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Las mujeres que viajaron a Londres simbolizan con sus historias la tragedia de muchos en Colombia

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5 tragedias colombianas

La comunidad internacional se conmueve con los dramas de cinco víctimas de la narcoguerra que vive el país.SEMANA presenta los impresionantes testimonios, que Europa oyó la semana pasada.

4 de noviembre de 2006

El vicepresidente Francisco Santos se llevó a Europa los rostros de la violencia colombiana. Le había impresionado escuchar de labios del Ministro de Salud de Holanda, durante una visita a Bogotá el año pasado, que en su país nadie sabe que el narcotráfico produce muerte, secuestros y mutilados en este lado del Atlántico. Y decidió montar una campaña, lo más impactante posible, para mostrar esa realidad.

La semana pasada viajó a Londres en compañía de cinco víctimas de la violencia. Natalia Rodríguez, secuestrada durante tres años; Aura Amelia Abril, desplazada de Tame (Arauca) por amenazas de paramilitares; Paola Carrillo, sobreviviente de la bomba en El Nogal; Emperatriz de Guevara, madre de un policía secuestrado desde 1998 y fallecido en cautiverio; y Olinda Girón, quien perdió la vista y parte de ambas manos por una mina antipersona. No es difícil encontrar en Colombia mártires como ellas. Pero no las conocen en Europa, uno de los mercados de mayor crecimiento para el consumo de cocaína, donde existe una imagen difusa sobre lo que significa la guerra que genera el narcotráfico en el país. Allá dominan estereotipos que van desde la permisividad total -o un gobierno corrupto y cómplice- hasta el de un gobierno bien intencionado pero impotente. Una percepción distorsionada y, en todo caso, sin caras ni símbolos visibles.

SEMANA recoge las estremecedoras narraciones escritas por ellas mismas. El propósito es que los relatos sacudan a los europeos despistados y a los funcionarios que tienen que ver con Colombia -también despistados- sobre lo que significa padecer una cruenta guerra que alimenta el dinero de las drogas.

El mensaje que busca transmitir la campaña es que hay una relación entre una línea de cocaína que se aplican los rumberos con ligereza en una noche de fiesta -y hasta con el reconocimiento colectivo de hacer algo de moda-, y la violencia colombiana. Y el propósito es incentivar una estrategia basada en la responsabilidad compartida: que los consumidores asuman su parte en el costo -el dinero, el desprestigio y el desgaste institucional- que implica combatir las drogas ilícitas. Este no es un problema exclusivamente colombiano.

La campaña es ambiciosa. Además de los contactos de las víctimas con medios de comunicación -cuyas experiencias ya han sido recogidas en periódicos de varios países- incluye impresionantes cuñas de televisión, la presencia de las víctimas en otros continentes y una convocatoria a Naciones Unidas para que revise los resultados de sus esfuerzos realizados para combatir el consumo.

El discurso sobre la responsabilidad compartida retoma algunas iniciativas de finales de los años 80. En ese entonces, el gobierno de Virgilio Barco contrató avisos en los periódicos de mayor circulación de Estados Unidos en los que aparecían consumidores de cocaína, bajo el lema: "¿Drogadicto o terrorista?". El objetivo era el mismo de ahora: asociar el consumo en las grandes capitales del Primer Mundo con la violencia en Colombia.

La idea de la corresponsabilidad surtió efectos. Tanto Estados Unidos como Europa adoptaron preferencias comerciales que favorecieron a los exportadores colombianos. Se liberaron aranceles y se quitaron restricciones. Más recientemente, esos instrumentos fueron cambiando. Estados Unidos modificó el Atpa por un TLC que implica contraprestaciones en el campo comercial. Y adoptó el Plan Colombia que, si bien incluye una donación de recursos, parte del supuesto de que la guerra contra la droga se puede ganar peleándola en el territorio colombiano. Por su parte, Europa acabó el SPG-droga, que establecía las preferencias para los países afectados por el flagelo del narco, y lo reemplazó por una estructura más amplia que también cobija a sus ex colonias.

La nueva campaña busca restablecer el equilibrio. Su éxito dependerá de la superación de algunos obstáculos. La experiencia indica que si el mensaje no se repite en forma sostenida, se diluye. Y el costo es alto. Falta ver también su receptividad en Estados Unidos, donde hay más acogida a la corresponsabilidad entendida como la del Plan Colombia: la guerra aquí, más que la lucha contra la demanda allá. Lo cierto es que sin una iniciativa como esta, Colombia seguiría en el peor de todos los mundos: con la violencia y la corrupción que genera la droga y con la imagen de que es el único culpable, cuando en realidad es la víctima. Que lo digan estas cinco experiencias dolorosas y simbólicas que se publican a continuación.