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Sueño americano

Los colombianos se han convertido en la minoría hispana que más crece en Estados Unidos. Por primera vez aspiran a ser fuerza política.

11 de junio de 2001

Colombianos que salieron hace más de 30 años en busca del sueño americano, asilados políticos, profesionales indocumentados que trabajan en oficios no calificados, estudiantes de doctorado, activistas y empresarios se pusieron de pie en el auditorio del Hotel Marriot en Atlanta, Georgia, con la mano en el pecho y en profundo silencio esperaron la pista en el equipo de sonido para entonar el Himno Nacional. Pero, oh sorpresa, por efecto del caos lo que sonó fue el happy birthday. Así se dio inicio a la Primera Convención de Organizaciones Colombianas en Estados Unidos la semana pasada a la que asistieron más de 400 colombianos. El espíritu del Sagrado Corazón aún se mantiene vivo en la comunidad de colombianos que viven fuera del país.

Con el Divino Niño en la tarima, empanadas, aguardiente, rechiflas y sonoros aplausos se llevó a cabo la convención organizada por el cónsul de Colombia en Atlanta, César Felipe González, y Camilo Duarte, un empresario de Miami. Aunque la desorganización caracterizó al evento, al menos esta es la primera vez que colombianos residentes en Estados Unidos se reúnen para medir su poder como colonia.

La reunión podría ser una más de las tantas que han hecho los colombianos en ese país, aunque pocas han sido tan concurridas y representativas. Lo más interesante de la reunión es que se produce en momentos en que los colombianos son la comunidad hispana que más rápido ha crecido en los útimos años y cuando el número de hispanos en Estados Unidos han superado a la comunidad negra.

El cálculo oficial es que hay 500.000 legales colombianos legales pero algunos no descartan que puedan llegar a ser más de dos millones contando los ilegales. Si eso es verdad, Estados Unidos sería el sitio donde viven más colombianos después de Bogotá, superando inclusive a ciudades como Cali y Medellín. En los últimos 10 años, por ejemplo, el número de colombianos que viven en ese país del norte ha aumentado en más de un 60 por ciento, según un reciente estudio de la Oficina de Censo de Estados Unidos. Su creciente número, incluidos los ilegales, convertiría a los colombianos en la segunda minoría hispana.

Los primeros intentos no fueron fáciles. Los colombianos que llegaban a las tierras del Tío Sam se sentían con complejo de inferioridad. Hoy en día, sin embargo, los colombianos nunca se habían sentido tan importantes. En primer lugar, porque no lo eran. Ni numéricamente, ni como país. Ahora que Colombia es la preocupación número uno del hemisferio para Washington y que el número ha aumentado en un millón en los últimos tres años, los colombianos comienzan a sentir que, si se van a quedar a vivir en Estados Unidos, es mejor empezar a mostrar el músculo.

Pero antes del músculo, es necesaria la actitud. Y esta parece estar cambiando. En el pasado la colonia colombiana se limitaba a hacerles banquetes y recepciones a los candidatos presidenciales. Ahora, viendo las cifras, y conscientes de su importancia, pretenden utilizar ese poder político más hacia Estados Unidos que hacia Colombia. Con un ingrediente adicional: la nueva ola de inmigrantes es más educada, con mayores recursos y con un más alto grado de conciencia política. Y el marcado interés de los republicanos por los votos hispanos le auguran a esta colonia un nuevo papel político tanto en ese país como frente a Colombia.



Remesas milagrosas

Tal vez lo más sorprendente de todo son las implicaciones del fenómeno del exilio en la economía colombiana. Tan increíble como pueda sonar, las remesas que envían los residentes en Estados Unidos a sus familiares en Colombia ya superan las cifras de exportaciones de café. Y siguen en aumento. Los inmigrantes están enviando anualmente a Colombia 1.700 millones de dólares, remesas que son sólo superadas por las exportaciones de petróleo y que constituyen el 14 por ciento del valor total de las exportaciones. Ni el carbón ni las flores, ni el café compiten con la importancia que tienen hoy para la economía colombiana los dineros que los exiliados en Estados Unidos mandan mes a mes.

Según un estudio realizado por César Felipe González, ex presidente de la Asociación Bancaria, estos giros crecieron en 70 por ciento anual entre 1998 y 2000. El promedio de ingresos por familia en Estados Unidos es de 30.000 dólares al año y se calcula que el 60 por ciento de las cerca de 800.000 familias colombianas que viven allí envían en promedio 400 dólares mensuales al país. Algunas compañías transportadoras de dinero, como Uno Money Transfer, aseguran que esa cifra podría ascender a 2.500 millones de dólares anuales.

