40 muertos en ataque del ELN a dos embarcaciones en el bajo Cauca.

20 de marzo de 1989

Se trata de una nueva etapa en la cada vez más aguda guerra de guerrillas que se vive en Colombia: la de las batallas navales o, mejor dicho, fluviales. A la una de la tarde del miércoles 15, dos embarcaciones pertenecientes a transportadores privados se deslizaban sobre las aguas del río Cauca, en cercanías de la población de Pinillos al sur de Bolívar. De repente, de entre la enramada que hay sobre la orilla, surgieron ráfagas de ametralladora. La respuesta desde ambos buques no fue sólo de gritos y de pánico. En ellos viajaban algunos soldados, por petición expresa de los transportadores fluviales que habían solicitado su protección desde hacía varios días.
Desde el principio, el combate entre los guerrilleros del ELN y las tropas fue duro. Pero hubo algo que complicó la situación de quienes viajaban en las embarcaciones: uno de los primeros en caer herido fue el maquinista del buque que iba adelante, debido a lo cual la tripulación no pudo controlar la nave, que terminó encallando en uno de los bancos de arena cercano a la orilla. Quedaron así frente a frente soldados y guerrilleros, mientras los pasajeros buscaban cualquier refugio o se echaban al agua, bajo la lluvia de fuego.
Inmediatamente fue alertada una de las bases alternas del Comando Aéreo del Norte, la que está ubicada en el aeropuerto de Montería. La FAC envió un par de aviones artillados T-37, para que atacaran por aire a los guerrilleros, obligándolos a huír y permitiendo así el rescate de quienes viajaban en las naves. Esta tarea sólo se pudo completar hacia las 4 de la tarde. Cinco militares, cinco civiles y entre 20 y 30 guerrilleros resultaron muertos; seis militares, diez civiles y un número indeterminado de guerrilleros, heridos. Las aguas del bajo Cauca se habían bañado de sangre.
Aunque no muchos colombianos lo saben, este tipo de combates se está volviendo costumbre en el bajo Cauca, el bajo Magdalena, el Canal del Dique y el brazo de La Loba, en áreas de los departamentos de Bolívar, Sucre, Magdalena y Cesar. Lo nuevo en el caso de la semana pasada, como lo expresó a la prensa el general Juan Salcedo Lora, comandante de la II Brigada con sede en Barranquilla, es que "la presencia de tropas en los dos remolcadores tomó por sorpresa a los guerrilleros que no esperaban encontrar esa respuesta, sino a campesinos indefensos, como había ocurrido en situaciones anteriores".
Y la lista de situaciones anteriores no es despreciable: El 30 de octubre, una columna del ELN detuvo cinco remolcadores que llevaban víveres y combustible entre Magangué y San Pablo; el 15 de noviembre, un agente de policía resultó herido al ser atacada una embarcación cerca al cerro de Simití, al sur de Bolívar; el 27 de diciembre, una embarcación fue atacada y hundida entre Tenche y Astilleros, después de un nutrido fuego cruzado entre guerrilleros y tripulantes armados; finalmente, el 11 de febrero, hacia las 9 de la noche, cinco pasajeros murieron en un remolcador sobre el río Cauca y quince más resultaron heridos. En esta última ocasión, los guerrilleros detuvieron repentinamente el ataque, se subieron a la embarcación y pidieron excusas pues, como lo expresaron a los pasajeros en el colmo del cinismo, se habían equivocado de nave.
Todo lo anterior es una muestra más de la forma como el peligro que significa el ELN como grupo guerrillero ultraizquierdista, sigue creciendo en forma dramática. Es lo que puede suceder cuando en manos de unos cuantos fundamentalistas, quedan las decenas de millones de dólares pagados por las multinacionales que fueron extorsionadas durante la construcción del oleoducto Caño Limón-Coveñas. Para apreciar la dimensión del problema, basta un sencillo cálculo: se supone que el ELN se hizo a cerca de 100 millones de dólares, producto de extorsiones y secuestro en esos tiempos; y se supone además que cuenta con unos 500 hombres en armas, lo que da unos 200 mil dólares (unos 70 millones de pesos al cambio de hoy) para el mantenimiento de cada guerrillero en los últimos tres años. Son cálculos tan aterradores que algunos prefieren no hacerlos.