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SE CRECIO EL BIGOTE

HORACIO SERPA PASO DE CANDIDATO A LA CARCEL A CANDIDATO A LA PRESIDENCIA

22 de julio de 1996

Luego de la absolución al presidente Samper en la Cámara de Representantes, el tema político en Colombia tiene nombre propio: se llama, sin rodeos, Horacio Serpa Uribe. La conclusión lógica del proceso 8.000 debió haber sido el repudio al Liberalismo como partido, a la maquinaria política como sistema y a las personas que manejaron la campaña de Ernesto Samper como individuos. Pero nada de eso sucedió. Por el contrario, Serpa, que es el símbolo de estos tres elementos, se vislumbra como posibilidad presidencial para 1998. Y no deja de ser paradójico que, en el momento en que los tres problemas más grandes del país son la polarización, la decadencia moral y las tensiones con Estados Unidos, se convierta en fenómeno político un hombre sub júdice, con posibilidades de perder su visa norteamericana, quien además polariza a los colombianos más que el propio Ernesto Samper. ¿Cómo puede explicarse este fenómeno? ¿Cómo puede llegar a ser tan ilógica la política? Estos son algunos de los interrogantes que se hacen los colombianos, mientras registran con asombro cómo el reemplazo del bojote puede acabar siendo el bigote. La explicación parece radicar en que el país apenas comienza a asimilar los cambios que se han producido en la vida política como consecuencia del proceso 8.000. Las tensiones que surgieron alentadas por éste, durante la controversia entre defensores y opositores de Samper, cambiaron la composición tradicional de fuerzas políticas en el país. De esas tensiones se habla mucho por estos días: el conflicto entre ricos y pobres, entre la provincia y Bogotá, entre el llamado liberalismo social y el neoliberalismo, y así sucesivamente. Siempre habían existido pero se acentuaron con el proceso 8.000. El gobierno las capitalizó al máximo, llenando plazas y repitiendo una y otra vez el mismo discurso: que todo el problema en torno al Presidente era una reacción a su política social, que era un enfrentamiento con los neoliberales y que la obsesión por el proceso 8.000 era en Bogotá y no en provincia. Una de las consecuencias de este realinderamiento de fuerzas ha sido el fenómeno Serpa. Cierto o falso _ya no importa ese debate_, lo que resulta evidente hoy es que el país está polarizado y que alrededor del Ministro del Interior se han ido agrupando sectores que creen que él representa a los pobres, al liberalismo social y a la provincia. La revancha de la maquinaria Pero si estas son las condiciones que han ambientado el ascenso político de Serpa, existe un fenómeno concreto que ha sido el motor de todo este proceso: algo que podría denominarse la revancha de la maquinaria. Si se analizan los últimos años de vida política colombiana, bien puede concluirse que se han caracterizado por un enfrentamiento entre la clase política tradicional y unas fuerzas renovadoras que la quieren desplazar. Inicialmente fue el galanismo contra el oficialismo. Posteriormente, en la Constituyente, se buscó la renovación a través de la revocatoria del mandato del Congreso y de la prohibición de que los congresistas pudieran ser ministros o embajadores. Simultáneamente, nació y se consolidó el fenómeno de los kínderes, a través de los cuales nació una élite privilegiada de tecnócratas no mayores de 35 años, quienes desde los cargos de 'asesores' y 'consejeros' han detentado un poder muy importante en los últimos 10 años. Esta transferencia de poder ha llenado a la clase política de resentimientos. No es grato para un veterano cacique de la provincia hacerle antesala para pedirle un puesto a un máster de Harvard de 30 años, sin un solo voto, quien considera una lagartería el favor pedido. Estos políticos de pueblo, de carreteras empolvadas, quienes necesitan a la burocracia para mantener satisfechos a sus electores, están cansados de que, opinadores de escritorio desde los medios de comunicación, los llamen 'manzanillos', 'clientelistas' y que los hayan convertido en el símbolo de la corrupción