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Rosabel Gamba y José Romero llevan décadas vendiendo maíz en la Plaza de Bolívar. Foto Santiago Ramírez

BOGOTÁ

Fotógrafos y vendedores de maíz, el adiós de un oficio que volará con la prohibición de las palomas

Ante la medida de la Alcaldía de prohibir alimentar a las palomas de la plaza por un tema de salud, los vendedores de maíz y los fotógrafos -que llevan décadas en sus oficios- se lamentan del futuro que les espera. Es su única fuente de ingresos.

25 de septiembre de 2018

Todas las mañanas desde hace 20 años Rosa María Silva se levanta de la cama, prepara el tinto para su familia, y le da de comer a los animales. Primero comienza por los suyos: diez peces, dos gatos y ocho aves: cacatúas, bengalíes y pericos australianos. Luego toma el bus que de San Cristóbal la lleva a la plaza de Bolívar, y ahí llega a hacer una actividad similar: vender el maíz que la gente le da a las palomas.

Las bolsas llenas de granos las compra donde puede, cerca de su casa cuando sale a trabajar o cuando va llegando a la plaza. Se sienta en cualquier punto, y ahí con paciencia va armando paquetes que vende en 500 y 1.000 pesos.

Desde hace 15 días estos vendedores de maíz recibieron una visita inusual de funcionarios de la Alcaldía. Les entregaron chalecos y gorras para que la Policía no los molestara por ejercer esa labor en la que están hace décadas. La razón es que para el Distrito la proliferación de palomas se ha convertido en un dolor de cabeza, pues estos animales podrían transmitir enfermedades.

“El tema de las palomas es que ellas tienen enfermedades complicadas y al parecer algunas de ellas transmisibles que generan problemas de salud, entonces ya hemos llegado a un exceso”, dijo Peñalosa esta semana. Además, alimentarlas está generando sobrepoblación y esta hace que el mantenimiento de monumentos y de los edificios simbólicos que rodean la plaza sea costoso.

Puede leer: Palomas son una amenaza para la salud: alcaldía de Bogotá

La Alcaldía ha dicho que se ha reunido con los vendedores de maíz –según Peñalosa 14, aunque se dice que son más- para ofrecerles otras alternativas. Aunque dijo que han estado receptivos con la idea de aceptar casetas, los mismos vendedores dicen que temen por su futuro y que no todos se sienten seguros con lo que les va a pasar.

Rosabel Gamboa es tal vez la persona que más años lleva vendiendo maíz en la plaza. Ha perdido la cuenta de los años, pero su esposo y nietos creen que son más de 35. Por sus ojos han pasado violentas protestas de muchos días del trabajo. Se ha escondido de los encapuchados, alejado de la Policía y aguantado el gas lacrimógeno en sus ojos centenares de veces. Uno de los momentos que más recuerda fue el 7 de junio de este año, cuando 20.000 personas llegaron a la plaza de Bolívar para mandar un mensaje a los rincones de Colombia, recuerda cómo el ruido que se apoderó del lugar de repente se convirtió en un minuto de silencio por los líderes asesinados que la estremeció por dentro.

Rosabel trabaja con su esposo y su hija. Los tres venden maíz, y dos de sus nietos caminan por la plaza ayudando a los turistas a tomarles fotos con palomas.


Los vendedores de maíz tienen disputas por sectores de la Plaza, algunos creen que esa es la razón por la cual la alcaldía quiere que se deje de alimentar a las palomas. Foto Santiago Ramírez

José Romero, su marido, recuerda que un día con poco en el bolsillo su esposa compró maíz al ver que los turistas querían la típica foto con las palomas y las atraían con la comida que compraban en la calle. Dice que ahí se le ocurrió la idea, aunque es solo una de las teorías.

Los vendedores de maíz no están exentos de problemas. Como son varios, se han repartido secciones de la plaza para vender. Una mujer, que no quiso dar su nombre pero tenía el chaleco y la gorra de vendedora de maíz, dijo que uno de sus hijos se fue a ofrecer el producto a otra parte de la plaza. Y fue cuando un joven, con cuchillo en mano, lo amenazó para ahuyentarlo de ahí. La mujer, enfurecida, salió en defensa de su hijo. Se ganó una puñalada en el pecho y cree que por ese tipo de conflictos es que los quieren sacar, no porque las palomas transmitan enfermedades.

