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“Soy muy perfeccionista, y cada vez más”, dice Robert Farah al recordar la pesadilla que vivió en las últimas semanas. | Foto: RYAN PIERSE/ATP WORLD TOUR VÍA GETTY IMAGES

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Farah: el hombre detrás del tenista

El número uno mundial en dobles acaba de pasar el peor momento de su vida. Qué lecciones aprendió de ese episodio y cómo su disciplina y su fe lo han llevado a la cima del mundo con su compañero Juan Sebastián Cabal.

15 de febrero de 2020

El domingo 12 de enero, Robert Farah, de 33 años, nacido en Montreal y caleño de ascendencia libanesa, se despertó y, como todas las mañanas, tomó su celular. Allí se encontró de manos a boca con un correo electrónico de la Federación Internacional de Tenis (ITF, por sus siglas en inglés). La entidad le notificaba que en un test de dopaje practicado en octubre de 2019 habían encontrado trazos de boldenona, un esteroide anabólico.

Confundido, Farah recordó las últimas victorias que había tenido en compañía de Juan Sebastián Cabal: los Grand Slam de Estados Unidos y Wimbledon, y el escalafón número uno en la clasificación mundial de dobles. Sintió que esos días de gloria estaban en riesgo y vio un futuro de oprobio. Después de mostrarle la información a la golfista Belén Mozo, su novia, buscó en Google qué era la boldenona, palabra que jamás había escuchado. Supo que era grave y deseó cosas peores, como haberse partido una rodilla. 

“Nunca he usado una sustancia en mi cuerpo y solo pensaba que todo tenía que ser un error, pero no sabía dónde estaba. Ese día tenía entrenamiento para unos partidos de caridad, y traté de comunicarme con mi equipo”, cuenta Farah.

Habló con su entrenador y decidieron continuar con un día normal. Pero, por supuesto, no lo fue. Pensó todo el tiempo en las consecuencias de la suspensión en el momento en que su carrera brillaba más. Postergaron la llamada a la Federación Internacional de Tenis hasta tener más claridad sobre el tema.

La ansiedad creció al día siguiente cuando su abogado lo llamó y le dijo que lo mejor era no jugar, pese a que su suspensión comenzaba, oficialmente, el 21 de enero. “Decido no jugar y viajo a Los Ángeles a reunirme con los abogados Gibson and Dunn”. Ahora todo parece un largo protocolo, algo por lo que estaba dispuesto a pasar como un trámite burocrático, como si dejar de jugar no hubiera sido un golpe doloroso, fruto de una decisión impuesta. Pero, en su momento, significó amputar un hábito, una pasión.

“Regresé a Colombia y trabajé con los abogados de la agencia y con Víctor Delgado, que trabaja con los abogados de Estados Unidos. Ahí me enteré de qué era la boldenona y que en Colombia la usan legalmente como un anabólico para el ganado. Supe muy pronto que lo mío había sido una contaminación por ingesta”, dice Farah, mientras se cuida de satanizar a los ganaderos de Colombia: “Sé que es una actividad económica muy importante para el país, para el PIB, y no tengo ningún problema con ellos”.

Recordó muy bien que el día anterior al test de dopaje, en octubre, estaba visitando a su mamá después de dos años sin verla. Ella quiso homenajearlo con un plato libanés, el shawarma, un embutido de carnes de res envuelto en pan pita. Esto les indicó a los abogados, por lo que concluyeron que era muy posible que estuviera ante una contaminación accidental. “Los abogados me dijeron que les gustaba aceptar casos que podían ganar. Eso me dio mucha confianza”.

Como había comido la carne tantas semanas atrás, era imposible comprobar que estaba contaminada. Pero los abogados tenían varias pruebas recopiladas por toxicólogos de la Universidad de Columbia que jugaban a favor del tenista. Para empezar, si la persona consume o se inyecta la boldedona para doparse, el test puede arrojar más de 200 nanogramos en la sangre. Farah tenía apenas un nanogramo. Además, el cuerpo empieza a metabolizar la boldedona 14 días después de consumida. El último test del jugador, diez días después de la ingesta –nueve después del test fallido–, salió limpio de boldedona.

