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Un hombre complejo

El nuevo Presidente no cabe en ningún molde. Un equipo de periodistas de SEMANA entrevistó a decenas de personas para descifrar de qué está hecho y cómo gobernará Alvaro Uribe Vélez a Colombia en esta coyuntura crítica., 50824

26 de mayo de 2002

El domingo 14 de abril de 2002 por la tarde Alvaro Uribe Vélez había terminado un almuerzo en la Sociedad Portuaria de Barranquilla y se dirigía al centro de la ciudad. Iba en una Toyota con su asistente Alicia Arango, el senador barranquillero electo Dieb Maloof, los coordinadores de la Costa Atlántica de la campaña y el conductor. Conversaban relajados con la tranquilidad de que las Farc enemigas declaradas de Uribe— no habían extendido sus tentáculos a esa ciudad caribeña y alegre. De repente sintieron la explosión y el cimbronazo. El candidato no se alteró. Preguntó si todos estaban bien y les dio instrucciones de no bajarse del carro para evitar que intentaran rematarlos. Calmó al conductor, que estaba alteradísimo, y le dijo que pusiera el campero en marcha. Este lo hizo rodar unos metros pero no pudo continuar. "Está destruido, no me anda más", recuerda alguno de los presentes que dijo. El senador Maloof estaba mudo, como atontado. Minutos después Uribe, controlado, sereno, salió a los medios a pedir prudencia.

Luego se supo que los agresores habían puesto una carga de dinamita que estalló. Un bus que pasaba por la calle amortiguó la onda explosiva. Además, el campero se lo había facilitado a Uribe el socio de unos de los frigoríficos y mataderos de carne más grandes de Barranquilla, Rafael Matera, quien tenía el máximo blindaje posible en su campero pues su familia había sido objeto de varios atentados. Los salvó el blindaje. No así a varios transeúntes y pasajeros del bus: cuatro murieron y 26 resultaron heridos. "Lo que más lo afectó fue que murieran personas cuando el atentado iba contra él", dice Alicia Arango, aún hoy dolida con la indiferencia del país ante el suceso, como si sintiera cierta amargura de dudar que quizás el sacrificio no lo hubiese apreciado nadie.



Este es Uribe el templado. Pero hay otro opuesto, el que se sale de casillas con facilidad. Ante una acusación periodística que no le gusta, porque sospecha de su tono o de su motivación, corta de un tajo la conversación. También se prende como fósforo si huele engaño. Algo así debió pasarle cuando se "le soltaron varios puños" contra Fabio Valencia Cossio porque lo encontró sentado en la silla del registrador el día en que él le estaba ganando la gobernación de Antioquia por 4.000 votos a Alfonso Núñez, protegido de Valencia. Uribe explica esta contradicción: "Soy consciente de que hay que tener el total control de buen capitán de barco para enfrentar situaciones difíciles, pero si uno está convencido de una cosa, y la profundiza, y luego vienen a distorsionarla con el chismecito de mal gusto, me descuelgo".



El contraste revela que el Presidente electo de Colombia no encaja en ningún molde. Aunque cause sorpresa decirlo, por lo mucho que sus competidores intentaron estereotipar su figura, tiene un temperamento complejo, un estilo diferente al clásico político colombiano que lo hace difícil de clasificar.



Uribe Vélez es contradictorio hasta en su apariencia. Bajo, fuerte, con manos anchas de ordeñador, tiene a la vez una expresión juvenil que lo hace ver bastante menor de sus 50 años. Su personalidad también envía señales contrarias. Aunque es solitario y de pocos amigos íntimos es probable que apenas el más cercano, José Roberto Arango, lo acompañe en la Casa de Nariño— es también un buen político. Le sabe el nombre a cada persona y la hace sentir como si fuera la más importante. Tiene la convicción de que hay que dar buen ejemplo desde arriba, y por eso como gobernador despidió a miles de empleados públicos, desbaratando focos de dominación clientelista, y al tiempo no ha escatimado esfuerzos por cuidar a cada uno de los caciques de pueblo que le han puesto votos. Adelantó la política dura de armar civiles en Antioquia —mientras en Urabá el número de homicidios se duplicaba— y al mismo tiempo capacitó a más de 90.000 personas en negociación pacífica de conflictos.



