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Segunda patria

Aunque parezca increíble, 60 yugoslavos se vinieron a Colombia para escampar de la violencia en su desmembrado país.

20 de septiembre de 1993

TRAS UNA NOCHE DE VlOlentos tiroteos, Sarajevo amaneció desierta. Era el 2 de marzo de 1992 y el líder de la rebelión, Radovan Karadzic, anunciaba que ya era tarde para evitar una guerra interétnica que comenzaba a cobrar las primeras víctimas. Grupos armados de serbios, de musulmanes y de croatas patrullaban sus propios barrios en esa bella ciudad de 600 mil habitantes. A pesar de la inminencia de las hostilidades, Miodrag Brkovic y su esposa Olivera continuaron la rutina de siempre. El dictaba sus clases de tenis y dirigía su compañía de importaciones y ella administraba una boutique. " Entonces - recordó Miodrag a SEMANA nadie imaginaba que el país iba a entrar en una guerra. Pero de repente todos comenzamos a sentir un nacionalismo inusitado ".
Mientras todo esto ocurría, al otro lado del mundo se desarrollaban una serie de acontecimientos que cambiarían el destino de esta pareja de serbios. En Bogotá, los directivos del prestigioso America Tennis Club adelantaban conversaciones con la embajada yugoslava para localizar a un experto entrenador que necesitaban con urgencia. Pese a estar ya en guerra, los diplo máticos yugoslavos movieron cielo y tierra y consiguieron al hom bre indicado. "Una tarde -dice Miodrag- recibí una llamada de la federación de tenis. Sencillamente me preguntaron si estaba interesado en venir a Colombia. La verdad es que la idea nos gustó pero teníamos ciertas dudas sobre cómo era este país". Pero no fue mucho lo que pudieron meditar. Las bombas y la metralla llovían ya sobre Sarajevo y a los pocos días la pareja dejó negocios, familiares, amigos y empacó maletas hacia Suramérica.
Un año después, la familia Brkovic -al igual que otros 60 yugoslavos que han llegado al país- sigue con angustia desde su apartamento de Bogotá la guerra fratricida que está acabando con su tierra natal. Casi como en un ritual, estos exiliados se reúnen los fines de semana para compartir un almuerzo, jugar o mirar televisión. Pero aunque parezca raro, han hecho un pacto de caballeros para nunca hablar de política. "Cada uno de nosotros -dice Narcisa Abdulagic- tiene su propio dolor y su propia versión muy personal de lo que ocurre en Yugoslavia, y por eso tratamos de que el tema político jamás esté presente en las conversaciones ".
Alrededor de la figura de esta periodista yugoslava, que lleva 10 años viviendo en Colombia, se han congregado varios de los recién llegados. Aunque algunos han tenido la suerte de venir al país con un contrato de trabajo bajo el brazo, otros han debido vivir aventuras interminables tras las cuales y por fuerza del azar, han llegado al país. Narcisa se ha encargado de enseñarles español y de integrar a los antiguos inmigrantes con los nuevos.
A diferencia de algunos de sus compatriotas que pagan hasta un millón de pesos mensuales de cuenta telefónica, Narcisa no ha podido comunicarse con su familia desde hace un año. "Hace poco les envié unas chocolatinas, y me cuentan que una sobrina casi se vuelve loca porque hacía un año que no probaba un dulce".
Aunque los yugoslavos están amañados en Colombia -un país que a diferencia de la mayoría los acoge sin necesidad de visa- añoran regresar a su patria.
Sin embargo, nadie sabe cuándo podrán hacerlo ni si su nación existirá cuando lo logren. Pero mientras pasa el tiempo, tratan de acostumbrarse a este lejano país suramericano, cuyos habitantes se sorprenden de que haya personas en la mitad de Europa que, acosadas por la guerra, consideren que huir hacia Co lombia -el país que muchos ven como el de los carros bomba y los sicarios- es una opción válida.