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Viajar, trabajar y rezar

Durante la visita de Alvaro Uribe esta semana a Europa habrá mucho ruido y pocas nueces.

8 de febrero de 2004

Como el primer viaje de un colombiano por el Viejo Continente, la gira del Presidente será exhaustiva. En cinco días se reunirá entre otros con el Rey belga, con el Presidente italiano, con empresarios europeos, con Javier Solana, Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad Común del Consejero de la Unión Europea, con Chris Patten, el comisario de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea, y con Romano Prodi, su presidente. También intervendrá en la sesión plenaria del Parlamento Europeo.

El ministro de Comercio, Industria y Turismo, Jorge Humberto Botero, dijo que Uribe discutirá un posible tratado de libre comercio con la Unión Europea, la estabilidad del sistema general de preferencias y el acceso de banano y productos cárnicos al mercado europeo.

Sin embargo, Europa ha sido clara en que está dispuesta a negociar un tratado comercial pero con la comunidad andina, que no ha logrado en los últimos cuatro años acordar ni siquiera un arancel común.

Por eso es claro que el objetivo prioritario del Presidente es vender una vez más su política de seguridad democrática. Y conseguir no solo el aval europeo sino recursos para la reinserción de guerrilleros y paramilitares, y para el programa de Familias Guardabosques, que busca ofrecerles alternativas legales a los cocaleros.

Varias ONG de derechos humanos europeas y colombianas ya han avisado que harán demostraciones contra el Presidente, a quien tacharán de ser un hombre autoritario y amigo de los paramilitares. Pero a Uribe seguramente le irá mejor de lo que pareciera por la alharaca de las manifestaciones. Ello no significa, en todo caso, que no tendrá que dar explicaciones.

Se deducen dos cosas del informe que rindió el comisario Chris Patten sobre su visita a Colombia, ante el comité de relaciones exteriores del Parlamento Europeo, el 27 de enero y de las conclusiones del Consejo Europeo sobre Colombia divulgadas hace unos días. La primera es que los europeos finalmente han comprendido que la situación en este país es compleja, que los guerrilleros distan mucho de parecerse al Robin Hood que idealizaron en algún momento y que Alvaro Uribe no es un Pinochet. O por lo menos no todavía.

Lo segundo es que no se van a hacer los de la vista gorda frente a los compromisos que Colombia adquirió con ellos en Londres el pasado 10 de julio. Les preocupa particularmente que el gobierno haya sancionado el estatuto antiterrorista que otorga facultades de policía judicial a las Fuerzas Militares. Y que haya presentado un proyecto de ley que les otorgaría de facto impunidad a los paramilitares que se desmovilicen, ignorando el derecho de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación. Muchos diputados del Parlamento Europeo -como consta en las conclusiones del Consejo- consideran que ambos proyectos van en contravía de las recomendaciones del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos que el gobierno se comprometió en Londres a respetar.

Es bien sabido que el presidente Uribe se irrita con este tipo de preguntas. Ojalá el encuentro con el papa Juan Pablo II le dé la fortaleza necesaria para no salirse de casillas. No le haría bien al país.