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El presidente Uribe convocó una rueda de prensa para desvirtuar las acusaciones del senador Petro. Se transmitió en todas las cadenas de televisión y en algunas emisoras de radio. No invitaron periodistas de SEMANA ni de ‘El Tiempo’

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Uribe se defiende

La respuesta de Uribe a Petro fue bien recibida en Colombia. Pero en el exterior las cosas se enredan.

21 de abril de 2007

La capacidad del presidente Álvaro Uribe para romper esquemas y mantenerse en la ofensiva es inagotable. El jueves en la noche volvió a sorprender. Convocó a una inédita rueda de prensa con periodistas escogidos, transmitida en directo por todas las cadenas nacionales de televisión, para defenderse de las acusaciones que dos días atrás le había hecho el senador Gustavo Petro, del Polo Democrático, en el anunciado debate sobre el paramilitarismo en Antioquia. Es decir, en el departamento del Presidente, y para tratar hechos ocurridos en los años en que fue gobernador.

Con su reacción del jueves, Uribe cambió de estrategia. Inicialmente había dado instrucciones precisas para que sólo dos miembros de su gabinete le respondieran a Petro: el ministro del Interior, Carlos Holguín, y el de Transporte, Andrés Uriel Gallego. Este último formó parte del equipo del gobernador Uribe y por eso tenía una voz testimonial que le daba credibilidad. Afuera del Capitolio, el consejero José Obdulio Gaviria puso la cara ante los medios, incluso con comunicados expedidos antes de que terminara el debate en el Senado. No hubo más alfiles. El ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y su colega el Canciller, Fernando Araújo, asistieron a la sesión, pero mantuvieron silencio. El plan consistía en bajarle el tono al debate, presentarlo como una tempestad en un vaso de agua y restarle importancia para ayudarle a diluirse en la vorágine noticiosa de los días siguientes.

Esto último no ocurrió. En vez de apagarse, las denuncias de Petro contra el Presidente y su familia (ver artículo) fueron in crescendo. En la prensa internacional aparecieron varios artículos que les concedieron gravedad a las acusaciones. The Economist, un semanario que hasta el momento ha sido muy elogioso de Uribe, dijo que el escándalo de la para-política empezaba a acercarse al Presidente. En Colombia, El Tiempo, diario que apoyó la reelección, publicó un editorial en el que cuestionó la defensa hecha por el gobierno y su reiteración del recurso de desprestigiar a la oposición y presentarla como cercana a la guerrilla.

Pero la gota que rebosó la copa de la paciencia presidencial fue la cancelación del ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore, de su participación en un foro organizado por la revista Poder en Miami, con el argumento de que no quería aparecer al lado de Uribe. Ante la creciente bola de nieve, el Presidente le dio instrucciones precisas a su nuevo secretario de prensa, César Mauricio Velásquez, de convocar a la rueda de prensa. En el pequeño grupo de invitados no podía incluir a ningún periodista de medios escritos y se les daría prioridad a los de agencias de noticias. Con esa salvedad, podrían preguntar lo que quisieran. Y preguntaron duro.

Al terminar la sesión de una hora y 45 minutos, Uribe estaba visiblemente satisfecho. Los primeros indicadores conducían a la conclusión de que le había ido bien. A sus seguidores les encanta la faceta frentera de un mandatario que da la cara y se deja preguntar. Esa actitud genera la imagen de que no tiene rabo de paja. Más aun cuando en la lista de interrogadores figuraban algunos periodistas con fama de implacables. El estilo y el tono del presidente Uribe lo presentaron como víctima de una andanada feroz e irracional de la oposición. Con rating asegurado -por la hora y por la transmisión simultánea en todas las cadenas de televisión y varias de radio- sus cuantiosos partidarios lo escucharon con convicción, y sus sorprendidos contradictores lo vieron con respeto.