Así que Uribe, estudiante modelo, abogado de la Universidad de Antioquia, con un certificado de administración y finanzas de la Escuela de Extensión de la Universidad de Harvard y especializado en Oxford en estudios latinoamericanos, y también campesino madrugador de carriel, no es fácil de dilucidar. Para entender de qué está hecho, cómo va a gobernar y, claro está, con cuál experiencia y con cuáles ideas y métodos va a ponerle freno al conflicto, es necesario contar su historia, el origen de su talante, desde el principio.



El puritano



El nuevo Presidente de Colombia nació en Medellín el 4 de julio de 1952. A los 5 años su familia se trasladó a Salgar, Antioquia y allí, en una finca de pastizales altos, se crió hasta los 10 años, cuando regresaron a la capital y él comenzó a estudiar con los jesuitas; luego estudió con benedictinos y se graduó con casi cinco en todo de bachiller del Instituto Jorge Robledo.



Su padre, Alberto Uribe Sierra, era un sibarita: un paisa carismático, bohemio, amigo de las rimas, la trova y la tertulia. Alvaro, su hijo mayor, resultó todo lo contrario. Desde muy niño se aplicó al estudio metódico y obsesivo; se sabía de memoria todos los discursos de Gaitán y las cartas y discursos de Bolívar. Recitaba párrafos enteros de poesía y escribía cuentos, uno de ellos recordado ahora por sus amigos de colegio por su título: Politiqueros y politiquería.



La vena política la heredó de su mamá, Laura Vélez, una mujer excepcional para su época, que fue concejal de Salgar y una de las pioneras en la lucha por el voto de la mujer. "Esa inducción me dejó metido en la política sin salida", dice Uribe. En efecto, dicen sus amigos que soñaba desde niño con la gloria de partir en dos la historia de Colombia. Cuando tenía 7 años les preguntaron a él y a su hermano Jaime, que murió de cáncer el año pasado, qué querían ser cuando grandes. Alvaro respondió sin titubear: "Yo quiero ser Presidente de Colombia". Inmediatamente su hermano menor agregó: "Y yo quiero ser el hermano del Presidente". Jaime estaba acostumbrado a escucharle los discursos políticos que desde entonces ensayaba teniendo como público obligado a todos los primos.



Y es que la exigencia de sus padres no era poca. Su papá era enemigo acérrimo de la pereza (la madre de todos los vicios) y su mamá insistía en la constancia (que vence lo que la dicha no alcanza). Su padre tenía un temperamento muy fuerte y era estricto con él, como lo es ahora Uribe con sus dos hijos, ya universitarios, Jerónimo y Tomás. No obstante Uribe asegura que él ha procurado que sus hijos "se sientan en un ambiente de más cariño".



El padre de Uribe Vélez fue asesinado el 14 de junio de 1983 durante un intento de secuestro de las Farc en su finca Guacharacas, Antioquia. "Cuando se muere el papá uno mismo lo tiene que reemplazar, y eso es muy difícil", dice. Su respuesta es literalmente cierta. Se tuvo que poner al frente de los negocios de la familia como hijo mayor de cinco hermanos. Su papá era dueño de 25 fincas con diferentes socios y muchas deudas, y ordenar ese enredo era una carga pesada. Salvó una finca pequeña en Bolombolo, el único patrimonio que le quedó a su familia.



Su papá le inculcó la ruda disciplina campesina que él, siendo tan juicioso, la convirtió en una austeridad de seminarista que lo ha acompañado toda la vida. En su finca de Córdoba —que tiene una de las productividades pecuarias más altas de la región gracias a un original diseño de rotación del ganado— duerme en hamaca, se baña al amanecer en una ducha de agua fría casi al descubierto y va vestido con abarcas de cuero. En su casa reina el ahorro, al igual que en sus campañas, en las que, como en esta última, cada cual se pagaba sus comidas y viajes y el candidato se compraba hasta la última barra de nutrición con su propia plata. En el cierre de cuentas de la campaña, cuando le dijeron a Uribe que se había gastado 28.000 pesos de la tarjeta que le había dado la campaña, protestó porque él estaba seguro de que no había puesto allí ningún gasto. Eran los cargos de manejo. Hicieron la campaña con poca gente —quizás muy poca para su dimensión— y con contribuciones controladas (no recibieron, por ejemplo, donaciones de contratistas del Estado).



