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Las universidades les abren cada vez más sus puertas a las minorías del país.

26 de febrero de 2002

Victoriano Piñacue salió hace dos años de su comunidad paez, en el Cauca, con el sueño de estudiar en Bogotá. Se perdió entre los buses, fue víctima de los taxistas que le daban vueltas a la manzana y sintió que los rostros de la urbe le eran hostiles por su condición de indígena. Pero un día, sentado en el despacho del padre Gerardo Remolina, rector de la Universidad Javeriana, se dio cuenta de que el viaje había valido la pena. Mientras su mentor le enseñaba la lista de programas académicos Piñacué se quedó mirando una y otra vez la palabra 'derecho'. “Quiero esa padre, le dijo. Quiero estudiar derecho”. “¿No te gustaría mejor ecología?”, inquirió Remolina. “No, yo soy ecólogo de nacimiento”, le respondió Piñacué. Con esa respuesta el rector quedó convencido de que el indígena tendría un buen futuro como abogado.

Este es su segundo año de carrera. Piñacué ha invertido horas y horas en estudiar la Constitución política colombiana, sumergiéndose en un derecho distinto al Derecho Mayor, grabado desde temprana edad en la mente de cada miembro de su comunidad por la Madre Naturaleza. Para él, acostumbrado a producir su propio alimento en las mingas o pequeñas parcelas dedicadas a trabajar la tierra, el mundo occidental comenzó a revelarse ante sus ojos cuando entró por primera vez a una clase de derecho constitucional. “No sabía que los hombres tenían unos derechos llamados fundamentales y este es uno de los temas que más me apasiona de mi carrera”, comenta. Ahora habla con propiedad de los temas nacionales y trabaja en la traducción de la Constitución a la lengua de su comunidad. Esa nueva perspectiva la ha podido desarrollar gracias a su paso por una universidad. “El encuentro con otras formas de conocimiento es lo mejor que me ha pasado en la vida”, concluye.

Al igual que Piñacué, otros miembros de comunidades indígenas, como los wayúu o los kogui, se foguean en las aulas de diferentes universidades del país, que desde hace unos años comenzaron a abrir sus puertas para que estudiantes pertenecientes a minorías étnicas estudiaran en Bogotá. Centros de educación superior, como la Universidad Javeriana o la Universidad de los Andes, han montado programas que incluyen desde becas a los mejores estudiantes de estos grupos hasta asesorías para facilitar su adaptación al nuevo ambiente citadino. De esta forma, además de las ya tradicionales colonias costeñas, vallecaucanas u opitas, por las universidades de la capital desfilan comunidades negras e indígenas que contribuyen a la diversidad del medio. “Uno de nuestros grandes objetivos es el de reconocer la diferencia. La universidad debe estar abierta a toda clase de realidades y tendencias culturales, religiosas, económicas, sociales y étnicas”, afirma Ana María Cabanza, asesora de la rectoría de la Universidad Javeriana. Considera que estos programas contribuyen a la solución de los problemas del país porque buscan que las personas de grupos minoritarios que tienen pocas probabilidades de educarse tengan una oportunidad. Y además porque promueven el respeto a la diversidad cultural del país.

El deporte también ha sido una buena excusa para traer estudiantes de otras plazas que de otra forma no llegarían a la capital. La Universidad Central viene ofreciendo desde finales de los 70 facilidades en las matrículas para deportistas de diferentes departamentos del país. “Gran parte de los becados son escogidos en departamentos como el Valle del Cauca o Cundinamarca”, dijo a SEMANA un vocero de esta institución.

Esta diversificación del estudiantado también es importante a mediano plazo porque quienes pasan por las universidades bogotanas asumen implícitamente un compromiso con su lugar de origen, al que esperan llevar los conocimientos obtenidos. En el caso de Victoriano Piñacué, los pasos a seguir una vez culmine sus estudios quedan en manos de su comunidad, que será la encargada de fijarle un rumbo. Pero él no descarta que después de conocer la capital de Colombia pueda seguir aprendiendo en otras capitales del mundo.

De otra forma, pero igualmente importante, se convierten en embajadores de Colombia los estudiantes extranjeros que llegan al país con el ánimo de adelantar programas de intercambio, máster o doctorado y que enriquecen la diversidad del mundo universitario. Para Emma Cunningham, una ecóloga irlandesa que adelanta una maestría en gestión ambiental y desarrollo sostenido, la experiencia ha cambiado su vida. “Venir a Colombia ha sido como desmitificarla. Aunque creo que no se hace un buen uso de los recursos naturales sí he podido comprobar la calidez de su gente a donde quiera que voy. Cuando vuelva a Irlanda podré contar que Colombia no es como la pintan”, dice.