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ECOLOGÍA

Salvados por los manatíes

Un trabajo de preservación de la fauna logró lo que muchas iniciativas de protección civil no han hecho: blindar a una comunidad de la guerra.

6 de febrero de 2005

HACE 20 AÑOS LOS PESCAdores de El Cerrito y Campo Duro en el Magdalena Medio santandereano decidieron no cazar más a los manatíes y, por el contrario, cuidar los gigantescos mamíferos acuáticos que viven en su región. Con esto no sólo preservaron esta especie en peligro. Sin saberlo, también salvaron sus vidas.

La Ciénaga de Paredes, enclavada entre Sabana de Torres y Puerto Wilches, alberga bajo sus fangosas y oscuras aguas a cerca de un centenar de esos animales. Sus aguas y la de tres ríos que allí desembocan dan gran facilidad para moverse entre los Santanderes, Cesar y Bolívar. Pero esta condición, que es vital para la supervivencia de los animales, también es clave para la guerra que ahí se libra.

Su paisaje, antes dominado por un frondoso bosque y hoy cercado por sólo un par de hileras de árboles, ha visto patrullar a guerreros de todos los bandos. Primero fueron las Farc, que se establecieron a la entrada de la ciénaga. Luego fue el paso obligado del frente Manuel Gustavo Chacón del ELN, que al mando de Francisco Galán se dirigió hacia Norte de Santander.

En esa época el trabajo de los campesinos y los pescadores era respetado, pero no pasó mucho tiempo para que comenzaran los desmanes. Unidos el ELN y el EPL iniciaron las extorsiones y robos que atrajeron a las autodefensas de San Vicente de Chucurí y después a las Ausac (Autodefensas Unidas de Santander y Sur del Cesar).

En 1987 el alcalde de Sabana de Torres, elegido por la Unión Patriótica, fue asesinado. Fue el comienzo de una serie de actos de barbarie que afectaron los municipios de Puerto Wilches, San Alberto, Aguachica, Barrancabermeja y La Esperanza. Según el Observatorio de Derechos Humanos de la Presidencia de la República, para esta época esta zona triplicó el promedio de asesinatos de todo el país.

La estela de muerte hizo que la ciénaga de Paredes quedara en el medio de lo que los campesinos llamaban el 'triángulo de las Bermudas'. De todos los pueblos y veredas cercanas llegaban noticias de los cuerpos que iban apareciendo.

Pero la situación de Campo Duro y El Cerrito fue diferente. Paradójicamente estos grupos de guerreros, que se han caracterizado por su sangre fría con la población civil, le dieron importancia al trabajo ecológico de esta comunidad en defensa de los manatíes y respetaron sus vidas.

"Preguntaban y miraban lo que hacíamos, dice un pescador de piel cuarteada por el sol; ellos pensaban que lo que hacíamos no traía ningún riesgo". Esto fue lo que blindó la comunidad.

"Cuando la zona era patrullada por el frente XX de las Farc, miembros de este grupo llevaban a las aguas de la ciénaga a las tortugas que decomisaban a personas que intentaban sacarlas de la región", dice uno de los raizales mayores.

A Camilo Morantes, el comandante de las Ausac, se le escuchó en alguna ocasión que "esos no son peligrosos, sólo les gusta joder con esos bichos", dice uno de los ganaderos de la zona. "Nos ha tocado capotear a los violentos. Cuando tenemos que girar la manta a la izquierda para dejarlos pasar, lo hemos hecho y cuando hemos tenido que hacerlo hacia la derecha, también. Con una sola manta se lidian dos toros", dice un pescador que llegó hace 35 años a la ciénaga. Así, el trabajo de la comunidad alrededor de la conservación de estos particulares animales ha hecho que la violencia les pase por un lado.

Los manatíes no sólo les han servido a esta comunidad de pescadores para garantizar su vida; el reconocimiento de su trabajo también les está ayudando para hacerle el quite al hambre.

El Cerrito y Campo Duro nacieron en la ciénaga hace casi 50 años, con los pescadores del alto Magdalena que llegaban hasta allí por la abundancia de peces. Y se fueron quedando.

Eran hasta 100 canoas de gente de San Pablo, Cantagallo, Puerto Wilches y El Llanito. Así llegó hasta la zona José Manuel Zapata, 'Morita' para propios y extraños, quien desde La Gloria, Cesar, llegó con su padre a la zona. Hoy tiene 56 años y es el líder natural. De él surgió la idea de preservar los manatíes.

'Morita' es un hombre iletrado, pero se obsesiona con el significado de las palabras y por ello es cuidadoso al definir la protección de los manatíes, no sólo como la prohibición de su caza, sino como la oportunidad de sustento para su comunidad.

Desde hace unos seis años la pesca, según él, ha disminuido en 70 por ciento. Por eso, a través de la ONG Cabildo Verde, buscaron que la Corporación Autónoma de Santander les patrocinara la labor que venían haciendo. Y lo consiguieron. Anualmente reciben 24 millones de pesos, una ayuda simbólica, según acepta Álvaro Prada, director de la entidad, quien asegura que el Estado llegó a esta zona "no porque les hayan dicho que se iban a morir de hambre 100 campesinos, sino porque se iba a salvar un manatí".

Las casas de El Cerrito, aunque de madera y palma, ya tienen electricidad, acueducto y alcantarillado. Hasta el gas natural llegó al caserío, gracias a la gestión hecha por el subsidio logrado con la alcaldía de Sabana.

Esos hombres cambiaron los arpones con que daban el puntazo final a los manatíes, por cañas de pescar y atarrayas que en los mejores tiempos les permitían cargar camionados de bocachicos, bagres, pácoras, mancholas y picudas.

Entre tanto, los manatíes, amables gigantes, mueven su cuerpo de hasta cuatro metros y 400 kilos de peso, por las casi 900 hectáreas del espejo de agua, sacando la cabeza cada 10 minutos para respirar. Cuentan los pescadores que desde que la palabra se volvió pacto, sólo dos manatíes han muerto, y ha sido por viejos.

Pero ahora surge una nueva amenaza: el verano. Los 40 grados -bajo sombra- que calientan la zona también reducen el nivel del agua de seis metros a 40 centímetros. Entonces, los manatíes no tienen cómo llegar hasta el pasto acuático que está en las orillas, disputado con el ganado que rumiando ha bajado la capacidad de embalse de la ciénaga que hace 30 años cubría 1.600 hectáreas.

Sin la ayuda de la gente, los manatíes terminan atascados en el fango y tostados por el sol "se fritan, igualitico que un chicharrón cuando lo pones a la candela", explica uno de los pescadores.

Esta situación hace que se hayan escuchado voces que piden su traslado a un lugar con más agua, pero la negativa de los pescadores es tajante. "Si aquí no hubiera manatíes, si no hubiéramos tomado la decisión hace años, de cuidarlos y de cuidar la ciénaga, este pueblo sería como todos los demás", asegura Miguel Zapata, presidente de la junta de acción comunal. Defienden los manatíes como patrimonio de la comunidad, pero también como su blindaje de la guerra. "Si se los llevan, ahí sí llega la guerra. No hay vuelta atrás", dice Morita.