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TOCHE CONTRA GUAYABA

Gómez aprovecha la metida de pata de un juez para darse el pantallazo del año.

29 de mayo de 1989

En 1943 , en alguna ocasión, a Laureano Gómez se le fue la mano en sus críticas al gobierno de Alfonso Lopez Pumarejo. Alberto Lleras, entonces ministro de Gobierno, prácticamente acusado por Laureano de maniobras delictivas en el sonado caso de Mamatoco, dijo en público: "Pensar que no hay juez de la Republica capaz de arrestar a estos calumniadores".Y ahí apareció uno.
Jesús Ignacio Caicedo Lozano, quien citó a indagatoria a Laureano en un proceso por calumnia. "El monstruo" mando al juez al diablo. "No le voy a responder nada" -le dijo Una de dos: usted está procediendo honorablemente o no lo está haciendo así.
En el primer caso me callo, porque no se le permitirá cumplir con su deber; en el segundo, también, porque no me presto a vagabunderías. El implacable oposicionista se declaró en abierta rebelión contra la ley. Lozano declaró suspendida la diligencia y mandó poner preso a Laureano. A las pocas horas, las legiones azules armaron la guachafita hasta lograr que lo soltaran.
Si, como decía Marx, la historia siempre se repite una vez como tragedia y otra como comedia, la semana pasada los colombianos presenciaron un episodio de la segunda. Los protagonistas en esta ocasión fueron el hijo de Laureano, Alvaro Gómez Hurtado, y un joven juez costeño rollizo y cari simpático, Rubén Darío Ceballos Mendoza.

La primera salida en falso fue del juez. Encargado del proceso que se adelanta por el secuestro de Gomez lo había citado en varias oportunidades para que rindiera declaración juramentada. Gomez, por varias razones, no se había presentado y Ceballos decidió, interpretando a su manera el artículo 259 del Código de Procedimiento Penal sobre aseguramiento de la prueba, prohibir la circulación del libro "Soy libre" en donde el ex candidato conservador narraba las experiencias de su secuestro.

La metida de pata del juez fue monumental. No sólo su interpretación jurídica fue equivocada, sino que se metió en los riesgosos predios de la libertad de expresión y de las vacas sagradas. El error jurídico consistió, según penalistas consultados por SEMANA, en aplicar una norma para proteger los llamados "elementos de prueba", cosa que indudablemente no era el libro, pues con él no se cometió delito alguno. Pero esto resulta anecdótico e insignficante al lado de las repercusiones que necesariamente tenía que tener la medida de impedir la circulación de un libro escrito, ni más ni menos, que por la víctima del secuestro, además vaca sagrada de la politica. El juez Ceballos, seguramente sin proponérselo y por cuenta de la decisión tomada, logro convertir a Gómez Hurtado.-acusado de ser censor durante su juventud en censurado.

Ni corto ni perezoso, Gómez, aunque tenía los recursos jurídicos para buscar la revocación de la medida, no los quiso utilizar y aprovechó la oportunidad que el juez le sirvio en bandeja de plata, para darse un pantallazo, sólo comparable al de su liberación. Actuando como Gandhi cuando desafio a un imperio, o Martin Luther King a la segregación racial, Gómez Hurtado se presentó como mártir de la arbitrariedad de la justicia y se puso la túnica de la desobediencia civil.

La situación, que al comienzo parecía poner el dedo en la llaga de la crisis de la justicia, se fue tornando cada vez más ridícula en la medida en que, en medio de un desproporcionado cubrimiento periodístico, a cada nueva ratificación del juez en su decisión jurídica, el ex candidato conservador respondía con una hábil jugador político-publicitaria. Ante la medida contra el libro de Gómez, las juventudes alvaristas de la Javeriana se lanzaron a venderlo en las esquinas. Pero el clímax de toda esa tragicomedia se dio el viernes en la tarde, cuando Gómez entró triunfante en los predios de la Feria del Libro, acompañado por sus huestes y en medio de un enjambre de micrófonos y cámaras, a firmar autógrafos como cualquier actor de cine.

En términos generales, la pelea era de toche contra guayaba y como era de presumirse la ganó Gómez, Invocando la libertad de expresión, el dirigente conservador aprovechó el episodio, en momentos en que estaba perdiendo un pulso con Pastrana, para convertir su libro en algo así como el milagroso tarro de espinacas de Popeye. De pasadita, un libro que seguramente no iba a ser best-seller daba indicios de despegar, aun antes de salir oficialmente al mercado, hasta el punto de que su tiraje programado para diez mil ejemplares fue duplicado.

El pobrez juez, de no haber incurrido en un error jurídico por una mala interpretación de la ley, no habría podido ser acusado sino de su exceso de celo en la administración de la justicia que, al fin y al cabo, es lo que vienen reclamando los colombianos, encabezados por el mismo Gómez. -