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Simón Gaviria

POLÍTICA

Simón no es 'bobito'

Inteligente, trabajador, manzanillo y ultrasantista, el nuevo jefe del Partido Liberal tiene, a sus 31 años, el reto de devolverle la gloria a esa colectividad.

17 de diciembre de 2011

Si algo ha caracterizado las convenciones de los partidos políticos en el pasado es que todas las grandes decisiones están cocinadas con anterioridad. Por eso la elección de Simón Gaviria como jefe único del Partido Liberal fue una bomba. Si su padre y él lo hubieran planeado, no les habría salido tan bien. Por cuenta de que su elección fue un accidente espontáneo, no acabó con compromisos de ninguna clase, tiene mayor autonomía y el efecto sorpresa fue bienvenido.

Lo anterior no significa que esté exento de controversia. Para comenzar, había un acuerdo tácito de elegir una dirección colegiada de diez congresistas, la cual, aunque no despertaba emoción, teóricamente representaba un consenso. Sin embargo, como sucede con frecuencia en política, algo va de la teoría a la práctica. Cuando llegó el momento de escoger los diez nombres, los que quedaban sin un amigo en la lista o con un rival adentro empezaron a bajarse del bus.

El expresidente Ernesto Samper, al ver que se estaba produciendo un desorden, decidió aprovechar la coyuntura para lanzar la candidatura de Horacio Serpa como jefe único. Esta inicialmente no fue mal recibida. El discurso de Samper fue lúcido y contenía planteamientos ideológicos importantes. Pero su emotiva defensa de Piedad Córdoba radicalizó su posición. Por otra parte, el samperismo es en la actualidad una minoría en las toldas rojas, lo cual quedó en evidencia en la votación de los estatutos creados por Rafael Pardo, los cuales obtuvieron una mayoría de 490 contra la oposición samperista, de 99 votos. Todo esto sumado significaba que la mayoría de asistentes a la constituyente consideraban que no era conveniente dar la impresión de que el hombre que iba a mandar en la anticipada era de renovación liberal fuera Ernesto Samper Pizano.

Fue como reacción a esto que nació la candidatura de Simón. Al haber desaparecido la opción de la dirección colegiada de diez miembros, tocaba sacar del cubilete algo rápido, presentable y elegible. Y aunque la elección de Gaviria júnior no era lógica y no había sido la primera opción de nadie, era el único que en cierta forma llenaba estos tres requisitos: estaba de moda, disponible y contaba con el apoyo de la Cámara de Representantes. Este último fue el factor decisivo. Uno de los elementos que hundió a la dirección colegiada fue el hecho de haber sido una fórmula diseñada por el Senado sin tener mucho en cuenta a la Cámara baja. Sus integrantes no solo son más en términos numéricos que los senadores, sino que representan un mosaico exacto de la realidad política nacional. Simón Gaviria, quien acaba de ser elegido presidente de esa corporación, nada como pez en el agua en ese acuario. Y por eso ganó.

El nuevo jefe del Partido Liberal es un hombre talentoso e interesante. Después de graduarse del colegio Anglo Colombiano, entró a la Universidad de Pensilvania, una de las siete icónicas Ivy League de Estados Unidos. De ahí pasó a hacer una maestría en Administración de Empresas en Wharton, tal vez la facultad más prestigiosa en esa materia en Estados Unidos al lado de la de Harvard. Son tan exigentes los requisitos académicos para ser aceptados en esos claustros que ser hijo de un expresidente colombiano ayuda muy poco.