El semblante de Uribe mostraba desasosiego. Estaba, sin duda, atormentado. Pero guardó compostura y evitó que alguna de las preguntas lo sacara de casillas. Respondió con serenidad y calma, a diferencia de los días anteriores, cuando la ansiedad interior lo habían llevado a pronunciar algunas frases insólitas: había acusado a Petro (aunque sin mencionarlo) de ser un "guerrillero mediocre" (porque había afirmado que nunca había disparado contra nadie) y había señalado a la oposición de "amiga de la guerrilla". Más calmado, en la rueda de prensa de la noche del jueves desvirtuó algunas de las imputaciones más graves que le había hecho Petro en el debate del martes en el Congreso. En puntos como la supuesta masacre que se llevó a cabo en una de sus fincas, o la utilización de un helicóptero de la Gobernación de Antioquia para apoyar paramilitares, prácticamente dejó sin piso cualquier intento futuro para propiciar la apertura de procesos judiciales.

La poco usual rueda de prensa, sin embargo, también le dejó satisfacciones a la oposición. Si la actuación de Uribe en la rueda de prensa recibió amplios elogios, el balance total de la semana les dejó puntos a favor también a sus rivales del Polo. Que Uribe haya tenido que asumir su propia defensa demostraba no solamente que los voceros del gobierno -Holguín y Gallego- no habían sido capaces de consolidar su misión, sino que los dardos de Petro habían llegado a amplias audiencias. A pesar de que el Presidente evitó a toda costa mencionar el apellido de su contrincante, su aparición en la televisión tuvo el efecto de prolongar el duelo y su vigencia en los medios de comunicación. En los sectores contrarios al Presidente consideraron que la para-política se había tomado la agenda de gobierno y que la había contaminado para los próximos tres años. En otras palabras, que con el debate sobre el paramilitarismo en Antioquia, el Presidente quedó contra las cuerdas y a la defensiva.

Ninguna de las dos visiones es totalmente acertada. Ni la que considera que el presidente Uribe enterró el jueves todas las secuelas del debate del martes, ni la que asegura que quedó con una herida irremediable en el ala, que le impedirá seguir volando a la misma altura. Los próximos tres años no serán tan tranquilos para el gobierno como los últimos cinco, pero tampoco serán un infierno como el que vivieron Samper y Pastrana en sus horas finales.

La Presidencia debería analizar con cabeza fría las luces de alarma que quedaron encendidas. El Presidente hablando del escándalo de la para-política y defendiéndose de supuestos vínculos personales o familiares con los paras, es una imagen impactante. Un símbolo de que los tentáculos del escándalo de la para-política llegaron hasta la propia Casa de Nariño, desde donde se transmitió el programa de televisión. Hasta ahora la estrategia gubernamental había consistido en separar al mandatario de los problemas jurídicos de algunos de sus aliados en el Congreso y mantener la normalidad en la agenda. La posibilidad de que Uribe tenga asuntos que responder sobre su pasado en tribunales judiciales sigue siendo muy lejana, pero en los terrenos políticos tendrá que seguir dispuesto a hablar sobre los incómodos temas con mayor frecuencia de la que desearía.

La semana pasada también hubo señales de que algunas de las estrategias políticas utilizadas por el presidente Uribe en los últimos cinco años empiezan a agotarse. Por ejemplo, la de desacreditar a sus críticos de la izquierda por haber sido guerrilleros. El Ministro del Interior echó mano de esa carta en el debate del martes y un congresista gobiernista mostró fotos y videos de Petro de los tiempos en que estaba alzado en armas. Aunque no es la primera vez que el gobierno lo hace, nunca había recibido críticas de voces tan importantes como la del editorial de El Tiempo, que rechazó con firmeza los señalamientos contra el senador. El jueves en la noche, al Presidente también se le fue la mano en sus intentos de estigmatizar a sus críticos. A quienes se oponen al TLC, y han expresado sus argumentos en Estados Unidos, los acusó de hacerle daño al país. Lo cual es una provocadora exageración. De paso, generó un debate que no le convenía sobre la manera como su gobierno trata a la oposición, cuando afirmó que tenía informes de inteligencia militar sobre las actividades de congresistas contrarios al TLC. No se puede abusar de la fórmula de reclamar que los sentimientos por la patria se confunden con el apoyo al gobierno.

