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UN VIAJE CON McCAFFREY

María Isabel Rueda acompañó al zar antidrogas de Estados Unidos a San José del Guaviare. Estas son sus impresiones.

MARIA ISABEL RUEDA
24 de noviembre de 1997

Mucho se habló de la visita del zar antidrogas de Estados Unidos a Colombia. Incluso en uno de esos ilusos editoriales que a veces aparecen publicados en El Tiempo, este periódico alcanzó a insinuar que la visita del general Barry McCaffrey era la señal de un mejoramiento de las relaciones de Estados Unidos y Colombia, un "paso adelante en este intercambio diplomático". Pensar así, con el deseo, es una de las razones por las cuales estamos como estamos: tapando el sol con las manos, convencidos de que Estados Unidos envía a Colombia al general McCaffrey como una muestra de perdón al presidente Samper, y como un mensaje de que en el futuro todo será distinto, y de que Estados Unidos y Colombia entrarán en una etapa de luna de miel. Sin embargo los colombianos debemos ser conscientes de que eso no es verdad. De que este gobierno terminará sin que las relaciones con Estados Unidos hayan levantado cabeza, y de que un eventual gobierno de Horacio Serpa, que será un mandatario sin visa, no promete mejorar la situación. Lo que sí parece claro es que Estados Unidos no se va a atravesar en esta elección. Por lo menos eso entendí de una respuesta de McCaffrey a una pregunta sobre las posibilidades de que su visita a Colombia fuera malinterpretada como un gesto a favor del Presidente: "Samper es problema de ustedes. Estados Unidos no se los va a resolver". Así respondía el general McCaffrey un interrogante que se le planteó insistentemente durante su viaje. El día anterior a nuestra conversación, en una recepción en casa del embajador Myles Frechette, había tenido que enfrentar la misma pregunta por parte del presidente de la Andi, Luis Carlos Villegas, y de la ex de Asocolflores, María Isabel Patiño. Inexplicablemente se le voló la piedra: "¿Ustedes lo que están insinuando es que yo no había debido venir?". "Sí ", le respondieron sus contertulios, interpretando el sentimiento de muchos colombianos. McCaffrey se levantó indignado de su asiento, pero a los pocos minutos regresó y presentó excusas. Su viaje había despertado las mismas resistencias en su país ante el temor de que pudiera interpretarse como un aval al gobierno Samper. Pero finalmente prevaleció el deseo del Congreso, según el cual el zar antidrogas cumpliría mejor con su trabajo si viajaba a las trincheras de la droga. A la falta de ese 'trabajo de campo' se le adjudicó la metida de pata de McCaffrey en México, donde alabó la labor del general Gutiérrez Rebollo, que escasamente una semana después fue detenido al descubrirse que vivía a expensas y en la casa del mayor narcotraficante mexicano.Pero todavía seguía sin ser clara la respuesta: ¿A qué vino McCaffrey a Colombia? Tuve oportunidad de preguntárselo personalmente durante el viaje a San José del Guaviare la semana pasada, en compañía de los generales Bonett y Serrano. Sentada a su lado en el Hércules de la Fuerza Aérea Colombiana dialogué con él durante una hora, "in y off de record", y como es obvio fue mucho más emocionante y revelador el off que el in, o sea, lo que no puedo contar. Pero así es el periodismo y hay que acatar sus reglas. Ante la pregunta de si le costó saludar de mano al presidente Samper, me respondió: "El presidente Samper es la cabeza constitucional del gobierno, y merece el respeto de la democracia colombiana. Sin embargo, por la evidencia que tienen los colombianos, por el juicio del Congreso al Presidente y por lo que hemos escuchado de las denuncias de Botero y Medina, entendemos la triste historia que hay detrás de este asunto".
A simple vista las maneras de McCaffrey recuerdan más a un vendedor de la sección de hombres del almacén por departamentos Lord and Taylor de Nueva York _cordial, discreto, servicial, siempre dispuesto a buscar la talla apropiada o a dar la respuesta que toca_ que a un general norteamericano, veterano del Vietnam, con profundas cicatrices de guerra en su averiado brazo izquierdo y responsable de disminuir la producción de drogas en el mundo para salvar a la juventud norteamericana. Ante la versión de que el gobierno de Estados Unidos vería con pésimos ojos la elección de Horacio Serpa como el próximo Presidente de Colombia, le pregunté: "¿Qué opina, general, sobre una eventual presidencia de Serpa?" Y respondió: "Estados Unidos no tiene comentarios sobre la dinámica interna de la democracia colombiana. Pero muchos de los que creemos ser amigos de Colombia aspiramos a que el próximo jefe de Estado sea un hombre o una mujer (!!!) de absoluta integridad". La mención de la mujer no es coincidencia. McCaffrey también me hizo preguntas. En general sobre todos los candidatos, pero en particular sobre Noemí Sanín, de quien parece tener una muy buena opinión.
Le insisto: "¿Qué candidato presidencial le gusta más?". "No tengo comentarios sobre el trabajo interior de la democracia colombiana. Es claro que en el futuro inmediato la prensa internacional, y el proceso político, expondrán la historia de todos los candidatos. Solo podemos esperar que el que gane sea el que merecen el talento y el honor que caracterizan a esta gran nación". Entre respuesta y respuesta, al compás de un desayuno de campamento militar y empacados en la claustrofobia del Hércules, el general saca de su billetera una gastada estampa con la que intenta dibujar mejor su personalidad. "Hace 30 años que la llevo conmigo", dice. Es una oración a San José, en la que aparece un dibujo del Santo cargando al Niño Dios. Está tan gastada como cédula de colombiano. No oculta que los generales Bonett y Bedoya le caen bien, que confía en ellos y que su labor constituye la verdadera razón de su visita, pero al comentar sobre sus logros es tremendamente cauto: "Ambos tienen una enorme responsabilidad en la defensa de este gigantesco país con recursos mínimos: tenemos gran respeto por lo que están haciendo. Sin embargo, los asesinos que manejan el negocio de las drogas y los conductos criminales de las fuerzas paramilitares son de enorme preocupación para nosotros. Las Fuerzas Armadas y de Policía deben encontrar formas posibles para eliminar agresivamente esta tremenda amenaza. Sabemos que lo entienden".