colombiana. Todas estas tensiones se intensificaron durante el proceso 8.000 con el problema de la narcopolítica. Los caciques regionales, que son los que tienen que convivir con el narcotráfico en sus departamentos, se sintieron estigmatizados por lo que para ellos no es más que una franja moralista que no conoce las realidades socio económicas de la provincia. Ernesto Samper y Horacio Serpa, involucrados en un escándalo de dineros calientes, con la defensa que hicieron de sus actos terminaron reivindicando a toda una clase política que por eso mismo los rodeó. Y es precisamente esta clase política _la de la maquinaria_ la que se siente triunfante después de la absolución de Samper y ha decidido librar su gran batalla: jugarse sus restos con Horacio Serpa. Esta actitud de los políticos liberales no es más que un grito de rebeldía ante lo que consideran una injusticia histórica, y encontraron en el proceso 8.000 un elemento de cohesión. Serpa supo capitalizar este inconformismo y ahora quiere aplicar la implacable ley del triunfo. Absuelto Samper, en la carrera de relevos ya le fue entregada la posta y se ha fijado como meta la Presidencia de la República. Nadie puede negar que detrás de la fuerza de Horacio Serpa hay una acumulación de resentimientos sociales que buscan reivindicación. ¿Por qué se convirtió él en portaestandarte de esas frustraciones? En primer lugar porque la esencia de Colombia es la violencia y Serpa encarna la historia de la violencia en nuestro país. Su campo de acción política siempre han sido Barrancabermeja y la zona del Magdalena Medio, que constituyen el microcosmos de todas las violencias que coexisten en la Colombia de hoy. En esa zona, fenómenos como la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico y el secuestro, son cosas de todos los días. El hoy Ministro del Interior los ha vivido y padecido a lo largo de toda su vida pública. Conoce la esencia, la naturaleza de estos problemas, al igual que sus protagonistas. Serpa sabe cómo piensan un narcotraficante, un guerrillero, un paramilitar y hasta un secuestrador. Por igual, y en distintos momentos y coyunturas, los ha tenido de aliados o de enemigos. Como abogado independiente defendió decenas de guerrilleros; como político de pueblo o como consejero de Paz de Gaviria confrontó en la mesa de negociación a las Farc y al ELN y hasta tuvo que padecer una amenaza pública de muerte del cura Pérez; como Ministro de Gobierno de Barco fustigó y combatió a los paramilitares; como Ministro del Interior de Samper se reunió con los jefes de estos grupos para discutir una salida negociada. Los dos Horacios Toda esta trayectoria hace que existan dos Horacios Serpas. Uno, el hombre de los derechos humanos, con las calificaciones suficientes para buscar la paz en Colombia. Y otro, el Serpa que asusta al establecimiento, el populista de izquierda, con ánimo de revancha social. El del Ministro sub júdice vinculado al proceso 8.000. El demagogo que va a incitar a la lucha de clases y agudizar las tensiones con Estados Unidos. Finalmente, el que representa la mayor amenaza que ha tenido el establecimiento desde Jorge Eliécer Gaitán y el general Rojas Pinilla. Esta percepción puede ser simplista pero es real. Es tal la estatura política de Serpa en la actualidad, y tal el temor de algunos sectores por su llegada al poder, que el solo hecho de posicionarse como el anti-Serpa crece al que lo alcance. Muchos están detrás de este posicionamiento. Al que logre quedar en un mano a mano contra Serpa le van a llegar muchos apoyos. No es de descartar que la segunda fuerza política en Colombia llegue a ser 'todos contra Serpa'. Si algo demostraron las elecciones de 1994 es que para llegar a la Presidencia de la República se necesita mucho dinero. Y el poder económico en Colombia, hoy por hoy, es bastante anti-Serpa. El capital, sin embargo, es pragmático y tiende a desplazarse hacia quienes tienen posibilidades de ganar. Horacio Serpa cuenta de arranque con las simpatías de los aliados del actual gobierno, sectores en los cuales su posición vertical y leal le ha granjeado respeto.
