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La posesión de Claudia López estuvo llenade simbolismos de renovación. Sin embargo, le va a quedar difícil cumplir todo lo que prometió en su discurso inaugural.

BOGOTÁ

Claudia López, la alcaldesa de la cacerola

La posesión de Claudia López estuvo llenade simbolismos de renovación. Sin embargo, le va a quedar difícil cumplir todo lo que prometió en su discurso inaugural.

4 de enero de 2020

Pocas posesiones de alcaldes han despertado tanto entusiasmo y tanto interés como la de Claudia López. El pasado primero de enero no solo los bogotanos, sino muchos otros, sintonizaron sus televisores para ver el acto como si fuera una posesión presidencial. Y no fueron defraudados. El espectáculo estuvo a la altura de las expectativas.

En vez de posesionarse en el Palacio Liévano, Claudia hizo un pícnic en el parque Simón Bolívar, al que estaban invitados todos los ciudadanos. Los que llegaron recibieron un mantel a cuadros, paraguas, un libro de cuentos y poesías y un refrigerio. Ella llegó en bicicleta y caminó hacia el escenario tomada de la mano de su esposa, la senadora Angélica Lozano. Los invitados llevaron sus mascotas y a sus hijos pequeños. Y antes de arrancar con el discurso, la alcaldesa ofreció un concierto en el que estuvo la Filarmónica de Bogotá, la agrupación Aterciopelados, la legendaria Totó la Momposina y el grupo de rock Compañía Ilimitada. A esto se sumó que la banda de alcaldesa se la impuso su madre, María del Carmen Hernández, y no el mandatario saliente, como ha sido la tradición. En primera fila estuvo Lucky, el perro de Claudia y Angélica.

La mamá de Claudia fue quien le impuso la banda de alcaldesa. Foto: Guillermo Torres Reina/SEMANA.

Claudia López no solo envió un mensaje con el espectáculo de su posesión, sino también con el contenido de su discurso. En una intervención que duró 52 minutos, enumeró una serie de propósitos loables. En esta lista están: mejorar la seguridad para vivir sin miedo, generar oportunidades de educación gratuita y de calidad, mejorar la movilidad para que las personas puedan dedicarse a sus familias y a la creatividad, la inclusión de las comunidades menos favorecidas, la lucha por la paz, la defensa del medioambiente, el trabajo por una movilidad sostenible y oportunidades de trabajo para todos, incluidos los adultos mayores y los jóvenes recién graduados.

El balance del día fue más claro en términos de simbología de renovación que de posibilidades concretas de cumplir su plan de gobierno. En el fondo, su posesión reflejaba lo que la nueva funcionaria encarna: algo nuevo, refrescante, poco convencional y, sobre todo, diferente de lo tradicional. Se trata de una mujer LGBTI del siglo XXI, que personifica los anhelos de la gente, en particular de los jóvenes que están protestando en las calles. Tanto es así que cuando Mábel Lara leyó el discurso del presidente Iván Duque, los seguidores de Claudia proclamaron arengas en contra del Gobierno.

Claudia López comienza su mandato rodeada no del afecto de todos los bogotanos, pero sí con el respeto de casi todos ellos.

La misma alcaldesa aclaró de qué lado estaba cuando afirmó: “Somos parte de las mayorías ciudadanas que se han tomado las calles con demandas y aspiraciones apenas elementales y plenamente legítimas de los jóvenes, de las mujeres, de los movimientos cívicos, de los grupos étnicos, de quienes reivindican la diversidad sexual y la igualdad, de los movimientos ambientalistas y animalistas, de los cientos de miles de personas que han salido espontáneamente a las calles a expresarse al ritmo de las cacerolas, más allá de los partidos y caudillos políticos. Hoy llega al gobierno esa ciudadanía”.

Claudia López llegó acompañada de su esposa, la senadora Angélica Lozano. En el parque Simón Bolívar había diferentes grupos de personas. Entre ellos estaban, indígenas, colectivos de mujeres, ambientalistas, artistas, jovenes, niños, entre otros. Foto: Cortesía Alcaldía Mayor de Bogotá.

