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Tacueyó, el comienzo del desencanto

La masacre de Tacueyó, como se conoce este doloroso y horrendo episodio, sólo sirvió para corroborar y explicitar de la manera más brutal, ese espíritu autoritario que se fue cociendo en el seno de las organizaciones armadas revolucionarias colombianas, como resultado de una compleja hibridación cultural y política de clara naturaleza antidemocrática.

12 de febrero de 2006

Por un lado, el componente medieval y oscurantista de la Iglesia Católica decisivo en la formación de nuestra nacionalidad; de otro, una tradición política bipartidista, acostumbrada a dirimir los asuntos del poder mediante el uso de una violencia degradada. Para no ir más lejos, reseñemos las prácticas de la época de la violencia liberal-conservadora de mediados del siglo XX, y para completar el círculo, la asimilación acrítica y mecánica de un marxismo esquemático capaz de pensar que la cultura de los pueblos puede ser objeto de una cirugía política, como lo intentó Stalin con los chechenos al desterrarlos masivamente hacía Siberia, con la vana ilusión de exterminarlos como nación. La masacre de Tacueyó nos deja ver una estructura propagandística, que utiliza en forma cuidadosa la figura de la ficción como un relato legitimador de la barbarie. De acuerdo con las versiones oficiales del genocidio, Javier Delgado habría logrado detectar una masiva infiltración del ejército en su movimiento, con el objetivo de desarticularlo. Los infiltrados se reconocerían entre sí, porque cada uno de ellos portaría una medallita de la Virgen del Carmen o un escapulario del Señor Caído de los Milagros. Para efectos de contrarrestar la conspiración del enemigo, solo era preciso identificar cual de los guerrilleros poseía tales símbolos. El grado de vulnerabilidad de la ficción señalada, reside en el hecho de que en un país predominantemente católico, lo natural es que los guerreros de cualquier bando estén ataviados de un objeto que no solo expresa una convicción espiritual, sino que además sirve de amuleto protector en momentos de extrema dificultad. Dotado de un relato ficticio que le diera coherencia a su proceder, Javier Delgado inicia la profilaxis interna para defenderse de la mayúscula conspiración. Acude al viejo método de construir la cadena de la infamia, que no es otra cosa que la cadena de la delación y del terror, cuyo producto principal es la generación de los delincuentes sin delito como los llama Arendt. Es decir, inocentes inculpados a su vez por otros inocentes, que a su turno lo han sido previamente por otros inocentes, configurando con ello, una cadena propia de la regresión al infinito dolor. José Cuesta. Autor del Libro: Vergüenzas Históricas. Tacueyó, el comienzo del Desencanto.