Home

Nación

Artículo

No cayó bien que el Presidente Uribe llamara a l grupo que lidera Piedad Córdoba como “bloque de intelectuales de las Farc” justo cuando sus gestiones sirvieron para liberar a seis personas

POLÍTICA

Una estrategia peligrosa

Al Presidente le funciona el discurso polarizante para subir en las encuestas y mantener alineados a sus seguidores. Pero está jugando con candela.

14 de febrero de 2009

En la política, no hay mejor arma que la polarización: les suele funcionar bien a gobernantes y candidatos. Países con democracias sólidas como España tienen un debate político encendido donde no faltan los maniqueísmos y los epítetos cargados de veneno. En Estados Unidos, la pasada contienda electoral se caracterizó por el crudo juego de señalamientos mutuos entre la campaña de Obama y la de McCain.

Pero en cualquier democracia se critica que de la vehemencia se pase a los insultos, la calumnia o la agresión, sobre todo si estos provienen del Presidente. En marzo de 2004 los españoles le negaron la reelección a José María Aznar cuando, como estrategia electoral, intentó asociar el mayor atentado terrorista de su historia con ETA (el responsable resultó ser Al Qaeda). El desplome de John McCain estuvo asociado a comentarios salidos de tono hechos por Sarah Palin, su fórmula a la vicepresidencia, quien acusó a Obama de ser "amigo de terroristas", lo cual fue considerado una sucia estrategia de campaña. Y la comunidad internacional le reprocha a Hugo Chávez haber polarizado a Venezuela. La polarización, en general, dificulta el debate. Y en Colombia, donde hay una larga tradición de violencia política, es una arma muy peligrosa.

Por eso, las últimas intervenciones públicas del presidente Álvaro Uribe, en las que descalificó a periodistas y organizaciones civiles, han caído muy mal. En un consejo comunitario, y ante las cámaras de televisión, Uribe se refirió al grupo de Colombianos por la Paz que lidera Piedad Córdoba -y que propició la liberación de seis secuestrados- como un "bloque de intelectuales de las Farc". Días antes había señalado a los periodistas Hollman Morris y Jorge Enrique Botero como "amigos del terrorismo que fungen como periodistas". Aunque este estilo no es nuevo en Uribe, lo preocupante es que los epítetos de terrorismo se han convertido en la espada que blande el gobierno para descalificar a sus adversarios. Y eso en Colombia puede tener consecuencias muy graves. ¿Por qué, si es tan mal visto, Uribe insiste en este estilo polarizante?

Primero que todo, porque es muy rentable políticamente. Uribe -como Bush y como Chávez- ha construido su manera de gobernar a partir del enemigo. En este caso el enemigo son las Farc, y nada mejor para que el Presidente se mantenga arriba en las encuestas que asociar a sus adversarios con la guerrilla. En segundo lugar, porque infortunadamente todo el que polariza tiene audiencia. Los medios visibilizan con más facilidad a quien da mensajes en blanco y negro, y más aun si son dardos bien lanzados. Les pasa a los columnistas de prensa, que mientras más radicales, más lectores tienen y más apasionados foros de lectores suscitan. Y les pasa a los políticos. En el gobierno, por ejemplo, los ministros más visibles son los que más se muestran a la derecha de Uribe, como Juan Manuel Santos y Andrés Felipe Arias. Y en la oposición, los que aparecen como más antiuribistas, como la misma Piedad Córdoba. En cambio, quienes están en el centro, como Sergio Fajardo, pueden terminar siendo invisibles. "El día que yo diga por ejemplo que Uribe es paraco, eso sería titular de primera página. Jamás en mis propuestas", dice Fajardo.

Pero en Colombia la estrategia de la polarización es muy peligrosa. Violencia y política siempre han ido de la mano, y hay fuerzas oscuras que creen encontrar en la descalificación al otro una licencia para matar. Los crímenes políticos que han conmocionado el país en diferentes momentos de su historia han estado precedidos, sin excepción, por fuertes episodios de polarización política.

