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| Foto: León Darío Peláez

TESTIMONIO

"¡Soy civil, soy periodista, no estoy armado!": Roméo Langlois

"Estaba herido y las balas silbaban a centímetros míos. Entonces le dije al sargento que estaba a mi lado: me abro del parche". Con minuciosos detalles y adornado de un lenguaje coloquial, el periodista francés Roméo Langlois narró, el día después de su liberación, los momentos previos a ser capturado por el Frente 15 de las FARC el pasado 28 de abril. Testimonio.

31 de mayo de 2012

El casco y el chaleco son elementos del Ejército que yo decido ponerme después de pensarlo mucho. La noche anterior tuve un momento místico. En un sueño, vi que mi trabajo terminaría en una batalla en la que yo corría peligro. Vi imágenes, cosas muy claras, vi heridos, estuve a punto de suspender mi trabajo.
 
Entonces aunque yo nunca lo hago, creí que (ponerme el chaleco y el casco de los militares) era lo mejor. Pensé en ponerme algo blanco, un trapo sobre el casco, pero después pensé que un casco blanco corriendo por la selva iba a ser muy 'boleta' y finalmente lo acepté.
 
Yo tenía muy claro que mi reportaje era acompañar a una unidad militar que hacía operaciones contra el narcotráfico, era sobre cómo trabajaban ellos. Era acompañarlos en el helicóptero, bajar en la zona, y volver a subir.
 
Llegamos al laboratorio, si así se le podía decir, porque era algo de un campesino, una hectárea de coca, algo muy sencillo. El Ejército lo quemó y todo iba bien hasta ahí. Volvemos al helicóptero y nos dirigimos hacia el segundo objetivo, a otro laboratorio.
 
Cuando ya estamos en terreno veo que hay unos hombres que estaban agitados, se escuchaban unos disparos, todo el mundo al piso, no era algo muy serio al principio, no se sabía si eran tres o cuatro muchachos disparando escondidos en unos matorrales o si se trataba de un grupo de la guerrilla, pero, sin embargo, (los militares) deciden detener el operativo y buscan capturar a los terroristas, como ellos les dicen, que estaban disparando.
 
Llegamos a unas casas, los registran, revisan a la gente, pasa como una hora en todo este proceso y hasta ese momento yo estaba tranquilo. Pero entonces empezamos a escuchar el sonido de las balas, muy fuerte. En ese momento empiezan a dispararnos y la orden que da el sargento de mi grupo era la de no responder al fuego para que la guerrilla no pudiera saber donde estábamos.
 
En ese momento, que ya estaba muy tenso el combate, el Ejército quiso sacarme, pero yo ya no podía irme. El capitán Gómez me encomienda con el sargento (José) Cortés, le ordena que me llevara al filo y que, apenas pudiera, me subiera al helicóptero. Nos fuimos corriendo unos 400 metros y llegamos donde había otro grupo de militares, pero es ahí donde se complica la cosa.
 
Yo veo que la guerrilla empieza a disparar de varios lados, intenté cubrirme en unas hierbas que había. Nosotros esperábamos que llegara el helicóptero y que la aviación empezara a disparar.
 
Pasados los minutos, el combate era peor, las balas silbaban a centímetros de donde estábamos, era algo tremendísimo, una cosa horrible que nunca quiero volver a vivir. En ese momento pensé en la muerte, en mi mamá, en la familia, ahí sentí mucho miedo. Empecé a sentir la necesidad de irme de ahí.
 
En esos instantes se escuchan gritos de los militares en los que dicen que nos están dividiendo, y que no lo podíamos permitir, no ordenaban que teníamos que quedarnos juntos, pero yo ya sólo pensaba en irme. El sargento Cortés bromeaba diciéndome: Tranquilo, ahora es que se pone bueno, tranquilo, me repetía. Buscaba relajarme, pero yo no estaba relajado, yo quería irme.
 
En este momento suena una ráfaga y de repente veo mi brazo que está ensangrentado y entiendo que estoy herido. Comienzo a mover los dedos, no me duele, estaba como anestesiado por el miedo y cuando estoy haciendo eso miro a mi derecha y veo que el sargento Cortés está herido de muerte.
 
Entonces escucho a otro militar que me dice que coja el fusil de Cortés y empiece a disparar, yo le digo que no, que soy un civil, que nunca he disparado y que no voy a empezar ahora, que no voy a hacerlo. Él entendió eso, había sido una reacción normal del momento. Y es ahí cuando entiendo que tengo que irme y pienso entonces qué hacer.
 
Decidí quitarme el casco y el chaleco, y quedar medio desnudo para que cuando la guerrilla llegara no me confundieran con un militar. Decido dejar la cámara ahí para que no se confundiera con un arma y me llevo las memorias.
 
Le digo al sargento que estaba al lado mío, me abro del parche. Yo no corrí hacia la guerrilla, como se dijo en la prensa, yo no podía correr porque me habrían dado plomo.
 
Me quedé esperando escondido en unos matorrales como a 20 metros de los soldados. Reviso nuevamente mi brazo, miro que tengo mis memorias, pero en ese momento me doy cuenta de que ya no tengo el carné de prensa que se me había caído cuando me quité el chaleco, estaba sin identificación y sin nada.
 
A los cinco minutos empiezo a ver a un grupo de cinco guerrilleros que se acerca y que estaban disparando, no me ven todavía y en ese momento pensé si me ven aquí sentado, van a dispararme, no hay tiempo de pensar y digo me voy a levantar, y lo hice. Entonces me puse delante de ellos, no quería gritar para no alterarlos y les digo: ¡Soy civil, soy periodista, no estoy armado!
 
Me encañonan por unos segundos, me preguntan qué estaba haciendo ahí y yo les vuelvo a repetir lo mismo: Soy civil, soy periodista, no estoy armado!
Entonces uno de ellos dice: No tiene armas, no le disparen. Así fue como terminé en manos de la guerrilla.