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Tan cerca, tan lejos

Este año se creó la ilusión de que el acuerdo humanitario era inminente. Sólo se logró comprobar cuán grande es la distancia que hay entre el gobierno y las Farc.

16 de diciembre de 2006

Ni la muerte en cautiverio del capitán Julián Guevara, ni la noticia de que Clara Rojas tuvo un bebé en medio de la selva, ni la reelección de Uribe, ni la anulación del juicio contra 'Simón Trinidad' han logrado cambiar el escenario del intercambio humanitario. Los 58 militares, policías y políticos cautivos pasarán otra Navidad y otro año nuevo en poder de las Farc.

A principios de octubre la sensación que tenía el país era que el gobierno y las Farc estaban por fin acercándose al acuerdo humanitario. Pero el 19 de octubre estalló la bomba de la Escuela Superior de Guerra y todo volvió a quedar congelado. ¿Estuvo realmente cerca la posibilidad de un intercambio? No tanto como se cree.

El presidente Álvaro Uribe dio un viraje importante al aceptar la desmilitarización de una zona "con condiciones propicias para la eficacia del intercambio humanitario". También era alentador el cambio de tono del Presidente respecto a la guerrilla, y el hecho de que desde el primer día de su segundo gobierno empezara a hablar de paz.

Por el lado de las Farc también había movimientos. Primero enviaron pruebas de supervivencia de los diputados del Valle, y se sabe que empezaron a concentrar y movilizar algunos secuestrados en el sur del país, pensando en la gran marcha que tendrían que hacer si se llegaba a concretar el acuerdo.

Los hechos posteriores demostraron que aunque ambas partes necesitan el acuerdo, y quieren hacerlo, no encuentran el camino hacia él. Los acercamientos de octubre sirvieron para medirle el aceite al tema, y el desenlace es poco alentador porque mientras más cálculos militares y políticos hacen gobierno y guerrilla, más se aleja la posibilidad del intercambio.

El Ministro de Defensa y los militares esgrimieron objeciones al despeje porque Pradera y Florida son un corredor estratégico para la guerrilla. Argumentos ciertos pero que no venían al caso, pues las Farc, por definición, están asentadas en zonas estratégicas para sus planes de guerra.

La guerrilla también estaba viendo cómo sacaba, de antemano, ventaja militar del anuncio presidencial, y sin perder tiempo movilizó hombres hacia la región, lo que puso en alerta a las autoridades. El fantasma de un nuevo Caguán revivió.

A ese oportunismo militar se sumó el oportunismo político. Cuando apenas se habían dado tímidos pasos hacia un eventual acuerdo, tanto gobierno como guerrilla empezaron a hablar de que el intercambio sería la cuota inicial para un proceso de paz. En pocas horas las declaraciones de unos y otros ya eran delirantes. El gobierno terminó prometiendo constituyente, indulto y curules en el Congreso. Las Farc, en un extenso comunicado, pidieron la desmilitarización de dos departamentos y una agenda de negociación que bien podría ser el programa mínimo de la revolución socialista. De buena o mala fe, ambas partes perdieron las proporciones sobre las posibilidades del acuerdo, y se dedicaron a hacer política con lo poco que se había logrado. Que era apenas establecer unos puentes, unos canales de comunicación -el ex ministro Álvaro Leyva y los países amigos- y un clima menos hostil que en el pasado.

Pero la desconfianza se impuso. En el fondo, la apuesta de cada una de las partes era que el otro no llegaría hasta el final. Y la profecía se cumplió. La bomba de la Escuela Superior de Guerra les sirvió a las Farc para saber si el Presidente haría el intercambio aun en medio de la guerra. La provocación funcionó. Se rompieron todos los acercamientos. La mezquindad de la guerra se impuso por encima de las razones humanitarias. Y lo peor es que el tiempo corre en contra de las víctimas. La confianza está más rota que antes, y la indiferencia del país frente al tema ha terminado por condenar a los secuestrados a vivir enterrados en la selva, quién sabe por cuánto tiempo más.