“Esta herida fue hace solo dos meses”, se queja, y dice que no podrán sacarlos de la plaza.

Según un estudio del Instituto de Protección y Bienestar Animal (Idypiba) los turistas son muchísimos más los fines de semana, lo que hace que el número de palomas llegue a 3.400, entre semana la cifra alcanza las 1.300. “Este estudio determinó que debíamos tomar medidas con las palomas que hay en la plaza. Primero vamos a trabajar la parte médica, donde vamos a hacer una intervención a las palomas, ya que más del 40 por ciento se encuentran enfermas, tienen parásitos internos y externos, viruela y otras afectaciones”, dijo Clara Lucía Sandoval, directora del Idypiba.

Fotógrafos, otros afectados


Pastor Holguín muestra sus fotos en papel, dice que muchas de los trabajos que le piden es gracias a las palomas Foto Santiago Ramírez

Hasta los vendedores de maíz saben quién es. “Holguín debe andar por ahí, tomando tinto”. Y sí, llega con el vaso pequeño de plástico en una mano, una cámara compacta en la otra y su impresora colgando del hombro en una maleta. Casi todos los fotógrafos, al menos los de la asociación de la cual él es presidente, visten así.

“Nosotros tenemos una personería jurídica y estamos organizados, pero nos han querido meter a los vendedores de maíz, a los que venden sombrillas… a todo el mundo”, dice Holguín, que lleva desde 1967 yendo a la plaza armado con su cámara para retratar a todo el que se lo pida.

Cree que su oficio se salvará solo porque los paisajes que dibujan la Catedral, el Palacio Liévano, el Palacio de Justicia y el capitolio logran fotografías que la gente quiere llevarse como antes, como un objeto físico y no un archivo digital.

Holguín recuerda que en sus primeros años había un grupo reducido de palomas y que incluso había un empleado de la Alcaldía encargado en esa época de alimentar a los animales en las mañanas y en las tardes. Otra de las teorías del origen de los vendedores de maíz, asegura.

“Aunque yo recuerdo que también traía maíz pero solo para lograr las fotos, no para venderlo”, recuerda.

Los hechos políticos también los tiene claros. Sabe que ese espacio ha sido testigo de muchos acontecimientos importantes en la vida del país. Trae al presente las numerosas marchas con pancartas de la Anapo que convocaba el general Rojas Pinilla; le genera una sensación extraña saber que la plaza se llenó con miles de miembros de la UP que ya no están vivos; y hasta le da risa saber que en plena campaña política le ha tomado fotos a Uribe, Pastrana y Petro, todos intentando conquistar su voto para pasados comicios.

De la toma al Palacio de Justicia, vendedores y fotógrafos lo vivieron de lejos. Aquella mañana de 1985, Rosabel y José Romero decidieron por pura intuición que ese día llegarían a medio día al trabajo. Cuando pensaron que había voladores y juegos pirotécnicos, pero no, se dieron cuenta que eran los disparos cuando prendieron la televisión.

A Holguín, y otros colegas suyos como Álvaro Castaleña o Hernando Godoy, los sorprendieron los balazos a dos cuadras. Ocho días sin poder trabajar en su sitio de siempre. Les tocó que buscar el dinero del día en otro lado. Buscar un teléfono y mirar en libretas a cuál número llamar para encontrar trabajo.

Cada vez que hay concierto o algún evento, a los trabajadores de la plaza les toca prepararse y hacer un “ahorrito” para que ese día puedan tener para el almuerzo y la cena.

En la plaza hay incertidumbre. Vendedores y fotógrafos no saben qué pasará. Si de verdad lograrán reducir el número de palomas o si será  un intento en vano. Rezan para que sea lo segundo. El fotógrafo Holguin se despide de uno de sus colegas por un rato: "Lo dejo porque tengo que tomar fotos, toca trabajar”.


Los turistas son muchísimos más los fines de semana, lo que hace que el número de palomas llegue a 3.400, entre semana la cifra alcanza los 1.300. La conclusión a la que llegó al instituto es que los animales llegan al lugar en buscan alimento. Foto Santiago Ramírez