Cuando fue estudiante en Harvard y Oxford —aunque ya tenía una trayectoria política— vivió como cualquier primíparo, sin carro, con bicicleta y con fondos escasos.



No ha aflojado en esa vida puritana con el éxito político. Hace yoga y meditación diaria para balancear su energía y domar el carácter, toma poco para evitar los malos tragos y vive en permanente estado de superación personal. Por ejemplo, echando mano a su prodigiosa memoria, aprendió inglés de grande por la necesidad de estudiar en Harvard y hasta el día de hoy sigue acrecentando su vocabulario con un traductor electrónico con el que permanentemente consulta las nuevas palabras y su significado. Para practicar repite de memoria los discursos de Kennedy y de Lincoln. Si no hace ejercicio diario se siente mal, y busca tiempo para hacerlo de alguna manera.



El disidente



Esa vida austera y el amor por el campo le han servido en la política. En Chigorodó, Urabá, por ejemplo, le organizaron un remate de ganado para conseguir recursos para su campaña. Los ganaderos llegaron con su ganado y la gente humilde quiso aportar un pato —que se subastó varias veces pues quien lo compraba lo volvía a regalar— algunas gallinas y unos cuantos caballos de mala calidad para rematar. Uribe no se aguantó las ganas y pidió que le ensillaran uno de esos ‘táparos’ y en un picadero diminuto salió a desplegar sus dotes de jinete en medio de los aplausos del centenar de personas que lo sintieron como uno de ellos. Eso es algo que sabe hacer, pues aseguran sus amigos que en el trato no diferencia entre gente elegante o importante y el más humilde y confía en la capacidad de progreso de cada cual. En su finca, por ejemplo, conoce a cada trabajador por su nombre, les ha prestado dinero para que monten sus propios negocios y los hace partícipes de las utilidades. Como se ha pasado más de media vida en campaña llega a cada pueblo, saluda al párroco por su nombre y al dueño de la farmacia le pregunta por la hija que se fue a estudiar a la capital.



Esta actitud, sin duda, rindió frutos. Es cierto que Uribe llegó a la Presidencia con el voto de opinión o, como la llaman sus colaboradores, la "maquinaria social", que fue creciendo con los talleres democráticos y conversatorios que hizo en la gobernación y luego por todo el país desde que volvió de Oxford en 1999. Pero no sólo con él. Uribe también contó con una gran maquinaria. "Está con toda la maquinaria conservadora y con parte de la liberal", afirma Guillermo León Valencia Cossio, hermano de Fabio, la otra gran figura política en Antioquia. En efecto, Uribe Vélez inició su carrera pública en la entraña del Partido Liberal dentro del directorio que presidía Bernardo Guerra Serna y bajo esa línea salió concejal de Medellín en 1984. Después rompió cobijas con el cacique antioqueño y fundó el Sector Democrático como una facción disidente del partido.



"Era un disidente provinciano, explica hoy Uribe. Quería una disidencia liberal en Antioquia pero respetar la organización nacional del partido".



En esa oportunidad, hace 10 años, como ahora, Uribe fue un disidente pero no un revolucionario. De hecho, nunca ha sido un romántico, un soñador, ni siquiera cuando era estudiante. En la Universidad de Antioquia, donde se graduó de abogado con honores, mientras todos sus compañeros vivían la efervescencia libertaria de los años 70 y discutían apasionadamente sobre Marx, Lenin y Mao, Uribe militaba en las Juventudes Liberales y defendía las tesis de López Pumarejo. "Estudié el marxismo, el maoísmo, las revoluciones china y cubana, pero siempre me convenció más el Estado de derecho", dice Uribe, quien comenta que se oponía a esos movimientos estudiantiles también porque le parecían demasiado anárquicos.



Después, cuando abrió toldo aparte en el liberalismo, tampoco rompió con la estructura del partido. Ha sido muy cercano a los ex presidentes Julio César Turbay Ayala y Alfonso López Michelsen. De concejal, en 1986 Uribe —aún desde su disidencia— pegó un salto del que pocos han logrado salir ilesos: fue elegido senador de la República sin haber pasado primero por la Cámara de Representantes. Su primo Mario Uribe resulto electo representante por el mismo movimiento. En esa competencia contra Guerra Serna, Uribe ganó de lejos.



