POLÍTICA
Tres votaciones para la historia
Las elecciones de Congreso y las dos vueltas presidenciales son fenómenos distintos, pero en conjunto construirán un nuevo mapa político para Colombia.
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La campaña electoral va a estar en la mente de los colombianos en 2018. Los electores acudirán a las urnas el 11 de marzo para elegir un nuevo Congreso; el 27 de mayo, para definir quiénes disputarán la Presidencia en la segunda vuelta; y el 17 de junio para elegir al sucesor de Juan Manuel Santos. Las tres elecciones son diferentes en cuanto a lo que está en juego, y distintas también en las estrategias de los candidatos y hasta en la forma como se comportan los votantes. Pero tienen un denominador común: definirán un mapa político que podría durar muchos años.
Además de las tres elecciones previstas en el calendario constitucional, es probable que los votantes se acerquen a las urnas para definir otros asuntos. La revocatoria del alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, estará sobre la mesa. La elección de candidatos suprapartidistas –de la coalición de centro-derecha que lideran Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, y la de izquierda, con Gustavo Petro y Clara López– también podría quedar en manos de los ciudadanos. Y podrían entrar al escenario consultas contra la corrupción, propuesta por Claudia López; la antitaurina en Bogotá y sobre explotación minera en varias ciudades. En conjunto, todas estas citas electorales significan que los ciudadanos tendrán, durante 2018, un poder decisorio del cual no parecen ser conscientes.
Por el Capitolio
La primera elección determinará el nuevo Congreso. La escogencia de un nuevo Legislativo para los próximos cuatro años no ofrece muchas expectativas de cambio. Las listas, inscritas a finales de diciembre, auguran poco nivel de renovación. En el Capitolio no estarán algunas figuras que desempeñaron papeles protagónicos en los últimos años, porque formaron parte de la competencia presidencial en algún momento y quedaron en el camino. Entre ellos, Claudia López, de la Alianza Verde; Juan Manuel Galán y Viviane Morales, del Partido Liberal; e Iván Duque del Centro Democrático. Pero predominan las reelecciones, las candidaturas de familiares y los partidos de siempre.
La competencia por el Congreso probablemente mantendría las tendencias recientes. Se trata del escenario natural de los partidos. Mientras que en las elecciones presidenciales y de alcaldes las organizaciones tradicionales han perdido relevancia, en las legislativas siguen como los principales protagonistas. Los partidos Liberal y Conservador, La U, Cambio Radical y el Centro Democrático están llamados a pelear los primeros lugares. El Polo Democrático, la Alianza Verde y el Mira lucharán por conservar su representación y el partido de la Farc por primera vez entrará en escena con diez curules aseguradas: cinco en Senado y cinco en Cámara.
Los partidos confían en que marzo volverá a ser su campo natural. Esto obedece a la sobresaliente influencia de las jefaturas políticas regionales y al impacto de las maquinarias. Las campañas, en su gran mayoría, no apelan al apoyo hacia propuestas de carácter nacional –como en las presidenciales–, sino a la fidelidad hacia los caciques. Los intereses regionales se imponen sobre las concepciones más características de los centros urbanos. El voto de maquinaria pesa sobre el voto de opinión.
El 17 de marzo habrá algunos fenómenos novedosos que merecen atención. El Centro Democrático cambió su estrategia de hace cuatro años y en vez de una lista cerrada, encabezada por el expresidente Álvaro Uribe, tendrá una abierta, de voto preferente. El exmandatario será el más votado y se le calculan cerca de 2 millones de votos. Pero la nueva fórmula favorecerá a miembros del partido con votación propia, y no tanto a personas sin base electoral que solo podrían llegar al Capitolio empujados por Uribe. Este cambio del Centro Democrático refuerza el carácter de las elecciones para Congreso como una gran sumatoria de eventos regionales.
Y aunque las elecciones de Congreso son, por naturaleza, las de los partidos, nuevas fuerzas intentarán ganar terreno. Entre ellas, varias listas inscritas por firmas y, sobre todo, la Coalición Colombia, liderada por Sergio Fajardo, Jorge Enrique Robledo y Claudia López, que buscará impulsar una bancada que apoye la gestión de Fajardo si llega a la Presidencia. Aunque el Polo y los verdes tendrán listas separadas, dentro del acuerdo contemplaron llevar a cabo una campaña proselitista conjunta, y con el exalcalde de Medellín como aspirante a la Presidencia.
Por la presidencia
La segunda meta volante del proceso electoral llegará con la primera vuelta presidencial, el 27 de mayo. La teoría dice que en ella la gente vota con el corazón y luego, en la segunda vuelta, con la cabeza. Que en la primera los ciudadanos escogen a su ideal y en la segunda tratan de frenar al que hace daño. El comportamiento de los votantes depende menos de las organizaciones partidistas y adquiere importancia el voto de opinión, aunque los avales formales de los partidos pesan más que en la segunda vuelta, en la que lo más relevante son las convergencias formadas en torno a las dos opciones victoriosas.
En la versión 2018, sin embargo, las candidaturas se han asociado anticipadamente como respuesta a la proliferación de aspiraciones producida durante el segundo semestre de 2017. Desde finales del año pasado comenzaron a construir alianzas. En la derecha, los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana se juntaron para apoyar un solo nombre entre Iván Duque –abanderado formal del Centro Democrático– y Marta Lucía Ramírez –inscrita por firmas y apoyada por Pastrana (ver siguiente artículo)–. Esta coalición es firme aspirante a un cupo en segunda vuelta.
En la otra esquina, Sergio Fajardo irá con el apoyo del Polo Democrático y de Alianza Verde, y con el favoritismo que le dieron las encuestas de 2017. También tiene expectativas ciertas de clasificar a la final. Otros sectores situados más a la izquierda –Gustavo Petro y Clara López– también adelantan conversaciones para llegar unidos a esta cita.
