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HISTORIA

El lugar donde la violencia no pudo con la educación

Alfonso Hamburger narra cómo en medio de grandes dificultades, las comunidades estudiantiles de Sucre (Sucre) han alcanzado ubicarse entre los mejores colegios de Colombia.

6 de abril de 2016

Mientras el bus se desplaza de La Mojana a Sincelejo, los pasajeros van comentando las noticias de la corrupción. Las fincas más grandes que se ven a lado y lado de la vía, antes de San Marcos, son de algunos exalcaldes y funcionarios. La que pasa al frente de sus narices en ese momento tiene una gallera con graderías de fútbol. Se nota lo exótico, el poder, que, como la pobreza, no se pueden ocultar.

Muchos exfuncionarios de la clase política tradicional se pusieron de acuerdo en cómo exprimir las arcas municipales de Guaranda, Sucre y Majagual (los tres en Sucre). Por lo regular tienen los mismos asesores, formulan los mismos proyectos y hacen los mismos programas de pavimentación, puentes sin terminar y son dueños de las casas más ostentosas en Sincelejo. Como la que está en la mejor esquina del pomposo barrio La Toscana, inmensa y blanca: de una exalcaldesa.

En lo único que no se pusieron de acuerdo es en que la salida al subdesarrollo está en la educación, dice el profesor Isidro Álvarez Jaraba, cuyo proyecto pedagógico se ubicó cuarto entre 1.600 propuestas en el Premio Compartir al Maestro.

Álvarez Jaraba, investigador del país de las aguas (como llama a la inmensa Mojana), profesor del Colegio Nuestra Señora de Las Mercedes de Sucre –con 116 años de funcionamiento–, también hizo parte de los premios Educación para la innovación, en la categoría ciencia y tecnología infantil, que ganó este plantel en el 2009 con el grupo Raíces y el proyecto ‘Vuelos, plumaje y cantos míticos de La Mojana’.

Los niños, que habían iniciado el proyecto en el 2006 con la elaboración de un perfume con base en la caña del maíz, se suman a los logros del colegio Francisco José de Caldas, del corregimiento de Travesía, entre los diez mejores planteles del país en primaria en el 2016, según difundió en estos días el Ministerio de Educación. Son 194 alumnos distribuidos en tres sedes.

Para este investigador, lo grande de estos premios es que la comunidad educativa no dejó que estos pueblos tocaran fondo, ante el acecho de las aguas desmadradas, la corrupción y la guerra. De las tres sedes del colegio José Francisco Caldas, dos están en zona donde los elenos, las FARC y los paramilitares, hasta hace poco tuvieron una sangrienta disputa. Hubo varias masacres.

Las dificultades de esta región no sólo están en poseer una clase dirigente indolente, sino en levantarse ante el ardiente ambiente tropical de veranos inclementes o de inundaciones feroces, la falta de vías de penetración y el aislamiento virtual.

En el Colegio Nuestra Señora de Las Mercedes, hoy disperso en ocho subsedes desde el 2014 cuando se inició la construcción de la nueva edificación por el Fondo de Adaptación, no sólo faltan profesores, celadores y vigilantes, sino que de 100 computadores anunciados dentro del plan Computadores para aprender, apenas instalaron 70.

Para desplazarse de una sede a otra, los profesores pierden tiempo caminando. Y la cobertura de internet es casi nula. Para conectarse con el mundo, doña Justinita Álvarez, dueña de un modesto centro de telecomunicaciones, halló el mejor punto de conexión en el palo de limón que está en la orilla del patio. Mandó a tejer una mochila, donde cuelga el celular, para conectarse y prestar un buen servicio a sus clientes. Al parecer, el limón, que es buen conductor de energía, hace las veces de antena.

Las dificultades también son notables en Travesía, el lejano poblado donde está la Institución Educativa Rural José Francisco de Caldas. Allí hay sólo 24 computadores, la mayoría averiados. Y para comunicarse por celular, los habitantes deben ubicarse en el puente que atraviesa el caño Panceguita, rumbo a Achi (Bolívar). Es el único punto donde la señal es clara.

Según el profesor Álvarez, después de grandes masacres (tres alcaldes de Sucre (Sucre) fueron asesinados en menos de 20 años), inundaciones cíclicas y aislamiento casi total, las comunidades vienen levantando cabeza con un sistema en el que padres de familia, profesores y alumnos se integran a través de lo que han llamado ‘Pedagogía del amor’.

La reflexión, la discusión de los problemas, los manuales de convivencia elaborados por ellos mismos y el abordaje pleno del tema ecológico, más el estudio de la historia, partiendo del legado eterno que les dejó Gabriel García Márquez cuando vivió con ellos, son algunos de los elementos claves para sacar la cabeza de la taruya, aquella planta acuática que abunda en La Mojana.