Un aroma planetario

Qahwa, coffea, kahvi, kofe, kahawa, koohii, gahve, kaffe, café... Hay muchas maneras de nombrar este brebaje obtenido a partir de una planta que crece en la franja ecuatorial del planeta. Pero en todos los rincones del mundo, el aroma de una taza de café es inconfundible.



El café da origen a la segunda bebida más consumida del mundo después del agua. Las dimensiones de su penetración en la sociedad son impresionantes: decenas de países de la región subtropical lo producen, y aproximadamente 100 millones de personas viven de su cultivo e industrialización.



En el origen de todo hay una planta de la familia de las Rubiacee, un arbusto de color verde intenso adornada por una bellísima flor blanca antes de entregar los frutos, que una vez cosechados son sometidos a un proceso de secado y tostado. Según información dispersa en Internet, en este momento se beben unas 400.000 millones de tazas anuales.



El origen del café está mezclado con la leyenda. Con frecuencia se habla de un pastor que descubrió sus propiedades al observar el poder estimulante generado por sus frutos cuando eran consumidos por su rebaño. En todo caso, se suele admitir que cultivo sistemático fue iniciado en la ciudad de Kaffa, en Etiopía.



El café conquistó primero el mundo árabe, para luego expandirse hacia Turquía y después a Europa desde Venecia, en plena edad media. Desde allí, sus semillas fueron llevadas a las colonias de Asia y América, donde las plantaciones prosperaron. Hay varias naciones latinoamericanas que contribuyen en forma importante al abastecimiento de café en el mundo.



Una de las cosas importantes del café es que ha generado una cultura propia, con un gran mercado, hábitos y hasta glosarios. En el campo de la agricultura es una planta que genera una fuerte actividad, aunque no siempre exenta de críticas, como la de los promotores del café orgánico, cultivado sin pesticidas ni otros componentes químicos cuestionados desde el punto de vista ecológico y sanitario.