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Tres venezolanas que ‘se la jugaron’ por un futuro profesional en Bogotá

Ser honestos, responsables y ofrecer una atención de calidad ha sido la clave para insertarse en el campo laboral. | Por: BRENDA GUERRERO

ANaín Jurado, Andrea Soto y Thaís Casanova las  une su nacionalidad, la ciudad donde nacieron y la meta de haberse integrado laboralmente en el país que las cobijó como migrantes. Colombia  les brindó la opción de reconstruir sus vidas y de ejercer como enfermera, ingeniera electricista  y odontopediatra especializada.

Una oportunidad para el emprendimiento en el área de la salud observó la venezolana Naín Jurado con la alta longevidad de la población de Bogotá.  

Dieciséis años de experiencia como enfermera en cuidados intensivos de urgencias en el centro de maternidad Armando Castillo Plaza y el Hospital General del Sur Doctor Pedro Iturbe, de la ciudad de Maracaibo, respaldaron la  iniciativa de crear un establecimiento comercial donde ofrece servicios a domicilio como cuidadores de adultos mayores que requieren tratos especiales de enfermería.

Junto con su sobrino, José Jurado, Naín se lanzó a la aventura de establecerse laboralmente en Colombia y de generar una fuente de empleo para otros 20  profesionales venezolanos, todos enfermeros intensivistas, paramédicos, especialistas en neonatología y técnicos radiólogos. 

Tres venezolanas que 'se la jugaron' por un futuro profesional en Bogotá
Tres venezolanas que 'se la jugaron' por un futuro profesional en Bogotá ANaín Jurado, Andrea Soto y Thaís Casanova las une su nacionalidad, la ciudad donde nacieron y la meta de haberse integrado laboralmente en el país que las cobijó como migrantes. Colombia les brindó la opción de reconstruir sus vidas y de ejercer como enfermera, ingeniera electricista y odontopediatra especializada.

Créditos: Brenda Guerrero

Contar con el Permiso Especial de Permanencia (PEP), aunado a la documentación académica, certificados laborales en Venezuela y haber sacado un registro de comercio en Bogotá  les facilitó el camino para emprender legalmente.  

El inicio fue cuesta arriba. Entre anécdotas recuerdan cuando hace tres años llegaron a Soacha a buscar un mejor futuro sólo con  una maleta de ropa, un colchón inflable y un budare para asar las típicas arepas venezolanas, y no extrañar tanto su gastronomía.  

Naín y su equipo de cuidadores son un ejemplo de superación profesional. Desde  una oficina en el conjunto residencial de Ciudad Verde se organizaron para trabajar, y desde allí planifican en turnos de 12 y 24 horas  los servicios de atención que les solicitan desde cualquier zona de Bogotá. 

Los familiares de sus pacientes han quedado tan complacidos con la atención, que  incluso, los recomiendan para trabajar en otras ciudades de Colombia, como Santa Marta y Pereira. Por ahora no pueden ejercer en otra zona del país, pero la meta es expandir sus servicios y concretar el sueño de abrir una casa hogar  para el cuidado de abuelitos.
 

«La receptividad de los colombianos ha sido buenísima. Nuestro trabajo es halagado porque somos enfermeros integrales, es decir, ejercemos como cuidadores de adultos mayores. La diferencia es que nosotros tenemos una base de conocimientos amplia en cuidados críticos. Estamos capacitados ante cualquier evento repentino que le ocurra al paciente, reaccionamos y actuamos de manera oportuna frente a una emergencia»

Nain Jurado, enfermera especializada venezolana. 

Ser honestos, responsables y ofrecer una atención  de calidad ha sido la clave del éxito de este emprendimiento que lleva dos años de creación. Las familias de los pacientes los reciben con confianza. Esta es su mayor recompensa.

“Vinimos a hacer este trabajo lo mejor posible. Nos llena de alegría que valoren nuestro esfuerzo. Hemos cosechado grandes amistades, aquí hay personas muy queridas. Gracias por abrirnos las puertas dándonos la permisología para trabajar, está claro que somos más los venezolanos buenos”, afirma la enfermera, de 46 años, que anhela de radicarse definitivamente en Colombia.

De mesera a ingeniera


Diez meses le tomó a Andrea Soto conseguir un empleo como ingeniera en Bogotá. Es su sueño consagrado tras empezar de cero y vivir un periplo como vendedora y mesera al sur de la capital colombiana. 

Como todo migrante que huyó de Venezuela por la crisis económica, esta  zuliana de 35 años llegó con la idea de trabajar para cubrir gastos de vivienda, comida y ayudar a sus padres. 

El 28 de octubre de 2017 se inició informalmente como vendedora en un local de reparación de tablets y celulares. Luego de ocho meses le ofrecieron ser mesera en una cafetería y allí  se ganó el pan diario durante tres meses. “Por razones que aún desconozco me echaron de esa cafetería, estuve una semana sin trabajo y gracias a la tía de un primo llegué a la empresa de ingeniería donde estoy”, cuenta Andrea mientras dibuja planos de instalaciones eléctricas para una obra en el centro de Bogotá.