Entre los aspirantes a alcanzar la última instancia aparecen Germán Vargas Lleras y Humberto de la Calle. Ambos tienen el aval de sus partidos, Cambio Radical y el Liberal, aunque el exvicepresidente va por firmas. Los dos carecen de aliados hasta el momento, y no forman parte de coaliciones. Tienen en común que combinan maquinarias competitivas en las elecciones de Congreso y prestigio personal con el que apelarán al voto de opinión. Vargas Lleras como gran ejecutor del programa de infraestructura del gobierno Santos y De la Calle como arquitecto del acuerdo que le puso fin a la guerra con las Farc.
Puesto que hay tantas opciones, es muy poco probable que alguien llegue al 50 por ciento en la primera vuelta. Se da por seguro que habrá una ronda definitiva a la que solo llegarán dos candidatos. A ella aspiran algunas cartas solitarias como las de Juan Carlos Pinzón y Piedad Córdoba. Y como suele ocurrir con este sistema, los dos nombres aglutinarán a los votantes cuyos aspirantes se quedaron por fuera, según las afinidades con los finalistas. La memoria colectiva de 2014 y del plebiscito por la paz de 2016 hacen pensar en que se repita el duelo –de connotaciones izquierda versus derecha– entre el uribismo, por un lado, y las fuerzas que van del centro hacia la izquierda, por el otro. Una reedición del pulso entre Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, y del enfrentamiento entre el Sí y el No a los acuerdos con las Farc.
Pero también hay otros escenarios posibles. Para algunos, la falta de maquinaria en la causa fajardista podría llevar a que pasen a la segunda vuelta el uribismo
–Duque o Ramírez– y Germán Vargas. Otros creen factible que las divisiones en la derecha conduzcan a una final de Fajardo con Petro o con De la Calle. Solo después de marzo se decantará la competencia por la elección presidencial y se podrán plantear opciones más realistas.
segunda vuelta
Las alianzas de segunda vuelta dependerán de quiénes lleguen. En 2014 la izquierda se fue con Santos para frenar a Zuluaga. ¿Apoyaría ahora a Vargas Lleras si compite al final con Iván Duque? La naturaleza del sistema de dos vueltas puede producir fenómenos casi inconcebibles. Si Gustavo Petro pasa, las fuerzas que componen la Unidad Nacional y el Centro Democrático –hoy enemigos acérrimos– podrían converger para frenar al exalcalde. Algunas encuestas indican que en un duelo hipotético entre Fajardo y Vargas Lleras, más uribistas votarían por el exalcalde de Medellín que por el exvicepresidente.
En países como Francia, en los que ha funcionado la fórmula del balotaje –segunda vuelta– en la elección presidencial, han concluido que con estas reglas de juego es casi imposible que las candidaturas más radicales, de izquierda o de derecha, lleguen a la victoria. Tienen esa imagen Gustavo Petro, Piedad Córdoba y Rodrigo Londoño. Si uno de ellos aguanta hasta el final, podría formarse una gran coalición en su contra. Por eso el castrochavismo, en Colombia, no es una alternativa cercana.
Además de los nombres de quienes ocuparán la silla presidencial y las curules en el Capitolio, los colombianos tomarán trascendentales decisiones: ¿se mantendrán las tradiciones políticas? ¿Buscarán cambiar nombres y hábitos? ¿Se mantendrá la polarización Santos-Uribe? ¿Se salvarán los partidos tradicionales? ¿Surgirán nuevas alternativas de liderazgo? ¿La agenda de la paz dará paso a otra? ¿Cuál será el futuro de la izquierda después de la entrada al terreno de juego del partido de la Farc? ¿La alta pugnacidad existente llevará más gente a las urnas y disminuirá la abstención? ¿Derrotará el voto de opinión a la maquinaria?
Los analistas se preguntan qué tan distinto será el proceso electoral de 2018 en comparación con el pasado. Hay elementos nuevos. Por primera vez el presidente saliente, Juan Manuel Santos, no tiene un candidato reconocido. Su partido, La U, ni siquiera tiene un abanderado formal. También es inédito que haya partidos con bancadas sólidas en el Congreso –como La U y el conservatismo– que no han presentado aspirante a la primera magistratura, y que, en cambio, candidatos inscritos por firmas como Sergio Fajardo y Gustavo Petro siempre aparezcan entre los primeros lugares. Son síntomas de que el fenómeno mundial de descrédito por las tradiciones políticas y los partidos puede tener el siguiente capítulo en Colombia. Los escándalos que salpicaron durante 2017 a las fuerzas que apoyan al gobierno y a las campañas de Juan Manuel Santos y de Óscar Iván Zuluaga fortalecen las opciones de outsiders y de renovadores. El interrogante, en consecuencia, es si la insatisfacción contra el establecimiento político llevará a un movimiento pendular en favor de quienes han estado en la oposición, o si afectará por igual al santismo y al uribismo y se inclinará hacia una alternativa independiente.
La otra carta, hasta ahora tapada, se esconde en la principal motivación de los votantes. Las campañas electorales desde 1998, cuando ganó Andrés Pastrana, han tenido como referente la paz y las propuestas de mano dura o de negociación con las Farc. Ese, definitivamente, no es el tema de 2018. ¿Ganará quien convenza con un discurso populista? ¿Ganarán las fórmulas sobre educación, salud y desempleo? ¿Triunfará quien resulte creíble en combatir la corrupción? Lo cierto es que unas elecciones sin partidos competitivos y sin la paz como eje central, en principio, son inéditas. Los votantes tienen la palabra.