Es que Uribe Vélez es un competidor por excelencia. "Se ha aplicado toda su vida a ganar competencias", dice un contemporáneo suyo.



La disidencia de Uribe se creció a lo largo de su carrera política a punta de lidiar peleas difíciles. Así fue cuando sacó adelante un proyecto de acuerdo como concejal de Medellín, en oposición al alcalde, para que las cooperativas estuvieran exentas de impuesto de industria y comercio.



Siendo senador en los 90 sacó adelante como ponente leyes espinosas como la 50, que acabó con la retroactividad de las cesantías para los trabajadores; la 100, que amplió la cobertura en salud con el concurso de entidades privadas, y creó los fondos privados de pensiones, y la 11 de 1988, que autorizó el ingreso subsidiado del servicio doméstico al Seguro Social.



Su paternidad de la Ley 50 le ocasionó gran oposición entre los sindicatos durante su campaña a la gobernación. En la plaza pública se enfrentó a la multitud desafiante de militantes sindicales y él se defendió a puro verbo. En Venecia, Antioquia, en 1994, los trabajadores intentaron boicotear su acto con una rechifla que muchos aún recuerdan. Uribe no se amilanó. Llamó al mayor contradictor a la tarima y le cedió el micrófono para que expusiera sus argumentos en contra de la ley. Ahí, delante de todos, Uribe le contraargumentó con éxito y pudo lograr que la multitud le escuchara.



Cuando el gobierno de César Gaviria presentó la Ley 100 a la comisión séptima del Senado su presidente, Fernando Botero Zea, nombró a varios ponentes, entre ellos a Uribe. Curiosamente, éste al principio no estaba muy convencido de las bondades de esa ley, pero una vez que se decidió a defenderla a base de trabajo se ganó el liderazgo de los demás ponentes.



Tenía una oposición feroz, tanto que mientras estaba en su habitación en el Hotel Orquidea Real le pusieron una bomba. Resulto ileso, pero no así el mejor bachiller de Colombia Julián Sosa que estaba en el cuarto vecino, que quedo paralitico. Uribe se mantuvo firme. Incluso a finales de 1993, cuando Ernesto Samper —su amigo y aliado en el liberalismo— hacía campaña para la Presidencia, le pidió que no apoyara esa ley poco popular entre dirigentes sindicales oficiales. "Te sigo apoyando a la Presidencia pero no voy a hundir esa ley por conveniencias políticas porque creo que es buena para el país", dicen que le respondió Uribe a Samper.



En el difícil trámite de esa ley el entonces ministro de Trabajo Luis Fernando Ramírez también recuerda la paciencia de Uribe para discutir. Tanto es así que cuando lograron que se aprobara buena parte del articulado Uribe le pidió que volvieran a abrir la discusión pues varios sindicalistas, entre ellos Saúl Peña, del Seguro Social, seguían inconformes. Finalmente salió la compleja ley, incluyendo propuestas de sectores críticos a su espíritu privatizador.



"Se demostró que con él se puede concertar, lo que no quiere decir que no sea un hombre autoritario", afirma Alvaro Jiménez, ex guerrillero del M-19 que ha coincidido con Uribe en varios momentos de sus carreras.



El nuevo Presidente de Colombia —que esta última campaña simbolizó para muchos un autoritarismo de extrema derecha y canalizó los odios de tanta gente contra la guerrilla— lo que ha demostrado en su trayectoria política es que es pluralista.



Durante su gobernación se rodeó de tecnócratas y de políticos. De liberales y de conservadores. De reinsertados del M-19 y del EPL. De indígenas y de mujeres. "Uribe dice que hay que darle un poquito de poder a todo el mundo y así lo hizo durante su mandato", afirma Roberto Hoyos, presidente del gremio bananero Augura. Trabajó inclusive con sus contrincantes políticos. En esa ocasión, por ejemplo, Luis Alfredo Ramos no lo apoyó y, sin embargo, Uribe le dio tres cargos importantes en el gobierno. Durante su campaña a la Presidencia convocó por igual a Laura Pizarro, la viuda del ex comandante del M-19, y al general retirado Rito Alejo del Río, un recalcitrante antisubversivo.



El gerente



Incluir a personas de distintas tendencias políticas es en el fondo una estrategia de un hombre pragmático. Gente tan diferente termina trabajando con él porque la magia de su arrastre no se basa en un gran discurso político sino en la resolución de problemas específicos. Gobierna por metas.



