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A pesar del cambio de su posición, es poco probable que gaviria cambie de política

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¿Se volteó Gaviria?

En el momento más difícil para el presidente Uribe, su peor crítico, César Gaviria, decidió apoyarlo. ¿Qué busca?

8 de diciembre de 2006

La política en este país da muchas vueltas. El ex presidente César Gaviria, a lo largo de su carrera, se ha distinguido siempre por su pensamiento centrado, por sus actitudes moderadas y por su lenguaje medido. Y sin embargo, la semana pasada causó una enorme sorpresa cuando fijó su posición frente a la crisis de la para-política exactamente con estas características.

Gaviria apoyó al presidente Uribe. Elogió el traslado de los jefes paramilitares desde La Ceja a la Cárcel de Itagüí y se apartó de las visiones catastrofistas que interpretan la situación de las últimas semanas como un episodio de una gravedad comparable al 9 de abril. Dijo que no existe una crisis propiamente dicha y que, por el contrario, los problemas se están tramitando a través de los mecanismos institucionales adecuados. Un inesperado apoyo al gobierno que tanto ha criticado, precisamente cuando Uribe atraviesa su momento más complejo.

El asombro fue tan grande, que les dio piso a las hipótesis más diversas. Que ante la gravedad del momento cerró filas, o que aprovechó la coyuntura para dejar atrás la arriesgada oposición que lo ha llevado a perder puntos en las encuestas. No faltó la idea de que quería evitar otra fastidiosa comparación entre la cárcel de los paras y La Catedral de Pablo Escobar. Una reunión de Gaviria con el nuevo presidente de La U, Carlos García, alimentó el rumor de que había un notable giro gobiernista.

Es poco probable, sin embargo, que Gaviria cambie de política. Hizo oposición en los momentos en que Uribe estuvo en la cúspide de la popularidad, y no sería rentable hacer gobiernismo justo cuando aparecen las primeras grietas. En realidad, Gaviria nunca ha sido partidario de la oposición radical, y se ha enfrentado a la izquierda de su partido con la tesis de que conviene más una posición de centro. En la agenda parlamentaria, por ejemplo, el jefe único es partidario de apoyar los principales proyectos de iniciativa gubernamental. En temas como la venta de Ecopetrol no ha logrado meter en cintura a toda la bancada. Pero los liberales ayudaron a pasar la reforma de la Ley 100 y están a favor de la mayor parte de los artículos de la reforma tributaria. Eso sí, se oponen a la reforma de las transferencias a las regiones, que es crucial para el gobierno, porque consideran que implica un dilema entre 'centralismo y descentralización', y quieren aferrarse lo segundo como principio filosófico. Darán a fondo esta pelea, en compañía del Polo Democrático, hasta el punto de proponer un referendo para que el pueblo se pronuncie en 2007.

Más allá de los acuerdos y las discrepancias sobre temas, el apoyo de César Gaviria a la medida de encarcelar a los jefes paras -previamente anunciado en una reunión de bancada- tiene otras consideraciones estratégicas. Al analizar la situación, los liberales concluyeron que la guerra sucia que se vislumbró en la última semana contra la Corte Suprema -señalamientos de vínculos de algunos magistrados con el cuestionado Giorgio Sale, sindicado de tener lazos con la mafia- era una señal de que las cosas se podían agravar hasta un punto impredecible. A igual conclusión llegaron a raíz de las confusas versiones sobre visitas de falsos agentes del DAS a senadores liberales. Una profundización de la crisis, concluyeron los liberales, no sería conveniente. Gaviria asume una posición de apoyo a las instituciones que es propia de su condición de ex presidente. Y el partido considera que un eventual caos produciría una polarización entre el gobierno y la oposición en el cual el gobierno tendría todas las posibilidades de ganarse a la opinión pública, porque Uribe aún goza de una alta popularidad. La percepción de que los liberales son un factor que empeora la situación, en vez de un apoyo para encontrar una salida, sería una mala jugada.

Hay otras reflexiones. Los liberales han hecho un trabajo consistente para volver a conquistar la credibilidad que se perdió con el proceso 8.000. Que la mayor parte de los congresistas salpicados por el 8.000 de los paras sean uribistas les brinda una oportunidad. No muy amplia, por el rabo de paja que les significa el crecimiento del paramilitarismo y del narcotráfico durante los gobiernos liberales de Gaviria y Samper. Pero una oportunidad, al fin y al cabo: por primera vez en muchos años, en un escándalo político el liberalismo es más espectador que protagonista. Para aprovecharla necesitan mantener coherencia. Y si durante meses los voceros rojos -empezando por el propio Gaviria- cuestionaron las condiciones de reclusión de los jefes paramilitares en Ralito y en La Ceja, mal podrían oponerse al más serio esfuerzo que ha hecho el gobierno para ponerlos realmente a raya.

Otro punto que no se puede perder de vista es que el liberalismo no tiene el monopolio de la oposición. Comparte ese escenario con el Polo Democrático Alternativo (PDA). Y existen algunas señales, como la amplia votación del PDA en sus elecciones internas y los buenos registros de Carlos Gaviria y Luis Eduardo Garzón en las encuestas, que obligan a pensar que el escándalo de la para-política y un eventual deterioro de la imagen del gobierno no necesariamente se van a transformar en beneficios para el Partido Liberal. ¿Quién será visto en las elecciones presidenciales de 2010 como la alternativa natural a Uribe, en caso de que este último se desgaste? ¿Los rojos o los amarillos?

La incipiente batalla por al antiuribismo se podría convertir en una guerra fría entre los liberales y el Polo. Ante la alta votación en la elección interna de este último, la DLN postergó la fecha de inscripción de candidatos del sector social para su congreso de marzo del año entrante: no quieren tener una participación menor que la del Polo. Aunque se han hecho contactos entre los dos partidos para unir fuerzas en asuntos como el referendo contra las transferencias y algunas alianzas en el nivel local para las elecciones de alcalde y gobernadores de octubre de 2007, también se van a agudizar las diferencias. Al ex presidente Gaviria le gustaría apoderarse de un centro entre el uribismo y la izquierda, una imagen que se fortalecería si su oposición es más moderada que la de Petro y compañía.

La estrategia no está exenta de riesgos. El jueves pasado, el ex director del DAS Jorge Noguera argumentó que las acusaciones de la justicia y de los medios de comunicación en su contra eran una reacción de César Gaviria porque Noguera no atendió una solicitud que este le hizo a favor de su ex secretario Miguel Silva, y de su amigo el empresario Pepe Douer, en momentos en que estos tuvieron que responder acusaciones de lavado de dinero. Una historia fantasiosa, que desconoce las malas relaciones que existen entre los supuestos asociados y que le atribuye a Gaviria facultades de control de la justicia y de los medios que nadie podría tener (ver artículo 'A poner la cara'). Pero un cuento que le genera problemas. Quienes en el Partido Liberal creen que la oposición radical es una mejor estrategia se agarran de estas evidencias para argumentar que la blandura frente al gobierno y al presidente Uribe no pagan. El duro discurso del primer mandatario en la mañana del jueves, en el que volvió a echar mano del espejo retrovisor, también indica que si Gaviria persiste en la línea blanda, no puede esperar una actitud recíproca de su contrincante.

¿Logrará mantener el jefe único la unidad de su bancada alrededor de su 'nuevo' discurso? El éxito no está asegurado. Pero lo que es un hecho es que Gaviria se siente más cómodo con el discurso moderado que siempre lo caracterizó, que con la oposición radical que hizo en los últimos meses para mantener a Piedad Córdoba en el redil.