Eso quiere decir que en Colombia se está comenzando a dar el mismo fenómeno que viven países como El Salvador, México o Cuba. En este último, por ejemplo, las remesas sostienen la economía. Este dinero se traduce en un aumento en la capacidad de consumo que vigoriza la economía. Mientras que las exportaciones de petróleo o carbón requieren una inversión alta en personal calificado y maquinaria, estos giros son utilidad neta. “Es plata que irriga la economía. Sin esas remesas el desempleo en Colombia con seguridad superaría el 30 por ciento”, asegura el senador Alfonso Garzón, quien lleva mucho tiempo estudiando el tema. Según el Ministerio de Hacienda, con esa plata se están beneficiando tres millones de colombianos para pagar arriendo, alimentación y educación, entre otras cosas.



Los nuevos votos

Un nuevo factor comienza a cambiar la presencia de los colombianos en Estados Unidos y es que los que han llegado en los últimos cinco años son muy diferentes a los que habían emigrado hasta el momento. Muchos son empresarios, negociantes y profesionales, pero también hay periodistas y académicos. Camilo Duarte asegura que estos colombianos han ingresado a ese país, en promedio, 50.000 dólares por miembro de familia. “En los últimos dos años han entrado más de 4.000 millones de dólares y eso sin contar todo lo que Colombia invirtió en ellos”, afirma. Esta nueva generación de inmigrantes colombianos conoce más las reglas del juego de la política estadounidense, y estaría más preparada para hacer lobby ante el Congreso de Estados Unidos. La mayoría se está asentando en tres zonas del sur de la Florida: la ciudad de Weston, Coral Gables y Key Biscayne, según un estudio realizado por el politólogo Eduardo Gamarra. El año pasado, por ejemplo, 510.225 colombianos que entraron a Estados Unidos no volvieron, según inmigración del DAS. De esos, dos terceras partes se quedaron en Miami, por la cercanía a Colombia, el idioma y el costo.

No sólo por el crecimiento en el número de inmigrantes sino por la crítica situación del país, el lobby de colombianos en Washington está creciendo. Hace un año el gobierno de Estados Unidos aprobaba tan sólo el 10 por ciento de solicitudes colombianas de asilo político. Esta cifra aumentó a 50 por ciento luego de que el Departamento de Justicia publicó un informe que describe la gravedad de la crisis colombiana. Para la elaboración de este informe hubo un extenso cabildeo por parte de un grupo de colombianos.

Organizaciones colombianas también están haciendo lobby para que se apruebe el TPS, Estatus Temporal de Protección, que otorga un permiso de 18 meses para vivir y trabajar a ciudadanos de países con crisis internas. Eso le permitiría a los inmigrantes colombianos trabajar y legalizar sus papeles más fácilmente. Por otro lado, el congresista republicano Lincoln Díaz-Balard, de origen cubano, presentó el proyecto de ley Andean Adjustment Act (Triple A) que pretende darle residencia a 65.000 colombianos y 25.000 peruanos que viven en suelo estadounidense como ilegales desde antes de 1995. Este es el primer proyecto de ley que se presenta para ayudar exclusivamente a un grupo de suramericanos.



Del dicho al hecho

Pese a todos estos esfuerzos, el poder político de los colombianos en Estados Unidos sigue siendo muy incipiente. Aunque los 500.000 colombianos que hoy —según el censo oficial— son ciudadanos estadounidenses podrían poner dos congresistas en Estados Unidos (con 200.000 votos se elige un senador), tan sólo existe un funcionario colombiano elegido popularmente: Jesús Galvis, el vicealcalde del condado de Hackensack, en Nueva Jersey. Que es algo así como elegir alcalde en Apulo.

Esto sucede fundamentalmente por dos cosas. La primera, porque los colombianos no controlan ninguna zona en particular. Están dispersos por todo el país. Trabajan en gasolineras en Illinois y en cafeterías en Seattle, a diferencia de los cubanos que controlan Miami, o los mexicanos que controlan Los Angeles.

La segunda razón tiene que ver con la idiosincrasia del colombiano: la incapacidad para ponerse de acuerdo y la falta de capital social. Y su dificultad para anteponer propósitos comunes a intereses particulares. “Son las mismas dificultades para trabajar en colectivo, falta de capacidad de generar un consenso, y rivalidades políticas”, afirma Juan Tokatlián, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de San Andrés, en Argentina.

A diferencia de otras comunidades latinas como los cubanos o los haitianos, quienes han mostrado una gran capacidad para generar consensos, los colombianos han sido incapaces de crear una agenda común y en parte por eso no han podido convertir su caudal político en poder electoral. “Mientras los cubanos han tenido un gran peso territorial porque están físicamente localizados en el mismo sitio, vienen de comunidades donde el tema político como el anticastrismo es muy importante para la sobrevivencia, los colombianos están más dispersos geográficamente, tienen rechazo y desconocimiento hacia la política. Y son incapaces de ubicar un objetivo común”, agregó Tokatlián.