En cada cargo que ha tenido ha demostrado una impresionante capacidad. "Es un hombre de 20 horas de trabajo diario", dicen los que han laborado con él. Uribe Vélez ha cumplido lo que se ha propuesto. Cuando era director de la Aeronáutica, con tan solo 28 años, terminó el edificio del aeropuerto de Barranquilla, logró la operación nocturna de los de Bucaramanga y Cúcuta e hizo el puente aéreo de Bogotá. Dejó hecho en un 60 por ciento el nuevo aeropuerto José María Córdoba de Rionegro. Como alcalde de Medellín —donde duró apenas poco menos de cinco meses— erradicó el basurero del lado del río y contrató el relleno sanitario de la Curva de Rodas, aún vigente 20 años después; creó Metroseguridad, uno de los primeros esfuerzos de una ciudad colombiana para respaldar la labor de la Fuerza Pública, y creó un comité cívico responsable de gran parte de la arborización de la ciudad. Como gobernador de Antioquia amplió la cobertura de educación en 102.000 cupos, multiplicó por tres los kilómetros de carreteras pavimentadas y logró que un millón de antioqueños tuvieran sus servicios de salud subsidiados.



Su gestión también se destacó por la obsesión con la reducción de la burocracia. Para reducir la nómina de la gobernación a la mitad no le tembló la mano: de 14.061 cargos los redujo a 5.499. "Fue inmisericorde", dice un taxista que fue jefe de transporte en la gobernación y que Uribe despidió. "Nos echó de un tacazo, pero se le reconoce que nos echó a todos por igual, sin importar quién era recomendado de quién". Cuenta, sin embargo, que cuando llegó Uribe la corrupción era impresionante. "Había jefe de escobas, gerente de traperos y todo el mundo robaba. Y agrega que va a votar por él porque si bien no lo recomienda como jefe, si tengo una empresa, lo pongo de gerente".



Uribe administra cada detalle. Quienes lo conocen dicen que es un hombre obsesivo que controla el desempeño hasta del último de sus colaboradores. "A él le gusta ferrocarrilear, se pone a la cabeza de la acción", afirma Jaime Jaramillo Panesso, quien fue su asesor de paz durante la gobernación.



Cuenta que en el consejo de gobierno participaban miembros de todas las entidades administrativas. En sesiones semanales, que se prolongaban con frecuencia desde las 6 de la tarde hasta la 1 de la mañana, todos opinaban sobre todos los temas y luego Uribe tiraba línea. "Es el mejor posgrado que he hecho en mi vida", afirma Hoyos, hoy en Augura, quien fue su secretario de Agricultura.



Sin embargo personas que no trabajaron tan cerca al nuevo Presidente, pero que conocieron muy bien su desempeño como gobernador, dicen que la gran debilidad de Uribe es que no forma equipo. "Alvaro es un caudillo. Sus segundos son demasiado segundos, van detrás de él calladitos", afirma uno de ellos. "Como era tan capaz, suplía las deficiencias de los demás", afirma otro. Pocos recuerdan a quienes trabajaron a su lado porque casi ninguno descolló. Uribe Vélez brilla solo. De ahí que no hubo sucesor para su obra de gobierno en Antioquia, error que muchos esperan que no repita como Presidente.



Uribe admite que está encima de su gente, pero se defiende de la crítica de que no forma equipo porque no delega. "Uno no puede vivir en la retórica. El buen juego de un equipo de fútbol en el medio campo es agradable sólo dos minutos, pero si no hay goles se vuelve aburrido. Entiendo que por mi estilo alguien se sienta sin margen pero eso se corrige fácilmente si mete los goles en la dirección correcta".



El guerrero



Si en algún campo Uribe se metió en la minucia fue en el tema de seguridad pública, su gran obsesión. Convocaba consejos de seguridad todos los días a las 7 de la mañana y pedía a los militares resultados específicos en sus operaciones. Alguien que lo presenció cuenta cómo una vez Uribe llamó a uno de los generales y le dijo en un tono calmado pero ‘templadito’: "General, hace cuatro horas lo llamé a contarle que había un retén guerrillero en la carretera a Cocorná. Y me acaban de decir que sigue allí. Espero que en media hora me llame y me diga que los ciudadanos ya pueden transitar tranquilos". Uribe reconoce que ese era su estilo. "Acosé mucho en privado, aunque siempre los apoyé en público. Hubo una vez en que en relación con un problema en un municipio le dije a un comandante: ‘General, va o vamos".



