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A tomar partido

A diferencia de años anteriores, en las próximas elecciones las candidaturas independientes al Congreso serán el gran quemadero

28 de febrero de 2005

"Los partidos están en crisis". Esta frase se convirtió en lugar común de todos los análisis que durante las últimas dos décadas intentaron explicar el desorden de la política colombiana y su poco atractivo entre los ciudadanos. Pero todo indica que la reiterada conclusión se desgastó y que el péndulo se está moviendo hacia el lado contrario. Los partidos se están poniendo de moda otra vez.

Nadie se hubiera imaginado, hace unos meses, que el ex presidente César Gaviria dejara su cómodo retiro en Nueva York para medírsele a la diabólica tarea de unificar al Partido Liberal. Una misión imposible que implica enfrentarse al presidente Álvaro Uribe, el disidente que nunca contempló la posibilidad de buscar el apoyo de su antigua casa política. El pragmático Gaviria además ha sido cuidadoso en sus posiciones frente al actual gobierno, y no muchos pensaron llegar a verlo en convergencia con Ernesto Samper -con quien casi no tuvo relación durante 10 años-, en una cruzada contra el mandatario más popular de las últimas décadas en Colombia.

Pero Gaviria está en eso. La semana pasada se reunió con los más visibles aspirantes liberales a la Presidencia -Horacio Serpa, Enrique Peñalosa, Rodrigo Rivera y Alfonso Gómez Méndez- y logró la hazaña de dejarlos a todos contentos. También se encontró con parlamentarios, tuvo dos reuniones de trabajo con la Dirección Nacional Liberal, y se llevó de regreso a Nueva York los estatutos de esa colectividad. En ellos están las reglas de juego del congreso nacional que se llevará a cabo el 11 de junio y que será lanzado este martes con bombos y platillos por el actual presidente, Juan Fernando Cristo. La idea de una jefatura sólida, probablemente en cabeza suya, de una gran lista para el Congreso con participación de uribistas como Andrés González, Rafael Pardo y Zulema Jattin ya no es considerada una utopía. Ni, tampoco, la de un candidato presidencial que surja de una consulta popular.

Aunque todavía una buena parte de los caciques tradicionales del liberalismo están por fuera -y van a apoyar la candidatura para la reelección del presidente Uribe-, el fenómeno tiene connotaciones trascendentales. No sobran los que piensan que con esta jugada, Gaviria busca evitar que Colombia siga el camino de Venezuela y Perú, donde la desaparición de los partidos ha producido evidentes deterioros de las democracias, centralización del poder y el regreso a los caudillismos.

Además del desgaste de las figuras 'independientes' y las operaciones avispa, el movimiento pendular se debe también a que, a un año de las próximas elecciones parlamentarias, las nuevas reglas de juego que planteó la reforma política exigen el fortalecimiento de los partidos.

Estas reglas de juego ya se ensayaron parcialmente hace 15 meses en las elecciones locales. Pero su verdadero impacto se está viendo ahora. En particular, la disposición que determina que por cada partido sólo podrá haber una lista a Senado y una a Cámara en cada región. Por estrategia política, y para superar el umbral (2 por ciento de la votación obtenida a Senado o 50 por ciento del cuociente electoral en cada región, para Cámara), cada lista debe incluir el mayor número posible de barones electorales. De lo contrario, el partido que la avale corre el riesgo de desaparecer. Paradójicamente, eso es lo que ha ocurrido con los partidos Liberal y Conservador: una encuesta de Invamer-Gallup publicada por SEMANA en la anterior edición indica que hoy en día sólo el 5 por ciento de la población es conservadora y 18 por ciento, liberal. La mitad que hace 10 años. ¿Cambiará ahora la tendencia? ¿Se reflejarán los movimientos en las organizaciones políticas en los sentimientos de pertenencia de los electores?

El fortalecimiento de los partidos no está para nada asegurado. Las divisiones internas son el principal enemigo. En el caso de los conservadores, cada vez son mayores las distancias entre el pastranismo, el Equipo Colombia liderado por Luis Alfredo Ramos y el oficialismo uribista dirigido por Carlos Holguín. Nadie ve claro, por ejemplo, cómo se puede construir una lista azul sólida y competitiva. Tampoco en la izquierda, donde las aproximaciones entre el Polo Democrático y Alternativa Democrática no parecen superar la falta de nombres para conformar una gran lista nacional. Ni en el liberalismo, donde la confrontación entre oficialistas y uribistas sigue siendo muy profunda.

Todos cuentan además con un mecanismo fundamental para hacer posible la elaboración de listas, que la Corte Constitucional podría tumbar el próximo martes: el voto preferente. Esta figura, también consagrada en la reforma política y estrenada en las elecciones de 2003, permite que los ciudadanos escojan los candidatos de una lista sin estar predeterminados por el orden que imponen los partidos. Para los candidatos deja de existir la preocupación por quién encabeza la lista, de tal manera que todos tienen las mismas posibilidades de obtener la votación más alta y el espacio para hacer campaña individual. La única forma para que los liberales puedan incluir en un mismo tarjetón a congresistas que apoyan la reelección y a otros que la combaten. O que en la izquierda quepan personajes de la talla de Antonio Navarro, Gustavo Petro, Jorge Enrique Robledo y Wilson Borja, sin herir susceptibilidades al poner a cualquiera a encabezarla. En el propio uribismo sería muy difícil, sin esta herramienta, lograr la coalición que se está armando entre Cambio Radical,liderado por Germán Vargas; el Nuevo Partido de Mauricio Pimiento y Colombia Democrática, de Reginaldo Montes.

LaCorte Constitucional está a punto de fallar dos demandas contra el voto preferente que argumentan que hubo problemas de forma en su aprobación. Pero el mecanismo es tan importante, que en los pasillos del Congreso ya se rumora que si los magistrados lo tumban, los parlamentarios presentarían otra iniciativa para revivirla, y tratarían de tramitar sus ocho debates en las dos legislaturas del presente año. ¿Lo lograrían? Las apuestas están mayoritariamente por el sí. Aunque la vez pasada el asunto fue controvertido por algunos con el argumento de que desvirtuaba la naturaleza de las listas únicas, su cohesión interna y su capacidad de servir como antídoto contra la operación avispa, hoy -cuando ya se están haciendo alianzas electorales- sería aprobada por abrumadoras mayorías.

Pero cuando se habla de fortalecer los partidos hay que ir más allá de las dinámicas electorales. El Congreso aún debe reglamentar iniciativas como la Ley de Bancadas, que se encuentra estancada en la comisión primera de la Cámara desde mediados del año pasado, después de un rápido tránsito en los primeros debates. Los problemas surgieron por la excesiva atención que le prestó el legislativo, durante 2004, a la reelección presidencial, y debido a que muchos congresistas no están dispuestos a renunciar a su protagonismo individual.

Por último, hay un alto número de proyectos en materia política que desde diversos orígenes llegaron al Congreso: el estatuto de la oposición, la ley de financiación de campañas y el código electoral. De la manera como queden elaboradas estas leyes dependerá también hasta dónde el país consolide una tendencia hacia la reafirmación de partidos o persista en el camino de abolirlos que ya siguieron algunos países vecinos. Lo cierto es que en la próxima campaña para el Congreso, a diferencia de las anteriores, será más rentable jugar en grupo que en solitario.