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Las columnas de Vargas Lleras dejan claro que no aspira a ser otra vez candidato, pues con frecuencia lo que escribe definitivamente quita votos.

POLÍTICA

Vargas Lleras: la pluma del momento

Germán Vargas Lleras ha pasado de ser un candidato derrotado a convertirse en uno de los columnistas más influyentes del país. ¿Cómo ha sido esa transformación?

19 de septiembre de 2020

El exvicepresidente perdió las elecciones por haber sido estigmatizado como un símbolo de la politiquería tradicional. Por eso ha sorprendido su reaparición como uno de los opinadores más respetados del momento. Nadie le conocía ese talento. El contenido de sus columnas deja claro que por ahora no tiene una candidatura en mente, pues muchas de las cosas que escribe van en contravía de lo que da votos. Dan más bien la impresión de un hombre que por primera vez se siente totalmente libre para decir lo que piensa sin importarle las consecuencias.

Lo que piensa y lo que escribe no es superficial y con frecuencia sorprende. Muestra un conocimiento del país que siempre le han reconocido sus allegados, pero no sus electores. Vargas Lleras domina temas tanto energéticos, laborales, tributarios y ambientales como de infraestructura, justicia y orden público, entre otros. Cuando trata cada uno de estos en sus escritos semanales, da un punto de vista original y con frecuencia bastante audaz.

En el caso de Hidroituango, por ejemplo, apoyó desde el primer momento al alcalde Daniel Quintero, quien se había enfrentado al notablato antioqueño. En ese rompimiento puede haber algo de razón, pero también de sacada de clavo, pues el Grupo Empresarial Antioqueño fue el único de los grandes que no lo apoyó en la campaña. Teniendo en cuenta que el exvicepresidente siempre ha sido el candidato del empresariado nacional, esa postura antiestablecimiento llamó la atención. En los círculos dirigentes paisas, su nombre está tan caído como el del alcalde Quintero.

En materia tributaria, pasa lo contrario. Su convicción de la necesidad de bajar los impuestos es tan radical que va más allá de las aspiraciones de los propios empresarios. Vargas quiere, entre otras cosas, eliminar la renta presuntiva, el cuatro por mil, el impuesto sobre el patrimonio y muchas de las exenciones. Esto le ha generado los aplausos del sector privado, pero las críticas de los economistas que ven en tanta eliminación de impuestos un déficit fiscal gigantesco.

En asuntos energéticos, va en contra de lo que está de moda. El jefe de Cambio Radical no anda en la onda de las energías renovables que obsesionan a los ambientalistas. Él sabe que ese es el futuro, pero considera que en el presente es más realista proteger el petróleo y el carbón de los que todavía depende económicamente el país. A esto se suma que está a favor del fracking y que es un gran crítico de las consultas previas y de las CAR, que son la autoridad ambiental en las regiones.

En cuestiones laborales, sus tesis son el antipopulismo llevado a la máxima expresión. Para que las empresas puedan sobrevivir a la pandemia y no tengan que despedir a todo el mundo, plantea la conveniencia no solo de bajar transitoriamente los salarios, sino también de suspender las convenciones colectivas y eliminar las primas este año. Ha hecho propuestas igual de audaces frente a múltiples temas y, aunque la mayoría son consideradas valientes, serían suicidas si Vargas tuviera aspiraciones electorales.

Otra particularidad de las opiniones del exvicepresidente es su independencia frente al Gobierno. Esto sería normal si no fuera porque Cambio Radical forma parte de la coalición de Duque y algunas de las columnas parecen escritas por el jefe de la oposición. A pesar de tener dos de los ministerios clave en el gabinete, el de Salud y ahora el de Justicia, Vargas le ha dado palo al presidente en temas como el túnel de la Línea, el trabajo legislativo y las medidas económicas para combatir la pandemia. Aun así conviven, pues los votos de Cambio Radical le han permitido al Ejecutivo aprobar en el Congreso proyectos que considera prioritarios.

La franqueza del ‘nuevo’ Vargas ha antagonizado con muchos de los sectores cuyo apoyo aspiraba a tener cuando era candidato presidencial. Estos van desde el uribismo hasta Claudia López, pasando por los empresarios paisas y los mochileros ecologistas. Como contraparte, sus columnas marcan semanalmente la pauta en materia de opinión. Siempre dan en la pepa de la coyuntura del momento.

En círculos políticos y económicos son tema obligatorio todos los domingos. Su imagen pasó de ser la de un político con voracidad burocrática a la del sabio de la tribu que dice lo que nadie se atreve a decir. Lo que los anglosajones llaman un elder statesman. Esa no es poca gracia en la era de las redes sociales, en la que impera lo facilista, lo radical y lo irresponsable.

¿A qué horas se volvió Germán Vargas tal vez la pluma más analítica y aguda del momento? Ni en el bachillerato ni en la universidad le veían esa proyección. Era considerado muy inteligente, pero vago. Pero nadie sabe que desde los 20 años se había convertido en la mano derecha de su abuelo Carlos Lleras Restrepo.

El expresidente estaba escribiendo los 11 volúmenes de su autobiografía Crónica de mi propia vida. Su investigador de cabecera era su propio nieto, quien de la universidad se trasladaba todos los días a la casa del viejo a almorzar y a trabajar con él. El abuelo le encargó que leyera los periódicos de la primera mitad del siglo XX para que le recordara los detalles sobre el acontecer nacional de esos años. En forma disciplinada y rigurosa, Vargas leía El Tiempo y El Siglo de los años treinta, cuarenta y cincuenta, y le hacía memorandos de resumen a Lleras Restrepo.

Este quedó tan satisfecho con el trabajo que, cuando María Mercedes Carranza se retiró de editora del semanario Nueva Frontera, la reemplazó con Germán Vargas. El abuelo no alcanzó a presenciar los vertiginosos altibajos de la carrera política de su nieto. Pero seguramente estaría muy orgulloso de verlo reconocido como un estadista del más alto nivel y un referente de la opinión del país. Ese papel ha cambiado la percepción popular del candidato derrotado. Muchos colombianos que no votaron por él para la presidencia hoy después de leer sus columnas reconocen que debieron haberlo hecho.