Incluso en una ocasión un general lo puso en su sitio y le recordó que el general era él y que el gobernador se debía limitar a fijar parámetros. "No les paré bolas a quienes me mandaban al diablo, el diablo ahí mismo volvía", dice Uribe en un raro giro de humor.



En su política de seguridad desplegó acciones, a veces contradictorias, en dos frentes opuestos.



Paradójicamente, porque después hizo toda su campaña presidencial batallando contra esa idea, cuando Uribe era gobernador le ofreció a la guerrilla crear una zona de distensión en el departamento si suspendía sus ataques para facilitar eventuales diálogos de paz. Ni el ELN ni las Farc le cogieron la caña pero él buscó varios mecanismos para acercarse a ellos. Creó una comisión facilitadora de paz, que se reunió con los jefes elenos, con miembros de las Farc y con Carlos Castaño, para explorar una solución negociada del conflicto. Se trajo de Harvard al gurú Roger Fisher, quien capacitó a 93.000 antioqueños en el arte de negociar sin ceder. Se asesoró de Shafik Handal, ex guerrillero del Fmln salvadoreño en el tema de la negociación y exploró con él y con la comisión facilitadora escenarios de conversaciones con las Farc y con el ELN. Esta audaz iniciativa de diálogos regionales causó gran revuelo nacional.



Pero al mismo tiempo ejecutó una controvertida política de seguridad fundamentada en las Convivir. Muchos críticos opinan que estas asociaciones de seguridad regional conformadas por particulares para apoyar a la Fuerza Pública, facilitaron el crecimiento del paramilitarismo en Antioquia. Inicialmente las Convivir tenían la labor de reportar al Ejército y a la Policía la presencia de delincuentes o guerrilleros. Pero dada la situación de conflicto de algunas zonas el gobierno nacional —en cabeza de su ministro del Interior Horacio Serpa— autorizó el porte de armas defensivas a una parte de estas organizaciones. Más adelante Uribe Vélez propuso dotar de armas de largo alcance a algunas de las 48 Convivir creadas en Antioquia. Su propuesta no prosperó.



Pero aun con armas cortas las Convivir incurrieron en muchos excesos en Antioquia. "En el centro de Medellín seguramente evitaron muchos atracos. Pero a costa de maltratar indigentes, prostitutas, gente que ellos calificaban de sospechosa", afirma Alvaro Jiménez, quien como director de la Federación Nacional de Concejos Municipales abrió varios debates sobre las Convivir en esa época. "Tenemos que preguntarnos si a cambio de darnos seguridad podemos aceptar un modelo que quien tenga cómo pagar está seguro y el que no, está inseguro todo el tiempo".



En la zona rural el accionar de algunas Convivir fue más complicado. El pie de fuerza en esa época, como ahora, era insuficiente para responder a todas las alertas, entonces varias de estas cooperativas de autodefensas se aliaron con fuerzas oscuras, que sí actuaban rápida y arbitrariamente.



La Oficina de la ONU para los Derechos Humanos en Colombia, Amnistía Internacional, los obispos de la Conferencia Episcopal (con quienes Uribe tenía excelentes relaciones), Fabio Valencia Cossio, la alcaldesa de Apartadó de la época, Gloria Cuartas, y periodistas como la directora de El Colombiano, Ana Mercedes Gómez, criticaron públicamente los abusos de las Convivir e invitaron a Uribe Vélez a replantear su estrategia. Pero él —famoso por su tozudez— no la rectificó sino que la profundizó, creando incluso dos Convivir en Urabá pese a las peticiones en contra que le hicieron Cuartas y el desaparecido monseñor Isaías Duarte Cancino.



Uribe cree en la estrategia de vincular a la ciudadanía con la Fuerza Pública hasta el punto de que su propuesta actual de seguridad como Presidente tiene como eje central una red de informantes de un millón de colombianos que comparte la misma filosofía de las Convivir.