Hombre de paradojas
Serpa es un hombre de muchas paradojas. Empezó su carrera política como renovador y hoy es el símbolo de las maquinarias políticas. Pese a su trayectoria de político honesto y limpio, se encuentra envuelto en el mayor escándalo de narcocorrupción en la política colombiana. Sin embargo, a pesar de esto, ha demostrado ser un político inteligente y coherente que se caracteriza por ser frentero y llamar las cosas por su nombre. A veces, sin embargo, esta posición de no tener pelos en la lengua le ha traído problemas. El más grave de todos fue cuando cuestionó la autoridad moral de Hernán Echavarría Olózaga en materia de narcotráfico, llamándolo "viejo gagá de 90 años". Ese juego de palabras no ha podido desvirtuar dos realidades que saltan a la vista: el empresario antioqueño tuvo tres miembros de su familia secuestrados por Pablo Escobar, uno de los cuales fue asesinado. Horacio Serpa fue, según los testimonios de Santiago Medina y Fernando Botero, la persona que diseñó la repartición a los jefes políticos de la campaña Samper de los 3.200 millones de pesos de los Rodríguez Orejuela. Serpa alega que desconocía el origen de esos recursos. Hay muchos colombianos que, como Echavarría, no quedaron muy convencidos con estas explicaciones y están dispuestos a pasarle una cuenta de cobro a los triunfadores del proceso 8.000. Horacio Serpa tiene una condición muy especial: comparte con Ernesto Samper y Fernando Botero el ser las únicas personas en el mundo entero que saben la verdad de lo que realmente sucedió con la financiación de la campaña liberal que llevó a Samper a la Presidencia. Todo indica, que al igual que los otros dos, está dispuesto a llevarse este secreto a la tumba. Nadie es perfecto A pesar de que todos le reconocen a este político santandereano una jefatura política innegable, no existe el mismo consenso alrededor de la viabilidad de su candidatura. No obstante su entronque en el samperismo, Serpa es el candidato contra el establecimiento y esta siempre ha sido una batalla cuesta arriba. En momentos en que la reconciliación nacional es la principal prioridad del país, el hoy Ministro del Interior es el colombiano que más divide. Y si la reconciliación entre los colombianos es importante, con Estados Unidos no lo es menos. Por otro lado, Horacio Serpa puede ser uno de los mayores conocedores de la problemática de la violencia, pero carece de conocimientos y experiencia en materia de economía y política internacional. Aunque un presidente no puede ser experto en todo, un vacío en estos dos frentes es un pasivo enorme. Además su suerte política no puede desligarse de la de Ernesto Samper. Así como esta semana los dos están en los gloriosos, no existe ninguna seguridad de que este estado de cosas se prolongue durante dos años. Las perspectivas económicas del país son muy negativas. Tanto el gobierno de Samper como la candidatura de Serpa tendrán que ir de la mano de la situación económica. Pero tal vez ninguno de los anteriores es el mayor obstáculo que tiene Horacio Serpa para llegar a la casa de Nariño. Hay uno que lo desvela más: la posibilidad de que los fiscales delegados ante la Corte Suprema de Justicia, que llevan su caso, lo acusen por el delito común de encubrimiento y con esta decisión, de un plumazo, le trunquen su carrera política. Esto podría suceder en el lapso de los próximos tres meses. Paradójicamente el hombre quien lo podría meter a la cárcel es un coterráneo, amigo de toda la vida y exiliado político: Alfonso Valdivieso Sarmiento. Del Fiscal General de la Nación dependerá finalmente la candidatura de Serpa. Así como en un mes Horacio Serpa Uribe pasó de ser candidato de la cárcel a candidato a la Presidencia, estas posibilidades se pueden invertir en cualquier momento. Mientras esta situación se define, el Ministro del Interior, quien posiblemente se retira en julio, está pensando en la Presidencia de la República y diciéndose a sí mismo: "Me suena, me suena...".