Y luego la pregunta obvia, para responder el editorial de El Tiempo: "¿Su visita ha cambiado en algo su visión sobre el gobierno y el presidente Samper?" A lo que responde categóricamente: "No. En nada. No hay ningún cambio". Si tenemos en cuenta que fue McCaffrey el que recomendó que le quitaran la visa a Samper, y el que pidió por dos veces consecutivas descertificar a Colombia aun en contra de la opinión del embajador Frechette, se entiende que la respuesta anterior es diciente sobre las conclusiones que se lleva McCaffrey de regreso a su país, y que ameritarían un nuevo editorial de El Tiempo, preferiblemente más realista. Aterrizamos en San José del Guaviare, donde le hacen a McCaffrey el tour de los helicópteros atacados el fin de semana anterior por la guerrilla. Todo agujero estaba meticulosamente clasificado con flechas de papel que, con un cierto aire ingenuo pero definitivamente dramático, marcaban la trayectoria de entrada y salida de las balas. Por alguna razón que todavía no entiendo, pero que McCaffrey parecía comprender muy bien, el agujero de entrada del proyectil era diminuto, casi imperceptible, como en juego, mientras el agujero de salida era un gigantesco boquete por el que casi se podía introducir el brazo. Cada piloto de helicóptero relataba al general gringo su odisea, y éste, al final, les echaba un breve speech que terminaba invariablemente con la exaltación del heroísmo del piloto. Fueron siete los helicópteros atacados. Fueron siete las tripulaciones de Policía sobrevivientes. Pero no siempre un ataque igualmente feroz tiene un final feliz.Luego McCaffrey escucha un resumen de las más recientes actividades contra el tráfico de drogas, y nos embarcan en un helicóptero hacia Barrancón, escuela de las fuerzas especiales antinarcóticos de Ejército y Policía. Un toque muy colombiano lo constituye la fumigada con glifosato que nos pegan dos aviones que sobrevuelan la zona saludando al visitante. Nos tienen preparada la visita a un campo de coca que está a punto de ser incinerado, pero el mal tiempo impide poner al general en contacto directo con el tema que vino a estudiar.De nuevo al helicóptero y otra vez aterrizamos en San José del Guaviare, donde McCaffrey atiende con gran disposición, casi que con afán, el acoso de los periodistas nacionales e internacionales. Volvemos a embarcarnos en el Hércules, donde lee con mucho interés los periódicos, y algo de lo que hay en ellos sobre su visita le produce gran satisfacción, porque sonríe aliviado: un miembro de su comitiva me comenta que esperaba con avidez los comentarios de los periódicos ante el temor de que su visita fuera manipulada por el gobierno como una muestra de triunfo.Todavía hay tiempo para una última pregunta: "¿Es usted tan ingenuo como dicen?" "Ojalá", responde. "Es la razón por la cual estoy todavía vivo después de tantos años en combate".