Cuando Uribe llegó a la gobernación, Urabá era un campo de batalla. El sector mayoritario del EPL había abandonado las armas en 1991 para caer víctima de las Farc, que emprendieron una campaña de asesinatos selectivos contra los reinsertados. En respuesta a esta política de exterminio el EPL activó sus ‘comandos populares’ para tomar retaliación contra las Farc y el conflicto entró en una espiral salvaje de violencia. Las milicias de la guerrilla estaban en el casco urbano de Apartadó y las Farc tenían una fuerte presencia en todo Urabá. En enero de 1995, recién posesionado Uribe, el jefe de las autodefensas, Carlos Castaño —que venía avanzando por el norte de Urabá en la frontera con Córdoba—, anunció en un comunicado su entrada al eje bananero, que inauguró con la masacre en la discoteca de Aracatazo, un barrio de la UP en Chigorodó. Las Farc contestaron el ataque con la masacre en la finca de los Cunas.



Ante la agudización del conflicto Uribe, a través de su controvertido secretario de Gobierno, Pedro Juan Moreno, y con el apoyo de Rito Alejo del Río, comandante de la XVII Brigada apostada en Apartadó, creó redes de ciudadanos para proteger a la población. "Les daban radios, motos y en algunos casos armas a obreros bananeros y otros trabajadores y fueron creando un bloque de seguridad que tuvo el respaldo del gobernador, saltándose a las autoridades locales", afirma Gloria Cuartas, que como alcaldesa de Apartadó venía desarrollando otro experimento de convivencia más fundamentado en la inversión social. Un año después se oficializaron dos Convivir que, según Cuartas, "vincularon enlaces paramilitares".



Cuartas cuenta cómo en los consejos de gobierno que realizaron en esa época en Urabá, ella alertó sobre el peligro de armar más ciudadanos en esa conflictiva región y que le informó al gobernador Uribe sobre la presencia de un retén paramilitar en San José de Apartadó, a cinco kilómetros de una base del Ejército. "No existen pruebas de eso, contestaba Uribe, dice Cuartas. Siempre defendió al Ejército por encima de los hechos. La administración de Uribe facilitó el paramilitarismo a través de medidas como las Convivir y la declaración de Urabá como zona especial de orden público", afirma.



Las estadísticas de la Policía Judicial muestran, en efecto, un incremento sustancial de los homicidios en ese período. En el primer año de la gobernación de Uribe las muertes violentas pasaron de la ya escandalosa cifra de 600 a 1.097; en 1996 alcanzaron su pico histórico con 1.431 y luego comenzaron a descender a 1.001 en 1997. Un año después de que Uribe dejara el cargo Urabá registró una reducción dramática de los homicidios a 420 muertos, cifra de todos modos preocupante que más o menos se ha mantenido hasta hoy.



Frente a estos datos Uribe responde que lo que falló fue no haberle dado continuidad a la política. "Los últimos esfuerzos de mi gobierno se vienen a ver cuando éste ya había concluido. Cuando yo era candidato a la gobernación la situación de Urabá no nos dejaba visitar la región. Cuando terminé, todos los candidatos que aspiraban a sucederme hicieron política tranquilamente en Urabá. Cuando llegué a la gobernación se presentaban masacres contra trabajadores y secuestros contra empresarios; cuando terminamos dejamos a Urabá en un clima de paz laboral, los empresarios han podido regresar", se defiende el Presidente electo.



Mario Agudelo, actual alcalde de Apartadó, vivió ese período como diputado a la Asamblea en representación de Esperanza Paz y Libertad, el movimiento conformado por los reinsertados del EPL. El recuerda que durante esa época Uribe fortaleció la presencia de la Fuerza Pública en la región, así como las labores del CTI y la Fiscalía. También destaca el empuje que le dio a la legalización del barrio La Chinita, que había sido escenario en 1994 de una masacre espeluznante de 35 personas a manos de las Farc. "La legalización fue clave porque generó un modelo de convivencia muy importante", dice. También señala que Uribe le metió duro el hombro a una propuesta que finalmente no prosperó pero que buscaba que los grandes propietarios de haciendas aportaran el 10 por ciento de la tierra para la reforma agraria. "Las relaciones laborales se transformaron", dice, y, de hecho, no volvió a haber los paros bananeros que durante años paralizaron al sector.



