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Tigres de papel

La crisis entre Estados Unidos y China se resolvió en un juego de palabras. Pero la confrontación queda planteada.

14 de mayo de 2001

La guerra verbal entre Estados Unidos y China por el accidente de sus dos aviones militares frente a las costas de la segunda se resolvió como era previsible: con palabras. Pero no fue una tarea fácil.

El affaire surgió hace dos semanas cuando un caza chino rozó a un avión espía norteamericano, al que perseguía, y se fue al mar. Mientras tanto la aeronave de Estados Unidos tuvo que aterrizar de emergencia en la isla china de Hainan, donde quedó retenido junto con su tripulación de 24 efectivos.

La parte china exigía para devolverlos que Estados Unidos presentara excusas formales y reconocieran su responsabilidad. La superpotencia occidental estaba dispuesta a lamentar lo sucedido pero no a ofrecer disculpas por un incidente que consideraba accidental. Si a eso se le añade la dificultad de traducción del inglés a un idioma como el chino, mucho más complejo, el panorama era muy confuso.

Pero luego de “arduas negociaciones” se llegó a una salida el miércoles cuando el embajador de Estados Unidos, Joseph Prueher, entregó a la cancillería en Beijing una carta que fue el resultado de un complejo acuerdo lingüístico diseñado para permitir a ambas partes dar la sensación de haberse salido con la suya.

La carta incluye dos veces las palabras “very sorry”, una expresión en inglés que no implica admisión de culpabilidad. Y en la traducción entregada por la embajada se dice que el presidente George W. Bush expresó “feichang wanxi”, o “extrema compasión o solidaridad” hacia el pueblo chino y la familia del piloto desaparecido. Y que Bush estaba “feichang baoqian”, o “muy apenado” de que el avión norteamericano hubiera aterrizado sin permiso de las autoridades chinas. Aunque algunas agencias chinas sostienen lo contrario, Washington logró su objetivo en cuanto no usó la palabra “daoqian”, que literalmente quiere decir “hablo de mi culpa”.

Para muchos observadores el gobierno de China aceptó esa terminología porque consideró en forma pragmática que ya había conseguido su objetivo de ponerse en pie de igualdad con Estados Unidos y que tener más tiempo a los tripulantes podría hacer peligrar sus intereses comerciales y su proyecto más preciado: realizar los Juegos Olímpicos de 2008.

Sin embargo el portavoz chino insistió en que “este asunto no está cerrado”, con lo cual implicó que la devolución del sofisticado avión espía será objeto de otro proceso y que la demanda de suspender los vuelos de “observación” está en pie. Lo que deja abierto el camino hacia la siguiente crisis porque Bush tendrá que decidir cuándo y cómo reanudar esos vuelos, que considera vitales para la seguridad propia y la de sus aliados. Lo contrario sería tanto como aceptar que los chinos tenían razón, algo que Bush no estaría dispuesto a hacer en un momento en el que trata de cimentar su política exterior.