Con esos diplomas en mano, fue contratado por la gigante de Wall Street J.P. Morgan. Allá alcanzó a trabajar menos de dos años antes de que lo picara el bicho de la política. Este llegó vía Enrique Peñalosa, quien, cuando era candidato al Senado, se lo encontró en Nueva York y se descrestó tanto con él que le ofreció ser la cabeza de lista a la Cámara por su movimiento, Por el País que Soñamos. Poco tiempo después tocó bajarlo al segundo renglón, pues David Luna tenía más méritos para ser el número uno. El resultado de esa aventura fue que Peñalosa se ahogó, David salió elegido y Simón, no. Ante este traspié, contrató una batería de abogados y voluntarios que lograron reversar el resultado inicial, y después de un reconteo, entró raspando al Congreso. Como lo hizo por el movimiento de Peñalosa, se presenta la paradoja de que el nuevo jefe del Partido Liberal había hecho su carrera política por fuera de esa colectividad hasta poco antes de su segunda elección a la Cámara, en marzo de 2010.

En su breve trayectoria como parlamentario han quedado claras dos cosas: que es un hombre muy inteligente y un gran 'manzanillo'. Este último término, aunque tiene connotaciones negativas entre la opinión pública, es una gran virtud en el ámbito parlamentario. Simón Gaviria es un trabajador y un operador político de alto vuelo. Ha logrado aprobar leyes importantes que le llegan a la gente, como la portabilidad numérica de los celulares y el Estatuto del Consumidor. Metódico, sencillo, carismático, cálido en el trato personal, logra ser apreciado por todos los colegas y por la gente en general. En el Congreso dicen que su habilidad parlamentaria es solo comparable con la de Germán Vargas en la actualidad y con la de Julio César Turbay en la historia reciente. Su papá era bueno, pero no tanto.

A estos criterios de mecánica política se suma el hecho de que Gaviria júnior es una persona moderna, muy bien conectada y con una visión globalizada de lo que sucede en el mundo. Entiende tanto los intríngulis del sector público como los del sector privado, lo cual es inusual en el mundo de la política. Por haber crecido en el Palacio de Nariño, por su formación académica y por su personalidad, reúne condiciones de liderazgo poco comunes en un Congreso más bien parroquial y provinciano.

Su meteórico ascenso no deja de despertar reservas. Algunos detractores lo consideran un delfín que está siendo madurado biche. Con solo dos años de militancia en el Partido Liberal, llegó a los 31 a ser no solo presidente de la Cámara, sino jefe único de esa colectividad. Esa distinción estaba reservada históricamente para expresidentes de la República como los Lleras, López y César Gaviria o sus designados. Esa acusación tiene algo de injusta porque si bien Gaviria padre ha orientado detrás de bambalinas la carrera de su hijo, no movió un dedo para que fuera elegido jefe único del Partido Liberal. Ese triunfo fue propio. Sin embargo, fue tan prematuro que algunos simpatizantes han expresado su preocupación de que se pueda quemar por tener tanto afán.

El otro elemento que no ha pasado inadvertido es el desaforado santismo del nuevo jefe. Aunque la realidad política es que el presidente tiene la sartén por el mango para manejar al Partido Liberal como a bien tenga, por protocolo y por estrategia hay que guardar ciertas apariencias. Existen instancias jerárquicas que no pueden ser ignoradas olímpicamente, como, por ejemplo, los expresidentes, que prefieren un liderazgo menos impulsivo. A pesar de que se anticipa algún tipo de reunificación a mediano plazo, el presidente fue elegido por el Partido de la U y entregarle las banderas rojas tan rápido y tan categóricamente puede ser interpretado como un signo de debilidad. Aunque en ajedrez la meta siempre es el jaque mate, hay que saber mover las fichas.

En todo caso, con sus virtudes y con sus defectos, la elección de Simón Gaviria como jefe único de los liberales crea una nueva realidad política, no solo para él, sino para el partido. En su caso personal, se saltó a toda una generación de líderes jóvenes como los hermanos Galán, Gina Parody y David Luna y quedó mejor colocado en la fila india siendo el menor. Y en cuanto al partido, a pesar de las fisuras que se sintieron entre algunos sectores políticos e intelectuales por su condición de delfín y por la aplanadora que lo eligió, al país en general y a los liberales en particular les cayó muy bien su nombre. El partido que Carlos Lleras Restrepo había descrito como un buey cansado definitivamente necesitaba un novillo brioso.