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Tensión en la universidad

En las protestas estudiantiles que atraviesan el país hay de todo: desde debates ideológicos hasta agitadores profesionales con nexos con las Farc.

7 de junio de 2008

Ser jóven y universitario es, ante todo, cuestionar el mundo. De ahí que la cascada de noticias que han producido los estudiantes inconformes en los últimos días muestren, antes que nada, la vitalidad de la juventud colombiana.

La confrontación con los estudiantes no es un fenómeno exclusivo del país. Para recordar sólo dos ejemplos recientes, en Chile hace dos años una movilización de cerca de 600.000 escolares, conocida como la 'Revolución de los pingüinos', puso contra la pared a la presidenta Michelle Bachelet y generó modificaciones en la ley de enseñanza. Y en 2006 Francia vivió un episodio similar cuando el movimiento estudiantil bloqueó 13 ciudades en protesta por un nuevo contrato laboral que el gobierno tuvo que retirar.

Sin embargo, algunas protestas en Colombia han pasado los límites de la civilidad y se han convertido en preocupantes actos de barbarie. En Bogotá, la Universidad Pedagógica se convirtió en un campo de batalla en el que un grupo de estudiantes que protestaban por la situación financiera del plantel arrasó con oficinas y salones y usó ácido para repeler al escuadrón antimotines de la Policía. Al final, tres agentes resultaron heridos y 25 agresores (no todos estudiantes) fueron detenidos. Hace dos semanas, varios policías resultaron quemados en Neiva cuando un grupo de universitarios los atacó con gasolina. Entre tanto, la Nacional está desde hace dos meses semiparalizada por alumnos que se oponen al nuevo estatuto, mientras 10 estudiantes se encadenaron a la sede de Medellín para hacer huelga de hambre por ese motivo. Y en un episodio más civilizado, un estudiante confrontó duramente al presidente Álvaro Uribe en la instalación de la Segunda Conferencia Regional de Educación, en Cartagena.

El gobierno, las directivas y muchos observadores independientes atribuyen la radicalización de estas protestas a la presencia de las Farc. Porque diversos indicios demostrarían que mientras la guerrilla se debilita en las selvas, su influencia y organización se fortalecen en algunas universidades. Pero ni todos los que protestan son violentos, ni todos los violentos son guerrilleros.

En efecto, bajo la difusa bandera de defender la educación pública, hay variados subgrupos que conforman el llamado movimiento estudiantil, que en general es más una coincidencia en la rebeldía que una organización estructurada. Ello no excluye que las marchas suelan coincidir con fechas emblemáticas como la muerte del Che y el aniversario del M-19. También ha habido protestas contra el TLC o la visita de algún funcionario importante de Estados Unidos.

El problema no es qué tan radicales son sus demandas, sino los métodos para protestar. Y en esto también hay de todo. Algunos muchachos encuentran en la lúdica su mejor arma. Generalmente se trata de estudiantes de carreras relacionadas con las bellas artes que intervienen espacios abiertos con obras de teatro, exposiciones o escenografías a través de las que manifiestan su inconformismo.

Otros prefieren enfrentar a sus contradictores en foros y debates o desarrollar medios de comunicación alternativos para expresar sus posiciones. En el centro de Bogotá, por ejemplo, existe una casona de tres pisos plagada de grafitos por dentro y por fuera. Allí, día a día, se dan cita decenas de jóvenes que invitan a expertos. El resultado es un pertrecho de argumentos para la discusión pública o para afiches, cartillas y otras piezas "que hacen que la gente se cuestione", como anota Julián Quintero, sociólogo e investigador que coordina las actividades de la casona.

Sin embargo, los jóvenes más ruidosos suelen ser los que se roban el protagonismo. Son los mismos que no tienen problema con echar mano del vandalismo y enfrentarse a la Policía arropados en la clandestinidad. Estos últimos son los que preocupan a las autoridades por la posibilidad de que exista una estrategia del movimiento bolivariano de las Farc.

SEMANA entrevistó a una decena de líderes universitarios y analistas de los movimientos juveniles que coinciden en que la influencia guerrillera es evidente. En los claustros universitarios se ven, en muros e incluso en las aulas, consignas en favor de la guerrilla "Iván Ríos y Raúl Reyes no han muerto, ¡viven en nuestra lucha!", es una de las frases más recurrentes en las paredes de la Universidad Nacional.

Otros síntomas preocupantes son el empleo de artefactos cada vez más peligrosos en las grescas contra la Fuerza Pública, y la rigurosa coordinación que permite que estas se puedan sostener por varias horas. Por su parte, los organismos de inteligencia sostienen que las universidades se adoctrinan y reclutan simpatizantes de la guerrilla.

Diego Marín, uno de los representantes de la Asociación Nacional de Estudiantes Universitarios (Ascún), admite que en la movilización estudiantil hay elementos insurgentes clandestinos y también fuerzas oscuras que defienden al gobierno. "La universidad, dice, es un reflejo del país. Aquí se vive una degradación del conflicto y eso se manifiesta también en la universidad. Estamos en una crisis humanitaria". Para ilustrar su argumento, Marín cita varios casos, incluso el suyo. Dice que sólo en los dos últimos años han sido asesinados 11 líderes estudiantiles por ser activistas sin que haya responsables y que por lo menos 30 más han sido desplazados bajo amenaza de muerte. "Yo mismo hoy tengo que andar con escolta y con un plan de protección especial porque las 'Águilas Negras' me dictaron sentencia de muerte".

Sin embargo, algunos estudiantes hacen su propia interpretación. Según estos, la "violencia política" del Estado contra la universidad justifica la respuesta violenta. "Lo que hacemos es ejercer la legítima defensa", dice uno de ellos. En ese sentido, el profesor Carlos Medina, del área de ciencia política de la Universidad Nacional, cree que nunca ha existido, ni ayer ni hoy, un movimiento estudiantil estructurado. Medina dice que lo que hay es un activismo desarticulado que obedece a coyunturas, que carece de directrices y que permanentemente muerde el anzuelo de los agitadores que buscan armar tropel para llamar la atención y desestabilizar.

Para los expertos consultados por SEMANA, es obvio que donde hay delito la Fuerza Pública tiene que actuar y restablecer el orden. Pero también lo es que la estrategia del gobierno y las directivas no se pueden agotar en la acción policiva. Es urgente diseñar una estrategia que permita crear un clima de convivencia que preserve el espacio donde se puedan encontrar libremente los que estén dispuestos a empuñar sólo los argumentos como armas de lucha.

Las universidades públicas están adoptando cambios que ameritan debates serios. Lamentablemente, estas discusiones una vez más están quedando aplazadas por el tropel y los insultos. La pugna creciente donde cada uno quiere mostrarse más temerario que la contraparte es el triunfo de la insurgencia. Aunque replegada, la guerrilla debe estar celebrando la actual situación. Lo mejor en este momento sería que tanto el gobierno como los universitarios atendieran el consejo del profesor Medina: "Necesitamos pasar de la edad de piedra a la edad de la razón".