El fenómeno político de Horacio Serpa bien podría ser el resultado de una 'revancha de la maquinaria' Como alcalde de Barranca en 1969, con el nuncio apostólico de entonces, Angelo Palma. Ese fue su primer cargo político En Tona, Santander, haciendo proselitismo como jefe del Fila (Frente de Izquierda Liberal) aliado con los comunistas Con guerrilleros del Bateman Cayón, tratando de hacer la paz Con Ernesto Samper en La Habana, gestionando la liberación de Camila Michelsen secuestrada por el M-19 La familia Serpa Uribe: Horacio y Rosita con sus hijos Sandra, Rosita y Horacio José De Barranca vino un hombre... oracio Serpa Uribe nació en Bucaramanga el 4 de enero de 1943. Su padre, José Serpa, era lo que algunos llamaban un tinterillo. De su matrimonio con Rosa Uribe, una maestra de escuela, nacieron siete hijos, el segundo de los cuales es el hoy ministro del Interior. La familia Serpa Uribe residía en el barrio Modelo, el primero que construyó el ICT en la capital santandereana. Vivían con lo justo y no sobraba ni faltaba nada. Serpa estudió el bachillerato en el colegio Santander, el mismo donde se formaron los duros de la izquierda de la época, entre ellos Jaime Arenas y Ricardo Lara Parada. En el Santander, Serpa no fue ni bueno ni malo, más bien regularcito, hasta cuando en 1960 se graduó de bachiller. Quiso ser abogado de la Universidad Nacional de Bogotá, pero no pasó el examen de admisión. Cambió entonces el frío bogotano por los 40 grados de Barranquilla. Pasó en la facultad de derecho de la Universidad del Atlántico y se quedó en La Arenosa. El gris estudiante del bachillerato se transformó en un brillante pichón de abogado. Para poder graduarse en 1965 debió desempeñar, a la par con su papel de estudiante, una serie de oficios varios: tipógrafo nocturno, vendedor de huevos y hasta detective secreto del almacén Sears. Con el cartón en una maleta y la ilusión pintada en el bigote, que ya empezaba a florecer, se instaló como juez promiscuo en Tona (Santander) e inició una carrera judicial que lo llevó a juez superior del circuito. El que metió a Serpa en la política fue Alfonso Gómez Gómez, un ex ministro santandereano que cuando fue gobernador en 1969 lo escogió de una terna para alcalde de Barranca. Ahí murió su carrera judicial y comenzó su trasegar por la política. Tenía 26 años. Como alcalde no se destacó mucho. Por ahí una calle remendada, luz para uno que otro barrio apartado y puestos para los concejales. El mejor recuerdo que tiene Serpa de su alcaldía tiene que ver más con Cupido que con obras públicas. Conoció a Rosita Moncada, una barranquillera que estudiaba trabajo social en la UIS de Bucaramanga y quien lo flechó desde que unas amigas comunes los presentaron. Con ella se casó y tiene tres hijos, dos mujeres y un varón. En 1972 salió electo concejal suplente por una lista de unidad liberal en Barranca, una proeza porque en ese tiempo los que mandaban en el puerto petrolero eran la Anapo y el Partido Comunista. En 1974 llegó a convertirse en representante a la Cámara suplente, en la campaña que llevó a Alfonso López a la Presidencia. En 1977 y mientras como miembro de la Comisión de Acusaciones proponía procesar al entonces ministro de Obras Humberto Salcedo Collante, fundó junto con Mario Olarte el Frente de Izquierda Liberal _Fila_, que desde entonces manda en Barranca. Para volver a la Cámara, pero ya como principal, se alió con el Partido Comunista. El lema de la campaña era: "Paz, democracia y socialismo". Con 8.510 votos salió electo. Desde entonces y hasta fines de la década pasada, ocupó una curul en el Congreso. Fue Procurador y Ministro de Gobierno, siempre como cuota de Ernesto Samper, a quien había conocido en 1981. Su lealtad, su ascendiente sobre los samperistas y su capacidad de liderazgo lo convirtieron en el lógico jefe de debate del hoy Presidente cuando éste lanzó su precandidatura en 1989. En 1991 fue presidente de la Asamblea Nacional Constituyente. Cuatro años después debió compartir la cúpula samperista con Fernando Botero, el mismo que hasta hace pocas semanas lo tuvo con sus declaraciones al borde de la cárcel.