Los mayores problemas que se avecinan seguramente vendrán de la comunidad internacional. El incidente con Al Gore es un indicador de que las aguas internacionales están más agitadas. La ausencia del ex vicepresidente en el foro sobre medio ambiente en Miami es un exabrupto. Uribe no es un paria ni siquiera para sus enemigos. Los líderes mundiales de diferentes perfiles éticos se encuentran y se toman fotografías a diario porque tienen asuntos que tratar. La obsesión por evitar riesgos de que le tomen fotos polémicas que le podrían publicar en una eventual campaña presidencial condujo a Gore a hacerle el feo a un amigo de su ex jefe, el presidente Bill Clinton, que ha visitado a Colombia dos veces durante la era uribista.

Pero no por descabellado el plantazo de Gore deja de ser preocupante. Muestra que entre los demócratas hay intereses y objetivos de política interna que pueden afectar a Colombia. Con el poder incrementado por haber alcanzado mayorías en el Congreso desde el pasado mes de enero, el partido de Gore quiere trasladar el control de las relaciones exteriores de la Casa Blanca hacia el Capitolio. En el tema de Irak ha rechazado adiciones presupuestales solicitadas por el presidente George W. Bush y ha aprobado iniciativas que lo obligarían a retirar las tropas. En el caso de Colombia, algunos de los miembros de la bancada demócrata perciben oportunidades para hacer oposición. La poderosa presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, ha hecho críticas a la situación de derechos humanos en Colombia y ha demostrado que simpatiza con los puntos de vista de la oposición a Uribe en temas como el proceso de paz con las AUC. Y no está propiamente sola en esa posición. Ese panorama político es el que tiene en vilo la suerte del TLC y el que generó la suspensión de una partida de 55 millones de dólares designados para el Ejército, por ambiguas acusaciones contra su comandante, el general Mario Montoya.

Hasta el momento, la respuesta del presidente Uribe ha sido equivocada. En lugar de comprender las dificultades que surgen de las relaciones polarizadas entre republicanos y demócratas, y diseñar una estrategia para enfrentarlo, se culpa de todo a Petro y compañía. Se les concede una capacidad de manipulación de los altos poderes de Washington que jamás podrían tener.

El manejo al tosco desplante de Gore también fue sobredimensionado. Por más respeto que ha ganado como experto en asuntos ambientales, el ex vicepresidente no está activo en la política, ni está en la primera fila de los presidenciables de su partido. El viejo truco de ser el propio vocero de las malas noticias para debilitarlas -Uribe fue el que anunció, en la rueda de prensa, la cancelación de la presencia de Gore en el foro de Miami- en esta oportunidad logró todo lo contrario: la creció en dimensión, audiencia y repercusiones. Un poco más de calma habría servido más eficazmente como mecanismo para controlar el daño.

La comunidad internacional, con su particular forma de entender el país -muy exigente en materia de los derechos humanos y de la vigencia del Estado de Derecho-, cada vez está más vinculada al proceso interno. No es raro, ni irracional, que la oposición busque en ella aliados y refuerzos. Por su parte, al gobierno le corresponde competir por ese apoyo. Pero para hacerlo con éxito tendría que modificar el tono y el mensaje de algunos de sus discursos. El irrespeto a la oposición y la censura a las ONG, por ejemplo, se le están convirtiendo en un peligroso bumerán porque causan repulsión en Europa y entre los demócratas de Estados Unidos. Funcionan para incrementar la popularidad entre los colombianos, pero tienen efectos negativos en las sofisticadas audiencias externas. Si no se ajustan tuercas en la diplomacia, las complicaciones externas se pueden agudizar.

El presidente Uribe no va a olvidar fácilmente la semana pasada. No podrá recordarla como el momento en que noqueó a la oposición, sino como el punto en el que sobrevivió a su peor ataque.