En los años 40 el sectarismo exacerbado entre liberales y conservadores provocó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y una guerra civil que duró una década. A finales de los años 80, muchas muertes de dirigentes de la UP, como Jaime Pardo y Manuel Cepeda, se dieron después de que miembros del gobierno los señalaron como afines a la guerrilla. Y en los años 90, el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado ocurrió en un ambiente de extremo sectarismo entre quienes respaldaban al presidente Ernesto Samper y quienes vislumbraban su caída.

En los últimos años el debate se ha radicalizado al extremo y aunque hay que reconocer que la violencia política ha disminuido, los riesgos para la democracia son enormes: se nivela por lo bajo la cultura política y se pone en riesgo la vida de quienes toman posiciones radicales.

Es increíble por ejemplo que Gustavo Petro, uno de los más ácidos opositores del gobierno, tenga que pagar un alto precio por sus opiniones políticas. "Siento a veces el odio de la gente en la calle. Me insultan delante de mis hijos. Envenenaron a los perros de mi familia. Mi mamá y mi hermana tuvieron que exiliarse y cerrar el colegio que tenían porque no resistieron las amenazas. Mis hijos, que son unos niños, tienen que vivir con escoltas", dice.

Similar situación le ha ocurrido a Piedad Córdoba. La semana de las liberaciones nuevamente fue agredida verbalmente en un aeropuerto por personas intolerantes. Lo curioso es que en esa semana Córdoba actuó con prudencia y altura.

Igualmente desconcertante resultó la reacción de muchos ciudadanos frente a la espontánea alocución que hizo Alan Jara recién liberado. Algunas críticas al Presidente por no haber facilitado el acuerdo humanitario, y una visión de que las Farc estaban menos debilitadas de lo que el gobierno cree. Muchos quisieron callar a Jara con el argumento de que sufría síndrome de Estocolmo. Una asociación de siquiatras zanjó el debate al reivindicar el derecho de Jara a expresarse libremente, sobre todo después de siete años de cautiverio.

"El asunto no es tanto de intolerancia como de entender cómo funciona el pluralismo, más aun en sociedades con conflictos internos", dice Jorge Giraldo, decano de ciencias políticas de la Universidad Eafit de Medellín. En el mismo sentido se pronuncia el sociólogo Fabián Sanabria, quien dice que una democracia no funciona sólo con base en la voluntad de las mayorías. "Hay que darles espacios a las minorías para que jodan. En eso consiste la democracia".

La polarización es de doble vía. Grupos de izquierda radical han polarizado en contra de Uribe. En Europa, el Presidente ha sido estigmatizado como paramilitar por grupos que lo reciben con pancartas y gritos, y nunca se le han medido a un debate de argumentos con él. El propio José Obdulio Gaviria fue agredido con un huevo en la cabeza el año pasado durante una conferencia en una universidad. "No considero que eso sea polarización. En Colombia hay un debate supercivilizado. El incidente del huevo fue el gesto de una minoría de la extrema izquierda del Polo", dice Gaviria.

El problema no es lo acalorado del debate, sino el riesgo que implica confundir al adversario político con un combatiente del bando enemigo. Eso es lo que hizo el Presidente al calificar de "intelectuales de las Farc" a quienes están promoviendo un acuerdo humanitario, y también es lo que han hecho muchos grupos radicales cuando señalan a Uribe de paramilitar. Porque una cosa es ver con buenos ojos a la guerrilla, y otra, hacer parte de ella. Así como en el proceso de la para-política la Corte Suprema no ha juzgado a los congresistas por sus simpatías con los paramilitares ni por compartir su ideología, sino por actos criminales que los convirtieron en sus cómplices.

La tragedia de los conflictos internos es que los grupos armados buscan la victoria basándose en la adhesión que logran de sectores de la sociedad civil. Justamente por eso es fundamental trazar una frontera entre las lides militares y la política. Y diferenciar claramente a los contradictores en ideas, de los enemigos en armas. Es la única manera de librar una guerra, y preservar al mismo tiempo, la democracia.