Sin embargo, como sucede con frecuencia, una cosa es la felicidad de la boda y otra la realidad del matrimonio. Nadie niega que Claudia tiene toda la intención de cumplir con sus promesas, pero algunas de estas suenan algo utópicas. Su programa de gobierno contiene básicamente objetivos con los cuales nadie puede estar en desacuerdo, pero que nadie ha podido hacerlos realidad hasta ahora.

La educación gratis y de buena calidad ha sido una aspiración desde 1936, pero por múltiples razones, principalmente presupuestarias, no se ha podido cumplir. Ni siquiera Estados Unidos ha logrado esa meta. De igual manera, mejorar la movilidad está en la misma categoría de propósitos loables pero difíciles de alcanzar. Si alguien es un experto en esa materia, es Enrique Peñalosa. Sin embargo, aunque este dejó contratadas múltiples obras para descongestionar el tráfico en la capital, cuando dejó la alcaldía los trancones eran idénticos a cuando llegó. Y es que la movilidad es muy difícil de mejorar, pues cada nueva vía que se construye se enfrenta con el aumento del número de carros.

Otro ejemplo de buenas intenciones es construir una nueva línea de Metro para llevarlo hasta Suba y Engativá. No obstante, esto requiere que el Gobierno nacional ponga el 70 por ciento de la plata de la obra, cuando el palo no está para cucharas. Peñalosa logró esto de milagro para la primera línea, comprometiendo a 30 años los recursos del erario público. Pero dada la estrechez de las finanzas del Estado en este momento, Iván Duque no está para giros de esa partida.

Claudia también dijo en su discurso que no podía ser posible que en Bogotá cumplir 45 años se convirtiera en una pesadilla, y prometió oportunidades para los mayores. Pero el empleo no es algo que dependa de la alcadesa, sino más bien de factores macroeconómicos a nivel nacional. Algo similar sucede con las oportunidades de trabajo para las personas que se gradúan y no encuentran empleo. Y lo mismo se aplica a otros propósitos del discurso de la alcaldesa, como disminuir la desigualdad y la pobreza.

La lucha contra la corrupción es un lugar común en todos los discursos de posesión. Pero Claudia López tiene más credibilidad en este aspecto por su trayectoria y su identificación con la consulta anticorrupción. Lo que es seguro es que su alcaldía tendrá un estándar de contratación transparente y sin contaminación política o pagos de favores. También se espera que la ejecución de las obras que quedaron contratadas sea eficiente, no solo por la capacidad de la mandataria, sino por la de su gabinete.

El fondo, su posesión reflejaba lo que encarna la nueva funcionaria: el anhelo de cambio de la gente que está protestando en las calles.

Totó la Momposina, Aterciopelados y la Filarmónica de Bogotá acompañaron a Claudia en un concierto para su posesión. Foto: Cortesía prensa Alcaldía Mayor de Bogotá. 

En todo caso, la nueva alcaldesa representa definitivamente un cambio frente a lo tradicional. No solo por tratarse de una persona de clase media, hecha a pulso, sin gabelas de ninguna clase, sino también por ser mujer y pertenecer a la comunidad LGBTI. Ella representa lo que hoy por hoy se ha vuelto políticamente correcto. Que un alcalde de Bogotá estuviera con las protestas habría sido inaceptable en el pasado, y hoy no lo es. A Gustavo Petro ese apoyo se lo han cobrado duro; a Claudia, no. Pero la mayor novedad de la nueva alcaldesa y la principal razón de su popularidad es que dejó de ser agresiva. Desde que ganó ha adquirido un tono moderado y ha demostrado un conocimiento exhaustivo de la problemática del Distrito. Es una persona de grandes condiciones y los pronósticos sobre su gestión son favorables.

Miles de las personas que votaron en contra de ella en las pasadas elecciones están tranquilas. El problema que enfrenta será el de todos sus antecesores: la brecha que hay entre sus buenas intenciones y la posibilidad de hacerlas realidad. Sin embargo, Claudia López comienza su mandato rodeada no del afecto de todos los bogotanos, pero sí con el respeto de casi todos ellos.