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UNA BUENA Y UNA MALA

Los casos de Afranio Parra, el coronel coquero y La Perseverancia ponen otra vez sobre el tapete la crisis de la Policía.

15 de mayo de 1989

En el mes de abril las cosas para la Policía Metropolitana de Bogotá han sido "unas de cal y otras de arena". Su prestigio se ha visto en todo lo alto, pero, también, actuaciones non sanctas de algunos de sus miembros han sido cuestionadas por la opinión pública y por el mismo gobierno.
Los gozosos llegaron el lunes 3 de abril, cuando en la culminación de una labor de inteligencia que había comenzado meses atrás, agentes de la Dijin capturaron al teniente coronel Dionisio Muñoz Buitrago, cuando se dirigía de vacaciones a la Costa Atlántica con 400 kilos de cocaína, tres pistolas y una escopeta. No era mucho camino el que el coronel había alcanzado a recorrer cuando en el retén El Roble, en cercanías de Gachancipá (Cundinamarca), subalternos suyos lo pararon. Con la tranquilidad que le daba el hecho de ser teniente coronel activo, Muñoz Buitrago se bajó del carro y se identificó. Cuando se dio cuenta de que su rango no le servía de mucho, ya era demasiado tarde: lo habían cogido con la coca en el campero. Días después, el Juzgado 52 de Instrucción Penal Militar ordenó la separación definitiva de Muñoz Buitrago de la Policía y le abrió juicio penal.
Las voces de felicitación y aliento para la que se ha convertido en la prioridad de las autoridades --la lucha contra el narcotráfico--, no se hicieron esperar. Lo que parecía más exaltable era el hecho de que el ejemplo estaba comenzando por casa, es decir, que las autoridades se habían empeñado en esta cruzada sin dejar nada ni nadie por investigar.
Sin embargo, el honor y la gloria fueron sólo flor de un día. Al finalizar esa misma semana, tres miembros del M-19, organización en tregua y en conversaciones con el gobierno para la reincorporación a la vida civil, fueron asesinados. Afranio Parra, de 43 años y del Libano (Tolima), era uno de los pocos fundadores del Eme que quedaba vivo. Ocupaba el sexto puesto dentro del comando superior de la organización y era uno de los dirigentes que habían recorrido el país haciendo trabajo en barrios y comunidades campesinas. Colgó su título de economista para meterse de guerrillero, primero en las FARC y luego en el M-19. Las que no colgó fueron las aficiones por la pintura, la poesía y la música. Cada vez que tenía oportunidad sacaba a relucir su vena artística: un disco en homenaje a Jaime Bateman Cayón lo contó como autor de 10 de las 12 canciones. Los otros dos asesinados eran simpatizantes de esa organización.
Horas después de haberse encontrado los cadáveres en un basurero de un barrio al sur de Bogotá, y a pesar de que voceros de los "Trece Apóstoles" sostenían que contaban con un testimonio que aseguraba haber visto cuando miembros de la Policía los detenian; la Policía negó en primera instancia cualquier participación en este crimen. Sin embargo, las cosas se fueron clarificando poco a poco, porque eran cada vez más los testimonios que aparecían señalando que los tres hombres asesinados habían sido cogidos por la Policía. A los 5 días del asesinato, la Policía Metropolitana anunció que tres de sus agentes, uno de los cuales estaba en estado de embriaguez, parecían ser los responsables del crimen. Estos fueron retirados del servicio y llevados a responder penalmente por el triple asesinato.
A pesar de que muchos entendieron que la rapidez en la investigación y en encontrar a los responsables señalaba, otra vez--en menos de una semana--, que la Policía estaba con las pilas puestas, el M-19 seguía insistiendo en que no se trataba de un atraco, como dijeron finalmente los agentes, sino de un hecho consultado. José Acuesta, vocero del M-19, sostiene que ellos tienen un testigo de excepción, que va a pasar a manos del Estado, quien afirma que los policías antes de asesinar a Afranio Parra consultaron con un alto oficial de la dirección de la Policía de Bogotá.
La veracidad de este testimonio, así como la clarificación de los hechos son materia de investigación por parte de la Procuraduría. En este episodio, lo que dejaba un sabor amargo en la opinión pública fue que los agentes en su primera declaración aseguraran que ellos no sabían que estos hombres eran del M-19, y que por eso les habían disparado.
Y si a este cuadro le faltara dramatismo, el miércoles 12 de abril en hechos también confusos y que son materia de investigación, un agente de la policía con placa 4405 disparó sin descanso a lo que él llamó una asonada y mató a los jóvenes Luis Fernando Jiménez y Edgar Jofre Sandoval, en el populoso barrio La Perseverancia, en el centro de Bogotá.
Estos hechos ya han comenzado a ser materia de discusión nacional. El general (r) Alvaro Valencia Tovar, en su columna del viernes 14 de abril, decia: "Como paga equivalente al doble de un salario mínimo deben (los miembros de la Policía) rechazar la tentación del dinero corruptor... Contra sus hombres se ensañan guerrilleros, narcotraficantes, criminales de toda laya y ahora cuadrillas de asesinos mal llamados paramilitares... Y si entre las decenas de miles de almas que integran la Policía Nacional alguien delinque o sucumbe a la presión del oro, ofalla, el ludibrio es implacable".
El general tiene la razón, pero se espera que en los crimenes contra los miembros del M-19, así como en los cometidos contra los jóvenes del barrio La Perseverancia, se actúe con pulso firme y la verdad brille, para bien de la Nación y de la misma Policía Nacional, que siempre se ha considerado como la cenicienta dentro de las Fuerzas Militares.