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El presidente de Estados Unidos Barack Obama quiere dedicar mayores esfuerzos a prevenir el consumo de drogas en su país.

DROGAS

Un gran paso adelante

Barack Obama empieza a admitir que la guerra contra las drogas no está funcionando, aunque la despenalización no se ve todavía en el horizonte.

15 de mayo de 2010

La guerra contra las drogas se acaba. Por lo menos ya no volverá a llamarse de ese modo. Ese es el giro principal que el presidente Barack Obama le dio a su Estrategia Nacional para el Control de las Drogas presentada la semana pasada. Lo que más ha llamado la atención del documento es que plantea la necesidad de equilibrar los esfuerzos de prevención y tratamiento con los represivos. A Estados Unidos siempre se le ha criticado el enfoque moral y criminal que usa para combatir las drogas, que ha llegado incluso a llamarse guerra y que ha fracasado puesto que el narcotráfico sigue haciendo de las suyas.

Obama se propuso bajar en 15 por ciento el consumo de los jóvenes en los próximos cinco años, lo cual es una meta bastante realista. Otro punto importante es que busca descongestionar las cárceles, atestadas de consumidores, mediante mecanismos diferentes, como la libertad condicional o la conciliación. El asunto no es de poca monta.

¿Significa eso realmente un cambio en la política de drogas de Estados Unidos? Muchos analistas creen que se trata más de retórica que de un viraje con efectos prácticos, ya que el 64 por ciento del presupuesto seguirá estando orientado a componentes policiales y de seguridad, y apenas el 36 por ciento se destinará a la prevención. Sin embargo, el documento tiene implicaciones políticas importantes. Dejar de pensar en el tema de las drogas como una 'guerra' distancia al gobierno demócrata de sus antecesores republicanos.

Pero además abre un resquicio para animar un debate que está en mora de darse en Washington y que ya está cogiendo vuelo en América Latina. Se trata del reconocimiento de que la actual estrategia de lucha contra las drogas no ha funcionado, que sus costos son mucho mayores que sus beneficios y que debe ser una prioridad de la comunidad internacional dejar de ver el problema desde un enfoque moral y calvinista -visión liderada por Estados Unidos-, y buscar uno de salud pública y de alternativas concertadas entre los países.

En Brasil, Colombia y México el tema está sobre el tapete. Hace dos años Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, ex presidentes respectivamente de esas naciones, produjeron un documento muy valiente y valioso en el que proponen varias estrategias. Una de ellas es establecer diferencias entre drogas duras (como la heroína) y blandas (como la marihuana) y despenalizar el uso de las últimas. Así mismo, buscar más una política que golpee a las estructuras criminales y su lavado de activos, que al consumidor o al pequeño cultivador, cuyo trato debería ser más desde la salud pública y la inclusión social.

En México, por ejemplo, un nutrido grupo de políticos e intelectuales ya hablan abiertamente del fracaso de la guerra que les declaró el presidente Felipe Calderón a los narcotraficantes, y van más allá, pues consideran que esta es la causa del desangre que se está viviendo. Incluso el candidato a la presidencia y ex canciller Jorge Castañeda ha tomado esta como su principal bandera.

Por otro lado, la Misión de Política Exterior que hace algunas semanas le entregó una serie de recomendaciones al canciller de Colombia, Jaime Bermúdez, volvió a poner el dedo en la llaga y le pidió al gobierno que lidere un debate en la región y con Estados Unidos sobre la necesidad de reorientar esta lucha. Colombia, que ha sido el laboratorio donde se han probado todas las fórmulas, tendría la autoridad moral para hacerlo.

Por eso, aunque incipiente, el giro que dio Obama es una ventana que se abre por primera vez para discutir el fracaso de una guerra que hasta ahora ha sido inútil. No obstante, la despenalización, que es quizá la única alternativa para manejar las drogas como un asunto de salud y de quitarles su potencial criminal, todavía está lejana.