Durante las elecciones de 1999 para un Concejo Municipal en la Florida, por ejemplo, dos colombianos postularon sus nombres. Sin embargo, sus candidaturas fracasaron porque terminaron compitiendo el uno con el otro y el gran ganador de ese enfrentamiento fue un cubanoamericano que terminó elegido.

Aún más dramático es que existen divisiones entre las tres generaciones de inmigrantes. Los últimos colombianos que llegaron, por ejemplo, no quieren ser confundidos con los que emigraron en los años 80 ya que los perciben como personas de clase baja, y casi por analogía, vinculados con actividades ilícitas, dice el estudio de Gamarra.

Lo cierto es que mientras los colombianos no se organicen para votar o para conformar grupos de presión fuertes en Washington que influyan las decisiones de Estados Unidos hacia Colombia, su inconformismo no dejará de ser más que un simple pataleo. El embajador en Washington, Luis Alberto Moreno, considera que le convendría mucho al país que los colombianos comiencen a pensar como los cubanoamericanos o los italianoamericanos, que se lograron insertar en el sistema para jugar políticamente. El inmigrante sólo cuando renuncia a su país entra en la política local; mientras tanto está de paso. Y es el caso de mucho colombiano que vive con la ilusión de volver. “Deben pensar como colombianos americanos, les falta pensar más en Estados Unidos y eso es lo que les va a dar la fuerza, que tengan representación política y que puedan ejercer lobby de manera efectiva”, dijo el embajador Moreno a SEMANA.

Porque el sistema estadounidense es muy efectivo para aquellos grupos que se organizan. Es el caso de la comunidad cubana en Miami que maneja la política local hace varios lustros y logró condicionar la política internacional de Estados Unidos hacia Cuba obligando a un embargo a la isla. O de la presión ejercida por los 12 millones de judíos estadounidenses que lograron no sólo la participación activa de Estados Unidos como mediador del proceso de paz entre Israel y Palestina, sino que Estados Unidos abogara por Israel cuando se debatieron las violaciones de derechos humanos de ese país frente a los palestinos en la ONU.



Senador ‘extranjero’

El potencial político de la comunidad en Estados Unidos hacia Colombia, en cambio, sí está plenamente despejado. El Congreso acaba de aprobar una ley que crea para las próximas elecciones una curul para un representante de los colombianos en el exterior. Este representante a la Cámara con seguridad influirá para que la política exterior colombiana tenga en cuenta a los que viven fuera y se puede convertir en un enlace clave para los políticos de Estados Unidos interesados en Colombia. Por otro lado, si se tiene en cuenta que las últimas elecciones presidenciales se ganaron por una diferencia de sólo 250.000 votos, el papel de los colombianos en el exterior será muy importante en los próximos comicios.

Como no se ven muchas esperanzas de que el conflicto armado termine a corto plazo ni de que se reduzca el desempleo, se podría esperar que la tendencia de éxodo de colombianos hacia Estados Unidos en los próximos dos o tres años va a ser comparable a lo que ha sido en los últimos años. Las condiciones que hicieron que se fueran son idénticas. En un par de años todo indica que en Estados Unidos puede haber cerca de tres millones de colombianos.

El potencial político que tienen estos colombianos es alto pero falta mucho por hacer. Gamarra calcula que sólo hasta dentro de 10 años jugarán un papel importante. Sin embargo una década podría ser demasiado tarde mientras en la actualidad hay un gobierno, como ninguno otro, interesado en la comunidad hispana. No se puede olvidar que fue el gobierno de George Bush Jr. el que otorgó el estatus de protección temporal a los salvadoreños y se lo extendió a los hondureños. La semana pasada la Casa Blanca le envió una carta al Congreso en la que apoya una ley que permite a los inmigrantes latinos permanecer seis meses en suelo gringo mientras registran sus papeles. Esto, junto con el hecho de que el establecimiento estadounidense nunca había estado tan involucrado en la política interior colombiana, implica que si el exilio colombiano no aprovecha para sí y para el país este momento crucial habrá perdido la oportunidad más importante de su historia. Y esta primera convención, a pesar de su desorganización y la falta de conclusiones concretas, fue un primer paso. “Siempre las primeras iniciativas son desordenadas, lo importante es que se dio ese primer puntapié y lo fundamental es entender en qué cancha se está parado y cómo se debe jugar. Colombia debe rememorar el famoso 5-0 y jugar en equipo pero buscando uno o máximo dos objetivos”, concluye Tokatlián.