Tres venezolanas que 'se la jugaron' por un futuro profesional en Bogotá
Tres venezolanas que 'se la jugaron' por un futuro profesional en Bogotá ANaín Jurado, Andrea Soto y Thaís Casanova las une su nacionalidad, la ciudad donde nacieron y la meta de haberse integrado laboralmente en el país que las cobijó como migrantes. Colombia les brindó la opción de reconstruir sus vidas y de ejercer como enfermera, ingeniera electricista y odontopediatra especializada.

Créditos: Andrea Soto


En Maracaibo,  su tierra natal, tenía un empleo estable en una empresa  que prestaba servicios de ingeniería al Gobierno. En la última elección para conformar la  Asamblea Constituyente sus jefes le dijeron que si no votaba a favor del “proceso revolucionario”, no había más proyectos. Ella se negó a la presión  y no hubo llamado a seguir cumpliendo sus funciones.

“Voltee y le dije a mi mamá: me voy del país. Así que aquí estoy en Colombia demostrándole a esta sociedad que los venezolanos somos personas guerreras, que salimos adelante sin importar lo que se presente,  que no nos rendimos tan fácilmente y que podemos contribuir para formar una Colombia mucho mejor”, sintetiza con la seguridad de haber logrado una meta, de las muchas que se trazó en su nueva tierra: sentar sus bases en Colombia, tener la posibilidad de adquirir  un apartamento para traer a sus papás, formar una familia y seguir dedicada a la ingeniería.

En la empresa donde trabaja la migrante buscaban a alguien para la parte comercial que supiera de ingeniería eléctrica. Y como esa es su área se abrió la oportunidad de entrar en proyectos como asistente. Eso, mientras tramita una licencia especial  para hacer la equivalencia definitiva de su título que le permita ejercer la profesión con total libertad como un profesional colombiano.

Odontopediatra sin fronteras

Tomar la decisión de salir de su país  puso en una encrucijada a la odontopediatra Thaís Casanova, de 58 años, quien pasó la mayor parte de su carrera atendiendo niños en la Fundación Hospital de Especialidades Pediátricas, de Maracaibo.  

Colocó en una balanza la estabilidad de su familia y dejar atrás un empleo estable como odontopediatra en varias clínicas y como profesora del postgrado de la Facultad de Odontología de la Universidad del Zulia. 

El bienestar de su hijo Luis Andrés, que  para ese momento cursaba décimo grado de bachillerato, fue determinante. La acorralaba la angustia de saber que su primogénito no tenía oportunidades ni un futuro como profesional  en Venezuela.

Y así fue como hace seis años empacó sus cosas más básicas, los títulos apostillados y se radicó en Bogotá a finales de 2014. Ser la esposa de un colombiano la ayudó a obtener la cédula de extranjería, y en menos de seis meses consiguió ingresar como odontopediatra de varios centros médicos especializados.
 

Tres venezolanas que 'se la jugaron' por un futuro profesional en Bogotá
Tres venezolanas que 'se la jugaron' por un futuro profesional en Bogotá ANaín Jurado, Andrea Soto y Thaís Casanova las une su nacionalidad, la ciudad donde nacieron y la meta de haberse integrado laboralmente en el país que las cobijó como migrantes. Colombia les brindó la opción de reconstruir sus vidas y de ejercer como enfermera, ingeniera electricista y odontopediatra especializada.

Créditos: Thaís Casanova

Thaís escapó de la tormenta económica, venció el temor de empezar de nuevo  y se concentró en atender a sus pacientes tan bien como lo hacía en Maracaibo.  “Aquí llegué sin el reconocimiento de un gremio de odontólogos, con mucha fe y disciplina poco a poco me he sabido ganar un espacio como profesional de la salud”, dice con orgullo mientras se prepara para hacer una revisión odontológica.  

El don que tiene esta venezolana para dictar clases le abrió otra oportunidad: es profesora de odontopediatría y ortopedia maxilar en la Universidad del Bosque y actualmente pasará a formar parte de la plantilla de docentes a tiempo completo de la Universidad Antonio Nariño. En esta última institución realizó en 2005 un postgrado de ortopedia maxilar.

“En  Venezuela tuve que tirar a la borda 30 años de trabajo y dedicación, al igual que mi jubilación para iniciar nuevamente en este país que me ha acogido. No me arrepiento de haberlo hecho por mi familia. Ha sido difícil pero no imposible”, reconoce la odontóloga que también fue médico voluntaria de la ONG Operación Sonrisa que trata a pequeños de escasos recursos con hendidura de labio y paladar. 

“La doctora Thaís”, como le dicen cariñosamente sus pacientes,  ha recorrido múltiples centros especializados: Trabajó en Ubaté, Zipaquirá, Toncancipá;  y en Bogotá, en El Tunal, Kennedy, Venecia, Galán, Salitre, Plaza Las Américas, calle 80 y Unicentro. 

Se siente satisfecha porque en todos los consultorios ha dejado en alto la universidad de donde viene y su país. “Quiero gritarle al  universo que somos ciudadanos luchadores y capacitados. A los niños que atiendo les enseño a que vuelvan al odontólogo con una actitud positiva y sin ansiedad.  A mis estudiantes en las universidades les dejo la semilla del conocimiento, el deseo de ser siempre mejores profesionales y personas”, concluyó. 

Por: Milagros Palomares @milapalomares