"El crecimiento del paramilitarismo fue en todo el país por la dinámica del conflicto armado. Responsabilizar a un gobernador por eso no tiene sentido", opina Agudelo sobre los hechos de esa época, sin juzgar sus propuestas de hoy pues su cargo de alcalde se lo impide.



Sobre el éxito o el fracaso de las políticas de seguridad impulsadas por Uribe en esa región, y su conexión con el auge paramilitar, no existe consenso. Lo que sí genera mayor desconcierto entre amigos y enemigos es que Uribe haya sido el principal orador en el homenaje de desagravio al general Rito Alejo del Río, aun después de que la Fiscalía lo vinculara judicialmente por presunta promoción y fomento en la conformación de grupos paramilitares en Urabá y que el gobierno de Estados Unidos le retirara la visa por "estar involucrado en violaciones a los derechos humanos", según lo ratificó a SEMANA Phil Chicola, funcionario para la región andina del Departamento de Estado.



Este último capítulo será uno de los fantasmas que persiga a Uribe durante su Presidencia. Más aún si se decide, como seguramente lo hará dado su carácter de defender contra viento y marea aquello en lo que cree, a extender su experimento del Urabá a todo el país.



Porque si algo es Alvaro Uribe es un convencido de sus ideas, que además han sido las mismas desde hace años. Inclusive sostiene hoy que de lo mucho que ha leído rescata sobre todo la idea bolivariana del "orden como valor fundante de las libertades". Su paso por la Universidad de Oxford, recién terminada su gobernación, no hizo sino ratificar sus creencias. "Oxford me demostró que este país necesita un liderazgo con autonomía y que si uno se compromete con un proyecto de seguridad para los colombianos lo debe echar para adelante así llueva, truene o relampaguee en el extranjero", afirma Uribe, quien desde Inglaterra refutó varias denuncias por violación de derechos humanos durante su paso por la gobernación. Entre ellas, que sus declaraciones habían puesto en la mira de las autodefensas al abogado defensor de derechos humanos Jesús María Valle, asesinado en Medellín. Valle había denunciado que en un bus emboscado por la guerrilla en Ituango viajaban juntos soldados del Ejército e integrantes de un grupo paramilitar que operaba en esa localidad del norte de Antioquia. Uribe descalificó en esa oportunidad el pronunciamiento de Valle al anotar que creía en la versión del comandante de la IV Brigada y dijo a una cadena radial que las denuncias de Valle "demostraban su animadversión frente al Ejército". El Defensor del Pueblo de Antioquia, en ese momento, le exigió públicamente a Uribe no señalar a los defensores de derechos humanos que criticaran la labor de las Fuerzas Armadas como enemigos del Estado por los riesgos que eso implicaba.



El futuro



Cuando se le pregunta qué es lo que más felicidad le produce Alvaro Uribe Vélez siempre contesta algo similar: "Lo único que me hace sentir bien es la satisfacción del deber cumplido", y se le ilumina la cara de niño aplicado. "Saber que las cosas se hicieron bien, con toda la buena fe y toda la dedicación, es lo único que lo defiende a uno cuando los resultados no son buenos". Es como si hacer bien la tarea le ratificara lo que él vale. Eso es lo que pueden esperar los colombianos de este paisa asceta y contradictorio; un provinciano auténtico estudiado en Harvard y Oxford; un disidente respetuoso de la tradición; un valiente adalid de causas impopulares que goza de una hinchada fiel; un terco de metas fijas, pero que se deja convencer; un racional y pragmático al extremo de no permitirse demasiadas emociones, pero que se sale de casillas fácilmente; controlador y obsesivo al detalle y como le enseñaron sus padres, nada perezoso y muy constante. Su gobierno, sin duda, hará historia. Primero porque gobierna de verdad (por ejemplo, ha anunciado que va a meter a la cárcel a los evasores del IVA y eventualmente a los de impuesto a la renta). Segundo, porque tiene la osadía —incluso mayor que la de Pastrana— "para dar saltos sin saber si al otro lado hay un abismo, como dice alguien que lo conoce bien. Tiene la audacia para hacer un gobierno de reconstrucción nacional que incluya hasta a las Farc". Y, sobre todo, porque es tan obsesivo en conseguir resultados que puede llegar a acumular el suficiente poder para transformar las cosas. Ahora bien, por todas estas cualidades, si se equivoca, lo hará en grande.