"Levantada la suspensión por dopaje, Farah vuelve a la vida: se casa en un par de semanas y competirá en el ATP de Brasil".

Un mes después, la ITF levantó la suspensión: “Es la primera vez que el señor Farah se ve involucrado en una situación así. Y aunque cometió una falta al código antidopaje, no tendrá ninguna suspensión. La decisión puede ser apelada por la Agencia Mundial Antidopaje ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS)”. El fallo se debe, además de la poca cantidad de boldenona, a que Farah ha tenido un comportamiento deportivo ejemplar.

El tenista relata esta historia de pesadilla con una resignación que parece imposible, y en un momento llegó a aceptar un futuro alejado de las competencias profesionales: “Yo estaba decidido a dar lo mejor de mí en esta batalla. Estuvimos muchos días recogiendo pruebas, pero también pensé que, si no salía del problema, era porque Dios así lo había querido y yo no iba a ir en contra de su camino”.

Pero el camino de Farah parece escrito para el tenis y nada más. Su padre, Patrick Farah, fue su primer entrenador. Cuando Robert era apenas un niño y estudiaba en el Liceo Francés, su padre lo recogía al mediodía con el almuerzo bien empacado. Mientras viajaban a las canchas en las afueras de Cali, los dos comían presurosos y el pequeño se cambiaba rápidamente. Entrenaban dos horas con toda intensidad. En algunos días los saques se hacían imposibles, y había tardes en las que correr por la cancha parecía el desafío de un atleta. Pero el padre esperó con paciencia, lo vio crecer y apretó las cuerdas para forjar la fortaleza de carácter.

“Le debo el inicio de mi carrera a mi papá, y sin eso no hubiera llegado a los momentos más felices de mi vida. La pasión que tengo por el tenis se la debo a él, que me involucró mucho en el deporte. Éramos una familia de deportistas, me inculcó una disciplina férrea por sobre todas las cosas. Igual mi mamá, que fue mi profesora en el colegio. Mi papá supo qué tanto apretarme, y cuando yo ya podía estar saturándome un poco, entendió y no dejó que su ego me aplastara. Supo apartarse y dejó que yo forjara mi camino”.

Hubo momentos en los que Farah quiso rendirse: cuando a los 16 años era más pequeño que el resto de sus amigos, pero a los 18 alcanzó casi 2 metros de estatura; cuando tenía 20 años y en Estados Unidos vivió la juventud que nunca tuvo: de diversión, de amigos, de salidas y fiestas. “Pero Dios marcó mi camino”, repite como un mantra.

En 2010 alcanzó con Cabal el puesto 150 en la clasificación mundial, y desde entonces no pararon de crecer. En 2011, después del Challenger de Roma quedaron entre los 100 más grandes; y ese mismo año, luego de Roland Garros, llegaron al lugar 35. En 2014, tras ganar el ATP 500 de Río de Janeiro, alcanzaron el número tres del mundo. Hoy son los primeros, una pareja casi imbatible.

“Soy muy perfeccionista, y cada vez más. He entendido que para llegar al más alto nivel de uno mismo, para explotar el máximo potencial, hay que concentrarse en los detalles, porque todos los tenistas practicamos lo mismo: saques, boleas, revés. Me encargo de potenciar aspectos mentales y de disciplina, aunque es difícil. Sin embargo, eso me mantuvo a flote todo este tiempo, me dio perspectiva”, dice. 

Después de días de angustia y trabajo por fuera de las canchas para escarbar archivos y hablar con científicos y abogados, Farah vuelve a la vida. Se casa en un par de semanas con Belén Mozo y regresa al calendario competitivo: la ATP 500 de Río de Janeiro, la ATP de Acapulco, la Copa Davis contra Argentina y la ATP Master 1000 Indian Wells en Miami. Han quedado atrás los días en que debía dormir en aeropuertos para viajar de competencia en competencia. Pero el nivel cada vez es más intenso, como para los mejores del mundo.